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Capítulo 16


"Encendieron hogueras para purificar nuestras almas, pero ¿acaso desconocen qué el fuego es nuestro aliado?"

Bridget Bishop, actualmente Bridget Blackwitch, 20 de junio de 1692.

Cenaba en un exquisito y lujoso restaurante en Nueva York, acompañado por las grandísima Selena Gómez, esa belleza risueña que había redescubierto el amor y curado sus heridas gracias a él mismo, su caballero andante en chandal gris y chaleco acolchado negro. Era la fantasía más placentera que había soñado y todo se esfumó, como el vapor en el aire, cuando unos gritos histéricos le obligaron a descender a la realidad violentamente.

—¡Hernán! ¡Hernán! ¡Por el amor de Dios, despierta!

Una fuerza irresistible le zarandeó, y el camarero sintió que sus sesos rebotaban varias veces dentro del cráneo. Qué forma tan desagradable de volver al mundo real tras ese maravilloso e imposible sueño reciente.

—¿Qué? —espetó a la vampiresa—. ¿Han vuelto a llamar a la puerta?

Poco le importaba a Clara en ese momento la alianza de su boda, el misterio del posible retorno de Jack Bridge o la dichosa norma número dos de la Tabla Mihai.

—¡¿Dónde está el cargador?!

—¿El cargador?

—¡Deja de repetir lo que digo y haz algo de provecho, maldito humano! —gruñó la pelirroja, alzando el cuerpo resacoso de Hernán y obligándole a despertarse definitivamente—. Me ha dicho que me quiere, joder, ¡me ha dicho que me quiere!

Hernán se frotó los ojos y bostezó. Luego miró a Clara con el ceño fruncido.

—¿Quién? ¿Selena?

—¡No, Lucas!

—Ah... ¿Pero no erais novios ya?

Clara paseaba nerviosa de un lado a otro del minúsculo salón revolviendo almohadones, revisando enchufes e indagando entre los cajones. El camarero pensó que se iba a marear si continuaba siguiéndola con la mirada.

—Se ha quedado sin batería —murmuró la pelirroja, mordiéndose las uñas—. Creerá que le he colgado o que no le quiero o... —Miró a Hernán con sus ojos rojos rebosantes de angustia—. ¿Dónde coño está el cargador?

—Eh... —El humano se rascó la cabeza haciendo memoria.

—¡Hernán!

—Oye, angelito, si me presionas, no me voy a acordar... —Se detuvo a observar a su alrededor en busca de pistas—. ¡Hostia!

—¿Qué?

—Me lo he dejado en la barra de la discoteca, al lado de las copas limpias.


🩸🍀🔮



Las tres brujas que iban a solucionar todo el conflicto de Lucía Bartolomeu eran viejas conocidas de Fey desde el año 1898. Aquellas grandiosas hechiceras de reputación incuestionable, no eran en realidad hermanas consanguíneas, pero provenían del mismo lugar y habían sufrido la misma tragedia: los juicios de Salem, Massachussets. Para Lucas, eso era suficiente vínculo para justificar el autodenominado parentesco.

Las Blackwitch —así las rebautizaron coloquialmente—vivían en Barcelona desde hacía pocos meses, pues gustaban de viajar por el mundo en busca de extraordinarias aventuras y no permanecían en un determinado lugar más tiempo del necesario.

Bridget, la líder del mágico trío, tenía el pelo rubio y brillante, los ojos azules como el mar y una piel pálida que parecía no haber visto nunca la luz del sol. Ella fue quien abrió la puerta cuando Lucas y el duende llamaron al timbre de la morada. Vestía teñida de colores tierra y portaba un turbante naranja asegurándole la parte frontal del cabello.

—Aquí niños no entran —espetó, fulminando con sus ojos claros a Fey y después al vampiro—. Tú, chupasangre, más vale que te comportes o me encargaré de maldecirte para el resto de tu eternidad.

Lucas, sorprendido porque esa joven de aparentemente treinta años le amenazara tan directamente, se cruzó de brazos y dirigió al duende una mirada cargada de reproches.

—Te dije que me odiaría —murmuró.

Sin darle mayor importancia a la hostilidad de la hechicera, Fey dio un salto y adoptó el aspecto de un hombre maduro de edad similar a la de Bridget. Sus rasgos faciales eran tremendamente parecidos a los del quinceañero de hacía un rato, pero ahora se habían endurecido, con un poco de barba recién amanecida en su barbilla y el cuerpo musculado de un adulto fornido. Giró sobre sí mismo para alardear de su atractivo aspecto ante la bruja.

—¿Así mejor?

Bridget sonrió levemente y se hizo a un lado dejando paso a la pareja sobrenatural. Esperándoles en el interior, y de aspecto absolutamente opuesto al de la bruja de mirada marina, había otra mujer. Esta era ruda, de ojos pardos, piel morena y cabello negro. Su atuendo, bastante roquero, se componía por prendas de cuero y látex oscuro, así como botas militares negras con plataforma voluminosa para complementarlo.

—Esta es Laurie, la menor —la presentó Bridget—. Hermana, ¿recuerdas a Fey?

Ella asintió con desgana y, sin mediar palabra, se sentó sobre un extenso sofá bohemio. Lucas miró a su alrededor y admiró la decoración del piso. Era justo como cualquiera imaginaría el escondite de una bruja: libros antiguos, bolas de cristal, ostentosos frascos con extraños líquidos, un gato negro durmiendo en un sillón y candelabros con velas encendidas en cada esquina. Se preguntó si también tendrían escobas.

—¡Huele a vampiro! —chilló una voz aguda y estridente desde el interior de la casa.

Lucas dio un respingo, pero Fey sonrió, conocedor de la hechicera que se sumaba al encuentro.

—Así es, Aggie. Tenemos un no muerto en el salón... —dijo Bridget estudiando la atractiva anatomía del desorientado vampiro—. Necesita nuestra ayuda.

La tercera de ese pintoresco equipo apareció esbozando una traviesa sonrisa. Tenía el pelo naranja, como el de Clara, solo que está bella bruja lo mantenía lacio y largo, al contrario que la vampiresa.

—¡Qué delicia de invitados, querida Brit! —dijo la recién llegada soltando una risita al final—. ¡Oh, duende, a ti te recuerdo! —Y mirando a su hermana—. ¿No es este atractivo joven, el encantador Fey?

Lucas no pudo evitar reírse.

—¿Encantador? ¿Este de aquí? Si suelta palabrotas en cada frase que dice...

—¿Y no te resulta cómico, vampiro? —siguió con el parloteo la tal Aggie. Sin duda la más agradable de las tres hermanas—. Yo creo que es hilarante, me divierte cantidad escucharle hablar. —Se situó frente a Lucas en una pose sugerente—. No nos han presentado debidamente, querido. Yo soy Agatha, la mediana.

Fey, rodando los ojos, soltó por lo bajo:

—No es por desmotivar, pero Lucas ya tiene una pelirroja y no le hace falta otra...

—Joder, Fey, yo no tengo nada —se molestó el aludido, sonrojándose.

—Todavía.

Lucas se alejó de la invasiva Agatha, que no dejaba de mirarle como quien mira un caramelito, y dio un codazo al duende.

—No te meto una hostia porque llevo doscientos años sin verte y me estás salvando de Mihai.

El duende, que pretendía picar al vampiro desde el principio, rio. Un gesto muy poco común en su carácter tosco y gruñón. Podría decirse que el reencuentro con su viejo amigo le había alegrado plenamente.

Entre todo el parloteo, la mayor de las hermanas se cruzó de brazos y exigió al resto sentarse para ir directos al objeto principal de esa visita nocturna tan espontánea.

—Es tarde —se quejó—. Hablemos de una vez sobre el conflicto del condenado crisantemo.

Antes de nada, Lucas miró su móvil. No había noticias de Clara y eso le inquietaba. Después de confesarle sus sentimientos y que la comunicación se cortara, había intentando llamarla un par de veces, pero siempre acontecía el mismo resultado: «El móvil al que llama está apagado o fuera de cobertura», decía el buzón de voz.

Quitando los pensamientos negativos de su mente, Lucas dejó reposar el aparato en su bolsillo y enfrentó la mirada juiciosa de las tres propietarias de ese peculiar domicilio.

—Fey nos ha puesto al día por teléfono y lo cierto es que tu problema tiene fácil solución —empezó a hablar Bridget—. Nosotras podemos darte un remedio definitivo para el caso Lucía Bartolomeu a cambio de un módico precio.

Hizo especial hincapié en la palabra 'precio'. Después, esbozó una siniestra sonrisa.

—Recuerda que es mi amigo, Brit —intervino Fey—. Sin trampas, ¿estamos? Me lo debéis las tres.

La hechicera de cabellos dorados cuál rayos de sol fingió indignación, posando su mano derecha en su pecho y abriendo los ojos como platos.

—Me ofendes, viejo amigo.

—No mientas y dile a Lucas qué es lo que tienes pensado.

Laurie, saliendo de su estado de trance silencioso, se cruzó de piernas sobre el sofá y apoyó su cabeza de melena negra en el hombro de Bridget.

—¿Conoces el mejunje corporis mutationem? —preguntó.

Al vampiro le sorprendió el tono áspero y ronco de su voz. Sonaba como si sus cuerdas vocales estuvieran dañadas a causa de la ausencia de uso.

En respuesta, Lucas negó.

—Es piel de camaleón, tinta de kraken, tallo de orquídea abeja, sangre de fauno y polvo de hadas. Todo eso junto, removido y machacado durante al menos treinta minutos al mismo ritmo y sin detenimiento, produce una masa granate y gelatinosa con extraordinarias cualidades —explicó, mirando en todo momento sus uñas largas y pintadas de colores oscuros—. Aplicada en la zona dérmica afectada, el mejunje es capaz de curar cualquier clase de herida. Incluido en un cadáver.

Lucas parpadeó dos veces, procesando la información que la hechicera de aspecto moribundo le había transmitido.

—¿Entonces con eso puedo ocultar el mordisco de Clara en el cuello de Lucía Bartolomeu? —preguntó.

—Ocultar no, querido —corrigió Agatha—, alterar en su totalidad. El cuello recuperará su aspecto original, como si ella nunca hubiera clavado ninguno de sus colmillos en él.

Aquello era, sin lugar a dudas, la clase de milagros que uno no espera a tener, pero, cuando los tiene, siente una extraña sensación negativa acechando a sus espaldas. La sensación de que algo malo viene de la mano de lo bueno.

—¿Cuál es el precio? ¿Mi primogénito o algo por el estilo?

Las tres brujas rieron escandalosamente, pues todo el mundo mágico sabía que los vampiros no podían concebir.

—No, bobo, eso no será necesario —aclaró Agatha—. Esta clase de mejunjes son de sencilla elaboración, uno de nuestros productos más solicitados por la selecta clientela que demanda nuestros servicios de pócimas y encantamientos.

—A cambio de un frasquito de tu sangre negra y muerta, será suficiente —siguió Bridget—, al menos para esto.

Fey alzó una ceja que pretendía decir cuánto reprobaba la actitud enigmática que llevaba adoptando la rubia desde que habían entrado.

—No te andes con tonterías, bruja —espetó—. ¿Qué es lo que pretendes verdaderamente?

—Existe otra pócima que, a nuestro juicio, sería terriblemente útil para tu amigo vampiro. Verás Fey, tal y como nos dijiste por teléfono, la solución óptima sería que María Zurriaga confesara su culpabilidad y fuera entregada a las autoridades para cumplir condena por la muerte de la otra humana.

Vampiro y duende asintieron, esperando que se desvelara de una vez por todas el secreto de las brujas.

Auctor falsum memorias —mencionó Laurie.

—Eso que dice mi hermana es el nombre técnico de una pócima capaz de introducir un recuerdo falso en la mente de quién la bebe.

Instantáneamente, Lucas se alzó, impactado por aquella inusual revelación. No necesitaba más explicaciones, pues la breve oración había cobrado el más exacto sentido en su cabeza: con el líquido mágico podían hacerle creer a María que ella era responsable de la muerte de Lucía. Un perfecto engaño que agilizaría las cosas en el caso de ser capturada por la policía e interrogada sobre el homicidio de la hija del ministro.

—Demonios, Bridget, esto sí que no me lo esperaba —dijo Fey, asombrado.

—Yo tampoco —afirmó Lucas.

Iba la bruja a explicar la utilidad, elaboración y precio de aquel milagroso producto que les ayudaría a casi solventar por entero el asunto de Bartolomeu, cuando alguien llamó al timbre.

Una vez.

Dos veces.

Tres y cuatro veces.

Qué impaciente visita.

—¡Ya basta! ¡Ya voy! —gritó Agatha mientras se acercaba al recibidor enfurruñada.

El grupo entero desvió su atención hacía la entrada, curiosos por saber la identidad del ser que interrumpía un momento tan importante como ese. Al abrir la puerta, la bruja encontró una muchacha pelirroja, de piel lechosa y mirada sangrienta, acompañada por un joven humano que había sido brutalmente arrastrado hasta ese destino en contra de su voluntad.

—¿Está Lucas aquí? —preguntó Clara, tratando de observar tras el cuerpo opaco de Agatha.

—Dile que sí, por favor, o me arrancará el brazo de tanto estirarlo —suplicó Hernán.

—¿Una vampiresa y un humano? —se sorprendió la bruja de cabellos color fuego—. ¿Qué es esto? ¿Un chiste?

Sin entender cómo narices Clara había averiguado dónde se encontraban Fey y él, Lucas acudió rápidamente a recibirla. Tan pronto como sus miradas colisionaron, Clara empujó levemente a Agatha, que en su incredulidad no opuso resistencia y la dejó pasar, y con ella entró también Hernán.

—¿Ha-ha pasado algo? ¿Estáis bien?—preguntó Lucas, preocupado.

Sin embargo, el rostro de porcelana de la vampiresa lucía tranquilo. Caminó hasta llegar al lado de aquel chico con el que había compartido cada momento de su vida desde 1938 y, por primera vez en noventa años, se dio cuenta de que le temblaban las piernas. Su cuerpo sentía la cercanía de Lucas con la fuerza de un terremoto y ni siquiera la eternidad era suficiente para explicarle todo lo que había significado para ella su confesión.

—¿Clara, qué...?

No le dejó terminar. Impulsivamente, la vampiresa estiró la cazadora de Lucas, atrayéndole hacía ella y depositó un beso cargado de emociones en sus labios. Buscó el roce de su piel como quien busca un antídoto y redujo cualquier espacio que pudiera quedar entre ellos. No le importaron ni los espectadores ni tampoco la carencia de explicaciones, solo quería besarle.

Lucas olvidó la realidad del espacio y el tiempo, dejándose llevar por un sentimiento que había permanecido dormido demasiado tiempo. Subió sus manos por su espalda, acariciándola con necesidad, y enredó sus dedos en esa cabellera roja que había protagonizado la mayoría de sus mejores memorias.

Sonrió entre beso y beso. Ahí tenía la respuesta a su declaración.

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