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Capítulo 15

"Mi vida fue mi prisión y mi muerte, mi libertad. Por suerte, lo primero, aunque oscuro y solitario, ya terminó, y lo segundo, igual de oscuro y en absoluto solitario, es solo el comienzo de la eternidad"

Clara Isabel Mirall, 20 de enero de 1997

Estaba apunto de quedarse dormida cuando alguien llamó a la puerta. El breve golpeteo la sobresaltó. Justo frente a ella seguía durmiendo profundamente Hernán, ya acurrucado sobre almohadones en una pose bastante incómoda. Miró el reloj y vio que marcaba las diez de la noche. Lucas llevaba una hora y media fuera y, dado que visitaba a un amigo muy, pero que muy, viejo, Clara daba por hecho que aún tardaría bastante tiempo en volver.

A conciencia, ignoró a la persona que había llamado. Estaba cansada y Hernán también. Ya le abriría otro día, cuando toda esa locura del exilio hubiera terminado. Entonces la puerta volvió a sonar y esta vez pulsado el estridente timbre. Inevitablemente, Hernán se despertó.

—Mi cabeza... —se quejó, tapándose los oídos y escondiendo el rostro en el sofá.

Clara sonrió, pero no dijo nada. Se levantó ágilmente para despachar a quienquiera que fuera el inoportuno o inoportuna que decidía visitar al camarero a esas horas. Le diría algo así como que estaban teniendo un momento íntimo. Nadie pondría en duda aquello, pues el aspecto de Hernán daba por sentado que él no era material para novio: era más bien un chico informal, de los que ligan una noche y luego siguen con su vida solitaria.

Abrió la puerta y para su sorpresa, no había nadie. Qué raro.

—¿Quién es? —murmuró Hernán.

Clara se asomó al pasillo y miró en ambas direcciones buscando a la posible persona que había llamado dos veces. Sin embargo, no había ni rastro de vida humana a su alrededor.

—Yo no veo a nadie —respondió.

Se encogió de hombros y volvió a entrar en casa, pero justo antes de cerrar la puerta, le pareció ver brillar algo en el suelo. Se agachó a contemplarlo y lo que encontró la dejó anonadada: era un precioso anillo de plata, con un diminuto diamante incrustado. Aquella sortija le era extrañamente familiar, así que la agarró y estudió con precisión.

En su interior había algo grabado.

«Julià y Clara 23. 04. 1920»

La vampiresa se quedó de piedra, aguantando entre sus dedos la alianza de su boda. Recordaba perfectamente deshacerse de ella una semana después de morir.


🧛🏻🩸🧝🏼🍀


Ponerse al día con Fey había durado un total de cinco horas que para Lucas habían transcurrido a la velocidad de la luz. ¡Cuánto había echado de menos a ese esperpento de orejas picudas que entre frase y frase necesitaba colocar una queja, reproche o insulto! El duende fue su mejor amigo durante un centenar de años, pero entonces el mundo cambió y, en los albores del siglo XIX, los humanos empezaron a especular sobre la posible existencia de los vampiros.

—Siempre odié que decidieras unirte al clan de Mihai —repitió Fey por enésima vez—. Ya sé que en esa época aparecieron los caza vampiros, esos humanos chiflados que pensaban que tenían alguna oportunidad para extinguir a tu especie, pero... ¡Demonios, chico, Mihai es un grandísimo cabrón!

Lucas explotó en una estruendosa carcajada. De tanto hablar y hablar, ambos habían recorrido el parque entero y después, cuando cerró a eso de la diez —momento en que Clara recibía el misterioso obsequio del pasado en casa de Hernán—, sus andanzas les habían conducido hasta la Avenida Diagonal, donde decidieron descansar acomodándose en un banco público.

—Si hubiera pensado que podía sobrevivir sin ayuda del Clan Crisantemo, te aseguro que nunca me habría unido a él. Estoy hasta las narices de sus estúpidas normas, tengo el problema más grande de mi existencia por culpa del líder de los cojones.

Ahí fue Fey quien sonrió, orgulloso de ver a su viejo amigo compartiendo enemistades con él.

—Pero, por otro lado, si no te hubieras unido al clan, tampoco conocerías a la vampiresa esa que te trae loco... Clara, ¿no? ¡Maldita seas, Lucas! ¿Por qué narices no le has dicho aún que la quieres?

Lucas se sonrojó.

—¡Oye, eso no es de tu incumbencia! Aquí hay un problema mucho más grave y es la mierda que te he contado de Lucía Bartolomeu. Necesito que me ayudes con eso, no en cómo gestiono mi relación con Clara, ¿vale?

Fey negó con la cabeza y se acomodó en el banco.

—Ya te he dicho antes que sé como arreglarlo todo. Estará solucionado, a muy tardar, mañana por la noche. Pero no te saldrá barato, amigo. Voy a tirar de contactos para remediar ese caos vuestro y ellas me pedirán algo a cambio.

—¿Ellas?

—Brujas, Lucas. Sin brujas no hay solución.

—Pero las brujas odian a los vampiros...

—Te equivocas: odian al Clan Crisantemo. No haberte unido a ellos, qué quieres que te diga...

La norma número ocho de la Tabla de Mihai prohibía a cualquier miembro del clan mantener vínculos de ninguna clase con criaturas mágicas de otras especies. Por culpa de esa estúpida exigencia, Lucas se había visto obligado a dejar morir su relación con Fey. Pero no solo el rubio tenía sus opiniones en contra: en cierto modo, la rigidez de Mihai, obligando a sus seguidores a ignorar a quienes no fueran parte del grupo, había abierto una brecha entre el resto de seres místicos y los vampiros. La mayoría les aborrecían por conformar un clan tan elitista y poco solidario. Lucas lo entendía y justo por eso le atemorizaba imaginar que favores se cobrarían las brujas por echarle una mano en el caso de Lucía Bartolomeu. Como había dicho el duende, no les iba a salir muy económico.

—¿Y cuál es el plan?

—Pues en resumen, vas a encasquetarle el muerto a la traficante de órganos de Ferrol.

—¿A María Zurriaga?

—Exacto. Hay que matizar algunos detalles sobre la ejecución de este complot, pero la mayor parte ya está hecha: ahora mismo el cadáver de Lucía se pudre en el salón de casa de María. Si la policía lo encuentra, sospechará principalmente de la delincuente, teniendo en cuenta la horrible reputación que le precede por cometer crímenes tan atroces. —Lucas asintió, dando a entender que comprendía el razonamiento de Fey. El duende prosiguió con su explicación—. ¿Qué debemos hacer para conseguir cerrar este caso y no volver a oír hablar de él jamás? Tres cosas: primero, alterar el cuerpo de Lucía para que no quede ni rastro del mordisco de Clara en su cuello; segundo, obtener una confesión verbal de María Zurriaga atribuyéndose la muerte de esa pobre chica, y tercero, entregarla a las autoridades para que cumpla condena por todo el mal que ha hecho en este mundo.

—¿Y cómo demonios conseguimos todo eso?

—Las brujas, Lucas, las brujas. Conozco a tres encantadoras hermanas que viven en el número 92 de la Avenida de Roma. En veinte minutos estamos allí, voy a avisarles.

Fey se levantó del banco y procedió a marcar en su móvil. Se distanció unos metros de Lucas, pero aun así su amigo escuchó casi el cien por cien de la conversación que mantenía con una de las brujas, la tal Bridget. No les hacía ninguna gracia ayudarles, aunque le debían un favor a Fey. Lo que quiera que hubiera hecho el duende por ellas antaño, iba a asegurarles una gran victoria.

El rubio se rascó el cuello al recordar a Clara. Se sentía algo idiota por haberle hablado mal antes de salir de casa. No comprendía qué mosca le había picado, él no solía tratarla de esa manera. También era cierto que de normal no sufría palizas de muerte por pasar tiempo con ella y la que le había pegado Mihai era demasiado reciente para olvidarla. Supongo que al oírla reír con Hernán se había sentido burlado, como si Clara no fuera consciente de lo mucho que había sufrido en las mazmorras. Sin embargo, no era justo hacerla responsable de su dolor: él accedió a llevarla de caza. La cuestión era: ¿por qué narices lo hizo?

Mientras esperaba a Fey, el vampiro sacó su móvil del bolsillo —en realidad el de Clara, pues se lo había prestado cuando el suyo propio se quedó sin batería horas atrás—. Iluminó la pantalla de inicio y le sorprendió verse a sí mismo reflejado en ella. No sabía que Clara tuviera una foto de ambos de fondo. Una muy divertida, riéndose como niños, que fue tomada hacía diez años, cuando vivían en Lisboa, Portugal. Sonrió al recordar el momento en que la hicieron. Su vida había sido muy alegre desde que la conoció.

Instintivamente procedió a marcar el número de Hernán, guardado en el registro de últimas llamadas.

—Hola.

La voz de Clara al descolgar parecía un poco apática y tristona. Lucas se sintió horrible porque creyó que era por culpa suya.

—¿Estás bien? Suenas algo desorientada...

—Eh... Es que... Bueno, no importa. —Automáticamente, la vampiresa cambió el tono, intentando fingir que no había encontrado un recuerdo tangible de su pasado—. ¿Cómo va el reencuentro con tu amigo duende?

—Nada mal, la verdad. Nos hemos puesto al día y asegura que puede solucionar el problema de Bartolomeu antes de mañana por la noche.

—¿Enserio? ¿Y cómo piensa hacerlo?

—Al parecer, con ayuda de la comunidad mágica todo es posible, pero como nosotros vivimos ensimismados en nuestro clan y con nuestras normas, no nos enteramos de nada.

—No veo fallas en su lógica. —Se rio Clara.

—Yo tampoco.

De pronto la conversación se extinguió, algo poco común en ellos que siempre encontraban asuntos nuevos de lo que hablar. Un invisible muro les separaba: quizá fuera la cobertura, quizá los reproches de Lucas, quizá la alianza de Clara.

—Lucas...

—Lo siento, Clara. —interrumpió el vampiro—. No debí culparte de todo lo que ha pasado, no ha sido justo...

—No, tenías razón en cada palabra que has pronunciado. Nada de esto hubiera ocurrido si yo me hubiese mantenido obediente en lugar de jugar a cazar delincuentes. Mihai te ha torturado y...

—A ti también. —Cortó de nuevo él—. Ni si quiera te he preguntado qué pasó en La Camara de los Delirios. Me siento un completo idiota...

—No digas eso, Lucas. Hasta que dormiste en casa de Hernán, estabas hecho polvo, casi no te sostenías en pie.

En plena Avenida Diagonal, el vampiro asintió, como si Clara pudiera verle hacer el gesto.

—Estaba pensando en ti hace un rato, ¿sabes? —le dijo él a ella—. Y me he preguntado por qué acepté salir a cazar contigo la otra noche, aun sabiendo que tu idea era nefasta y existían muchas probabilidades de fastidiarla incluso antes de empezar. He pensando: «¿estás tan enamorado como para perder tu vida por obtener el favor de ella?». Pero no, Clara, no soy un idiota sin criterio propio que sigue a la chica que le gusta solo para reclamar su atención.

—Creo que no estoy siguiendo bien está conversación...

Lucas ignoró el sarcasmo de Clara. Sabía que a ella le incomodaban esta clase de conversaciones sinceras, pero tenía que decírselo. Sentía verdadera urgencia de hacerlo ahí, justo en ese instante.

—Accedí a tu plan suicida porque tenía ganas de divertirme a tu lado, como me lleva pasado cada noche desde 1932, cuando te conocí. Fui igual de imprudente que tú, cometí errores. Mi mente no es analítica a todas horas, sobre todo si son las que paso a tu lado: me siento en paz junto a ti y tengo ganas de ser yo mismo, de bajar la guardia, porque tú me proporcionas ese espacio íntimo y seguro para ello. Desde que te conocí, mi vida está tintada del naranja de tu pelo. Por eso te dije en casa de María Zurriaga que tú y yo no somos amigos.

»Lo que quiera que seamos, trasciende de etiquetas como novio, pareja o alma gemela. Los humanos pueden decirse esas cursilerías, pero lo que hemos construido tú y yo en nuestra muerte no es comparable a sus efímeras relaciones. Somos piezas accesorias: sí, podría vivir sin ti en el caso de que te fueras, pero juraría que mi vida tiene un brillo especial cuando la comparto contigo. Esos son los motivos por los que te busco a mi alrededor, y me emociona encontrarte siempre cerca de mí. Mi piel es blanca y fría como el hielo, sin embargo, cuando estoy contigo, siento la calidez del hogar en mi pecho. —Carraspeó, estropeando el romanticismo que acompañaba a semejante declaración—. Por si no lo has entendido, todo este rollo significa que te quiero, Clara.

—Lu...

Justo cuando ella pronunciaba la primera sílaba de su nombre, un pitido sonó en el altavoz y después, silencio.

—¿Clara? —preguntó, confuso—. ¿Hola? ¿Sigues ahí?

Miró la pantalla. La llamada se había cortado.

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