Capítulo 13
"Mamá, me he dado cuenta de que mi lugar no está en la universidad, pero pienso ganarme la vida a lo grande: empezaré sirviendo copas en bares, pubs y discotecas y alquilaré un piso en el centro de Barcelona. Un día tu hijo será el que organiza los conciertos de Estopa y Melendi en la Sala Apolo o en La Paloma y estarás orgullosa de mí"
Hernán Martínez Domenech, 11 de marzo de 2011.
—¿Qué-qué cojones les pasa a tus ojos?
Eso fue lo primero que dijo Hernán cuando vio a Clara. Ella cerró los párpados y se mordió el labio reprimiendo soltar toda una sarta de palabras malsonantes. Los putos ojos; no llevaba las lentes de contacto para ocultar su espeluznante iris.
—¿Y ese chaval? —Señaló a Lucas que se aproximaba tranquilamente a ellos—. ¡Hostia puta! ¿Le ha atropellado un autobús o algo? Tiene un aspecto de mierda...
El rubio se quedó apoyado en una farola, más por necesidad que por voluntad. Le dolían las costillas con tanta intensidad que podía sentir fuego ardiente emanando de sus pulmones. Si no descansaba y seguía forzando su cuerpo derrotado, nunca conseguiría curarse del todo. Era un ser sobrenatural, pero eso no significaba que las heridas se le curaran con el mero hecho de chasquear los dedos. Se trataba de un proceso lento y doloroso.
Clara se aseguró de que Lucas no cayera desmayado al suelo y comprendió que debía apresurarse si pretendía que el plan funcionara. Hernán ya estaba en trance con lo que veía y podía salir corriendo presa del pánico en cualquier momento.
—A ver, amigo humano, necesitamos tu ayuda...
—¿Amigo qué? —dijo el pobre muchacho sin entender absolutamente nada.
—Yo soy Clara y él es Lucas. —El rubio saludó vagamente al oír su nombre—. Somos vampiros. No es broma, ya sé que no crees nada de lo que te digo y no tengo problema en hacerte una exhibición de fuerza, velocidad y colmillos para demostrarte que es cierto. Pero ocurre que tengo un poco de prisa y necesito que nos dejes pasar la noche en tu casa porque él —miró a Lucas— está hecho un desastre y será incapaz de soportar la luz del sol. ¿Nos ayudas?
El afectado por la tortura física de Mihai bufó y se abstuvo en comentar lo inútil que era decirle la verdad a Hernán.
—Esto es increíble... —suspiró el camarero pasándose las manos por la cara en señal de sorpresa—. Para una tía buena y despampanante que se fija en mí y resulta que está como un puto cencerro. Soy la persona más desgraciada del planeta...
Clara no pudo evitar sonreír al oírle reaccionar así.
—Por favor, Iván, son las cinco de la mañana y en un par de horas amanecerá —repitió su suplica.
—Y dale con Iván, ¡qué no me llamó así!
—Disculpa, Hernán...
—¿Qué tienes? ¿Alguna clase de enfermedad mental? —Miraba a Clara, pero instantáneamente sus ojos saltaban a Lucas—. ¿Te ha atacado ella?
El rubio esbozó una simpática sonrisa, aunque no dijo nada porque su estado de salud no le permitía un segundo de tregua.
Intentando atajar esa situación, Clara se posicionó frente a Hernán y sonrió ampliamente, evidenciando sus brillantes y relucientes colmillos tan poco humanos como ella misma.
—Si lo necesitas, te muerdo — le dijo.
—Ni de coña, caníbal. —Y tras una pausa—. ¿Os estáis burlado de mí, no?
Clara suspiró e interrogó a Lucas con la mirada. ¿Pasaban a la parte fea del plan? Sí, no quedaba más remedio.
Como si pudiera leerles la mente, Hernán retrocedió un paso. Después abrió la boca para decir algo, pero enseguida se lo replanteó y enmudeció. No sabía si seguirles la corriente para que no le hicieran daño o empezar a correr.
Antes de que se decantara por una de las dos opciones, Clara se abalanzó sobre él, estrangulándole el cuello con una sola mano. Su débil cuerpo mortal chocó con violencia contra la pared del edificio y ella, haciendo uso de la fuerza sobrehumana, le elevó en el aire.
—Para, para, por favor —susurró. El pobrecito se estaba ahogando.
Ella le miró y frunció el ceño. Sabía el terror que le producía al joven humano que no había hecho nada lo suficientemente malo para merecer semejante agresión. Sin embargo, en aquel momento la mayor prioridad era entrar en una casa con cortinas y persianas antes de que amaneciera y no podían perder más tiempo intentando convencer a Hernán de que les invitará a entrar voluntariamente.
Clara le cacheó hasta dar con su móvil y las llaves y, antes de descender a Hernán y evitar que perdiera el conocimiento por la falta de aire, los lanzó a Lucas.
—Abre la puerta y busca en el buzón cuál es su piso —le ordenó a su compañero. Hernán, una vez liberado, tosió reiteradamente intentado reavivar su respiración—. Lo siento, chico.
No pudo mandarla a la mierda por dos razones: la primera, porque le tenía miedo, la segunda, porque aún trataba de recuperar oxígeno.
Lucas asomó a la calle desde la portería.
—Ya lo tengo, es el tercero.
—Pues ¿a qué esperamos?
Agarró de un brazo a Hernán con la fuerza suficiente para evitar que se escapara y le obligó a entrar con ellos en su propia casa. El desafortunado humano de mente lenta, ni se planteó gritar en el ascensor solicitando ayuda. Ahora comprendía que Clara hablaba muy enserio cuando le amenazó en el tren con cortarle un brazo y eso le ponía los pelos de punta.
El peculiar trío entró en la casa y Lucas se aseguró de cerrar la puerta con llave tras él y esconderla astutamente para que Hernán no pudiera salir. Inspeccionó el piso en busca de cualquier otro signo de vida humana y por suerte no encontró a nadie.
—Mi compañero de piso me dejó colgado esta semana —comentó Hernán, sorprendiendo a los otros dos. Respiró hondo y siguió parloteando—. Bueno, ¿del uno al diez, cuánta probabilidad hay de que salga vivo de esta situación? Quiero tomármelo con humor, pero os juro que estoy a punto de cagarme en los pantalones.
Clara y Lucas sonrieron. Visto desde otra perspectiva, llamar a Hernán era la mejor decisión que habían podido tomar: era un rehén de categoría, cómico y silencioso.
—No queremos matarte, ni mucho menos alimentarnos de ti. Eso no estaría bien —dijo Lucas.
—Secuestrarme en mi propio apartamento parece que sí... —masculló él, mirando el suelo. Se pasó las manos por el cuello, abrazando los futuros hematomas que surgirían a causa de la fuerza bruta de Clara.
—Lo siento otra vez, Hernán —se disculpó ella—. No podemos dejar que el sol le dé a Lucas, está hecho polvo. Me hubiera gustado gestionar las cosas de otra manera...
—¿No tendrás por casualidad Brandy de Jerez? —interrumpió el momento de culpabilidad el rubio.
Hernán, procesando esa surrealista situación, asintió con cara de bobo.
—Sí, en el armario de la cocina...
—Gracias, colega.
Lucas desapareció por una puerta mientras el humano y la vampiresa se miraban mutuamente. El primero, desconcertado, y la segunda, replanteándose cómo afrontar el desaguisado. Le sacaba de quicio alguien tan pretencioso como aquel camarero insoportable, pero nada de lo que Hernán hacía era tan grave como para que ellos dos le coaccionaran.
—¿Tu novio se va a servir una copa mientras yo estoy al borde de un ataque? —Se rascó la cabeza—. No sé si pedir cita mañana en el psiquiatra...
Clara se rio.
—Hernán, no estás loco. Has tenido la mala suerte de tirarle la caña a una vampiresa. Te pasa por no tener límites y actuar como un idiota con las mujeres. —Le palmeó la espalda con cariño—. De esta aprendes, seguro.
Aún tardó un rato en regresar Lucas de la cocina y en ese tiempo, Clara hizo todo lo posible por comprender las reacciones de Hernán. Ese chico tan raro no gritaba, temblaba o lloraba; solo miraba a un punto fijo, apretaba los labios y se acariciaba de tanto en tanto su cuello herido. Menudo elemento tan extraordinario.
—Ya está —dijo Lucas apareciendo de nuevo en la habitación—. ¿Qué hacemos con el humano?
Ahí Hernán alzó la cabeza y les miró con los ojos abiertos como platos, pero sin decir nada. Los dos vampiros podían escuchar los latidos del corazón del único vivo de la sala bombeando a una velocidad nada sana.
—¡Cálmate, chico! —le gritó Clara y miró a Lucas—. ¿Cuándo crees que te contestará?
—Yo diría que en unas horas, pero no lo sé. Llevo doscientos años sin verle.
—¿Y seguro que está vivo?
—Pues claro que sí. —Lucas se apoyó en la pared y cerró los ojos—. Me encuentro fatal.
—Entonces duerme hasta que se te cure el cuerpo, así Hernán verá que somos vampiros de verdad y dejará de pensar que está loco.
—Yo ya no pienso nada... —murmuró ensimismado el humano.
Lucas sonrió y decidió que no podía ocurrir nada negativo si se echaba una cabezadita. Realmente lo necesitaba, por lo que se introdujo en la habitación del excompañero de cuatro de Hernán y se dejó caer sobre la cama como un saco de patatas.
Se durmió en menos de un minuto y lo último que escuchó fue a Clara jurarle al dueño de la casa que no iba a morir ni esa noche ni ninguna otra.
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