Capítulo 11
"Un crisantemo solventará los conflictos internos con los miembros del clan a través del Veredicto de la Balanza. La solicitud de su uso nunca podrá ser rechazada y resolverá de forma definitiva la contienda que se trate sin posibilidad de volverla a argüir en un futuro"
Norma número 10 de la Tabla de Mihai.
Clara se acercó a Lucas. Estaba temblando de nervios, le dolía la cabeza una barbaridad y necesitaba descansar urgentemente. Ni si quiera su cuerpo sobrenatural podía aguantar tanta tensión.
—¿Qué crees que ocurrirá ahora? —murmuró.
—No lo sé, yo aún no me creo lo que has hecho, Clara... —dijo él.
—Lo sé, lo siento, no he conseguido vencerle... —se lamentó la otra.
—¿Qué dices? ¡Ha sido brutal! Prácticamente has humillado nuestro líder, nos has vengado de sobra y ahora tiene que ceder, no lo queda otra... ¿No te das cuenta? ¡Es un empate! Una victoria a medias...
La euforia de Lucas se vio interrumpida cuando Mihai y Arcadio, este último recién de vuelta de Mataró, se aproximaron a ellos. El aspecto imponente de ambos contrastaba enormemente con el de un Lucas herido, lleno de magulladuras, cortes e hinchazones. Por otro lado, la pelirroja no encontraba más energía en su interior con la que enfrentarse a sus superiores; estaba abatida.
—Tengo una propuesta —habló Mihai con aspecto de suficiencia.
—No pienso pasar cincuenta años en La Cámara de los Delirios —se opuso Clara antes de escucharle—. Y dudo que tú vayas a cesar en tus funciones de líder de clan, por lo que...
—Estoy de acuerdo —cortó Mihai.
—¿Estas de acuerdo en que nosotros no cumplamos condena en La Cámara de los Delirios? —cuestionó Lucas, intentando de ser participe de la negociación—. Ya sé que la que ha empatado contigo es Clara, pero hablamos de cosas que me afectan a mí.
El soberano de los Crisantemo le dedicó una desagradable mueca. No podía ser más claro expresando tácitamente que no soportaba la presencia de Lucas. No obstante, cuando se dirigía a Clara, un peculiar brillo se instauraba en su mirada. Eso le producía un gran malestar a la vampiresa, que instintivamente retrocedió un paso buscando la cercanía de Lucas.
—Efectivamente —respondió Arcadio al interrogante de Lucas—. Al ser esto un claro empate, lo normal sería que cumplierais por entero una petición, parcialmente otra y finalmente renunciarais a la tercera.
Mihai asintió, satisfecho.
—Yo no pienso renunciar a ser el líder del clan que creé hace miles de años. Pero estoy dispuesto a declararos inocentes a pesar de que en un futuro pudiera probarse que Lucía Bartolomeu no era una criminal.
—Me parece justo —concedió Clara.
Era evidente que el vampiro más viejo de Europa no iba a poder ser derrocado a través de una simple balanza mágica. Clara lo sabía cuando hizo su petición y no le costó renunciar a ella a cambio de su libertad. Miró a Lucas buscando aprobación en su mirada.
Mientras tanto, tomando asiento junto al grupo, Arcadio había cogido un libro de las estanterías y arrancaba una hoja aleatoria. Después procedía a garabatear sobre la misma.
—Bien, Mihai renuncia a condenaros a cincuenta años en La Cámara de los Delirios y Clara a derrocarle. —Se pausó un instante mientras transcribía lo dicho en un papel—. Mihai cumplirá por entero la petición de Clara de que tanto Lucas como ella sean declarados inocentes de forma inmediata...
—¿Y este qué hace? —espetó la chica—. ¿Ahora es nuestro notario?
—No me parece mala idea ponerlo por escrito —comentó Lucas izando una bandera blanca.
Mihai suspiró. Situó sus dedos pulgar e indice sobre el puente de la nariz y forzó una sonrisa:
—Por una vez estoy de acuerdo con el cobarde...
Lucas apretó los labios, pero no dijo nada. Se sentía la criatura más inútil del planeta por no haber sido capaz de plantar cara a Mihai. Envidiaba esa fortaleza que sí tenía su amiga a la hora de arriesgarse, era toda una luchadora.
—¿Qué petición cumpliréis vosotros, Clara? —preguntó Arcadio ignorando la pulla.
La pelirroja se quedó pensativa antes de responder.
—Solucionar todo el problema que montamos: nos desharemos del cadáver, de la investigación policial... Quitaremos el foco de los humanos en los vampiros —dijo Lucas en su lugar.
—Eso —corroboró ella.
—Entiendo... —murmuró Arcadio—. Vale, ya lo tengo, prestad atención.
Los tres se arremolinaron en torno del vampiro con complejo notario y leyeron el borrador de un acuerdo que pondría fin a toda esa horrible situación.
—Clara y Lucas no serán condenados a cincuenta años en La Cámara de los Delirios, pero deberán solucionar todo el conflicto ocasionado. Permanecerán en el exilio mientras lo hacen, no pudiendo ser ayudados de ninguna manera por el Clan Crisantemo —les miró a ambos con seriedad en sus ojos rojos—. Estaréis completamente solos, ¿entendido? Y cuando hayáis terminado, volveréis al clan con la condena cumplida.
—Podemos hacerlo —respondió Lucas e instintivamente entrelazó sus dedos con los de Clara.
Ella, sorprendida por aquel gesto tan íntimo, se quedó mirándole con una expresión bastante confusa aunque no se atrevió a comentar nada al respecto.
Arcadio carraspeó.
—Mihai no cesará en sus funciones como líder, pero os declarará indudablemente inocentes en cuanto cumpláis con solventar el conflicto y, además, permitirá la reforma de una de las diez normas del La Tabla.
—¿La que yo quiera? —preguntó Clara mirando fijamente a Mihai.
—La que tú quieras —afirmó él—. Sin embargo, no olvides que estás normas han asegurado tu supervivencia y la del resto del clan desde tiempos inmemorables así que haz el favor de tomarte en serio este privilegio o nos pondrás en peligro a todos.
Satisfecha con ese maravilloso logro que horas atrás fue impensable, Clara firmó el papel aceptando el compromiso y Mihai hizo lo propio después de ella.
Tras aquello, la astuta vampiresa y el magullado vampiro quedaban exiliados del Clan Crisantemo hasta que solucionaran la situación del cadáver de Lucía Bartolomeu y su investigación policial. Una oportunidad que podría parecer simple si no fuera porque ninguno de los dos sabía por dónde empezar.
Empacaron sus cosas en un par de bolsas de deporte y Arcadio les acompañó a la entrada principal del Palau de la Nit para despedirse de ellos.
—Siento haberle dicho la verdad a Mihai. Nunca pretendí entregaros ni que él os torturara, pero... —Se pasó la mano por la frente—. Tenéis que entenderlo, llevo a su servicio desde hace más de trescientos años. Este es mi hogar y nunca he incumplido una sola norma. ¡Me vi obligado a hacerlo!
Clara no podía olvidar la pesadilla vivida entre cabezas de ajos y horribles recuerdos. Perdonar a Arcadio no iba a ser cosa de una sincera disculpa, por mucho que ella entendiera su dependencia y lealtad intransigente al clan.
—¿Me entregaste tú la llave? —le preguntó antes de salir a las calles frías, oscuras y solitarias de la noche barcelonesa.
—¿Qué llave?
El rostro de Arcadio evidenciaba no tener ni la más remota idea de lo que hablaba Clara. Si no había sido él, ¿quién le ayudó a salir de La Cámara de los Delirios? ¿Acaso la presencia de Jack Bridge había sido real? No. Imposible. No podía ser cierto. Eran sus recuerdos de nuevo atormentándola, nada más. Los ajos le habían llenado la mente de alucinaciones.
—¿Clara? —la llamó Lucas—. ¿Estás bien?
Descendiendo de entre nubes de recuerdos, Clara Mirall asintió y salió a la calle.
—Hasta pronto, Arcadio.
Iluminada por la luz de luna en la hora más oscura, la extraña pareja deambuló sin rumbo fijo entre ramblas y avenidas, buscando un nuevo hogar en el que instalarse antes del amanecer.
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