Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

4. Ojos, puerta a la oscuridad

Andrea se enteró de su plan de partida un día antes, el domingo. Como desde el 2008, año que Rogelio aprendió a utilizar la caseta telefónica del centro del pueblo y, asimismo, el último en que llegó de visita, recibió su llamada. Platicaron de nimiedades hasta que el silencio los abrazó, uno inquietante, por ende, ella dedujo que se había peleado nuevamente con su papá; no obstante, el verdadero motivo hizo del silencio previo acogedor en comparación al que siguió. Dijo «Es hora de vivir por mi cuenta», y Andrea respondió un seco «Tardaste demasiado en decidirlo». Y después de otras cuantas oraciones herméticas, terminó la llamada. Claro que le daba gusto que se alejara del ambiente tóxico vivido desde el útero de su madre, pero, al mismo tiempo, tuvo la sensación de que algo se fracturó entre ellos, generando picazón en el interior de su cráneo, justo en el centro de la frente, y lo peor de todo recayó en ese algo fracturado, no sabía qué era. Toda la noche pensó en ello, hasta la mañana siguiente, porque sus preocupaciones funcionaban diferente a la de los demás, la mayoría dedicaba todo su tiempo en pensar soluciones, en cambio ella sólo lo hacía cuando el problema la afectaba de forma directa, durando, quizá, dos días a lo mucho, y en este caso no lo hizo. Igual lo utilizó como salvavidas.

La tensión sobre los hombros de Leoncio disminuyó de romplón, entonces la idea de volver ya no le pareció mala. El muchacho le resultaba admirable, no podía renegar de la compañía brindada a su tesoro, menos de las risas que le sacó en uno de los momentos más oscuros y pedregosos de su vida, cosa que en su momento también quiso agradecer, pero teniendo de padre un hombre de armas tomar lo forzó a no entrar al ojo del huracán. Sin querer, ambos lo devolvieron a la vida.

Volvió a sentarse a lado de su hija, quien al verlo dispuesto sintió que la culpa estaba a punto de asfixiarla, aun así, no se bajó de su burro. Planearon caerle de sorpresa saliendo del trabajo y pasar la noche en la casa abandonada de los Montero, para regresar al otro día; Andrea trató de negociar llevarlo hasta Tuxtla, pero el precio de la gasolina ni siquiera le dio chance de plantear el primer argumento. Su papá la despidió con un beso en la frente, la arropó y regresó a su cueva, se sentía cansado a morir y no tardó en conciliar el sueño; en cambio, ella permaneció en vela. Cerraba los ojos, daba vueltas, y nada logró adormecerla.

Sonó la alarma de las cinco. Se asió y bajó con uno de sus vestidos de recolectora que mostraban en la telenovela Cuando seas mía, este era de tono verde agua y con mangas bombachas que cubrían sus hombros, de la cintura le quedaba flojo porque tiempo atrás su complexión no era esbelta, al menos no tanto, por ello, Leoncio le añadió unos cordones en los costados para que ella se los ajuste desde atrás. Bajó a la cocina, donde ya él estaba sentado en la silla de madera que daba la espalda a la estufa, porque era su lugar preferido, y degustaba una de sus típicas tazas de café negro junto a un trozo de pan de concha. En el asiento de ella, la esperaba un plato de quesadillas y un vaso de chocomilk, aminorando el disgusto perpetuo que le ocasionaba el café. Como siempre el desayuno fue ameno con los chistes malos de Leoncio, las anécdotas vergonzosas de sus compañeros de trabajo, y la sugerencia del cambio de ropa en el repertorio de ella, a lo que prefería ignorarlo. Al terminar, lo mandó a cepillar y colocarse bloqueador solar, en tanto, ella se encargaba de limpiar la cocina. Salió a despedirlo, por supuesto. Su papá dijo, «Deberías comenzar a usar ropa formal», y Andrea le respondió, «Me gusto así». La estrechó contra su pecho e, invariablemente, le llenó la cabeza de besos.

𓆱𓆱𓆱

—¡Basta! Quita eso —exigió Andrea, irritada.

Había demasiadas cosas que toleraba de los gustos excéntricos de su papá, y la música no era una de ellas.

Para su mala suerte antes de recogerla a las cuatro, hora que normalmente llegaban a casa, lo abordó uno de esos vendedores ambulantes que se ponen en los semáforos, le ofreció diferentes discos pirateados y entre ellos resaltó uno llamado Noche amiga mía de Los Nocheros, una de sus tantas agrupaciones predilectas. Le entregó la paga sin regatear.

Sonaba Cuando se enferma el amor. Andrea le bajó volumen y Leoncio le subió. La acción se repitió una, dos, tres, cuatro, cinco..., diez veces. Era inútil. Contra él, arriba de su carro y necesitada de su ayuda no iba a ganar, pero su orgullo se negaba a ceder, así que volvió a bajarle volumen, acompañado de otra réplica, una contundente y mordaz, de la cual se iba a arrepentir.

—¡Ya!, ¿por qué sigues aferrándote a su sombra?

Los oyuelos que le hubiera gustado heredar se fueron apagando conforme la sonrisa abandonaba los labios de su papá, lo mismo ocurrió con sus cejas alzadas, que tenían la misma forma que los techos de las casitas dibujadas por los pequeñines de kinder, y con el brillo pacifico de sus ojos.

La realidad era que todas esas músicas predilectas no eran nada más ni nada menos que las favoritas de la desgraciada de su madre, por eso le resultaban intolerables a Andrea, lo mismo con el café, con ir todos los domingos a misa, con lavar ropa los sábados a las nueve de la mañana, con usar el lechero de flores silvestres color crema, etcétera. Podría hacer una lista interminable de acciones que Leoncio repetía, y lo hacía tan parecido a esa mujer que le producía un escalofrío y una rabia insondable en ese rostro suyo carente de emociones la mayor parte del tiempo. Quizá por eso él no creyó que hacerlo le estuviera afectando tanto.

Se acomodó en el asiento, le bajó el volumen al estéreo y carraspeó. No estaba enojado, ni dolido, sólo sorprendido.

—Hija —la llamó una vez sus ideas se esclarecieron—. Tesoro, no todo lo que hago es por mantener su recuerdo vivo. No. Mejor dicho, nada de lo que hago. Simplemente me gusta esa música, entre otras tantas cosas que, pues sí, ella me las enseñó y es probable que nunca las deje de hacer. Puedo intentarlo, pero no pro...

—No quiero eso —interrumpió con la mirada ardiendo en culpa.

Se martirizó con lo mal hija que a veces llegaba a ser, pese a tener presente todos los sacrificios hechos por su bien. Si pudiera lanzarse del carro en movimiento lo haría, pero hasta para eso era un cobarde. Estrujó el dobladillo de su vestido, ahora color rojo con flores blancas de cuatro pétalos.

—Lo siento. Yo... —le tembló la voz—. Yo debería hacerte la vida fácil, papi. Te esfuerzas tanto para darme lo que necesito. Perdóname.

La sorpresa se transformó en tristeza. Orilló el carro para prestarle mayor atención a su tesoro, quien carecía de luz. Se quedaron un rato allí, abrazados, contemplando el horizonte con un sol anaranjado clamando descanso.

𓆱𓆱𓆱

El lugar era como lo recordaban. La pintura de la fachada se veía cenicienta y las paredes yacían agrietadas, las capas de polvo eran evidentes a donde quiera que posaran los ojos. Tuvieron que usar un leño para abrir la puerta, pues las bisagras se endurecieron al estar tanto tiempo inmóviles. Antes de abandonar el lugar años atrás, Leoncio se aseguró de regalar todo los muebles a los vecinos y a quienes estuvieran de paso, por consiguiente, no había mucho que limpiar.

Entre los dos lavaron con escobas, jabón en polvo y cubetazos de agua el interior de la casa, el corredor que conectaba el baño, la cocina, el lavadero y un cuartito que le daba forma de Ele a la estructura completa. Fregaron hasta sacarle brillo. De la cajuela sacaron dos colchonetas y mantas para cubrirlas, también dos edredones peludos por el frío de la madrugada. El invierno se acercaba y consigo las bajas temperaturas.

Con los leños arromazados en el patio se encendió el fogón, y sobre el antiguo comal de doña Berta, la abuela de Leoncio, se asaban unos guineos maduros que él mismo compró en el mercado, al igual que su cartón de cerveza escondido detrás del asiento de copiloto. Por otro lado, Andrea se recogía el cabello de la única forma que sabía: en un chongo deforme. Sacó un mayón térmico, se lo puso debajo del vestido y sobre la licra gris.

El plan original cambió a consecuencia del estado deplorable en el que se hallaba la propiedad; sin embargo, en la inquieta mente de Andrea surcaba la idea de escabullirse una vez se asegurara que su papá dormía, la distancia entre la casa de Rogelio y la suya era de unos cincuenta o sesenta metros, podía ir y regresar en menos de doce minutos. ¿Para qué? No lo sabía, en su interior vibraba ese algo que aún no sabía cómo nombrar, pero que buscaba adherirse entre sí otra vez.

Contrario a la típica somnolencia que le da a Leoncio cuando acompaña la cena con cerveza, se levantó enérgico a encender el carro, previamente guardado en el patio, buscó en la guantera uno de sus tantos discos. Era una recopilación de boleros, la primera en sonar se titulaba Sombras de Javier Solis. Andrea se quedó sentada en el piso de cemento pulido, una de las tantas ultimas remodelaciones que hizo su papá cuando se enteró de su existencia en el vientre de Sofía, siguió con la mirada los movimientos torpes de un Leoncio absorto en su interpretación desastrosa de la canción, de vez en vez ella lo abucheaba cuando se le escapaba un gallo o cambiaba la letra porque "así la recordaba", hasta que se dejó caer en la tierra. Por sus mejillas descendieron lágrimas mudas, y el corazón de Andrea se rompió un poco más.

No peleó ni mencionó al engendro de su madre, sólo lo levantó como un muñeco, pasó uno de sus brazos sobre la nuca y le rodeó la cintura; con mucho esfuerzo lo condujo a la habitación. Si al principio quería escabullirse para encontrarse con Rogelio, y de esa manera entender la incomodidad que le producía imaginarlo perdido en la urbe de la capital, incomodidad que sólo había experimentado cuando le ponían vaporu en la nariz y debía respirar pese al ardor; ahora quería hacerlo para sacar toda la rabia que le producía ver a su papá seguir añorando a alguien que no lo merecía, ni a él ni a ella. Salió a apagar el carro luego de dejarlo dormido y muy bien arropado.

Cruzó el alambrado con palos y siguió el camino hacia el río. Las enormes piedras que atravesaban el agua helada relucían por el brillo de la luna. Mientras las admiraba, a su mente regresaban los recuerdos compartidos con Rogelio, las veces que saltaron sobre ellas o se cayeron, los juegos sosos de aventura y magia con los que se entretenían para escapar del mundo que los lastimaba sin siquiera merecerlo. Una sonrisa amarga secuestro la inexpresividad de sus labios, tardó unos minutos en subir a la roca cerca de la orilla, pudo deberse a la alarma que se prendió en su cabeza y que ignoraba el origen. Subió la loma, arriba permanecía la casa de Rogelio solitaria, en algún momento se dijo que levantarían algunas otras a su alrededor, pero seguramente nunca se llegó a concretar.

Así como Leoncio reforzó su casa con ladrillos, el papá de Rogelio lo hizo con tablas, pero la puerta nunca dejó de ser una sábana rala en la que se entreveía todo lo suscitado en el interior, eso mismo dejó petrificada a Andrea. Por más que trató de desviar la mirada, aquellas sombras devorándose entre sí y los sonidos acuosos le generaron una sensación aún más incómoda que el vaporu en la nariz, una perversa que amenazaba con engullirla entera y que a los segundos se transformó en toques eléctricos recorriendo su corazón hasta deslizarse por su entrepierna. Abrió un poco los labios, sentía la boca reseca y aunque tragaba no lograba humedecerla. Entonces, apareció una tercera sombra, más grande y hosca.

El miedo de ser descubierta le quemó.

Regalito por ser 16 de septiembre, día en que comenzó el movimiento independentista en México 💗✨

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro