28. Suicidio
Acostadas en la cama que les corresponde, Andrea y Esmeralda se miraban a discreción en medio de la oscuridad de la noche. Lucían como lobas, una que tantea el terreno al que llegó como forastera y la otra mide los movimientos de la intrusa a la que gustosa le destrozaría el cuello de una mordida. Sin embargo, en el interior de Esmeralda vibraba la inquietud de saber más sobre la nueva, después de todo había sobrevivido a un ataque bestial de La Legión, quienes dominaban la mayor parte del reclusorio y ni siquiera los oficiales se atrevían a llevarles la contraria. La peculiaridad de esa chica era como una arma, y ella prefería tenerla de su lado que apuntándole la cabeza.
Se removió y aclaró la garganta de forma exagerada, quitándole a Andrea la posibilidad de fingir que no la miraba.
—Mañana será tu primer día de verdad en este infierno. Trata de no buscar problemas.
El corazón de Andrea se aceleró.
—Sé servicial y nunca te opongas a nadie —continuó Esmeralda—, aunque tengas la razón. Aquí las que mandan son todas menos tú, las nuevas no tienen derechos ni privilegios. Serás ciega, sorda y muda.
Meditó las palabras que el impulso del momento la llevó a decirlas. Había pasado tiempo desde la última vez que intentó ser buena con otra persona, le costó más de lo que le gustaría admitir.
Su consejo era ser igual que todas, débil y oportunista, cosa que ni en la sombra de Andrea podía ver. Si lo que decían de ella era verdad, volverse como todas sería cavar su propia tumba. Perder una nueva con potencial también le traería problemas y en esos momentos Esmeralda debía procurar respaldar su poder en el módulo uno, en especial ante los ojos de las pelirrojas. Entonces se le ocurrió algo.
—Les das miedo. —Se sentó y la miró con mayor franqueza—. Usa eso para que te respeten, a menos que quieras ser un tapete más.
Sin algo extra que decir, se envolvió con la cobija de pies a cabeza.
Andrea no dejó de mirar el bulto en el que se convirtió con un nudo en la garganta doloroso. Ciertas o no las palabras de su compañera, que decía y actuaba de forma contradictoria, debía escoger una postura en aquel lugar inexplorado. Por una parte quería ser de ayuda en el proceso de su caso, es decir, contenerse, o como dijo Esmeralda, ser un tapete, y por otra estaba la constante sensación de peligro que podría orillarla a reaccionar a la defensiva.
Sólo había una cosa clara en sus pensamientos: no quería volver a ser parte de un enfrentamiento como el que tuvo con La Legión.
🦋
El calor la sacó de la comodidad de su nueva cama. A su alrededor no había nada aparte de una penumbra asfixiante que la alertó. Tanteó a su alrededor en busca de algo, un mueble, las camas extras arrumbadas en el rincón o a las dos mujeres que se supone debían estar allí, pero sus manos siguieron vacías por más que avanzara.
Entonces, el miedo le recorrió el cuerpo en forma de brisa glacial.
Por más nublado que estuviera el cielo, al encontrarse en el último piso del edificio algo de claridad debía haber. Se estremeció ante la idea de hallarse encerrada en algún especie de cuarto sin ventanas, peor que la celda de castigo a la que fue confinada durante su recuperación; allí al menos la consolaba las voces de las otras tres presas.
Sus sentidos se agudizaron. Si en verdad era un cuarto sin ventanas, lo primero a hacer era encontrar las paredes y calcular el diámetro al tiempo que se buscaba la puerta. Comenzó la travesía hasta que el tintineo de cadenas arrastrándose captó su atención. El sonido era cercano y provenía de un sitio a sus espaldas. Se giró con calma, tratando de dominar el nerviosismo que ya había alterado su ritmo cardiaco y el cosquilleo en cada una de sus extremidades. Delante de ella aparecieron un par de ojos rojos que tenían por iris una llama dispuesta a consumirla entera.
Retrocedió. La sorpresa la mantuvo dubitativa un par de segundos antes de que aquella aparición se abalanzara sobre ella con unos poderosos y deformes brazos, los cuales parecían tentáculos, y los dedos alargados se asemejaban a los ganchos escondidos dentro de las ventosas del pulpo. Corrió a la nada. Sentía el corazón en la garganta y la piel quemándole por la adrenalina, incluso el dolor de las costillas rotas había desaparecido; sin embargo, el tintineo de las cadenas cada vez más cerca no la prepararon cuando el par de brazos viscosos la rodearon, dejando inmóviles sus brazos y piernas. Se retorció, desesperada, pero la fuerza de aquella criatura era descomunal. Poco a poco fue sintiendo en su piel como se clavaban las púas que creyó dedos, el ardor le recordó las pocas veces que fue vacunada y luego un aturdimiento que desestabilizó sus sentidos. Los ojos rojos volvieron a aparecer, esta vez muy cerca de su rostro. De alguna extraña forma lucían familiares para ella pese a la anomalía que su sola aparición representaban. Su interior vibraba de miedo, pero ningún músculo lo reflejaba, era como si estuviera encerrada, inmovilizada, en el interior de su propio cuerpo. Trató de gritar con la misma desesperación con la que se retorció minutos atrás, de patalear, arañar, escupir, lo que fuera y, sin embargo, la criatura acortaba cada vez más la distancia. Mientras más cerca la tenía, mejor podía distinguir la silueta de lo que parecía ser un rostro, las líneas de cada facción le evocaban un cosquilleo en el estómago, uno de repulsión, el rompecabezas ya casi dejaba de serlo y cuando ocurrió deseó morir...
Las lágrimas se agolparon en sus cuencas y se deslizaron por sus mejillas enrojecidas, los pulmones le dolieron al tratar de respirar y quiso atragantarse con su propia lengua. Delante de ella tenía el rostro de su amado padre, el hombre al que había perdido y del que ni siquiera pudo despedirse antes de ser sepultado por desconocidos que tuvieron la amabilidad de ponerlo a descansar en paz. Leoncio. Pero no era él. Su padre nunca le habría dedicado una mirada cargada de repudio como la que tenía enfrente. El rostro conocido y al mismo tiempo irreconocible habló, la tesitura de su voz la dejó helada y el contenido de sus palabras muerta en vida.
—¡Maldita la hora en que naciste!
Cayó en la nada que la rodeaba, resignada al infierno al que fuera confinada, más lo que encontró tras cerrar los ojos fue el grito agudo de una mujer, volvió a mirar, hallándose de nuevo en la celda que compartía con Esmeralda y Lupita. Tenía el corazón desbocado y la vista borrosa por las incandescentes lágrimas desbordadas durante la pesadilla. A la misma distancia que estuvo del rostro de su papá ahora tenía el de Esmeralda con el entrecejo fruncido, los ojos cargados de espanto y reproche y sus labios parecían una línea recta, severa para lo poco que había visto de ella. De pronto, sintió un golpe en el hombro y otro después de ese y otro más, se detuvieron hasta que se sentó en la cama, desconcertada.
Esmeralda retrocedió de un brinco, frunció aún más el ceño y dejó salir un grito de completa frustración. Andrea temió que todas afuera despertaran.
—Eres una pendeja. ¡Pensé que morirías! —chilló Esmeralda; tomó de ambos brazos a la temerosa Andrea y enterró las uñas en su suave piel—. ¿Sabes lo que les hacen a las compañeras de celda de las suicidas? ¿Ah? Nos encierran en el maldito matadero y nos acusan de asesinato para chingarnos otros años más en esta pocilga.
Andrea se estremeció y buscó zafarse, pero el dolor en las costillas y la determinación de su compañera la hicieron desistir.
Ella no quería morir, todo lo contrario, necesitaba sobrevivir, demostrar su inocencia e ir tras el desgraciado de Calderón para hacerle pagar la muerte de su padre.
—Yo no he hecho nada —se defendió en un hilo de voz.
—¡Te estabas tragando la puta lengua!
Negó con la cabeza. Lo había hecho en el sueño, pero...
El aliento abandonó sus pulmones. Sin querer trató de suicidarse.
La voz de Esmeralda volvió a cortar de tajo la serenidad del silencio con el tormento de su furia. Sus ojos estaban puestos en Andrea, pero no era a ella a quien miraba; el miedo de regresar a ese campo, al que solo tenían permitido entrar las guardias, y experimentar los golpes de los que fue víctima al poco tiempo de su ingreso, la llevaron a recrear la imagen del responsable de ese sufrimiento y, al mismo tiempo, quien la hizo disfrutar de una pasión que ni en sus sueños más locos creyó posible.
—Carajo, ¿por qué solo piensas en ti? —Sus manos acariciaron con delicadeza los hombros de Andrea en busca de algún tipo de consuelo—. No puedo imaginar un mundo sin ti, ¿es tan difícil de entender? No tienes permitido morir. No sin mí, ¿quedó claro? —El silencio fue lo que obtuvo en respuesta. Un nudo se formó en su garganta, así que se precipitó y abrazó a Andrea, creyéndola todavía otra persona, escondió el rostro en el hueco de su cuello—. Por favor —susurró, melancólica—, mantente aquí, conmigo.
La respiración de Andrea se volvió irregular ante el miedo y desconcierto que le provocaron las palabras y caricias llenas de ternura de Esmeralda. Al principio le costó entender que no era a ella a quien le hablaba, solo le quedó arroparla en espera del retorno de su conciencia, pues se había propuesto ser diferente a la niña solitaria e impulsiva que perdió todo por ser como era.
🦋
El sonido del silbato previo al pase de lista despertó a Esmeralda a duras penas, tenía el cuerpo pesado y la cabeza le punzaba sin tregua. Al tratar de levantarse notó que entre sus manos tenía enredadas otras, delgadas y con cortes en proceso de cicatrizar, que no reconocía. Pensó en la maldita Pitufa y se preguntó si había colocado algo en los porros que le compró la tarde del día anterior, porque de otra manera era imposible que no recordara a quien se había llevado a la cama.
Rozó el dorso de esas manos con sus labios, el olor que desprendían era suave; el entusiasmo la invadió y quiso conocer a la belleza que se comió. Sin embargo, todo atisbo de buen humor se fue a la mierda al ver a Andrea envuelta entre las sábanas a su lado. Le valió un bledo quitársela de encima de forma brusca, despertándola. Un escalofrío le recorrió el cuerpo entero. ¿Qué mierda pasó en la madrugada?
Comenzó a golpearse la cabeza con ambas manos en busca de respuestas que su memoria atrofiada por la marihuana no iba a revelarle.
El dolor en las costillas por el tirón al ser empujada y ver a la joven de cabellos lisos golpearse la cabeza de forma furiosa descolocó a Andrea. Se levantó como pudo y tomó del hombro a Esmeralda, quien giró bruscamente haciéndola tropezar. Un fuerte alarido se le escapó de la garganta.
Aún así, Esmeralda seguía perdida en sus pensamientos turbados. Fue la voz alarmada y autoritaria de Lupita, exigiendo que ayudara a su compañera, la que le abrió un escape del tormento que la mantenía en ascuas.
Tras ese incidente ni Andrea ni Lupita volvieron a ver a Esmeralda hasta el cierre de los módulos, a las seis de la tarde. Igual Andrea no se amilanó, enfrentó la nueva rutina de la mejor manera que pudo, manteniendo la calma todo el tiempo.
Aquel lugar no era tan diferente de la vida afuera. Poseía la organización de una escuela, seguía un orden, una jerarquía que de vez en cuando era subyugada por la corrupción. Entre los roles existentes se encontraban las mandaderas, las encargadas de las tiendas donde la venta iba de comida chatarra a artículos de aseo personal, otras pocas almacenaban producto restringido como licor y tabaco, y no a cualquiera se les vendía. Las encargadas de los puestos de comida y las de las manualidades. Por otro lado, los estratos sociales también existían allí. Estaban las que pagaban por protección, las que ofrecían protección, las marginadas, las que trataban de vivir en un equilibrio y las dueñas de todas allí si se lo proponían.
Andrea quería ser de las que viven en equilibrio. Sin embargo, lo sucedido con La Legión amenazaba con volverla de las que ofrecían protección. Por donde quiera que pasó la miraron con recelo, aquellas que debían mantener una actitud dominante, y miedo, las que no; la única que estuvo cerca suyo, explicándole cómo funcionaba todo y qué cosas se podía permitir hacer, fue Paloma. Junto a ella algunas otras mujeres probaron entablar conversaciones triviales al verlas sentadas en las raíces salientes de los árboles. En varias ocasiones fue presa de silencios incómodos al no saber cómo continuar una conversación de temas que no conocía, los cuales eran la gran mayoría, exceptuando la costura, el dibujo y el atletismo, pero Paloma estuvo ahí para rescatarla. Siendo también ella la que le contó que podía sentirse tranquila, ya que La Legión fue confinada al encierro en el módulo durante un mes por el violento ataque hecho con premeditación y alevosía; la pequeña Andrea se sintió reconfortada, el miedo se aligero y por primera vez creyó posible una estadía pacífica en ese lugar.
Disfrutó la compañía de Paloma. Era una joven soñadora que le recordó a su papá y todos los sueños que jamás cumpliría. Sin decirlo, ni con un gesto de por medio, lamentó otra vez la muerte injusta de Leoncio. Tenía merecidas las palabras de la versión oscura de su progenitor en sus pesadillas, si no hubiera nacido nada de toda esta desgracia habría sucedido. Y con todo ello, se dijo a sí misma que algo debía hacer, se conformaría con ponérsela difícil a aquellos que quieren deshacerse de ella y enterrar el pecado que cometieron, no creía en Dios, pero estaba segura de que la vida se encargaría de hacerlos pagar si en sus manos no quedaba nada para encargarse de ello.
Una vez terminado el recorrido, regresó al cuarto con Lupita. Le gustaba la sensación acogedora que esa mujer irradiaba, podía sentirse en calma con solo sentarse a su lado. Se recargó en la pata de la cama, cerca de la cabecera, Lupita le entregó una libreta, un lápiz y una navaja para sacarle punta al lápiz. La noche en que se acercaron, Andrea le contó sobre su gusto por el dibujo, así que, pese a los achaques que sufría, Lupita le pidió a Esmeralda conseguir lo necesario para alentar a la joven a no dejar un pasatiempo tan gratificante.
Mientras ella rememoraba lo sucedido la noche que Calderón asesinó a ese pobre niño y lo plasmaba en la libreta, Lupita cantó entre murmullos señora del bien conocido Víctor Yturbe. Quizá fue el ambiente apacible o fue porque la turbación de sus recuerdos había cesado, pero algo que en primer momento no creyó relevante, ahora parecía la clave para resolver el caso y salir vencedora.
Nota:
¡Cuánto tiempo, mi gente bonita!
Una disculpa por todo el tiempo que me ausenté. La verdad es que ya no hallaba inspiración para seguir, así que me tomé un respiro y ahora vuelvo con las pilas recargadas, ¡muajaja!
(No, no voy a desquitarme con Andy)
¿Qué les pareció el capítulo? No se guarden nada
¿Quién será esa persona que hizo sufrir a Esme? ¿Andrea se la recuerda o fue el miedo como dijo ella?
¡En el próximo capítulo averiguaremos de qué se acordó nuestra pequeña guerrera!
¡Nos vemos, fieras! 🫰🏻💗
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro