Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

26. El mundo es tan pequeño como un posillo

No tenía ropa ni ningún otro tipo de pertenencia más allá de un cepillo de dientes y una pasta que le entregó la enfermera Leticia. Yacía sentada con las piernas cruzadas en medio de la cama mullida. Desde allí tenía una visión completa del pequeño cuarto. La litera estaba en el fondo y la cama de Esmeralda a un lado de la puerta, en los rincones había de dos a tres colchonetas dobladas a la espera de ser usadas por alguien, o más bien por las clientas de Esmeralda. Vivían tres allí, pero se sentía que lo hacían diez o quince y eso le generaba cierto ardor estomacal que subía por el esófago, caliente e irritable.

Desde su llegada, la señora en la cama de abajo de la litera no se había movido, parecía una estatua si no mirabas con detenimiento el leve movimiento de su espalda al inhalar y exhalar. Y Esmeralda se esfumó unos minutos después de que regresara de despedir a Paloma. Le dedicó una mirada fría, de esas usadas por madres cuando quieren regañar a sus hijos pero están en público.

En medio de tanto silencio, su mente buscó el recuerdo de su padre, cosa que no había permitido ni siquiera cuando estuvo al borde de la muerte, en una circunstancia como esa la habría hecho desistir de aferrarse a la vida, después de todo, los brazos de Leoncio eran azúcar en medio de tanta amargura. Sólo que esta vez, la necesidad de su corazón era tal que no pudo controlar los recuerdos apilándose.

El calor de su cuerpo, su sonrisa torcida, sus ojos centelleantes cada que la miraba, era como tener un mundo de sonrisas en cada ojo, y esa calidez con la que escuchaba lo que sea que saliera de su boca, podían ser quejas, ideas sobre algo que llamó su atención en clase, más quejas, refunfuños por algo que hizo que le recordó a la espantosa de su madre, incluso sus silencios, que eran mucho más frecuentes que lo demás. Nadie podría igualarlo nunca. Nadie nunca le brindaría un amor tan real como el que sintió con su padre. Y eso le envenenaba el alma, se la carcomía y la sangraba, alimentando sus deseos de venganza.

La vida para Andrea estaba llena de crudeza, de matices grises y negros en los que la luz no existía, porque la luz, su luz, le fue arrebatada sin que tuviera la oportunidad de despedirse.

Calderón había ganado una batalla, pero ella ganaría la guerra.

El chirrido de la puerta metálica la sobresaltó, su cuerpo, alterado y orillado a los reflejos de defensa, saltó desde la cama, las heridas en su cuerpo lo resintieron haciéndola doblarse y caer de rodillas. Esmeralda la vio sin dar crédito a su imprudencia.

—¿Eres pendeja? Si te mueves así las heridas se abrirán.

Se acercó y la ayudó a levantarse, la condujo a su propia cama, pese a haber dejado claro que cualquiera que se acercara a ella le metería las tijeras por el culo.

Andrea tuvo el impulso de zafarse en un primer momento. Quedó sentada en la orilla inferior de la cama, expectante a cualquier cambio de conducta de Esmeralda. En los dos cortos encuentros, notó que tendía mucho a cambiar de parecer en cuestión de minutos. Cuando se conocieron la defendió, a ella y a Concepción, de una promiscua que quería sobrepasarse con Concepción y luego argumentó que su intención nunca fue ayudarnos; luego, lo de Paloma, su enfrentamiento y esa forma tan violenta de decirle que para quedarse en ese cuartucho sería su mandadera personal, contrastaba con la diligencia con la que la ayudó a levantarse y a sentarse en la cama que prohibió tocar.

La miró con precaución. Salió del cuarto y al volver llevaba dos recipientes hondos de los cuales se apreciaba una suave capa de fideos con una que otra verdura perdida. Olía bien. Le tendió uno de ellos y el otro lo dejó en el suelo, cerca de sus pies. Frunció el ceño contrariada, entonces Esmeralda dijo en tono despreocupado:

—La señora no puede comer sola. Ahora que somos dos, nos turnaremos para ayudarla.

Se giró de vuelta a la puerta.

—¿Cómo se hace?

Su padre nunca necesitó de su ayuda para comer o ir al baño y tampoco tuvo una relación cercana con ninguna persona de la tercera edad. Su experiencia era nula en ello.

El rostro de Esmeralda volvió a tornarse glacial. Andrea esperó una reprimenda o que se fuera refunfuñando o pateara la puerta para demostrar que su ineptitud la desesperaba, no obstante, regresó sobre sus pasos, tomó el recipiente, y caminó hacia la mujer aún tendida en la cama de abajo de la litera. Ladeó la cabeza, tenía una ceja alzada.

—¿Qué esperas? ¿Una invitación en papel?

Como pudo se acercó, el lado derecho de su torso le daba pequeños tirones, alguna costilla aún convaleciente se pudo resentir un poco por el salto previo. Se colocó a la altura de los pies de la señora, desde ahí la vista era clara de los movimientos de Esmeralda.

La mujer invalida parecía un muñeco de trapo fácil de manipular, pero, en realidad, por la forma en que se apoyaba Esmeralda en sus piernas, ayudarla a sentarse era difícil. Se centró en observar la posición del brazo de Esmeralda debajo de la nuca de la señora y como con la otra mano sujetó su hombro y jaló despacio hasta dejarla recargada en la pared, que funcionaba como respaldo. Para terminar, con el mentón, le señaló el recipiente hondo cerca de una de las patas de la litera y luego se marchó como ya lo tenía previsto.

A Andrea le seguía costando acostumbrarse al cambio brutal de rutina. Se mantuvo unos segundos quieta, mirando el vapor de la sopa mezclándose con el resto del aire, y luego se apresuró a levantarla. Fue hasta entonces que percibió el suave susurro de la señora, le decía «no hace falta», refiriéndose a la comida. Con mucho cuidado, casi queriendo quedar suspendida en el aire, se sentó cerca de las caderas de la señora, ignorando arbitrariamente su petición.

Sus ojos recorrieron las heridas que adornaban por completo el rostro de la mujer. Eran viejas y, a la vez, profundas. Tenía cortes en las mejillas en forma de equis, cerca de la ceja derecha el moretón prevalecía entre tonos verdosos y rojizos, que en su momento se vieron peores que los suyos, la aspereza de los labios indicaba que la sometieron a largos períodos sin beber agua y por todo el cuello había diferentes tipos de quemaduras, algunas parecían hechas con cigarrillos y las demás con hierros de distintos tamaños, la peor era una cerca de la clavícula, tenía forma de una herradura de caballo con la letra zeta en el centro del arco. Su corazón se contrajo de la pena. Si ella la había pasado mal, esa pobre mujer la pasó mucho peor.

Pensó en lo bonita que era pese a todas esas marcas y la valentía que habitaba en ella para que en sus ojos siguiera refulgiendo destellos de calidez. Llevaba recogido el cabello en dos trenzas, un poco torcidas, que caían sobre sus hombros y le llegaban hasta las caderas, y la ropa, una falda floreada y una blusa de vuelo blanca, le quedaba demasiado holgada, quizá se debía a la pérdida de peso.

Afuera de ese cuarto Andrea vio distintos tipos de miseria, merecida o no, a la que casi no le prestó atención, o no quiso hacerlo, pero esta que tenía delante la obligó a desviar la mirada de tan profunda que era. En algún punto deseó que su madre fuera miserable, sólo que, ahora teniendo lo muy miserable que alguien podía ser, se lamentó de tan terrible deseo.

Sopló la sopa de la cuchara y se la acercó, la mujer a duras penas pudo sorber sin derramar el contenido, y cada que sucedía cerraba los ojos como si esperara que Andrea la reprendiera por ensuciar su ropa, poco a poco se convenció de que nadie le diría nada y que tenía derecho a ensuciar todo lo que quisiera. Así acabó la sopa en un silencio que a ninguna de las dos le resultó incómodo.

En lugar de ir por su porción de sopa y refugiarse en la parte superior de la litera, Andrea acercó sus manos a las donas con las que amarraron las trenzas de la mujer, a la vez que dijo:

—Permítame rehacerlas.

La mirada de la mujer se posó en sus manos, notó una leve sonrisa antes de que asintiera con esfuerzo de más, como cada uno de sus movimientos.

Cuando dejó de vagar por las calles en busca de pleito, se dedicó a aprender a hacer peinados, practicó con cada una de las muñecas que conservaba en las cajas arromazadas debajo del ropero. Leoncio se divirtió con los diferentes experimentos que realizó y, a su vez, fue admirando la tenacidad con la que se concentró para seguir adelante y mejorar día a día. El resultado de su esfuerzo pocas personas fueron las afortunadas de apreciarlas, entre ellas las señoras que venden esquite y elote hervido en el parque, a la señora que de vez en cuando llegó a hacer aseo y a sí misma. Y ahora a esta mujer.

Pensó en hacerle parecidas a las que tenía, aunque un poco más laboriosas. Las comenzó desde la raíz del cabello. Al cabo de unos quince minutos el semblante de la mujer se volvió uno de presencia. Andrea sonrió al ver lo capaz que era.

—Listo —dijo con voz jocosa.

La mujer le regaló una sonrisa más amplia, haciendo que Andrea deseara haberla conocido antes de que le ultrajaran, como lo hicieron, el rostro.

—Pareces una buena niña —respondió la mujer.

La curiosidad siempre habitó en Andrea como una brisa que recorría de extremo a extremo el interior de su cuerpo, pocas veces la externó, pues prefería averiguar todo por cuenta propia, ya fuera en libros de la biblioteca o en ciberes con el internet; sin embargo, una que otra vez tuvo que recurrir a la sabiduría de su padre.

En este caso, tendría que hacerlo con la mujer, porque nadie más podría dar información de ti si no eres tú, no en un lugar como ese.

—¿Cuál es su nombre?

La sonrisa de la desconocida decayó y cerró los ojos con fuerza, lucía como alguien que trata de evitar un esfuerzo innecesario, pero absurdamente obligatorio.

—Guadalupe, niña, pero me dicen Lupita —dijo luego de abrir los ojos.

Su mirada se había tornado compungida.

No se atrevió a formular la otra pregunta que rondaba su cabeza, creyó que sería inapropiada, así que bajó la cabeza y se levantó.

—Maté a mi hijo —susurró Lupita—, por eso estoy aquí.

Andrea retrocedió aturdida. Frunció el ceño y no pudo evitar repasar el semblante, carente de malicia y misterio, de Lupita. Se le instaló un nudo en la garganta al imaginarla sosteniendo un cuchillo ensangrentado y el cuerpo de un niño en el suelo con múltiples laceraciones, tan profundas que eran visibles desde lejos. Quiso alejarse lo más posible de ella. De lo poco que había aprendido a lo largo de los años era que la presentación de una persona, es decir, la impresión que te da al conocerla no siempre era fidedigna con su personalidad. Había monstruos envueltos en piel de oveja. Quizá ella era un monstruo embellecido por la ternura de su mirada.

—Lo maté —continuó Lupita— en un intento desesperado por sacarlo del infierno en el que vivía. —Sus ojos se cristalizaron por las lágrimas que amenazaban con salir—. Lo maté en el momento en que me protegió.

Las dos se quedaron allí, envueltas en un velo de remordimiento que poco a poco comenzó a asfixiarlas. Andrea se identificó con las palabras de Lupita, de cierta forma sentía que mató a su papá, al este querer defenderla de la injusticia de la que fue víctima. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas en silencio, mientras el llanto de Lupita inundó aquellas paredes impregnadas de moho. Los sollozos cargados de dolor, que no salieron de sus labios, pero sí de los de Lupita, fueron un trapo húmedo sobre las heridas de su corazón.

Me emociona que el arco ya empieza a poner sus piezas claves sobre el tablero. Esto que viene los mantendrá en vilo, digo yo jajaja. Saludoooos, tomen agua y usen protector solar si salen

¿Qué les pareció el capítulo? 🫣

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro