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23. Una vida lo suficiente pacifica

El estacionamiento del Cerezo era peor que su interior, en especial en la noche. Enormes pochotas lo rodeaban y la estructura metálica parecía luchar contra ellas para que no aplastasen los carros restantes. Con cada oleada del viento una gruesa capa de polvo se levantaba. El carro recién lavado con aspecto nuevo ahora se veía como un trozo de chatarra, las ropas de colores claros y pastelosos lucían amarillentos, y esa asquerosa sensación terrosa en la piel era lo peor, a menos que tuvieran pésima suerte y algunas de las piedrecitas que se alzaban con el aire entrara en tu ojo, entonces la ropa sucia era lo de menos.

Leticia fue en busca del director, pero la luz de su oficina ya estaba apagada. Con el espíritu un poco decaído se dirigía a su carro, sus perritas estarían muertas de hambre si demoraba más. Al entrar en el estacionamiento dos sombras llamaron su atención y la hicieron detenerse en seco. Reconoció una, la del director. Tuvo la necesidad de retroceder, pero el miedo la mantuvo paralizada, hasta que el sujeto, que se interponía entre el director y su camioneta de ocho cilindros, soltó una carcajada amarga, se refugió cerca de los contenedores de basura, no le importó el pestilente olor que expedían.

—Es la última advertencia que te doy. Si mañana sigues sin permitirme ver a la señorita Montero te harán una auditoría, y tú y yo sabemos que no te conviene —le advirtió el hombre con tono áspero.

Su discurso estaba tan impregnado de rabia que hizo temblar a Leticia.

—Vamos a calmarnos, mi lic —contestó el director, no parecía asustado, sino divertido—. Las cosas no tienen que escalar así.

—¡Ya pasaron dos semanas!

—Y ya estoy trabajando en ello —lo calmó y le propinó unas palmaditas en la espalda en forma de disculpa—. Su conducta ha dejado mucho que desear, mi lic, es por eso que no la puedes ver aún.

Era increíble la forma en que se lavaba las manos de tan atroz incidente. Tal vez el hombre que lo estaba increpando era familiar de Andrea y el pobre caería en las mentiras del director. Las tripas de Leticia se le retorcieron.

Para su sorpresa, el desconocido también era colmilludo o conocía demasiado bien al director.

—Deja de querer verme la cara, Bernardo. Todo el mundo sabe que el módulo ocho está plagado de gente peligrosa, y qué coincidencia que no he podido verla dos semanas seguidas luego de su ingreso. ¡Qué coincidencia!

La poca luz en el estacionamiento no le permitía a Leticia reconocer el rostro del temerario hombre. Debía tener los pantalones bien puestos para hacer frente a alguien que se sabía tenía tratos con delincuentes. Su garganta se apretó, dificultándole tragar. Viendo el cinismo del director, ya no se sintió segura de usar el cedé para conseguir que moviesen a Andrea del módulo ocho.

Escuchó el chirrido de la puerta del carro abriéndose. Asomó la cabeza levemente, encontrando una escena lúgubre. El director Bernardo sostenía el mango de la puerta, mientras el otro sujeto trataba de volver a cerrarla, ambos forcejeaban sin ejercer mucha fuerza y llamar la atención de los guardias veladores.

—Tienes hasta mañana al mediodía, Bernardo.

El hombre se hizo a un lado, esperó a que el director se marchase en su camioneta de ocho cilindros. Leticia pudo ver en el rostro de su jefe un atisbo de preocupación, pero quizá fue una percepción suya debido a la poca iluminación.

Tuvo miedo de salir con el desconocido todavía ahí, pero la curiosidad de saber cuál era su relación con Andrea le hacía cosquillas en la nuca. A paso lento salió de entre los contenedores. El sujeto se había volteado y miraba una de las torres de vigilancia, la luz blanca que expedía de su interior era capaz de alumbrar a dos módulos enteros, por desgracia, muy pocas veces era utilizado como era debido.

Se aclaró la garganta. El hombre se volteó hacia ella con aire precavido. Se observaron de pies a cabeza, el recelo en ambos era evidente.

—¿Y usted es? —preguntó, condescendiente.

—Trabajo aquí —se apresuró a responder Leticia—. En el área de enfermería. Soy Leticia Orozco Avellaneda.

Se limpió la palma de la mano derecha en su mayón y se la extendió. La expresión del sujeto se transformó en meditabunda, pero le estrechó la mano con delicadeza.

—Mucho gusto, señorita Orozco. Mi nombre es Gustavo Pérez Domínguez, abogado. —Le dedicó una media sonrisa que contrastaba con el vacío de su mirada fija en ella—. Disculpe la indiscreción pero, ¿hay algo en lo que le pueda servir?

El cuestionamiento le hizo recordar sus intenciones. Alcanzó a morderse el labio por dentro en un intento de omitir su descortesía por haber escuchado una conversación ajena sin el consentimiento de los involucrados, no obstante, dejar uno de los puntos claves del por qué se animó a dirigirse a él tampoco era una opción.

—Verá. —Las palabras que quería decir se aferraban a su garganta, así que cerró los ojos y apretó los labios en un intento por calmar los nervios. Continuó al cabo de unos segundos—. Tengo algo que puede ayudarle a ejercer mayor presión con el director.



•••



La oscuridad en el interior de aquel cuadrado que se hacía llamar celda de castigo era tan pequeña que sentía su propio aliento chocar contra la pared y regresar en un tibio roce sobre su piel. Las heridas dolían mucho, pero cada día se volvían más soportables, o al menos trataba de convencerse de que así era con tal de no ser dopada.

La enfermera que la cuidaba en serio llegaba todos los días por la noche, como si temiese ser descubierta en su compañía. No cruzaban palabras, sólo miradas. Al principio creyó que eran de lástima, conforme fueron pasando los días intuyó que se trataba de remordimiento, un remordimiento atormentado. ¿O podría ser un reflejo de sí misma? Eso sería perturbador.

No era la única encerrada allí, había aproximadamente tres presas más, las cuales hacían evidente su presencia a determinadas horas del día. Comenzaba a llorar la del medio, entre las doce y una de la tarde, decía «yo no fui, me inculparon.» y terminaba con un desgarrador «auxilio» en el momento exacto en el que las enfermeras irrumpían en su celda; aunque tenía una idea de lo que le hacían, prefería esconder la cabeza entre la almohada y el cemento de la cama. La siguiente era la del fondo, limitándose a pedir otro poco de agua a las seis de la tarde. Y, por último (y la más importante para Andrea), la chica cerca de la entrada de las celdas de castigo, quien amenazaba con matar a todos en cuanto pusiera un pie fuera a las diez de la noche, hora en que la enfermera cruzaba el umbral para visitar y revisar sus heridas.

¿Cómo dedujo todo aquello? Una noche le preguntó la hora a la enfermera y también si vendría todos los días a esa misma hora, comenzando un ritual secreto.

Si sus cálculos estaban correctos, la enfermera ya debería haber venido. Miró con tristeza la puerta de su celda.

Le resultaba extraño sentirse tan apegada a esa mujer, podría deberse a que estuvo al borde de la muerte y fue la única figura que se mantuvo cerca, no obstante, la sensación cálida que invadía su piel durante y después del contacto de esas manos pálidas y huesudas, le recordaba a los años junto a su madre. Pensar tanto en su madre la carcomía de angustia y culpa, porque se suponía que en quien debía pensar era en su padre, la persona que sacrificó su vida por defenderla de algo en lo que en parte tenía culpa.

Miró de nuevo la puerta metálica oxidada.

No vendría. Hoy no.

Abrazó sus piernas y recargó la frente sobre las rodillas. Lo único que le quedaba era luchar para demostrar su inocencia, o el desgraciado de Calderón obtendría una tercera victoria. Sí, le demostraría a esos policías que se equivocaron y, al infeliz de Calderón, le devolvería una a una todas las canalladas que le hizo, no sólo a ella, sino también a Rogelio, poco le importaría pasar por encima de este último y enterrar su amistad. Un malnacido como Calderón merecía ser desollado vivo y obligado a tragarse su propia piel.

Si debía morir para lograrlo, que así fuera.

~*~

¿Un equipo se ha formado? ¿O han despertado a la bestia que custodia el penal? ¿Creen que el plan de Lety surta efectos o sólo empeore la situación de la pobre Andy?

Hagan sus apuestas 🫣🔥

***

La canción para este capítulo es
Amigo
De Roberto Carlo

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