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22. Un hombre atormentado y una mujer preocupada

En el ajetreo matutino dentro de la clínica, Fernando tomó asiento en uno de los bancos de metal afuera de la oficina de Lourdes. Miró el estrecho pasillo, carente de vida.

Estaba cansado, llevaba poco más de dos semanas sin poder dormir bien y sobreesfuerzandose en el trabajo. Tanto Coqui como otros compañeros le cayeron encima con advertencias respecto a la fatiga y la posibilidad de caer desmayado, pero, extrañamente, eso es lo que necesitaba. Necesitaba caer inconsciente para olvidar la mirada perdida de Andrea mientras la llevaba, junto con Gus, al penal, olvidar la forma en que se aferró a sus brazos antes de bajar a población. De alguna forma esa jovencita había calado en su interior. Para él, ella era una representación de su vida desde una perspectiva más trágica. Una dolorosa realidad.

Tomó una estrepitosa bocanada de aire y echó la espalda hacia atrás como impulso para levantarse. Sus cinco minutos de descanso habían acabado. Además, tenía muchos otros problemas con los cuales lidiar.

Hasta donde supo, Ignacio fingió demencia respecto a su encuentro en la casa de Andrea, evidente en la reacción que tuvo su esposa cuando regresó a casa luego de dejar a Andrea en manos de las autoridades. En lugar del rostro flamante de quejas, halló sonrisas y gestos tiernos que acrecentaron la culpa congestionada en su pecho. Tardó menos de dos horas para confesar su aventura.

Ya hace dos semanas que ella lo evita.

Su cabeza era un revoltijo entre el deber y el querer. Debía cumplir con sus responsabilidades de adulto, trabajar en la clínica e ir a dar tutorías a un par de preparatorianos que buscaban acreditar el examen de medicina; sin embargo, quería ir al encuentro de su mujer, apapacharla y pedirle mil veces perdón si era necesario todo el día porque las pocas horas que le quedaban al salir del trabajo le parecían insuficientes. Y, aunque no lo pensara a consciencia, también quería ver esos ojos teñidos de dolencias que no dejaron de intrigarlo a cada segundo.

Lourdes abrió la puerta al tercer toque. Tenía cara de pocos amigos.

—¿Qué quieres? Sigue trabajando.

De nada sirvieron sus palabras para evitar que Fernando entrara a la fuerza en su oficina. A veces se arrepentía de haberle propuesto la asociación para la fundación de su clínica.

—Te hice una pregunta —insistió cruzada de brazos y con la espalda recargada en la puerta.

—Consejos. Eres mujer.

A Fernando le gustaba la decoración minimalista de su compañera, hacía juego con su personalidad y actitud simple, para ella no importaba el estatus social de la persona que llegaba a las instalaciones, todos eran personas que merecían atención de calidad. Extraño debido a la naturaleza del tipo de ayuda.

Por otro lado, Lourdes luchaba con el ardor de sus ojos, consecuencia del desvelo. Con ese día completaría tres turnos seguidos. Rodeó a su compañero y se acomodó en su silla afelpada rosa, el único objeto desentonado.

—Deja de mentirle a tu mujer, fin. No hay otra solución.

Directa e inflexible, como siempre.

—¿Se supone que le diga que su familia me enferma? —preguntó, cabizbajo.

Sí, todos ellos lo enfermaban, su hipocresía y esas reuniones que tenían pinta de fiesta cada fin de semana hechas para conseguir codearse con las influencias que les brindaba el privilegio de ser familia del presidente municipal, y próximamente gobernador del Estado. Lo peor de todo era atestiguar la manera en que Griselda lo desplazaba para cumplir con los deseos de sus padres, especialmente los de don Sacrilegio.

Pensar en ello hizo que sus cejas se juntaran y formaran una uve con bache en el centro.

Había pensado tanto en lo que estaba a punto de decir que tuvo el impulso de sacudirse la amargura y seguir sobre la escarcha cada día más espesa sobre el verdoso amor que sentía por su mujer.

—La amo, juro que la amo, Lou. Amo su versión a mi lado, la versión en la que su familia no es prioridad. —Apretó la mandíbula, sus dientes luchaban por morderse la lengua—. Pero esa versión cada día se vuelve un espejismo y me da miedo que mi amor por ella también lo sea.

Su pesimista conclusión mantuvo en silencio a Lourdes, analizando y reanalizando antes de lanzar su mordaz juicio. Mentiría si dijera que Griselda le caía bien, no obstante, negar sus virtudes la volvería alguien sin objetividad. Gracias a ella, Fernando pudo volver a integrarse a su rol social luego de la desintoxicación que lo mantuvo en ascuas y a la defensiva, temeroso de cualquier inesperada situación. De alguna manera sentía que debía retribuir algo a su desinteresada acción.

—No hay otra salida, Fer. Si ponen las cartas sobre la mesa, y me refiero sobre todo a lo que les molesta e incómoda, podrán llegar a una solución juntos. —Del estante detrás de ella tomó una figura humana desarmable—. De lo contrario te quedarás así... —Abrió el pecho de la figura, dejando expuestos los órganos en miniatura y sin inmutarse extrajo el corazón y lo golpeó contra la mesa—. Hecho mierda emocionalmente.

—Ya —zanjó Fernando con el rostro compungido y el corazón a punto de explotar.

Podría decir que Lourdes era una loca de remate, una exagerada amante de los polos extremistas, pero eso no le quitaría la razón. Griselda y él estaban tocando fondo demasiado pronto para una pareja de casados. Y si debía arrastrarse para conservarla a su lado, lo haría, porque imaginar la vida sin ella le transmitía una sensación abrumadora de asfixia.

§

En el interior de la enfermería, Leticia acomodaba el nuevo retazo de medicamentos enviados por el gobierno en los estantes polvorientos debido al poco uso. Lo hacía sola, como casi todo lo demás.

Su mente divagaba en la miseria que la rodeaba desde que tenía uso de razón. Provenía de una familia de clase media, de padres dedicados a la docencia y una hermana que años después seguiría sus pasos; podría decirse que la vida le puso buenas personas a su alrededor. Sin embargo, la familia de aquellos a los que amaba eran un cesto de fruta podrida en la cual tuvo que mezclarse con atronadora frecuencia.

Los comentarios hirientes y las comparaciones entre ella y su hermana la hicieron odiarse por mucho tiempo, no sólo el esfuerzo que ponía en hacer lo mismo que su hermana, para recibir un simple «pudiste hacerlo mejor», sino también su físico. En su cabeza se arraigó la fealdad de su rostro y cuerpo. Y aunque se negara a admitirlo en la actualidad, una vocecita en el interior de su cabeza seguía insistiendo que era muy fea, y una fea no merecía ningún tipo de amor.

Desde que se fue de la casa de sus padres decidió enterrar todo su sufrimiento y sustituirlo por una máscara de benevolencia. Había logrado mantener esa fachada hasta que vio en los ojos de Andrea gratitud genuina, removiendo todo a su paso y, al mismo tiempo, dándole permiso a creerse que su aspecto y sus bajas capacidades intelectuales igualmente eran merecedoras de aprecio, de gratitud.

Quizá el momento de levantar la cabeza había llegado.

Cerró la puertecita del estante y le puso llave.

Había una posibilidad de que Andrea no fuera la primera en verla de esa manera, pero nunca puso la suficiente atención para asegurarlo. Sus ojos se rehusaban a mirar otra cosa que no fueran sus pies, porque mantenerse en las sombras era lo suyo.

La noche había caído y ya nadie quedaba en aquel lugar de lamentos. Podría apostar que sus compañeras en lugar de haber dado su último rondín a las celdas de castigo, se esfumaron y aparecieron convenientemente en algún bar de mala muerte en la zona. Eso también era cuestión de tiempo para que llegara a los oídos del director.

De alguna manera en ese penal todos tenían cola que les pisen, incluso Leticia que encajaba en el perfil de mojigata. Todo dependía de qué tan fuerte era el pisotón.

Aseguró la puerta de enfermería y se quedó recargada en la misma, dubitativa.

Le apenaba imaginar a su moribunda paciente volver al módulo en el que yacían quienes provocaron sus dolencias. Era inhumano y poco ético, pero nadie tampoco tendría el coraje suficiente de oponerse. Nadie que no supiera el talón de Aquiles del director.

Hace quince años, cuando ella llegó como nuevo recurso del gobierno y fungió como secretaria del director, tuvo el infortunio de presenciar las prácticas ilícitas en el penal. El director era uno más de los empleados del Jefe Marcial Quintero, presidiario infame que trasladaron desde la Ciudad de México. Hombre de pocas palabras que subía y bajaba libremente de población a las oficinas, se reunía con el director sin antes anunciarse, hacía y deshacía con el personal y los policías. En ese entonces la vida de cualquiera corría peligro.

La relación entre ellos era de negocios. El director dejaba que su grupo saliera cuando quisiera mientras se llenaba los bolsillos con la mitad de las ganancias; sin embargo, Leticia no tenía suficientes pruebas de ello, sólo del tráfico humano en el centro femenil. Ciertas mujeres eran obligadas a salir a media noche, todos los días, para complacer a quienes Marcial Quintero ordenase. Algunas veces las usaron como moneda de cambio por favores que les habían hecho o les harían. Gracias a ellas no perdieron el territorio que les pertenecía, pero nunca recibieron alguna recompensa, no aquellas que lograron sobrevivir.

En su poder tenía grabaciones de las cámaras de seguridad donde se veía a las chicas haciendo fila y siendo recogidas por camionetas polarizadas y sin placas. Grabaciones que les fueron entregadas para quemar, pero que al conocer el contenido decidió conservar. ¿Por qué? A veces también ella se lo preguntaba, y a lo único que le atribuía su momento de valentía era el recuerdo de la desdicha de los familiares que buscaban a sus mujeres asesinadas impunemente, asimismo la impotencia que reverberaba en sus venas al atestiguar el grado de destrucción a la que sobrevivieron algunas otras y que, cada noche antes de dormir, le hizo preguntarse si no hubiera sido mejor morir.

Se alisó el fleco que cubría su frente y apretó el bolsillo de su filipina con mano temblorosa, en ella guardó una de las tantas copias en CD de las grabaciones; con suerte armaría un trato con el director para mover a Andrea de módulo y darle un poco de paz dentro de ese infierno.

Con ese acto de bondad esperaba borrar una parte de sus pecados acarreados por el miedo y la conformidad.

NOTITA DE AMOR

¡No se olviden de comentar lo que les pareció el capítulo! Me encanta leerlos. Y de paso tampoco de darle me gusta y compartirlo con sus amistades para que la historia de Andy no muera en el olvido 💗✨

¡Nos leemos en la próxima actualización!

Los tqm, Magda 🎈

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