10. Ojos que no ven, corazón que siente y agoniza
El letargo mental en el que se refugió, finiquitó en cuanto las detonaciones comenzaron. Le recorrió un escalofrío. Ver a su nana sacudirse conforme las balas entraban en el cuerpo de quien la llevaba en brazos arrancó lágrimas de sus ojos, volviéndose un bebé hambriento que pide la teta de su madre. La abrazó, y con mocos escurriendo de sus fosas nasales y sollozos atascándose en su garganta, le revisó el cuerpo en busca de heridas mortales que no encontró, exceptuando varias rozaduras. Acarició despacio las mejillas enrojecidas con cortes casi invisibles y pensó en todas las veces que ella limpió sus heridas y las besó con gran ternura, con tanto amor... Siguió llorando en total quietud, temiendo agravar las heridas de su querida nana.
Las primeras tres balas impactaron en la espalda baja, siendo las últimas dos las que le arrebataran el aliento: una dio directo al corazón y la otra atravesó su garganta. La escena definitivamente resultaba perturbadora para cualquiera, pero Calderón no era cualquiera. Mantuvo la mirada fija, durante los espasmos del cuerpo tendido así como los quince minutos siguientes, en aquellos ojos risueños, ahora desorbitados y en la sangre que brotaba de esa boca, horas antes parlanchina y aduladora. Por un segundo se replanteó la decisión que tomó; al final se limitó a limpiar el arma y lanzarla cerca del aún inconsciente Chancho. En las endurecidas facciones de su rostro ocultó la emoción de haber eliminado a la persona que, sabía, jamás igualaría y le haría sombra en todo lo que se hubiese propuesto. Estaba aliviado. Feliz.
Ya con la tensión y rabia despojadas de su torrente sanguíneo, se le antojó graciosa la escena de Ignacio gimoteando mientras sostenía el cuerpo de la vieja loca de Lupita. Si bien en un comienzo el plan era devolver al mocoso a su habitación, creyó prudente darle una advertencia bastante acalorada para que no se le ocurriera volver a intentar escapar, ¿quién iba a imaginar que su estúpido plan venía de la mano de su nana? Al final, el encargo del patrón se cumplió.
Le dio un último vistazo a su compañero, seguía respirando pero llevaba rato inconsciente, aun así, no tuvo la mínima intención de acercarse y asegurar que estaba bien. Limpió el sudor de su rostro y fue a por Ignacio, posó sus manos en los hombros del niño, sobresaltandolo.
—Es hora de dormir, niño.
—¡Déjame! —chilló, y con toda la rabia en su ser quitó las manos sobre él de un manotazo—. No pienso dejar a mi mamá aquí.
Calderón dejó escapar una risita exasperada. Las palabras de Ignacio le recordaron a su hijo, a su hijo con el hombre que acaba de matar, la complicidad entre ellos y como el amor que una vez su hijo sintió por él se le escapó de las manos como el agua, la misma agua que le fue entregada a ese maldito. Los reproches de su hijo le retumbaron en los tímpanos y su cabeza se llenó de recuerdos. Los cumpleaños que se perdió. Las veces que olvidó ir por él al kinder. Los juguetes que nunca le compró. Las fotos que no se tomaron. Las caricias y muestras de afecto que el niño dejó de pedir. Pero nada era su culpa, sino de las circunstancias de la vida; todos, todo, él no. Acomplejado, tomó a Ignacio del cuello de la camisa y lo levantó, poco importó la fragilidad del cuerpo de Lupita y los gritos de reproche del muchacho a quien arrastró de vuelta a la hacienda, luego pensaría en una solución para deshacerse de los tres cuerpos, pues ya ninguno le era de utilidad.
𓆱𓆱𓆱
La enorme distancia que se forzó a recorrer a pie comenzó a causarle estragos, las piernas le temblaban y el aire que entraba a sus pulmones ya no era suficiente, pero el temor de pensar que sus palabras pudieron ocasionar una desgracia la mantenía renuente a desfallecer. Trató de tomar algún colectivo aún disponible debido a la hora, pero cada combi a la que le hacía parada se seguía de largo y ninguno de los taxis, a los que les solicitaba la tarifa rumbo a Coita antes de subir, aceptó llevarla, usando de excusa la distancia, y los que sí, presintió que el pago al que aspiraban no tenía nada que ver con unos cuantos billetes ni monedas. Así fue como decidió andar por su propia cuenta entre la soledad de la noche y la brisa helada que anunciaba el cambio de estación. Después de cinco años, en sus pensamientos se formaron las primeras oraciones de una plegaria para el Dios que fue objeto de sus reproches, atribuyéndole la rabia que le desgarraba el alma por el abandono de su madre. Ansiaba llegar y por fin respirar; sin embargo, encontrar el carro de su papá le dio una sensación de mal augurio, aunado a que de las cuatro personas que encontró velando la entrada de la hacienda, reconoció a una, era el segundo ser más despreciable del mundo, al cual no sabia si describir como la materialización de un demonio.
Respiró hondo, sus dedos reconocieron el temblor de sus emociones y recurrieron a frotar la palma de sus manos.
Parecía no haberse percatado de la presencia de la muchacha, ya que seguía dando indicaciones a los hombres que de reojo detallaban la silueta jovial, siendo por ellos que se giró bruscamente. Las miradas de Calderón y Andrea se enredaron, advirtiéndose de forma sutil lo poco agradable que eran sus presencias para el otro. Desde siempre sus encuentros estaban sellados con las peores circunstancias del día a día, o al menos para Andrea lo era.
—Los forasteros no son bienvenidos —advirtió Calderón.
Tragó todas las maldiciones en la punta de su lengua y se obligó a apartar la vista. Por esta vez la imprudencia e impulsividad no estarían permitidas.
—Lo siento. Vine a...
—No nos interesa. Lárgate —escupió, obviando el desprecio que le profesaba.
El resto de acompañantes lo miraron nerviosos, temían hasta de su propia seguridad. En cambio, ella no retrocedió ni se sobresaltó, mantuvo la pasividad que se propuso fingir, de todos modos lo peor que podría pasar era enfrentar a la huesuda en el más allá.
—Busco a mi papá —continuó—. ¿Lo vio?
La comisura superior del labio de Calderón comenzó palpitar descontroladamente, a punta de gritos echó a sus subordinados y una vez estuvieron solos contestó la pregunta, descompensando la fachada inocente e indiferente de Andrea.
—¿Cómo no?, si vino a golpear y hacer un desmadre. Agradece que no le metimos un balazo entre las cejas.
—¿Adónde lo llevaron?
—¿Eres o te haces pendeja, mocosa? —Mordaz, la sujetó del cuello, delgado y suave, que se le antojó sublime. La cercanía lo entusiasmó y a ella, en cambio, la atormentó. Entre jaloneos el abrigo que cubría el escote de su vestido se abrió, volviéndose punto fijo de la mirada turbia de Calderón—. Ya entiendo la preocupación de Leoncio por sacarte de Madero. Todos allí hubieran saltado sobre ti como perros en celo.
—¿Dónde está? —La determinación en su voz iba impregnada de intenciones asesinas.
Si no necesitara la información que poseía, ya lo hubiera puesto contra la tierra, haciéndole recordar todas las veces que castigó, golpeó y humilló sin justificación alguna a su preciado amigo Rogelio.
—Está donde las personas, como él, creen que pueden reclamar justicia viviendo en la miseria de un mundo grato para con los ricos. Anda, búscalo. A ver si lo encuentras vivo, con eso que dicen que en los separos la policía se pasa de verga.
Ya sin poder contenerse, mordió el brazo de la mano que aún sujetaba su cuello, liberándose al instante de la misma. Las maldiciones de Calderón no se hicieron esperar, y tampoco ella se quedó para escucharlas. Corrió, olvidándose del cansancio que habitaba cada palmo de su cuerpo, en ese precioso instante el miedo la volvió a abrazar con sus extremidades raquíticas y heladas.
𓆱𓆱𓆱
El ruido a su alrededor llegaba a sus oídos como un lejano chillido, miraba entrar y salir a las personas, todas sumidas en sus propios problemas y dolencias, quizá por eso nadie la volteó a ver, mucho menos ofreció ayudarla. Llevaba ahí, sentada en la banqueta, todo el día y nadie le daba respuesta. Al principio la atendieron con simpatía, pero cuando pidieron su identificación y dijo que era menor de edad la mandaron por algún adulto, pues no podían brindarle tal información. Claro que buscó, primero recurrió a sus vecinas, pero se negaron, y por último a las vendedoras del parque a las que les compraba regularmente, obtuvo la misma negativa. Con el corazón en la boca y el llanto tirando de sus ojos tratando de filtrarse, insistió a los guardias, pidió piedad e incluso recurrió a dar lástima con una historia funesta de una hermana enferma y una madre tullida que imploraban la presencia de su padre, no obstante, los corazones mermados de bondad no dudaron en seguir echándola de los separos.
Desde el principio no tuvo opciones. En su vida no existían, mejor dicho. Ella vivía para su papá y su papá para ella, entonces, ahora, ¿quién podría extenderle la mano si nunca se preocupó por relacionarse con nadie? Con la desolación a flor de piel tuvo que aceptar las palabras de preocupación que su papá, la psicóloga de la escuela, el asesor y algunos otros profesores le dieron al notar su preferencia por la soledad: «Dales chance de acercarse a ti. Los humanos no sabemos vivir en solitario, nos crearon para convivir».
Entre su desasosiego, el rostro del hombre en el parque asaltó sus pensamientos, en sí, todo el recuerdo de aquella tarde en que fue testigo de la armoniosa convivencia familiar que logró su madre consolidar junto a alguien rico. El impulso de vomitar le contrajo las tripas. «¡Mamá, papá logró vencer a los delincuentes!, ¿lo viste? Mi papá es increíble», chilló esa vez la niña, a lo que Sofía le respondió: «Por supuesto que es increíble, sino no fuera tu papá». ¿Acaso mi papá no fue increíble? ¿La palabra increíble era sinónimo de dinero? Esas y muchas más preguntas atormentaron a una Andrea más joven; sin embargo, el recuerdo ya no le supo tan amargo, en especial porque el infame hombre con el que se casó su madre tenía un trabajo al que podría recurrir para sacar a su papá de los separos.
Brilló en sus ojos un dejo de esperanza al que se aferró en todo momento mientras preguntaba de puesto en puesto, local en local si conocían al licenciado Gustavo Pérez Domínguez. Porque sí, hubo una larga temporada en la que se perdió en los recovecos de su corazón obsesionado por entender lo que él tenía y Leoncio no como para que su madre lo prefiriera sobre ella, sobre una hija que no hizo más que añorar su regreso.
NOTITA DE AMOR
¡No se olviden de comentar lo que les pareció el capítulo! Me encanta leerlos. Y de paso tampoco de darle me gusta y compartirlo con sus amistades para que la historia de Andy no muera en el olvido
💗✨
¡Nos leemos en la próxima actualización!
Los tqm, Magda 🎈
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