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Capítulo 9

Yareh estaba decidido a cambiar la situación sentimental con Aby. ¿Cómo? No tenía idea. Pero iba a intentarlo. Una noche pasional con Zuilvan es algo que no se borra del cerebro fácilmente. Todavía zumbaban los mordiscos de ella en sus orejas y cada trozo exquisito de su piel estaba fresco en sus recuerdos... Qué no diremos del coito.

¿Quién en la universidad no querría tener sexo con la rubia Zuilvan Hajares? Su insoportable sensualidad al caminar y sus curvas tangenciales eran más que un pretexto para ser imprudente con un orgasmo a alta velocidad, luego de cometer todas las infracciones por circular despacio sobre su cuerpo y estacionar en lugares prohibidos. Demasiado prohibidos para él, cuando tenía una relación amorosa formalizada desde hacía tres años. Por lo que sé de Yareh, ese era un apetecido pecado que cometería quien sabe cuántas veces.

Lo que no dimensionó el patético de Yareh, tenía que ver con la relación estable y seria que iba por buen camino. Por desventura un día se le ocurrió ir en contravía y le gustó... No era la primera vez que emprendía una aventura ajena en medio de la relación formal con Aby. Pero era la primera vez que no tenía escapatoria.

Fue por culpa de ese delicioso perfume de mujer. Durante la relación sexual su impecable aroma se había fijado rotundamente en la piel de Yareh y alargado su efecto de forma permanente. Se suponía que era un olor único, personal e intransferible. Eso es lo que dicen algunas etiquetas sobre los perfumes; las había leído. Pero este aroma... ¿iba a quedarse a vivir en su tegumento para delatarlo? «La rubia tenía sus trucos», debió pensarlo. Simplemente, estaba absorto con tenerla y disfrutarla que, todo lo demás, no le importó.

Al parecer, a su rubia amiga no le quedó un solo poro de la piel por cubrir con la fragancia. Se había bañado con ella de pies a cabeza. Por su alta concentración y su aroma penetrante hasta el alma le quedó impregnada de ese bálsamo... Yareh recuerda la dificultad que le dio retirar el aroma, que hasta lavó sus labios con jabón de ropa cuando los restregó sin cansancio sobre aquella piel elástica y fresca, sin escrúpulos ni fronteras, y aunque intentó ocultarlo bajo la gruesa capa de su colonia, cometió dos errores: no la esparció por todo su cuerpo, y se le ocurrió tener una relación sexual con su novia casi que el mismo día. La molesta situación por la que su enamorada se enteró de su infidelidad.

Sí. Aby se lo rechinó en la cara. Y Él igual lo hizo en frente del espejo.

«Estúpido».

Zuilvan asistía a la misma cátedra de humanidades con ella, por lo que conocía perfectamente el aroma que acostumbraba a usar cuando se sentaba a su lado en el aula de clases. Ya lo había memorizado su olfato al punto que el margen de error sería nimio. ¿Cómo dudarlo cuando días atrás... los vio platicar muy cercanos y sonrientes? No estaba enterada de cómo se habían conocido. El jamás lo comentó y ella no se interesó en saberlo. Pero sentir aquel aroma atormentador en el cuerpo de su novio, ya era demasiado.


Se le veía feliz a pesar de la tormenta vivida por culpa de su hermana. Sus amigas y compañeras del equipo de natación: Irina, Zara, Noamar y Lizbeth la acompañaban radiantes. No había duda que el entrenamiento tuvo sus recompensas. Devenson se despidió sonriente de ellas levantando la mano. El Infame se veía complacido que por aquel día debió perder el apelativo acusador.

Yareh la divisó a la salida del entrenamiento. Estaba desesperado por reconquistarla y mucho más desesperado por no volverla a ver. La rubia fue solo un pasatiempo. Por lo visto le encantaban los pasatiempos de ese tipo.

Se paró en frente suyo.

—¿Qué haces? —Preguntó cuándo repentinamente impidió su avance. Dedujo al verlo que la felicidad es pasajera. Sus amigas se escabulleron como la vez anterior. No era con ellas...

—Debemos hablar —dijo sumiso tomándola del brazo derecho.

—Sobré qué. ¿Tu nueva amiga? ¿Quieres que te recomiende un nuevo perfume para la noche? Que iluso eres, Yareh. —Sacudió su brazo para zafarse. Ya no era la dócil y tonta chica que conoció tres años atrás—. Basta de acosarme.

—No seas hiriente, Aby. Fue solo un error. Ya te lo dije —su actitud sumisa comenzó a cambiar.

—No es error cuando se disfruta demasiado. ¿Qué dirías si te digo que me enteré de algunos otros que también cometiste en este año? Y quién sabe cuántos más forman parte de tu colección de errores. Ya no soy la estúpida de antes, Yareh. Pero tú, sigues siendo el de siempre. No tiene caso que sigamos discutiendo sobre lo mismo.

—No puedes creer todo lo que te digan tus amigas.

—¡Ah! ¿Debo creer solo lo que tú me cuentas? ¿Es alguna nueva regla que hay que cumplir? Se acabó, y no hay nada que puedas hacer. Te ofrezco mi amistad... con restricciones.

—No quiero tu estúpida compasión, Aby.

—No tengo más para ofrecerte. Es hora de recuperar el tiempo perdido.

—¿Perdido?

—Si. Perdido. Eso fue. Lo siento. No tengo otro calificativo que lo merezca.

Lo había desarmado mirándolo de frente, a la cara, sin posibilidad de excusa... Los cuarenta músculos faciales recrearon en milésimas de segundos una expresión de odio que ella jamás había experimentado de él durante la relación. Debió marcharse con el orgullo alicaído.

—No ha terminado, Aby —le gritó desde la distancia.

—Ya lo veremos, Yareh —susurró molesta—. Ya la última gota de tu estupidez rebasó el vaso de mi mansedumbre.

No había nada qué hacer. Estaba decidida a emprender una nueva vida, a darse otra oportunidad sentimental. No era precisamente el desenlace que esperaba para aquel día. Lo inició con Yareh como tema en la cafetería de la universidad, y lo finalizó con el mismo protagonista en el mismo lugar. No era para nada excitante.

¿Hasta cuándo el suplicio?    

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