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Capítulo 7

Nadie lo vio llegar.

Ni siquiera el paciente se enteró que estaba allí.

Un hombre joven con apariencia de pintorsalió de la habitación 312. Llevaba consigo un libro entre las manos. Su cabellera larga parecía estática sobre sus hombros. La gélida expresión de su rostro indicaba no tener vida. Por alguna razón aparentaba ser un terreno baldío en el que el destino comprimió una década de desesperaciones. ¿Cuáles? Los ojos grises colmados de penurias y acorralados en su laberinto, y la mirada estacionada en algún vagón del tiempo eran parte de la respuesta. Simplemente, el amor se ausentó de su vida por algún insólito suceso.


La primera escena en la cafetería se repitió con algunas diferencias. Esta vez, era la cafetería de la universidad, no había un extraño que atrapara su interés, ni un manuscrito que la hiciera correr como loca. Y a cambio del pan recién horneado, el olor a empanadas de papa y carne se hacía apetecible. Eran famosas en el campus.

—¿Qué pasa con Yareh? —preguntó Yerena.

Un silencio nítido y profundo habló primero. Luego...

—Se acostó con Zuilvan.

—¿Zuilvan? ¿La ex de Francis?

—Si. La misma.

—Soy toda oídos. Cuéntame los detalles...

—¿Necesitas tema para tu página sentimental en Facebook?

—¿Cómo se te ocurre, amiga? Soy una tumba para guardar secretos sentimentales.

Unió el pulgar con el dedo índice de su mano derecha y los deslizó de izquierda a derecha sobre los labios simulando un cierre.

—No seas ridícula, Yerena. Debes ser una tumba con cerrojo y llave...

—Si lo dices por lo que conté de tú y Nic, éramos niñas. Qué niño piensa para decir las cosas.

—¿Y lo de Samik?

—Éramos adolescentes.

—Y qué adolescente piensa para decir las cosas. ¿Cierto? Y ahora que somos adultos... ¿Cuál es la disculpa?

—¿Me vas a contar o no?

—No te preocupes, amiga. Tienes un corazón más grande que la lengua. Por eso te quiero. Solo te diré que se acabó. Somos amigos.

—¿Y Yareh lo aceptó?

—Es su problema.

—¿Podrías intentarlo con Nicky?

—No estoy desesperada. Y no es mi tipo.

—Tiene un lindo trasero.

—Y un cerebro vacío. Es hora de conocer hombres con sentido de la vida.

Había citado una frase que podría ubicarla entre la espada y la pared. En los asuntos del corazón, es el corazón quien tiene su propio razonamiento.

El melódico tono le avisó de un mensaje en el celular. Lo leyó:

«No olvides acompañar a tu madre al hospital". Era de su padre.

—Demonios, papá. Hoy estoy atareada —susurró con claridad observando la hora en el celular. La confirmó con el reloj de pulso sobre su mano izquierda. De inmediato su cerebro calculó el tiempo para recoger a su madre, el tiempo de la cita, el traslado a casa para dejarla y la hora del entrenamiento de natación para que el Infame no la agrediera con expulsarla del equipo. Su padre ya le había solicitado el favor varios días atrás luego de enterarse de un compromiso ineludible en la empresa con algunos proveedores...

La excusa era suficiente para ausentarse. Enteró a Yerena de la ida al hospital para suavizar su enojo pero no hacía falta. Sandy llegaba en el momento preciso. Un alivio en la nueva escena del abandono por parte de su amiga.

—¿Qué será de Brado Zulvan? ¿Crees que te alcance el tiempo para visitarlo? —preguntó Yerena.

—No creo. No puedo dejar a mi madre sola para saciar una curiosidad.

—Puedes llevar a Renata. Talvez tengas suerte y halles algunas respuestas.

Era su hermana menor. Tenía quince años cumplidos y mucho por aprender.

Frunció el ceño sin afirmar o contrariar la recomendación de su amiga.

—Adiós. Tengo que irme si quiero que me alcance el día. Que se diviertan...

Se esfumó alargando el paso, contando los minutos y sin dejar de pensar en el Infame.

—Espero que hoy no tenga la andropausia activa —dijo risueña.


La tarde y su alma tenían el mismo aspecto sombrío. Así lo delataban sus ojos donde se apreciaban ripios de tristeza. ¿Alguna razón? ¿Yareh?

Para su corazón su amigo sentimental ya era parte del pasado. En el presente solo tenía cabida como un ligero amigo. Y cómo iban las cosas terminaría siendo apenas un conocido. Y luego... un desconocido. Como fue antes de que se lo presentaran.

Se encontraba en el mismo hospital donde estaba internado Brado Zulvan. Era su madre la causa de la desolación del alma. Por alguna razón le había hecho caso a su amiga... La acompañaba junto con su hermana Renata, a un examen de resonancia magnética de la cabeza que el neurólogo le diagnosticó para descartar un aneurisma. Ya había una historia familiar que no podía obviarse. Era otra posible situación médica que se sumaba para completar la trilogía de enfermedades que la agobiaban y que ya comenzaba a agredir sus corazones. Fibromialgia fue la primera edición cinco años atrás, y Alzheimer la segunda desde hacía un año y la más impactante, cuando ya posee un día mundial para sensibilizar su pasivo y aterrador efecto: "El reseteo de la vida vivida".

Por un leve instante recordó la primera parte del párrafo de aquel primer capítulo del manuscrito aquel... Las tétricas palabras por las que imaginó un escalpelo lacerar su corazón:

«Todavía me atormenta la mirada de mi madre. La radioterapia le decapitó la alegría extraviada, que antes el destino convirtiera en pánico con la muerte de papá».

La frase era como uno de esos recuerdos o pensamientos: buenos o malos, que sin quererlo, invaden la memoria de corto plazo y se instalan allí de por vida sin pedir permiso. No necesitas repetirla ni una sola vez para que el cerebro la adopte como su mascota.

Los diagnósticos de las enfermedades de Yesenia (sumadre), no eran alentadores para la familia. Al parecer, ya la estaban perdiendo en vida. Y sin embargo, cómo suelen decir algunas madres ancianas a sus hijos para levantarles el ánimo: «Muerta por dentro pero de pie como un roble».

Luego de que Yesenia ingresara a la sala para el examen de resonancia, un pensamiento necio sedujo a Aby para...

—Espera acá, Renata. No demoro —le indicó a su hermana.

—¿A dónde vas? Mamá saldrá en cualquier momento.

—Ya lo sé. Tienes edad suficiente para estar con ella a solas por unos minutos.

—No demores. Se supone que eres la responsable.

—Tú también eres su hija. Se supone que la amas. Demuéstralo con hechos. Y deja por un momento quieto ese estúpido celular donde tienes atrapados tus amigos.

—No seas sarcástica, Aby —expresó con enojo.

—No seas inútil, Renata —respondió con sutileza mientras se alejaba.

Fue por causa de ese comentario suelto de su amiga Yerena, que decidió averiguar sobre la salud de Brado Zulvan. Había pasado una semana desde el accidente y tan solo un día de haber sido trasladado de la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos). Luego de consultar en información se atrevió a visitarlo. Debió ir hasta el tercer piso. Se detuvo al frente de la habitación 312. Luego de esparcir la mirada alrededor Aby ingresó cautelosa al abrir la puerta. Una cantidad de pensamientos inimaginables y otros irreconocibles pesaron sobre su cuerpo desde la altura de su cabeza. «De nuevo en acción con mis locuras», pensó.

—Con permiso —se escuchó su voz tímida que marchaba delante de ella.

La acompañante la saludó con un gesto emotivo.

—¿Eres familiar? —preguntó Aby.

—Soy su hermana: Clarice. ¿Quién eres?

—Soy Aby. Bueno... no soy su amiga... En verdad... soy una entrometida...

—Hace rato llamaron por teléfono, dijeron que alguien de la empresa vendría a verlo. Creo que tiene que ver con el riesgo laboral.

—No soy yo. Te lo aseguro. Estudio en la universidad donde se accidentó.

—También yo. Aquel día no tuve clases en la mañana. Habría enloquecido al verlo.

—Siento lo del accidente. ¿Ahora duerme?

—Lo ha hecho todo el día. O eso creo... No llegué temprano en la mañana. Creo que lo han dopado para soportar el dolor. Hasta ayer estuvo en cuidados intensivos.

—Es un alivio que ya esté en una habitación.

—Si. Eso indica que hay mejoría —comentó emocionada—. Me refiero al golpe en la cabeza. Por lo demás, algunas costillas fracturadas, rodilla derecha lesionada, lesión de columna, traumas musculares y dolor... suficiente para estar en cama por un buen tiempo.

—¡Vaya! No quisiera estar en sus zapatos.

—Ni yo —respondió su hermana.

En ese momento Aby se había liberado del peso simbólico de los pensamientos, y la timidez ya se había curado. Fue entonces cuando ingresó la enfermera: Joven, atenta, de piel blanca, risueña, anhelando ser alta pero lejos de serlo, y por lo visto, bastante atareada. Llevaba prisa que hasta el saludo fue rápido. Revisó la lectura de los equipos, tomó nota, inyectó medicamento en el suero y revisó el cajón del nochero ubicado al lado de la cama. Buscaba algo. Lo que encontró no era precisamente lo que buscaba.

—¿Podrías guardar esta carpeta en otro sitio? O pueden llevarla para evitar que se pierda —se dirigió a Clarice.

—No recuerdo haberla visto —dijo—. ¿Es del hospital?

—No —respondió la enfermera—. Debe ser de ustedes.

Clarice La cogió para revisar su contenido.

—Capítulo tres —leyó—. ¡Qué curioso!

—¿Qué dijiste? —preguntó Aby, conmocionada por lo que creyó escuchar.

—Qué curioso.

—No. Lo primero.

—Capítulo tres. ¿Es tuyo?

—No. Déjame verlo.

La enfermera se retiró en silencio.

Aby lo hojeó sin entrar en detalles. Una extraña sensación recorrió su cuerpo por dentro y por fuera mientras lo hacía. El capítulo tres lo tenía entre sus manos. No podía creerlo. ¿Estaba soñando? ¿Estaba soñando? ¿Estaba soñando?... pareció preguntarse muchas veces. Ahora estaba segura de que Brado Zulvan no era el autor ¿Cómo pudo escribirlo después del accidente? Cuando logró recuperar el sosiego en su interior se acordó que no estaba sola.

—¿Crees que sea de tu hermano? —preguntó solo por curiosidad.

—No lo creo. Esto me recuerda el capítulo dos. Si es que se trata de lo mismo. Es por lo que me pareció curioso. Lo encontré en la biblioteca de la universidad sobre la mesa. Leí algo por curiosidad. Lo llevé a la casa para leerlo luego pero no lo encontré.

—Fue hallado en el sitio donde cayó tu hermano. En las noticias mencionaron que probablemente se trataba de un suicidio.

—No lo sabía. Mi hermano jamás se suicidaría. Le tiene miedo a la muerte. Ni siquiera la imagina para no aterrarse.

Aby no creyó prudente mencionar la odisea para entregar el manuscrito del capítulo dos a la policía. Y aunque lo pensó, no se atrevió a mencionar que tenía conocimiento del asunto.

—Bueno. Es claro que tu hermano tuvo un accidente de trabajo —comentó—. Supongo que intuyeron lo del suicidio por el contenido.

Clarice suspiró.

—Así que mi hermano lo curioseó en la casa y decidió llevarlo al trabajo para terminar de leerlo.

—¿Te lo llevarás?

—¿Bromeas? No quiero ni saber de qué se trata. Puedes quedártelo si quieres. Es tuyo. No me interesa para nada al imaginar que por estar entretenido leyendo esa cosa mi hermano cayó al vacío. Qué curioso... le tiene miedo a la muerte y la buscó sin pensarlo. Me hace creer que no es un documento corriente... ¿Cómo apareció en esta habitación del hospital? —Silenció por un momento—. Tiene que ser maligno —concluyó.

Hay quienes dicen que la curiosidad es mala consejera.

La pregunta de Clarice la dejó en ascuas. Sintió pena por su hermano que todavía no se recuperaba y quien sabe qué consecuencias le quedarían después de semejante caída de más de veinte metros. ¿Estaría maldito el manuscrito y ahora se ensañaría con ella para hacerle daño? Fue lo que se le ocurrió pensar después del comentario de aquella... Ya eran tres capítulos que tenía en su poder.

Aby era obstinada, así que, decidió que lo llevaría consigo. Se despidió rápidamente de Clarice y se dirigió al primer piso para encontrarse con su hermana y su madre.

Ya no estaban.

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