Capítulo 6
El agua de la piscina ondeaba mecida por la brisa de la tarde. El sol la acariciaba con sutileza como a una doncella de piel dócil y seductora. Había muchas. El equipo de natación femenino estaba entrenando. La simple razón para que el espacio se hubiera transformado en un imán de hombres motivados que sentían el paisaje como una caricia virtual en su propia piel. Para sus atontados ojos, aquellas majestuosidades no estaban en un estanque del campus universitario. Los piropos las habían convertido en fantásticas sirenas de un mundo acuático en el fondo del mar. Y estaban prestos a rescatarlas.
No fue un buen día para Aby. Su entusiasmo está resentido. Todos lo notaron. Devenson con mayor razón que no paró de hostigarla durante el entrenamiento. «Nadas como una tortuga, Aby, hasta mi abuela podría ganarte». Un nocivo comentario que se convirtió en canción psicológica por dos tortuosas horas, y que debió ser el hazmerreír de todos, pero no fue así. No estaban a gusto con la faena de martirio que convirtió la clase de natación en un cuadrilátero de agua, con un solo pugilista haciendo daño.
Los cerebros de las nadadoras incluyendo a Aby, se deleitaban gritando: Infame... Infame... Infame. No era una sensación sonora pero parecía escucharse. Algunos de los presentes se debieron unir a la ovación mental.
Terminado el entrenamiento fueron directo al vestidor. La única conversación era el susurro desestresante del agua que parecía música vertiendo de las duchas.
El agua fría corriendo delicada sobre su piel desestresó sus músculos. Habría querido que un torrencial de agua le hubiera enjuagado el alma. Sentía un ligero malestar emocional. Sabía de qué se trataba y no tenía nada que ver con el entrenamiento.
Irina se le acercó con una toalla turbante en su cabeza cuando reposaba sobre la banca de cemento afuera de la ducha. Estaba vistiendo su prenda deportiva.
—Te ves fatigada, Aby. ¿Trasnocho, diversión, Yareh?
—Ninguna de las anteriores, amiga.
—¿Alguna preocupación?
—Nada que importe.
—Si te sirve de consuelo, el Infame me tenía abrumada.
—Ni lo menciones... los halagos eran para mí.
—No creo que todos —indicó Zara—. También me hice acreedora a una de sus rabietas.
—Oigan... alguien afuera parece no estar a gusto —comentó Noamar que apenas ingresaba al vestidor.
—Hoy somos carnada para el Infame, amigas —afirmó Irina.
—Devenson parecía con rabia canina. Deberíamos recomendar que durante los entrenamientos use bozal con clavos de acero incrustados en la piel —sugirió Dania.
Una risa nerviosa y colectiva se escuchó con eco.
—Que extremista eres... —dijo Lizbeth que no paraba de reír.
—Nunca se sabe, amigas —respondió.
Salieron juntas del vestidor luciendo sus prendas deportivas que todavía atrapaban miradas. Pero nada comparable con la atracción gravitacional de una atrevida prenda de baño sobre un cuerpo escultural que te provoca dolores de cabeza. Menos mal que la gravedad de la tierra controla las emociones de los hombres para que no se salgan de su órbita a cualquier hora.
Aby traía puestas las gafas de sol y el cabello de risos suelto que destilaba agua sobre sus hombros; durante el entrenamiento lució recogido en moño de doble nudo debajo de la gorra de baño. Ya era libre.
El entusiasmo duró poco. Serían interceptadas por aquel que sus cerebros no dejaron de repudiar. Pero de él solo se escuchó el nombre de Aby.
—Infame a la vista —dijo Zara escabulléndose con sus amigas sin dirigirle la mirada.
—Adiós, Aby —dijeron casi en coro.
—Nos vemos mañana —expresó Aby que intentó desviar su camino y aligerar el paso.
—No tan rápido, Aby —dijo el entrenador de natación al enlazarla con su voz como a un carnero. Era la segunda vez que coreaba su nombre. Quedó inmóvil y sin libertad condicional.
Se le acercó cauteloso.
—¿Ibas a correr? Esa era precisamente la actitud que esperaba en la piscina.
—No lo escuché, señor —manifestó temerosa.
—Supongo que en el entrenamiento tampoco lo hiciste —dijo con voz rígida—. No estuviste brillante, Aby. Has bajado el rendimiento en «crol» en la última semana. ¿Alguna distracción?
—Lo siento —expresó con timidez—. Creo que... he estado atareada más de la cuenta.
—El campeonato está cerca. Ya lo sabes...ni excusas ni distracciones. Y si te retrasas de nuevo al entrenamiento... estarás fuera.
Enmudeció. Su semblante asustadizo fabricó una monería como respuesta inmediata para desaprobar el comentario. Prefirió no escuchar una palabra más y se perdió de la vista del entrenador acelerando el paso. «Por tu culpa pedazo de papel», susurró. El asunto del manuscrito le estaba complicando la vida tontamente. ¿En verdad era el manuscrito, o su interés iba más allá? ¿Habría muerto? ¿Qué problema sin solución lo incitó a lanzarse al vacío? ¿Tendría enemigos? Lo cierto es, que ese pedazo de papel era el responsable de su retraso, específicamente el capítulo dos que recibió de su amiga, y que decidió curiosear a la hora menos indicada.
Devenson, de descendencia alemana, no era para nada el entrenador afable y condescendiente. Su personalidad autócrata ya era conocida en el campus por casi una década. Era su estilo personal para lograr resultados positivos que ya le habían merecido el respeto entre los estudiantes, y el apodo del "Infame". Sonaba sutil pero era igual de siniestro al pronunciarlo. Les gustaba hacerlo como diversión para bajar el estrés que les producía hasta el saludo. Su aspecto militar no estaba oculto entre la ropa. Tenía rasgos que se quedaron tatuados como un distintivo en sus cincuenta y cuatro años de vida.
—Que idiota —murmuró después del silencio y la distancia.
Sin duda el molesto comentario de su entrenador le bajó el ánimo. ¿Era una amenaza? No había tenido tiempo para pensar en sus múltiples ocupaciones. Ya era hora. La situación la obligaba a hacer un alto para reorganizar los compromisos universitarios y personales, o perdería su cupo en el equipo de natación. Su gran pasión. No estaba dispuesta a darse ese lujo. Iría a buscar a Yerena para enterarla. Necesitaba una porción de entusiasmo y ella era la indicada.
Al llegar a su casa la encontró extrovertida como era celebrando lo que no esperaba. Estaba acomodada en el sofá frente al televisor en la sala de estar. Su hermano Niel fue quien le abrió la puerta después del tercer toque. Un raro suceso para recordar. No era muy sociable a su edad cuando mantenía una estrecha relación con los videojuegos.
—¡No puedo creerlo! —expresó Yerena—. ¡Lo logramos!, Aby. Ven acá.
Corrió a abrazarla antes de que llegara.
—¿Logramos qué?
Su amiga que recién ingresaba no comprendía la efusividad.
—Regresar las pruebas para la investigación.
No paraba de celebrar.
La euforia que brotó desde su boca animada la contagió para que festejaran con movimientos de danza y un fraternal abrazo.
Habían enloquecido. ¿La razón? La misma noticia que enervó a Sak sobre el accidente en la universidad de West London.
Ahora ya no tendrían culpas. El detective Nola hizo bien su tarea. Había sido afortunada al encontrarlo en la estación de policía.
Luego de enterarla Aby preguntó:
—¿Dijeron algo sobre el estado del joven?
—Crítico.
—¿Y... su nombre?
—Espera... acá está —lo había escrito en una libreta que dejó al lado del televisor—. Brado Sulvan. Supuse que te interesaría.
—Eres la mejor.
—Siempre lo he sabido. Por cierto... ¿qué te trae por acá? No te esperaba. ¿Tomas algo?
—Estaba bajita de ánimo. No tengo sed ni hambre y... El Infame amenazó con sacarme del equipo de natación.
—Eres de las mejores. ¿Cómo puede hacer eso?
—Hoy no estaba de buen humor. Y por estar leyendo lo que ya sabes... llegué tarde al entrenamiento. Una más y estoy fuera.
—Ven. Acompáñame a la cocina —se sirvió un vaso con leche y un bocadillo de guayaba—. ¿Segura que no quieres?
—Muy segura.
—El Infame no deja de ser infame. Nada lo hará cambiar. Y no le importa si tiene que expulsar a la mejor del equipo para conservar su reputación. Eso te lo aseguro —Sandy, su novio, ya había vivido esa experiencia.
—Las chicas bromearon... lo cogieron de burla, y cuando nos interceptó a la salida del vestidero se esfumaron.
—¿Quién no? Bueno... si te sirve de consuelo, amiga, ya no tendrás un distractor literario. Si Brado no muere, no creo que quede con aliento para continuar la historia.
—¿Crees que es el autor?, ¿por qué tan segura?
—¿Y por qué no? De no serlo... ¿qué te hace pensar que los demás capítulos te llegarán como por encargo? Olvídate del asunto, consigue un nuevo novio si Yareh ya no está en tus planes, y entrena como loca si quieres vencer en el campeonato. O...
—¿Qué?
—Dale gusto al Infame.
—Ni loca —afirmó.
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