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Capítulo 5

Ya estaban cerca de la estación de policía en el barrio Chiswick. Bastó una simple llamada a la universidad para enterarse que les correspondía el caso por estar en su jurisdicción, cualquiera que fuera su naturaleza: suicidio, homicidio, y por supuesto, todo tipo de delitos menores que suelen ser la cuota inicial de un crimen.    

Yerena no estaba para nada animada con la idea de llevar correspondencia anónima, cuando su presencia no pasaría desapercibida por las cámaras... ¿Qué estación de policía en este siglo no cuenta con circuito cerrado de televisión? Los enemigos son demasiados, tercos y oportunistas.

Las manos sobre el volante revelaban lo que estaba sintiendo: pánico. Por su cabeza centelleó de repente la idea de salir despavorida. Solo bastaba acelerar el auto y seguir de largo.

—No seas miedosa, Yerena —recriminó Aby que la acompañaba. 

Intentaba ser valiente para satisfacer la intención de su amiga. Pero no estaba de acuerdo con la decisión cuando podría incriminarla. Ninguna de las dos sabía sobre la suerte del sujeto que resbaló del andamio. Si. Era preferible pensar en un error humano: "resbaló del andamio", que una intención malévola: "intento de homicidio". ¿Y dónde quedaba la opción de suicidio? Se supone que era la causa que las conducía a la estación de policía.

Detuvo el vehículo cerca de la estación para contar con algunos segundos que le permitieran darle un giro a la situación. Estaba a punto de negarse.

—¿Y si buscamos otra solución? —Lo dijo sin levantar la cabeza.

—Ya te lo expliqué, Yerena. Se supone que es evidencia, y que debía estar en la escena del crimen, si es que hay muerto... No en manos ajenas... ¿No has visto CSI?... Miami, Nueva York, Las Vegas. ¿Sabes que podrían incriminarte por manipulación de pruebas en el lugar de los hechos?

Alzó la cabeza para mirar fijamente a su amiga.

—Puedes hacerlo tú. Eres la responsable de que tomara el maldito manuscrito —acusó. 

—¿Y quién dijo que estaba interesada en el maldito manuscrito? Es lo que supones. Además... ya sabes el pánico que le tengo a la policía. Ni en sombras entraría allí.

—Igual les tengo pánico.

—¿Es una broma? Tu padre es policía, tu hermano mayor está en el ejército al igual que dos de tus primos, tu hermano menor se la pasa hablando del tema y ya tiene planes para enlistarse, y si mal no estoy... también tienes un tío que está en las fuerzas armadas. En resumen: ya debes estar acostumbrada.

—Hay veces en que te detesto más que de costumbre, amiga. Pero tienes la razón.

—Pudiste entregarlo a tu padre y explicarle.

—Estás loca. Me mataría...

—No exageres.

—Claro que sí. Ya lo dijiste, son pruebas de la escena del delito. ¿Qué se supone que le diría? Mi amiga Aby está enamorada del estúpido que cayó del andamio, y se me ocurrió que podía tener algún recuerdo suyo.

—Qué tonta eres —reprendió Aby.

—¿Y si olvidamos todo este asunto? Nadie tiene que enterarse de lo que hice. Ni siquiera lo sabe Sandy. No sabemos si está vivo... Si no lo está. Si es el dueño de la historia y está tan depresivo que decidió terminarla con el segundo capítulo. O si casualmente estaba en aquel sitio porque alguien la perdió. Si la encontró y la leía cuando resbaló...

—¿Cómo saberlo? —cuestionó Aby interrumpiendo la retahíla de su amiga.

—Exacto. No sabemos nada, entonces para qué complicarnos.

—Escucha con atención, Yerena. Es cierto que no sabemos nada del asunto, ni intuimos lo que va a pasar, precisamente porque no conocemos del tema y nada que se le parezca. Pero si el joven muere y ese documento es... no sé... clave para resolver el caso, lo más conveniente es que ellos lo conozcan. De nada nos sirve a nosotros —luego de un leve silencio y un suspiro profundo que su amiga imitó, sostuvo—. Claro que saqué una copia por lo que pudiera pasar.

—¿Sacaste una copia? ¿No, que no estabas interesada en el manuscrito? ¿Y cuál es la intención? —Aby sonrió.

—Ninguna. Es solo curiosidad.

Sin objetar la respuesta se santiguó antes de bajar del automóvil.

—Deséame suerte —dijo.

Contó mentalmente los pasos hasta ingresar a la estación de policía. Llevaba la carpeta bien aferrada previendo que no se le escapara por un descuido. Dispersó la mirada al interior y se esforzó por no llamar la atención. No lo hizo muy bien.

De pronto sintió sed. El dispensador de agua automático fue el salvavidas. Se veía al fondo. Se acercó y tomó un poco de agua que atrapó entre la concavidad de las manos. Lo hizo después de ubicar la carpeta sobre el mostrador de madera ubicado a la entrada; fue más rápida que sigilosa al aprovechar que el oficial de policía dio la espalda. Cuando se disponía a marcharse fue interceptada.

—Hola Yerena. ¿Qué haces acá?

—Detective Nola, que sorpresa.

—Digo lo mismo. Cómo está la familia.

—Bien. Si, bien. No sabía que trabajaba en esta estación.

—Digamos... que estoy de paso. Es solo por unos días. ¿Puedo ayudarte en algo?

—No. Creo que no...

—Yo creo que sí. Encontré esto que dejaste sobre el mostrador. Qué curioso... dice anónimo. ¿Intentabas dejarlo? ¿Algo que deba saber?

Decidió callar.

—Te estuve observando desde que ingresaste —dijo—. Te reconocí. ¿Te pasa algo, Yerena? —Le devolvió el sobre—. Conozco a tu padre hace muchos años... Somos amigos. Si tienes algún problema y puedo ayudarte... lo haré con gusto. No tiene que enterarse.

Tenía dos opciones: huir con la carpeta o contar la intención de la visita. Se le ocurrió que el detective podía hacerle algún comentario a su padre que la obligaría a contarle, así que, decidió la opción más previsible: enterarlo sin muchos detalles. Fue inevitable

—Vete a casa, Yerena. Ya veré qué hacer —dijo después de escucharla y sonreír por la ocurrencia. Se quedó con el sobre...

Al salir de la estación corrió imaginando un demonio a sus espaldas. Llegó lívida al auto que el alma se le debió desencajar del susto.

—¿Qué ocurrió? —preguntó inquieta Aby.

—Pon tu mano en mi pecho... creo que no tengo corazón.

Debió pasar un buen rato para que recuperara el aliento y la enterara de lo ocurrido.

—No puedo creerlo. Sí que eres tonta.

—Por lo menos lo intenté, así que merezco un: gracias.

—Vamos. Haré algo mejor que eso. Te invito a comer papas y hamburguesa sin manuscrito.

—!Que bien¡ Más que merecido, amiga.

La risa llegó natural y oportuna para calmar los nervios.

Yerena encendió el auto...


Decidió hacer una pausa para alimentarse mientras veía la televisión. Hacía más de cuatro horas que no parpadeaba desahogándose sobre el papel, luego de que la llamada recibida no fuera la que esperaba: aquella llamada celestial. Tenía prisa. ¿Qué capítulo escribía? Su rostro enlutado no quería saberlo. Tenía la firme intención de desahogar todo su dolor y esparcirlo al aire, antes de encaminarse en el sueño eterno sin retorno. Sak consideraba que el tiempo que le faltaba por vivir era una especie de estertor sin final. Eso explicaba por qué no tenía miedo de morir.

Fue entonces cuando lo escuchó del noticiero de las siete.

«El reporte de la policía encargada de la investigación en la universidad de West London, relacionada con el accidente del joven el pasado jueves, a quien identificó como Brado Sulvan, ilustra sobre el descubrimiento de una evidencia escrita hallada entre los escombros donde fue encontrado el cuerpo, que según los análisis de expertos en el tema, puede estar relacionada con el trágico suceso. Se trata del capítulo dos de lo que podría ser una historia real, y la causa motivadora de un suicidio. El joven se encuentra en estado crítico y se espera su pronta recuperación para resolver el caso.

Fue todo.

Sak golpeó la mesa con hostilidad que sacudió el plato con comida.

—Es mi historia. No puede haber más muertes que la mía —dijo.    

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