Capítulo 2
Lo intentó de nuevo sentada desde el borde de la cama. Definitivamente su amiga se había molestado. Ya le había dejado un par de mensajes más en el buzón.
Se acercó al espejo de tocador para retirar la mancha de labial que aun sobrevivía, limpió sus pestañas y retiró con un pañuelo húmedo la gruesa capa de maquillaje que en ocasiones le generaba irritación. Esta fue una de esas veces.
Tenía el rostro adormecido por una extraña angustia que no comprendía. Intentó rememorar el aspecto de aquel que la estaba atormentando sin razón alguna. «No creo recordarte bien... si es que vuelvo a verte», aclaró antes de fingir una leve sonrisa.
—Que tonta soy —dijo para sí, ladeando la cabeza hacia el escritorio que daba frente a la cama. Se dirigió hacia él y tomó el manuscrito que había depositado en su superficie. Un repentino interés le despertó el apetito de la curiosidad como para enterarse de las intenciones del autor, ¿y por qué no? algo de su vida personal. No podía negar que estaba interesada. Por desventura, un pensamiento ineludible que le llegó fortuito para hacerla volver a la realidad, le recordó sobre la responsabilidad académica de los últimos días con el semestre a pleno vuelo.
—Oh no, casi lo olvido.
La punzó otro pensamiento ineludible que igual le recordó sobre el entrenamiento con el equipo de natación de la universidad. Se preparaban para los juegos universitarios. Desde los cinco años practicaba la natación, pero solo llevaba un año y medio a nivel competitivo. Para sus dieciocho años de edad, trece años ejercitándose en el agua eran los responsables del efecto sirena de su cuerpo estilizado, que atrapaba las miradas masculinas yendo a la deriva para que orbitaran en sus curvas perfectas. Su cadencia al caminar y su belleza, eran música que enamoraba hasta a los necios.
Su novio Yareh era uno de ellos, aunque estaba a poco de perder el título.
Orientó la mirada hacia el balde metálico de color plateado dispuesto a un lado del escritorio, donde iban a parar los desechos de papel. La bolsa plástica en su interior estaba repleta, no le cabía un documento más, sin embargo, estaba decidida a olvidar el asunto dispuesta a embutirlo a la fuerza.
Esa fue la idea, más no la intención real, cuando se abstuvo titubeando por un par de segundos, para decidir que lo guardaría en el baúl que heredó de su abuela materna. Era de madera, de aspecto envejecido por los años. Su amigo Nareo hizo un excelente trabajo de ajuste y tapizado. Lindaba con el lado izquierdo de la cama, y sobre él, descansaba una lámpara decorativa. Solía encenderla sin la luz de la habitación cuando usaba el celular antes de dormir...
Retiró la lámpara, abrió la cerradura y levantó la tapa superior del baúl, depositando el manuscrito sobre una montaña de documentos que tenía apilados al interior, entre otras cosas...
Acostumbraba una vez al mes revisarlo para desechar papeles y recuerdos, que llevaba consigo por años. No tenía el carácter para desecharlo todo de una vez. Le quedaban algunos días de vida al manuscrito antes de atreverse...
La tarea cesó cuando la alarma del celular llamó su atención. Era un mensaje de texto:
—¿Mi obstinada amiga está disponible, o todavía está correteando al extraño del café?
«!Que chistosa eres¡», murmuró antes de escribir:
—No pude darle alcance, pero... espero encontrarlo para devolverle lo que olvidó sobre la mesa.
—Creo que mejor te llamo.
Tan pronto sonó el celular y Aby lo descolgó, la conversación continuó sin interrupción ni saludos.
—¿No se te ocurre pensar que no lo olvidó, y que solo lo desechó a la espera de que alguien lo arrojara a la basura?
—Es probable. Por cierto... ¿por qué no me esperaste?
—No dijiste que volverías. Y ahora que lo mencionas, ni siquiera dijiste una palabra. Se supone que estabas conmigo. ¿Qué querías que hiciera cuando saliste corriendo como loca detrás de un desconocido?
—No era por él, solo quería devolverle el documento que olvidó.
—Que generosa. No recuerdo que mi amiga haya hecho lo mismo cuando olvidé uno de los libros de la biblioteca en la cafetería... Estabas conmigo.
—No seas melodramática. ¿Eso indica que todavía estas molesta?
—Eso depende.
—¿Qué se te ocurre ahora?
—Déjame pensarlo... Debe ser algo que retribuya el haberme ignorado, y luego abandonarme como una tonta.
—Suenas como un novio celoso. No querrás que ahora te consienta, ¿o sí?
—Una invitación a comer papas y hamburguesa no estaría mal, así me enterarías del famoso diario.
—¿Qué te hace pensar que lo leí?
—Porque eres tan curiosa como yo.
—No es un diario...
—¿Y qué es entonces?, ¿alguna herencia que valga la pena?
—Mi buena amiga Yerena hoy está muy cómica.
—¿Y que es, entonces?
—Digamos que... tiene algo de diario y algo de novela. Lo cierto es, que tengo el primer capítulo, y por lo visto, la historia completa tiene diez.
—¿Cómo lo sabes?
—Simple. Dice capítulo uno, y el título manifiesta cuantos son.
—¿Y cuál es el título?
—Nunca lo creerías... Tiene por título: "Mi muerte en diez capítulos".
Un sutil zumbido le anunció un nuevo mensaje por Whatsapp.
Una risa espasmódica imaginaria de su amiga se reflejó muda en la pantalla del celular en un largo «jajaja».
—Qué. ¿Ahora te ríes por el chat para no desgastarte la garganta? Si piensas reírte, hazlo con ganas, dicen que es saludable.
—Si así lo quieres...
Y la risa se escuchó a través del teléfono en la forma de una tonada de baile clamorosa, que no fue difícil imaginarla como una partitura musical acompasada de movimientos corporales.
Aby la escuchó paciente hasta que la risa se extinguió con el aire.
—No es un chiste, Yerena, puedo enviarte copia de la primera página...
—¿Crees que él lo escribió? —preguntó al recuperar el sosiego.
—No lo sé.
—¿Ya buscaste el título en internet?, tal vez exista...
—Es buena idea. Aún no lo hago.
—Déjame ayudarte.
Por un momento, Yerena se ausentó del diálogo para navegar en la web, en busca de evidencia. Tras un largo minuto retornó a la conversación.
—Nada que se le parezca, amiga. Así que...
—¿Qué?
—Se me ocurre que tu extraño amigo puede ser el autor de una novela.
—No es mi amigo. Ni siquiera lo conozco. Y eso de que sea el autor de una novela... está en duda. Puede ser un simple ensayo de literatura o de teatro. Cómo saberlo.
—Si. Es posible. ¿Cuándo me prestas el manuscrito? Quiero leerlo.
—Me deshice de él... o más bien... lo guardé por unos días. Luego lo echaré a la basura.
—No tienes la intención de botarlo, ya lo habrías hecho.
— No es cierto. Ya conoces el proceso de todo lo que guardo en el baúl.
—Con que está en el baúl. Que interesante.
—Ni se te ocurra...
—¿Quieres que ría de nuevo?
—Que tonta eres. Bueno amiga, nos veremos mañana en la universidad. Ya es tarde.
—Casi lo olvido. Mañana estaré hasta mediodía con Sandy, me pidió que lo acompañara a una cátedra sobre el suicidio.
—¿Qué? ¿Tan ligero se cansó de ti y ya piensa desecharte convenciéndote de que lo hagas por tus propios medios?
—Y la chistosa soy yo —respondió.
Un par de sonrisas se mezclaron armónicas como testimonio de la amistad que había entre ellas.
—No olvides llevar el manuscrito.
—No creo que eso importe. Ya comenzaba a olvidarlo.
—Ni se te ocurra, amiga. Recuerda: papas, hamburguesa y manuscrito.
—Si eso te hace feliz, lo pensaré —respondió.
Se despidieron efusivas.
Lo que no sabía Aby, es que, después de leer el primer capítulo, el destino se encargaría de que terminara de leerlo como si fuera parte de la historia.
Estaba por verse.
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