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51

Con algunos minutos de descanso encima, desperté. Era hora de marchar hacia al restaurante donde trabajaba Trini con el objetivo de ponerla al corriente de mis planes falsos: inventé una cena con Sebastián. Odiaba mentirle y mucho más después de conocer en carne propia su pulso de acero, pero era necesario dado el contexto.

Recordando que no le había dado mi prueba de vida a mi amigo, lo llamé, contándole lo sucedido por la noche y mis planes con Simón.

— Tené cuidado. Me huele raro ― advirtió.

— Me citó para darme los papeles de la casa de la vieja, están ahí adentro y él tenía las llaves. Era quien la visitaba más seguido que yo ― y quien adornaba a Beatriz, también. Caso contrario, ella no le hubiera entregado los dos juegos a él mientras yo lloraba a mi madre en un velatorio.

— ¿No tenés un arma?

— ¿Un arma? ¿Para qué?

— Para ir preparado.

— No sé manejarlas, sería al pedo.

— Cuando tu vida está en peligro, tu cabeza se encarga de hacerte experimentar un curso acelerado, quedáte tranquilo.

Chasqueé mi lengua, decepcionado por Simón.

— Pensé que al menos tendría un poquito de sensibilidad.

— Dejó morir a la mina que amaba para no mancharse las manos, Valentín. ¿Qué esperabas?

— ...siempre se salió con la suya...― al terminar de pronunciarla, esa frase fue disparadora de una serie de conclusiones.

Las fichas del juego cayeron como catarata; él sabía que yo había estado buscándolo, estaba al tanto de mi asistencia a la mansión de Nancy Fernández Carrizo y por descarte, de la presencia de Trinidad. El mensaje anónimo enviado a ella, parecía tener emisor...y era el mismísimo Simón. Con esa deducción caliente, me propuse salir antes de lo previsto hacia el restaurante. Si tenía fortuna, Trini apenas estaría llegando.

— Sebas, ¡tengo que cortarte ya mismo!

— ¿Qué pasa, loco?

— Aún no lo sé, pero tengo que averiguarlo.

Arrojando el teléfono sobre la cama, busqué mi billetera y bajé corriendo por las escaleras de emergencia hacia el lobby. Enajenado salí a la calle en busca de un taxi.

Obligando al conductor a imprimir velocidad a su marcha, llegué al restaurante, pedí al auto que esperara por mí y me colé por la persiana a media asta del local.

El compañero de Trini, Olegario, se sorprendió por mi temprana irrupción. La mayoría de los empleados ya estaba in situ, cambiándose o poniendo a punto las mesas para el servicio nocturno que arrancaba a las 9:30.

— ¿Qué hacés vos acá? Es temprano para cenar ― me recibió con una sonrisa que rápidamente se desdibujó de su rostro.

— ¿Llegó Trinidad? ― agitado por la maratón, pregunté. El corazón se me salía por la boca.

— No, es raro...pensé que estaba con vos, pibe ― hablaba mientras bajaba las sillas de una mesa.

— No pero...es importante...tengo que encontrarla.

— ¿La llamaste? ― tanteé mis bolsillos. Mi teléfono había quedado sobre la cama del hotel, maldije mi estupidez ―. Pará que la llamamos de acá ― ansioso, lo acompañé hacia el sector de cajas, donde guardaban los números telefónicos en una pequeña agenda.

— ¿Podría buscar más rápido, por favor? ― sugerí, nervioso.

— ¿Y vos me podés dar una pista de qué es lo que pasa con Trini?

— Ella corre peligro.

— ¿De qué hablás? ― su compañera Lucía salió del vestuario dando un grito.

— Es largo de explicar, pero hay un tipo de su pasado que la está buscando...por cosas...malas― resumí. El viejo continuaba buscando su número.

— Pará que la llamo yo ― ágil, me alegró que ella fuera más expeditiva ―. Me dice que está fuera de cobertura. Lo tiene apagado ― elevó los hombros.

— ¿Alguno tiene un arma acá? ― pedí, movilizado por la desesperación.

— ¿Estás de remate, pibe? ― Olegario mostró su enojo.

— Trinidad corre peligro, si no tienen un arma, lo único que se me ocurre es algo pesado que pueda lastimar... ¿alguien puede ayudarme, por favor? ― a los gritos, desquiciado, exigí como si me sirviera de algo un martillo contra Simón. Toda mi tranquilidad, aquella que usaba para desenmascarar a los estafadores de guante blanco, se iba a la mierda en este momento.

— Acá hay un bolso con las herramientas del albañil que está arreglando el bañito del fondo ― uno de los chicos de la cocina me acercó lo más cercano a la salvación. Encontré un cortafierros, una masa y un serrucho, entre las más colaborativas ― el arma te la debo, flaco. ¿No tenés un cana que te la preste? ― como palabra mágica, hizo que mi cabeza se activara .

De inmediato tomé el bolso, agradecí con velocidad y quise marcharme para cuando noté que Lucía me perseguía.

— Ojalá estés equivocado, pero si ella corre peligro, por favor...salvála...― sus manos emularon una súplica y le entregué una sonrisa amable, rogando llegar a tiempo.

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Adornar: sobornar.

Al pedo: en vano.

Pibe: muchacho.

Cana: modo despectivo de dirigirse a un policía.

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