49
Adormecida, abrí y cerré mi boca pastosa. El picor en la nariz era persistente.
Esa horrible sensación se asemejaba al momento en el que desperté en la clínica de Rosario tras mi ataque; experimenté un dejá vú espantoso.
Parpadeé con dificultad, como lo hacía cuando despertaba de mis recurrentes pesadillas, aquellas que me atravesaban por las noches y que, con la llegada de Valentín, antes Pablo, habían desaparecido.
Las muñecas me dolían y mis axilas experimentaban una tirantez molesta, como el de un pequeño desgarro interno.
Para cuando recuperé algo de conciencia, noté que mis manos permanecían ancladas al cabezal de una cama de hierro, descolocándome por completo. Con furia, con desconcierto, tiré y tiré, notando que cualquier esfuerzo por soltarme era en vano. Mi desesperación fue en aumento, los latidos de mi corazón, en franco ascenso.
¿Qué clase de juego perverso era este?
Tampoco vestía como cuando había salido de mi casa rumbo al restaurante, sino que lucía un vestido floreado corto hasta la rodilla, de breteles finos en rojo, el cual usaba cuando llegaba del trabajo, en Buenos Aires.
La habitación, desconocida y anticuada, era grande, de color crema y con una gran araña que pendía del techo a la que le faltaban dos bombillas de luz. Un mueble desgastado de madera lustrada enfrentaba a la cama y una mesa de luz ancha, del mismo estilo decorativo que la cómoda, estaba a varios centímetros de mis manos.
— ¡Salí de ahí, loco de mierda! ― grité, con la voz quebrada, esperando que mi captor diera la cara.
Tironeé con la típica terquedad que me caracterizaba, obteniendo una nueva marca en mis muñecas. Para entonces, ya estaban sonrosadas por los intentos infructuosos.
Unos aplausos junto a su eco comenzaron a resonar a lo lejos, alguien parecía estar disfrutando de tenerme allí, a su merced y solo una persona era capaz de semejante situación.
Su nombre era Simón.
Él era mi verdugo, y yo nuevamente, su víctima.
Al verlo aparecer en ese cuarto, el mundo cayó a mis pies; esbozando una sonrisa ladina, se recostó sobre el marco de la puerta, a unos tres metros del borde de la cama. Su arma, no reglamentaria, calzada en su cintura.
— Dale, Rusita, si a vos te encantaban estos jueguitos sucios ― apuntó en tono burlón.
— Soltáme, Simón...― exclamé entre dientes, clavando los talones en las sábanas.
— Confieso que me calentaba mucho que me pidieras más y más. Aunque ya me aburrías un poco, eso lo disfrutaba ― acercó su rostro al mío, consciente de que no podría atacarlo. No obstante, escupí sobre su mejilla.
— Sos un hijo de puta...
— Diste en el clavo, mi verdadera madre era una puta, no lo niego ― se alejó limpiándose la piel con un pañuelo que sacó de un bolsillo trasero ―. Por eso mismo me escapé de casa, porque mi vieja era una cualquiera que metía a cualquiera donde vivíamos. ¡Igual que vos!, que andás metiendo a gente que acabás de conocer en un restaurante.
— Te odio...
— Gracias, es muy amable de tu parte ― yendo de un lado al otro, en sus gestos sarcásticos podía ver la satisfacción que le causaba que yo estuviera disponible para él. A menudo, se miraba el reloj, como si la hora fuera determinante en su estrategia.
— Valentín te va a encontrar...
— Valentín... ¡ay Valentín! pero qué chico este...― tomó asiento en una silla cercana y quitó la pistola de su funda para empuñarla ― ...él siempre queriendo lo que yo tuve primero.
— Ni Sabrina ni yo fuimos tuyas, imbécil ― le pegué en el orgullo.
— Vos no sabés nada de Sabrina, puta, así que ni la menciones ― por primera vez en lo que iba de la conversación, lograba desestabilizarlo. Sin embargo, no podía fiarme de él, era un tipo peligroso con buen dominio de las armas, una combinación letal sin dudas.
— ¿Por qué no me matás de una y ya? Ya lo quisiste hacer una vez...
— No, linda, eso es erróneo. Fue un simple error de cálculo que pretendo subsanar hoy ― detalló, cínico―. Yo no quise matarte porque la idea no era que volvieras a tu casa tan temprano ― confirmó la teoría lucubrada por Valentín ―. Mis muchachos sabían de aprietes, pero no eran asesinos. Mala elección de mi parte, debería haber contratado dos matones que te volaran la cabeza de un tiro y no asustado tirándote al chaleco.
— Ordenaste que lo hicieran...― mi voz sonaba desgarrada, mi mano derecha comenzaba a acalambrarse.
— ...había que eliminar evidencias, milady, pero eso no significa que estuviera en mis planes iniciales borrarte del mapa. Igual los idiotas terminaron siendo unas mariquitas― elevó sus hombros, ya desinteresado en aquel episodio.
— Simón...yo estaba embarazada...de vos...― conmocionada, confesé. Él tensó su rostro, pero sin demostrar preocupación. Yo jamás le había importado de verdad.
— Fuiste una buena piba y me dio pena engañarte, pero viste cómo son las cosas...el cordobés te tenía mucha estima y yo debía cerciorarme que no hubiera escondido el vuelto de un negocio que hicimos con Fuimino ― nuevamente tiré de las esposas; otra vez, con el mismo saldo negativo ―. Irala no era taaaan intachable como todos pensaban, flaca. Por un mango todos venden su dignidad.
— No hables así de él ― le pedí y volteó los ojos, molesto.
— Sos muy inocente para ser policía...casi que tan inocente como para no merecer vivir en este mundo de corrupción...― miró el reloj.
— Valentín se va a dar cuenta que me tenés acá de rehén.
— Valentín es un pendejo que huyó como rata de Argentina. Es una abogaducho de poca monta que nunca ganó un caso importante, un perdedor que tuvo que pedirle la escupidera al amigo para sacarlo del revuelo que causó la muerte de Sabrina.
— Él ya va a venir...me va a rescatar, ¿sabés? Él es un hombre con todas las letras, no como vos ― nada lo amedrentaba, sus brazos cruzados uno sobre el otro ni se inmutaban.
— Va a venir cuando ya no pueda reconocerte y las llamas sean tan pero tan grandes, que ni siquiera él pueda zafar de esta. Claro, si realmente quiere rescatarte y no te abandona acá dentro. Ya lo hizo con Sabrina, la dejó morir... ― jugó con mi cabeza, poniendo en duda las intenciones de Valentín, su amor por mí. Pero yo apostaba a su lealtad, a que nada lo detendría y que haría lo imposible por venir...aunque yo ya fuese un cadáver.
— ¿Qué esperás para matarme...? ¡Méteme una bala y ya, carajo! ― mis lágrimas brotaban de mis ojos, me sentía acalorada, con baja presión, sin esperanzas. Rogué que Valentín fuera al restaurante, notase mi ausencia y...
"él no sabe dónde estás Trini" ,me dije, cómplice de la resignación.
— No voy a perder una bala con vos. Además, quiero que sufras ― miró por enésima vez su muñeca.
— ¿Qué estás esperando, para qué te importa saber la hora?
Con determinación avanzó hacia la cama y puso su arma en mi frente, intimidándome, subiendo mi estrés.
— Porque me gusta que la gente sea puntual.
— ¿A quién estás esperando?
— A un invitado especial.
— ¿Para qué?
— Para matar dos pájaros de un tiro y retirarme con el dulce saber de haber cometido el crimen perfecto...
— Estás enfermo...
Simón tomó distancia y regresó a la puerta. Repentinamente, elevó su mano, agudizando su audición.
— Shhh...escucho un ruido...creo que ya es momento de empezar...― de un bolsillo sacó una caja de fósforos, lo pasó por la banda de pólvora y encendió la cabeza de uno de ellos. Tras encender dos velas pequeñas a los pies de la cama y una sobre la cómoda, agregó ―: sos demasiado buena e ingenua para vivir en este mundo cruel y lleno de malicia, Trinidad. Quedáte tranquila que los ángeles como vos, van al cielo ― agarró un almohadón cercano y encendió su funda, generando una llama primaria ―. Voy a disfrutar escuchando a los periodistas contar que una parejita de amantes se murió carbonizada mientras practicaba un juego sexual muy retorcido― la lengua de fuego se hizo más potente; echándose a reír, con mi desesperación como combustible, arrojó el cojín al piso de madera, dando pie a su show.
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Mango: moneda, dinero.
Zafar: salvar.
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