36
Enredados entre las sábanas, comimos el helado a cucharadas. Convidándonos limón y dulce de leche, encastrando nuestras partes del cuerpo y lamiéndonos recíprocamente, la noche era especial.
Descansando muy poco, el alba apareció a través de los cristales. Su camisa fue mi refugio, con ella me cubrí y preparé el desayuno. A los diez minutos regresé a la habitación donde él todavía estaba durmiendo, para acariciar su cabello castaño y susurrarle un "buenos días" apenas abrió sus ojos.
— Hola...buen día...― inclinó su torso y atrapó mi boca con la suya.
— ¿Pudiste dormir algo?
— Sí, algo, pero estoy de vacaciones así que no me importan los horarios.
— Ah, ¿no? ― repentinamente, sus brazos fuertes me capturaron, arrastrándome hacia la cama. Rolamos sobre el colchón de modo que él quedó sobre mí.
— Mi camisa te sienta muy bien.
— No tanto como a vos.
— Mmmm... creo que mejor es que te la quite, no quiero que termine como el chaleco ― la desabotonó sin recibir resistencia de mi parte.
Su boca insaciable besó mis pechos, mi cuello y sus dientes pellizcaron mis pezones sensibles. Bajando hacia mi bombacha, supimos que esa pequeña prenda estaba de más.
Su lengua entrometida y desprejuiciada fue el mejor desayuno para ambos; su cabeza entre mis piernas el más delicioso de los paisajes.
La explosión interna acompañó a la externa; Pablo recibió gustoso mi muestra de excitación femenina. Temblando, mi cuerpo apenas detectó que volvió a girar sobre su propio eje para sentir a este hombre por sobre mi espalda, empuñando su virilidad enfundada e introduciéndola por mi edén palpitante, aún sensibilizado.
Sus embates cortos, profundos, lascivos, eran adictivos, mis gruñidos se atascaban en la funda de la almohada y el chasquido de su palma estrellándose contra mis nalgas arengaba mi motor interno.
"Así, así... ", yo repetía sin pudor y él, aceptaba sin queja de ningún tipo.
Perdiendo la noción del tiempo, sujetó mis caderas llevando mi cuerpo hacia arriba; una de sus manos tocaba mis partes íntimas mientras que, con la otra, sujetaba mi rostro desde la base de su mentón. Sin cesar con sus estocadas, mis ojos se cerraban con fuerza, mi respiración se detenía y el corazón llegaba a bombear tanta sangre que creí morir de placer extremo.
Una última penetración provocó la estampida de su pelvis contra mis nalgas, haciéndolo acabar con lo que había comenzado. Conteniendo medianamente un gemido, con una capa de sudor recorriéndole la piel, Pablo estalló. Al minuto yo seguí con el camino trazado por él, llegando al mismo punto.
***
Parapetados en la puerta de mi edificio, nos despedimos con la promesa de volver a vernos por la noche, en el restaurante. De puntas de pie le di un beso suave en la boca y él, besó mis nudillos encantadoramente.
¿Adónde nos conduciría esta aventura? ¿Qué tan complicados eran los temas por los que había regresado a la Argentina? ¿Qué era lo que determinaba el tiempo de su estadía aquí?
Teniendo más dudas que certezas lo vi subir a un taxi y agitar la mano, despidiéndose. Con un hasta luego que me devoró los sesos, no dejé de pensar en él durante lo que restó del día hasta que llegó la noche.
Mirando la puerta de entrada y el ingreso de cada cliente, esperaba el momento exacto en que atravesara el umbral y tomara asiento en la mesa de siempre. Sin embargo, su tardanza me entristecía, el restaurante estaba totalmente ocupado y de querer tomar asiento, no encontraría lugar.
— ¿Hoy no vino tu Romeo?― Lucía, la chica de la caja, preguntó. Era vox populi que yo andaba de romance con "el gallego" tal como lo llamaban mis compañeros entre risas.
Yo me sonrojaba y lo negaba todo.
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