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¿Desde cuándo me había transformado en un ser tan despreciable, ruin e inescrupuloso?

Lavé mi rostro dejando caer el agua sobre el lavatorio.

¿Por qué meterme con ella? ¿Por qué involucrarla en mi causa?¿Qué ganaba?

Miré la imagen que devolvía el espejo, desconociéndome.

Justificando los medios para llegar al fin, mis dilemas morales caminaban sobre la cornisa, dirimiéndose entre el bien y el mal.

Algo ansioso, marqué el número de Álvaro Quinteros, el investigador privado al que solía recurrir Sebastián cuando necesitaba información clasificada y muy difícil de encontrar. Este señor, de pasado ligado a las fuerzas militares y al servicio secreto, era el indicado. Explicándole los motivos de mi llamado e incluso, mi vínculo con Sebastián, no dudó en ponerse a mi disposición. Yo gentil y sin dudar, efectué una transferencia bancaria en ese mismo momento a modo de adelanto.

En cinco días prometió tener novedades y rogué por el bien de mi corazón y de mi conciencia, no arrepentirme de mandar a investigar a Trinidad Kóvik.

***

Sabrina había venido a verme por la tarde, cuando ambos sabíamos que mi hermano estaba de servicio. Yo ya no podía lidiar más con esa situación: estaba enamorado de mi cuñada, de la mujer que hacía más de diez años estaba junto a mi hermano.

Su cuerpo lánguido bajo el mío, sus pechos pequeños, sus tatuajes en ambas muñecas para cubrir sus intentos de suicidio cuando era adolescente, formaban parte de un combo tan letal como inestable, que me atrapaba en una espiral eterna y enredada.

Yo había conocido a "Nela" en aquel festejo de 18 años que mi papá se había empeñado en hacer para celebrar mi mayoría de edad. Una motocicleta fue el obsequio de parte de ellos y no pude más que abrazarlos con enorme gratitud. Juntar el dinero había resultado ser un gran esfuerzo, lo sabía.

Algunas risas retratarían ese momento de genuina felicidad, los cuales eran bastante escasos puesto que los roces entre él y Simón crecían exponencialmente día tras días. Pasada la medianoche el timbre sonó y pensando que sería alguno de mis amigos del club, abrí la puerta de golpe, encontrándome con esa joven de apenas 20 años, vestida con chaqueta de cuero y pantalón de igual material, pelo negro y ojos grandes y oscuros. Sus botas negras eran altas y aun así, su altura apenas alcanzaba la línea de mi nariz.

Mi boca se descolgó, del impacto visual. Era una reina gótica, con cuerpo de hada y voz angelical.

— Hola...supongo que vos sos el cumpleañero ― quedé mudo por un instante hasta que reaccioné.

— Yo... sí, sí, mis... dieciocho― confirmé dudando como un tonto.

— ¡Llegaste, amore! ― la emoción trepó por el rostro de Simón quien rápidamente atravesó la línea de la puerta y le dio un beso posesivo ignorándome por completo. Al terminar con semejante demostración, la tomó de la mano y la introdujo en casa, presentándola como su novia y proponiendo una fotografía familiar.

Por años ellos jugaron a ser pareja; rompían, se peleaban y volvían a arreglarse.

Durante ese tiempo de relación repleta de altibajos, yo viajé a Buenos Aires, trabajé en un emprendimiento vendiendo bebidas y después, cuando el negocio no prosperó y fui empleado de un estudio, me gradué con buenas calificaciones.

Mediante algunos mails, chats de msn y mensajes de texto yo había mantenido contacto con ella, mucho más fluido de hecho, que con el mismísimo Simón.

Aunque el coqueteo y la complicidad estaban presentes en cada conversación, yo respetaba el vínculo que ella mantenía con mi hermano...hasta que una mañana, apareció en Buenos Aires, llorando de dolor, para decirme que él la había golpeado. En efecto, sus heridas delataban violencia.

Desconsolada, usaba mi pecho como paño de lágrimas y yo, accedía a ser lo que ella necesitaba que fuera.

Haciendo el amor en mi departamento capitalino, lejos de Simón y la mirada ajena, nos enamoramos, nos prometimos enfrentar el mundo. A los pocos días, tras un arduo trabajo para convencerla, regresamos a San Rafael para poner las cosas en su sitio.

Más de seis años después de aquel episodio me encontraba en una encrucijada similar; la de caer en las redes de una mujer que conocía a mi hermano de un modo íntimo y privado pero que me seducía descaradamente al punto del insomnio.

Mientras que Sabrina era consciente de mi relación con Simón, de momento Trinidad parecía no saber que él era mi hermano y que yo no era Pablo Matheu lo que representaba, un hipotético punto a favor.

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