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21

Abrí los ojos con dificultad.

Sentía la boca pastosa y que las palabras se atascaban en mi garganta. Esa sensación era recurrente desde hacía más de diez meses.

Recuperada, tan solo con pequeñas cicatrices que marcaban el ataque que había sufrido, no recordaba lo sucedido inmediatamente después del disparo en el pecho que, por fortuna, impactó contra mi chaleco.

Una fractura de clavícula, el roce de un diparo a la altura de la cadera y la sutura de un orificio de entrada y otro de salida en la pierna derecha, eran el saldo de aquella fatídica noche en la que encontré a esos dos tipos revolviendo mi casa sin motivo.

O al menos, sin un motivo que yo comprendiera a priori.

Residiendo en Rosario, abrigada con el calor de mis padres, lejos de la fuerza policial, distanciada de los amigos que me había sabido forjar los últimos meses en Buenos Aires, era una paria.

Una paria dispuesta a buscar venganza.

Cuando desperté a los pocos días del incidente, a los pies de la cama del Hospital Provincial de Rosario, estuvo mi mamá para explicar lo inexplicable: me habían disparado y dejado en la morgue del Churruca, policlínico asignado para el personal policial. Solo con mi DNI a cuestas, sin cambio de dirección registrado oficialmente, el domicilio de mis padres fue la herramienta más poderosa con la que contaron para ubicarlos y rescatarme de allí.

Luego de estabilizarme en una sala de cuidados intensivos, se me trasladó a Santa Fe en un estado de coma inducido; mi madre me quería cuidar con sus propias manos. Sin trascendencia mediática, sin repercusión de ningún tipo, desaparecí para comenzar mi vida de cero...aunque las dudas en torno al atraco nocturno en mi casa, me perseguían incansablemente.

Con el tiempo, me fue inevitable asociar a Simón en todo ese asunto y el dolor se hizo carne en mí, aún más, cuando mamá me confirmó lo peor:

— Trini... ¿por qué no nos dijiste que estabas embarazada? ― soltó y yo, no pude más que echarme a llorar y reconocer que no lo sabía con certeza aunque tuviera una leve intuición.

¿Por qué Simón querría atacarme? ¿Para qué eliminarme de la faz de la tierra si yo era todo lo que él necesitaba? ¿Qué fue lo que falló entre nosotros?

¿En qué fallé?

Con la angustia de la desilusión instalada en mi cuerpo, la revancha comenzó a tomar forma cuando empecé a pensar que buscaba algo que yo no le podía dar. Algo relacionado con el cordobés Irala.

¿Cuántas veces me había preguntado Simón cuánto lo conocía mi compañero ? ¿En cuántas oportunidades preguntaba al pasar si yo había conocido a Fuimino?

Simón utilizaba la técnica del distraído: cuando nos duchábamos juntos o hablábamos abrazados, de la nada, con tono pasatista, él sacaba la pregunta de la galera y ¡zas!, yo no respondía más que con tibias afirmaciones.

Llegar a la conclusión que nunca le había importado realmente a Simón me devastó; yo era el atajo, el camino que pensó, lo llevaría a "una data fija".

Él me había mandado a matar. Estaba casi ciento por ciento segura de eso.

Pero yo estaba viva gracias al chaleco, a la inoperancia de los dos tipejos que habían dado vuelta mi casa, gracias al perro de la vieja de al lado que no había dejado de ladrar y, por tanto, poner nervioso a esos matones.

Estaba viva gracias a que mis padres estuvieron para mí incondicionalmente.

Pero yo no quería dejar las cosas impunes, yo soñaba con ver a Simón de rodillas y tenerlo en un puño, tal como él me había tenido a mí por tantísimo tiempo.


***

Trabajar en el taller mecánico de papá me aburría sobremanera. Odiaba llevar la contabilidad, buscar presupuestos y pelearme con los dueños de los autos que pedían "consideraciones especiales" para los arreglos de sus coches últimos modelos.

— Acá no hacemos caridad ― yo les respondía con mi mejor cara de ogro a cada uno de esos estirados que lloraban por obtener un costo más accesible.

Inmediatamente mi padre aparecía con el trapo sucio entre manos, me desautorizaba frente a ellos y atrapaba al tipo con alguna clase de bonificación.

— No me quedará ni un solo cliente de este modo, linda ― repetía en la cena.

— Ni un solo peso tampoco, no tenés por qué laburar gratis. ¿Viste que te caen con un BMW, un Jaguar, un Porsche? ¡Son unos ratones, papá! ― me ofuscaba discutirlo a diario.

Esto me demostraba, en parte, que mi sitio hacía mucho tiempo que ya no era Rosario.

Regresar a Buenos Aires no era una opción; debía estar lejos de mis conocidos para poder manejarme entre las sombras.

Sin mi arma reglamentaria por estar desafectada de la fuerza, a escondidas, requisé las de mi padre, un aficionado a la caza con portación reglamentaria para su uso.

Afortunadamente, mis palabras sobre la conservación de la fauna, lo idiota que era atentar contra la naturaleza, hicieron mella en él, conformándose con tenerlas guardadas en un mueble de mi bisabuela, en el sótano de su casa.

A hurtadillas, me hice de un revólver. Una bala me serviría; con un solo disparo bien dado, podía lograr mi cometido.


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*Complejo Hospitalario Churruca –Visca: hospital destinado a la atención de los efectivos de la Policía Federal / Policía de la Ciudad de Buenos Aires, agentes retirados y familiares.

*DNI: Documento Nacional de Identidad.

*Estirado: arrogante, generalmente asociado al poder adquisitivo.

*Rata: avaro.

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