20
Chorreando jugo, esas empanadas eran un pedazo de cielo envuelto en masa frita.
Exquisitas, comería quince de no ser porque tenía una camisa blanca propensa a mancharse y que no estaba acostumbrando a darme grandes banquetes por la noche.
Recordando anécdotas estudiantiles, fui el centro de suspicacias cuando Sebastián mencionó a su prima Lorena.
— Ella estaba muerta con vos ― comentó el abogado.
— Si le ponía un dedo encima, vos y tu primo se encargaban de cagarme a trompadas― señalé ―. ¿Siguió estudiando?
— Sí, de hecho, ya se recibió y en un par de meses se casa ― respondió Daniela levantando los platos. Ofreció café, pero Sebastián optó por invitarme a su oficina y servir un whisky para cada uno.
Muy masculina, decorada en blanco y negro, un ventanal de piso a techo permitía el paso a través de un pequeño jardín interno haciendo de ese espacio el lugar perfecto para trabajar, sin sentirse encerrado.
Tomé asiento frente al escritorio de acero y vidrio; tras él, una mochila de cuero guardaba una carpeta con algunas hojas.
— En estas horas solo pude conseguirte esto ― me entregó la información y mientras yo la hojeaba, él resumió ―: de Simón se sabe que estuvo dando vueltas por Rosario. No me resultaría casual siendo que su según lo que me dijiste y acreditamos, su amante es de esa ciudad. Sin embargo, también se lo vio en Mendoza, pero sin ella. Parece que es custodio de gente de la alta sociedad.
— Y esta mujer, ¿quién es? ― señalé una fotografía nítida, que lo tenía hablando con una mujer elegante, muy íntimamente.
— Es una empresaria llamada Nancy Fernández Carrizo. Tiene una de las fortunas más grandes de Mendoza; viuda, sin hijos, rica. Mucho.
— Evidentemente mi hermano supo dónde tirar la caña de pescar.
— No creo que la mujer sea tan ingenua de caer en las redes de tu hermano, pero Simón es inteligente para saber de dónde sacar ventaja. Pienso que accedió a ella postulándose como parte del plantel de su seguridad privada.
— ¿Y esta chica?
— Ella es Trinidad Kóvik, policía, 35 años, soltera, nacida en Rosario y trabajaba en Buenos Aires hasta que de repente, ¡zas! Se esfumó.
— Eso confirma la versión de su compañero ― dije reparando en las características de su rostro. Algunas fotografías tomadas a lo lejos, no permitían distinguirla con claridad. De momento, me era suficiente.
— Ella alquilaba un departamento al fondo de un terreno en Villa Pueyrredón, ahí cerca de la General Paz. De un segundo para el otro apareció patas para arriba con sus pertenencias revueltas. Ni siquiera el dueño de la propiedad protestó con el operativo que se montó para determinar qué había pasado. El mes estaba pago así se quedó con el depósito inicial y listo el problema. No hubo investigación, ni procesados, todo quedó en la nada ― amplió.
— Raro.
— Aparentemente nadie escuchó ruidos extraños. Los vecinos dicen que ella andaba en moto y que también desapareció. La vecina de adelante de su casa aportó que como su perro ladra mucho por las noches, solía tomar un somnífero para dormir ― elevó los hombros.
— Todo es muy extraño.
— Lo que rodea a tu hermano siempre lo es.
Bajé la mirada, admitiendo que era cierto. Dejando la carpetilla de lado, froté mi rostro con ambas manos, maldiciendo el momento en que las cosas se habían complicado para mi vida. Un viejo fantasma asomó en mi cabeza.
— ¿Todavía te seguís torturando? No fue tu culpa y lo sabés. Quedaste eximido de causa, fue un accidente ― me leyó la mente. No había día en el que no pensara en Sabrina.
— Lo sé, pero eso no alivia mi dolor.
— Valentín, ella forcejeó con Simón...
— Yo era el destinatario, Sebas. Yo tendría que haber muerto ahí.
— Ya hablamos de esto, quedaste limpio y él también. Simón se encargó de archivar la historia sin manchar su nombre y honor. Aunque nosotros sepamos realmente lo que sucedió, la justicia ya falló. En todo el sentido de la palabra.
Acepté a desgano, por milésima vez.
— ¿Su amante estará involucrada en esta historia? ― retomé el tema inicial que nos tenía allí.
— ¿A qué te referís?
— Es obvio que Simón desapareció porque tenía algo entre manos o porque sospechó que lo podían investigar. ¿Tendrá en vista alguna estafa? ¿Su compañera de trabajo será su cómplice? ¿La empresaria será su próxima víctima?― era casi un pensamiento en voz alta.
— Quizás, con un poco más de tiempo podríamos averiguarlo. Simón es astuto y capaz de borrar sus huellas de cualquier lado.
— En efecto...y eso yo lo tengo bien en claro ― exhalé, rogando encontrarlo para impartir justicia y terminar con el martirio al que me había sometido mi madre y mi conciencia.
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