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12

Al salir de la comisaría, la lluvia impertinente me mojó de arriba a abajo. Siendo precavida en mi manejo y necesitada de aire fresco sobre la cara, fui por calles poco transitadas evitando la imprudencia de algún coche apurado o bien, de algún peatón que quisiera ganarle al agua cruzando a cualquier altura de la calle.

Para cuando bajé en la puerta de mi casa, media hora más tarde de lo habitual y ya de noche, extrañamente hallé la puerta exterior sin llave. Maldije a la dueña de Ringo, quien generalmente, era descuidada al sacar a su perro a pasear.

Chapoteando sobre los charcos de agua, atravesé esos quince metros hasta llegar a la segunda reja, la que daba acceso al patio cubierto frente a mi unidad, rota desde que me había mudado allí. Sin necesidad de arreglarla, me arrepentí en ese instante.

Alerta, empuñé mi arma. Todo estaba a oscuras; solo los rayos en el cielo iluminaban la escena.

Escondiéndome tras el muro, vislumbré que la puerta de mi casa estaba entreabierta y por ende, alguien permanecía o había estado dentro. Ringo ladraba y ladraba sin cesar. Chistarle para que se callara era contraproducente.

Cuidando mi posición, las gotas de agua rodaban por mi rostro frenéticamente. En claro frente de ataque me dispuse a entrar a mi domicilio cuando un disparo me tomó por sorpresa, impactando de lleno en mi hombro provocando mi expulsión hacia atrás, de forma violenta.

Avancé hasta entrar; el olor a pólvora era nauseabundo para cuando recibí otro disparo más una vez dentro de mi casa, a la altura de la cadera, hasta que un tercero, en mi muslo, me hizo caer definitivamente y golpearme la cabeza contra la mesa.

El calor quemaba mis músculos, rasgaba mi piel. Mis ojos giraban sin poder enfocarse en algo.

Me acababan de dejar fuera de circuito...y todavía no había llegado lo peor. Refugiada bajo la mesa de la sala, mi espalda se sostenía gracias a una de las patas de madera.

Un tipo con la cara cubierta por un gorro de lana, apuntó directo a mi cabeza. Estaba a un disparo de morir.

Algo grogui, escuché que una segunda voz, agregó:

— Mátala, no sirve para nada una mujer policía.

— Yo me divertiría un rato, está buena la mina.

— ¿El jefe la querrá viva o muerta? Yo creo que en un par de minutos se queda seca.

Mi boca entreabierta era capaz de gritarles que se pudran y que me dispararan de una puñetera vez en la frente para acabar con este dolor que me penetraba el cuerpo y el alma. A lo lejos, sin distinguir si eran mis ansias, verdad o fantasía, se escuchó una sirena.

Ringo había dejado de ladrar.

— Saquémonosla de encima. El jefe me dijo que la eliminemos, que no le sirve así ― logré abrir los ojos, tan solo un milímetro, para notar la presencia del segundo sujeto.

Yo era incapaz de articular palabra, mis párpados estaban estáticos, el gusto de la sangre copaba mi boca y brotaba por mi cuerpo. Era como un torrente caliente que me consumía.

— Dale boludo, metéle plomo y llevémosla al "Matamuertos" de una vez así firma y ya ― fue entonces que el más amenazante me sujetó por los pelos para envolverme con una frazada ―. Lo siento nena, pero órdenes, son órdenes ― con la culta de la pistola me dio en el cráneo y con un impacto más que fue directo a mi pecho, me quitaron definitivamente de combate.

Para entonces, ya no fui dueña de mi cuerpo.


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Meter plomo: balear.

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