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Prólogo

Literalmente, era él único tarado dormido en ese lugar. Estaba respirando calmamente, con su espalda hinchando y encogiéndose, sus párpados sellados y su rostro oculto entre sus brazos a mitad de un juzgado que acabaría por decidir a dónde iría: si arriba o abajo.

¿Que si era normal estar dormido después de muerto? Naturalmente dependía de cada caso; algunas veces cuando te morías te quedabas ahí dentro unos días hasta que por fin a tu alma se le daba la gana asistir a su juzgado, pero eso solo con los adultos, cuando eras niño el alma salía expulsada inmediatamente del cuerpo, como siendo rechazada por este, y luego se encargaba de ir a su juzgado, pero al idiota de Maxwell lo habían tenido que recoger de la tierra porque a su alma se le había ocurrido echarse a dormir al suelo nada más aplastaron su cuerpo como bolsita de catsup: reventando el sobre y obligandolo a expulsar el contenido.

La verdad el paradero del pobre chico estaba muy reñido, aunque era evidente que no era merecedor del infierno, y estaban a punto de darle su túnica ridícula, su aureola y sus alas bien campante cuando de repente Dios, abriendo la puerta de un portazo casi pareciendo que iba a gritar "¡yo me opongo!" interrumpió el juzgado. Bueno, está bien, no fue Dios, pero por ahí iba la cosa: era su representante.

El hombre de bajos (pero en serio bajos) atributos a favor de su estatura y piel berenjena atravesó la puerta simpáticamente con esas piernas cortas mientras el pelirrojo escarlata secaba la baba seca en su mejilla a la velocidad de la luz, aturdido de inmediato por el atentado contra sus ojos ante el cegador blanco de la habitación ¿estaba en el cielo? Lo veía venir, tarde o temprano su torpeza acabaría por hacerlo estirar la pata, aunque no lo esperaba de esa forma; la estación Frowsber siempre había sido un enigma: no estaba registrada en ningún pasaje con destino a Saint Andrews o Escocia en si, las vías no parecían llevar a ningún lado, estaban esparcidas por toda la ciudad y sus gavetas eran sencillamente inhabitables. Ya estaba empezando a especular si estaba en coma ahora mismo o había sido víctima de un tren fantasma cuando el juez (o al menos la señora que sostenía el pequeño martillo) tomó la palabra.

- Maxwell Murray Williams, estás condenado a limbo, caso cerrado

¿Limbo! ¡puta madre! ¿se iba a quedar estancado en un espacio indefinido hasta el final de los tiempos! Bueno, al menos siempre cabía la posibilidad de que despertara en una camilla de hospital y sin piernas ¿no es cierto? No era de leer la Biblia, pero el limbo no debía ser un lugar muy agradable, además, lo había visto en algunas películas, y se suponía era un lugar horrible ¿no?

- ¡Maxwell Murray Williams! -llamó la juez de repente haciéndolo volver a "tierra" de inmediato-. Usted va con el señor Otto, tenemos más juicios que hacer aquí

- Oh, claro -se paró del extraño escritorio en el que estaba sentado y arrastrando su mano por la perfecta y pulcra pared del juzgado fue hacia el hombre de barba canosa que lo esperaba en la salida. Sostuvo con nerviosismo la pequeña hombrera de su mochila y vio al hombre con los ojos hechos agua.

- ¿...Me voy a ir a un limbo?

- No, no, muchacho, tranquilo, no -calmó el hombre de inmediato casi con intenciones de darle un abrazo-. Hemos examinado minuciosamente las acciones que has hecho a lo largo de tu vida y, bueno, eres una buena persona Maxwell, pero has cometido muchos errores; no los suficientes para ir al infierno, claro está, pero si son errores considerables ¿no lo crees?

- ¿Qué clase de errores? -murmuró secándose las lagrimas frustrado, odiaba llorar.

- Bueno, cometiste muchísimas atrocidades estando ebrio, tu sabes mejor que nadie de lo que eres capaz con algunas gotas de alcohol en tu organismo, y jamás pudiste remediar aquellos incidentes porque, bueno ¡te le adelantaste como mínimo unas cinco décadas a tus padres! Por eso Nuestro Señor se ha compadecido de ti y ha decidido darte una misión, un encargo, para ver si eres digno de su reino o deberás pudrirte en el infierno.

- B-bueno... ¿y qué misión me dio? -preguntó nervioso, esperando que su encargo no fuese muy difícil.

- Verás, aunque no lo creas, en el lugar donde falleciste precisamente se mueren muchos niños, que igual de desprevenidos que tu, los arrolla el tren. Tu fuiste el primer caso en toda la existencia de tu ciudad que se ha quedado dormido cuando muerto, pero los niños que se mueren ahí quedan con una imagen muy clara: las personas viendo horrorizadas un cadáver, y su cuerpo hecho carne molida ante las vías del tren.

- Entonces... de cierto modo, es bueno que me haya quedado dormido ¿no?

- Así es, pero no todos corren tu misma suerte Maxwell, por lo que tu misión, si decides aceptarla, será asegurarte de que esos pobres niños no vean su cadáver, explicarles sutilmente la situación y finalmente enviarlos aquí al juzgado ¿he sido claro con lo que tienes que hacer?

- Si, si, bastante claro -dijo el blanco mestizo, no le gustaba del todo su piel, era demasiado pálido, se ponía rojo por todo y... no, no le gustaba.

- Perfecto, entonces ya debes irte, pero espero verte por aquí algún día

- Igualmente... -mintió a medias formando una pequeña sonrisa, a lo que el anciano de piel berenjena le sonrió y... lo empujó al vacío.

- ¡¡AAAHHH!! -tardó en reaccionar pero sus ojos empezaron a llorar de inmediato por el viento impactándose violentamente en su cara ante la inminente caída a la que estaba sometiéndose y pese a la fuerza que estaba aplicando para mantenerlos cerrados, su pecho y estómago estaban hormigueando horrible ante la inestabilidad de su cuerpo en el aire, sus brazos y piernas se agitaban desesperadamente buscando tontamente algún soporte y de repente comenzó a sentirse muy, muy helado, mientras una extraña luz blanca se colaba entre sus párpados cerrados.

Se detuvo de golpe, y justo cuando pensó que ya estaba estrellado contra el pavimento de alguna carretera sintió su estómago hacersele puré al ser suspendido en el aire de golpe; vio su entorno asustado y se llevó una mano al pecho, su corazón... no estaba latiendo, pero él claramente sentía su fantasma, golpeando desbocado el interior de sus costillas.

Tal vez era su imaginación nada más.

En contra de todos sus impulsos vio abajo discretamente, estaba... muy, muy arriba, pero esperen, si no estaba cayendo, ni subiendo ¿cómo es que podía estar suspendido en el aire..? Volteó hacia atrás lentamente al sentir una débil ráfaga tras su espalda y recibió el peor susto de su vida ¡alas! ¡por supuesto! Tenía brotando de su espalda un emplumado, rosado e imponente par de alas agitándose majestuosa y ruidosamente en el aire sin siquiera consultarlo con él, era extraño... pero genial. Intentó someter a sus alas a bajar a tierra firme y estas obedecieron casi de inmediato, haciéndolo descender muy lentamente hasta que por fin la punta de sus zapatos deportivos tocó el suelo con suavidad, ya estando a salvo, y se dejó caer en el pavimento con sus pulmones expulsando el aire nada más lo extraía del ambiente.

Definitivamente no podía creerlo, o sea, ¡estaba muerto! ¡era un puto ángel ahora! ¡había estado a nada de ir al cielo! ¡y estaba condenado a cuidar niños en una horrible estación del tren hasta el final de los tiempos! Vaya día. Se llevó una mano al cabello frustrado y volvió a ver su espalda: las tremendas alas que le habían brotado de la nada le habían agujereado la chamarra, y entrado por las hombreras de su pequeñísima mochila... Como no se quería enojar más vio luego el entorno y descubrió de inmediato que había estado lloviendo, ¡ironía pura!

Se paró con una nueva duda taladrando su cabeza y fue al punto preciso donde recordaba haber muerto; no es que recordara el punto exacto siendo que estaba muriéndose de sueño pero algo punzante en el pecho le había dicho que ahí fue, ni idea de cómo o de porque, cosas de ángeles quizás.

Se puso de rodillas ante el lugar examinando la gran mancha roja en la tierra mojada, mientras se preguntaba ¿si quiera alguien se había visto afectado por su muerte?

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