Bestia
Era uno de esos días (o bien, noches) en los que sentía todo su ser temblar, su estómago y sus manos temblaban espasmódicas mientras que cada célula de su alma rogaba sentir calor otra vez y nada podía calmar su ser agobiado.
Caminaba tropezándose por las calles en busca de paz soltando unos lamentos de ultratumba que más que asustar a algún mortal lo asustaban a él mismo, porque ahora era la otra cara de la moneda y todas las leyendas de espectros llorando caían en él en ese mismo momento.
Finalmente ya no pudo con su peso y cayó al suelo exhausto, ¿acaso esa vida era mejor que el cielo? ¿peor que el infierno tal vez? No, solo un perfecto balance entre bondad y la maldad, la luz y la sombra, el día y la noche, Dios y el demonio.
Quería llorar un poco, gritar, darle algo de calma a su ser desgraciado pero no podía hacerlo, se sentía una farola sin tener quien la alumbrara, porque quizás eso era: la misma farola que lo guiaba en la oscuridad, porque no necesitaba a nadie más para hallar su camino en las noches tan miserables como esa.
Se abrazaba desesperadamente buscando cobijo en su propia alma sin éxito, porque pese a que solo era él contra el mundo aún faltaba algo, y eso era el perdón. El perdón de su madre, de su padre, de sus amigos más allegados, de las personas que abandonó sin pensarlo, de su propio creador. Un pobre huérfano del bien y del mal, desolado en su propio limbo, en una inútil vida terrenal.
Dejó caer su cabeza derrotado, cerró los ojos con fuerza y deseó desaparecer.
Y, de repente, sintió una suave pero costrosa entidad peluda frotarse contra su cara.
Vio al frente atónito, temblando cual cervatillo bebé, y admirando sin palabras al gran perro blanco y lodoso que lo veía tranquilamente, casi contento, y con un pelaje tan blanco y hermoso que de no ser por la mugre sería perfecto.
A juzgar por su tamaño, las orejas redonditas y su pelaje no podía evitar pensar en un oso polar.
- ¿Quién eres pequeñín? -murmuró con una deforme sonrisa intentando tocar su hocico y mimarlo, cuando sin previo aviso una sombra se proyectó contra las nulamente alumbradas calles de Saint Andrews y el perro corrió a ella emocionado, pero Maxwell no se fió mucho.
Se levantó lenta y dolorosamente del suelo a poco más de un metro del extraño. Estaba brillando como un farol blanco brillante por lo que era dudoso saber si el desconocido lo veía porque estaba vivo o no, pero su presencia le daba aún más escalofríos, por lo que lo segundo era más probable.
- Ja, pobre chico, ni el cuerpo ha quedado de ti, no me sirves... Vamonos Bestia -el perro chilló triste ante su decreto por lo que el extraño le recriminó con la mirada y se dio la vuelta-. Bestia, vamonos -habló mas fuerte, y el perro le obedeció con la cola entre las patas.
Así que su nombre era Bestia, qué mal nombre.
Maxwell no era tonto, esa voz era demasiado joven para ser de un hombre, y su sombra muy alargada para ser su estatura real, quizás era...
- ¡Benjamin! -llamó el pelirrojo escarlata de inmediato, el pequeño se volteó con cara de burla, sin ser capaz de desvelar su rostro pero en un acto suficientemente significativo como para dictarle que ese no era Benjamin.
Benjamin si tenía aunque fuera un nivel básico de modales.
- Crédulo -el muchacho negó y se fue sin más del lugar, desvaneciéndose tan misteriosamente como había llegado-. Hay muchas cosas que no sabes de él
Maxwell vio con desesperanza por donde se había ido el sujeto y sacó de su bolsillo al pequeño oso de sombrero de copa alta y monóculo sin poder evitar pensar qué clase de infierno estaría pasando Ben allá afuera, en la noche, sin poder dormir, sin el señor Oswald ni sus padres ni nadie que le diera compañía.
Solo
...
Frío se había convertido en un elemento esencial en su vida diaria, soledad también, y la soledad era aquella que le recalcaba porque los humanos eran una especie social.
Se necesitaban.
De no ser porque estaba muerto habría perdido la cordura, porque ¿qué tan sano tenías que ser como para sobrevivir a ser invisible y mudo para el resto del mundo? Era realmente agobiante, a veces se ponía a hablar solo para no desacostumbrar a su garganta de hablar e incluso hacia ejercicios bucales como cantar a la tirolesa o producir sonidos con su dedo y labios, aunque eso último era más por ocio que otra cosa.
Estaba atando sus rotas agujetas sentado en las vías con tranquilidad cuando sintió un pelaje extraño abatir contra sus plumas. Se volteó impresionado hallando a un colosal perro blanco sucio como burro de carga y... tuerto.
- ¡Por mis alas! ¿qué te ha pasado? -acarició su pelaje con tristeza, tenía sangre seca en ella y estaba repleto de polvo, quien quiera que fuera su dueño debía ser una persona horrible, ¿arrancarle un ojo? ¡Qué barbaridad!
A juzgar por sus orejas redonditas y su larga cola peluda asumía fácilmente que se trataba del perro de anoche, pero no se le apetecía llamarlo Bestia, por lo que ahora sería... hm.
- ¡Te llamaré Oso Polar! ¿te gusta! -el perro agitó la cola más fuerte y se frotó contra su pecho animado, por lo que lo tomó como un si-. Perfecto, qué asco de nombre te puso tu dueño, ¿Bestia? Ni en sueños, eres un perrito adorable -Oso Polar ladró emocionado, haciendo que la gente viera raro al punto desconocido al que el perro le dedicaba su sonrisa, y un hombre supersticioso de por ahí se atrevió a pasar la mano, chocando con el hombro del ángel desprevenido.
- ¡AAAHHH! -gritó el hombre horrorizado al tocar aquella masa invisible, llamando la atención de la gente. Oso Polar trataba de alejarlos tiernamente mientras Maxwell buscaba espacio para extender sus alas e irse sin causar más pánico, pero ya era muy tarde, había manos tocándolo por todas partes y no era necesariamente lindo.
Finalmente paró de importarle lo que se inventara la gente y extendió sus alas, saliendo catapultado de aquella horda de mortales curiosos, quienes ahora gritaban aún más fuerte, pero ya estaba lejos de ellos así que en unos minutos más hallaría paz nuevamente.
Oso Polar era en serio adorable pero si seguía así podría delatarlo, lo mismo con el resto de animales de la población, así que ahí inventó su primer regla, la primera de muchas:
1- Nada de mascotas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro