[Marina está asombrada con sus nuevos tapones para los oídos. Ni un solo sonido la alcanza. Al otro lado de la ventana ve el ala del avión, perfectamente silenciosa y firme. Se quita los tapones y se da cuenta de que todos los demás pasajeros están en absoluto silencio.
Cuando se levantó para ir al baño, se dio cuenta de la razón de la ausencia de sonido. El avión está completamente vacío. Y lo que es peor, la puerta de la cabina está abierta de par en par y lo único que puede ver es una luz cegadora.]

Marina se protegió los ojos.

"Cuánto tiempo sin verte, hermana." Su voz hizo eco dentro de los confines del avión.
"¿Abel?" Escuchó pasos acercándose. "No ... no podría ser. ¡Te moriste! Te vi caer." Fue hace siete años.

Abel estaba en su adolescencia, Marina tenía trece cuando lo vio saltar de la repisa del condominio donde solían vivir. En ese entonces, Abel quería ser paracaidista o piloto. Le encantaba la adrenalina cuando se trataba de estar en el aire. Después, sus compañeros lo desafiaron a saltar a otra infraestructura. Sabiendo que era una mala idea, le advirtió que no lo hiciera.

Le dijo que iba a estar bien, que iba a alcanzar los cielos. El cielo es el limite. Pero ignoró las leyes de la gravedad. El peso de sus palabras. El impacto que causó cuando se cayó y se desplomó sobre el concreto frío. "¡Tu cráneo estaba abierto!"

Después de su muerte estudió abogada. Y ahora estaba tomando su vuelo a Maine para reunirse con su familia. De todas las aerolíneas que pudo elegir, tuvo que elegir la aerolínea para la que Abel quería trabajar.

"No hay ningún lugar adonde ir más que arriba." Abel dijo que la atmósfera era sofocante, inquietante.