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v e i n t i c u a t r o

Las noticias sobre la desaparición del guardabosques y la posterior investigación eran más bien pocas. Namjoon no quería meter el hocico en los asuntos policiales, así que supuso que la falta de información no era debida a un supuesto secreto de sumario, sino a que realmente los agentes no tenían pruebas. Poco a poco, supuso, desistirían. El alquimista, en el fondo, esperaba con ansias el día en el que la portada del periódico tuviera un titular como ''descubierta la verdadera identidad del guardabosques de Black Oaks''. Necesitaba algo de justicia poética. 

Namjoon intentaba evadirse en las clases. Empezaba atendiendo al profesor de turno, pero la concentración solo le duraba un par de minutos. Al rato, empezaba a pensar en la Piedra. Y en Hyejoo. Por eso, antes de que sonara el timbre que marcaba el fin de las clases, recogió sus cuadernos y salió un par de minutos antes, excusándose. 

Se encaminó hacia el hospital en su vieja pick-up; llegó en menos de diez minutos. Aquellos días el tráfico era inusualmente bajo y tranquilo, como si se avecinara una catástrofe. Namjoon sabía que aquella sensación no era más que una paranoia, pero le resultaba inevitable pensar en que todo el mundo sabía lo que había hecho -por muy discreto que fuera- y por eso huían, dejando la ciudad y los alrededores desiertos.

Incluso en el gran edificio del hospital estatal, donde siempre había un flujo casi infinito de pacientes y personal sanitario, parecía que todo estaba en calma. Namjoon caminó por los pasillos oscuros de la planta baja con las manos sudorosas y la extraña sensación de que nada de lo que estaba viviendo podía ser real, como si estuviera en el preludio de una pesadilla. Decidió subir las escaleras en lugar de hacerlo por el ascensor. Llegó a la primera planta y, con la mirada, buscó la puerta del despacho del doctor Hopkins, un hombre a punto de jubilarse que llevaba al frente de la unidad de neurología casi medio siglo. 

Inspirando con fuerza por la nariz y soltando todo el aire por la boca, sabiendo que aún no estaba preparado para aquella charla sobre el futuro de su hermana, Namjoon se acercó hasta el despacho y llamó a la puerta. Dentro, esperaban varias personas con batas blancas, una sonrisa triste y aire extrañamente acogedor. 

—Buenas tardes, Kim. —saludó el doctor, señalando la única silla libre de la sala. —Toma asiento, por favor. ¿Todo bien?

Namjoon volvió a suspirar. —Podría ir mejor, ¿no?

Una mujer que estaba al lado del alquimista le sonrió con calidez. Namjoon sabía qué significaban esas sonrisas: no eran más que una forma fácil de ocultar una noticia difícil. El doctor también se sentó -en su respectiva silla- y, tras un gruñido, clavó sus ojos caídos en Namjoon. —Supongo que conoces al resto del equipo, ¿verdad? La doctora Hervin; Claire y Martha, fisioterapeutas...

La lista de nombres continuó: enfermeras, pediatras, neurólogos... un equipo multidisciplinar que había estado a cargo de su hermana desde el primer momento. Namjoon no sabía como agradecerles todo el trabajo, así que se limitó a sonreír de manera sincera. Cuando la ronda de presentación terminó, el doctor Hopkins volvió a tomar el turno de palabra:

—Rachel ha llegado a un punto en el que la carretera se bifurca, ¿sabes? —dijo, serio. Namjoon odiaba el tono condescendiente de algunas personas; quizá le hablaban así porque era más joven, o quizá porque sabían que su sangre no era cien por cien estadounidense y creían que no entendía de todo el idioma, o quizá porque creían que no sabía nada de lo que le sucedía a su hermana. Ignoró la actitud paternalista del doctor y, aunque estaba deseando que fuera al grano, asintió. —Y, como ella no tiene la capacidad para elegir que camino tomar, debemos preguntarte a ti. 

—¿Y bien?

—En caso de que Rachel despierte...

Namjoon escuchó con atención a pesar de conocer todo lo que le estaba contando el doctor. Sabía que nada iba a ser lo mismo, que tanto tiempo en cama habían hecho un daño irreparable en su cerebro. Con suerte, la hermana de Namjoon podría emitir un par de palabras, pero en ningún momento caminaría, se abrazarían... Las palabras del doctor no cayeron en él como un jarro de agua fría, sino más bien como una fina lluvia incómoda de la que no te puedes proteger. La charla le hizo darse cuenta de que no necesitaba un milagro; necesitaba la Piedra. 

—Estas son todas las posibilidades. Todas son viables, —continuó el doctor — pero algunas son más costosas que otras. Y no hablo de dinero: hablo de tiempo. La rehabilitación será dura, pero-

—Es mejor eso que nada. —dijo Namjoon, interrumpiendo al hombre. Notó un par de miradas preocupadas. — Mi hermana aún puede vivir. Tiene que hacerlo.

—Y nosotros vamos a hacer todo lo posible para que recupere todas sus capacidades... dentro del margen que nos permita la medicina, claro. —añadió el hombre, con una sonrisa amable. —Rachel no ha sufrido complicaciones desde la última hemorragia, y las pruebas complementarias no muestran signos de que vaya a haber más. ¿Entonces...? ¿Despertamos a Rachel?

—Sí, quiero que comiencen la rehabilitación. 

No era la mejor opción pero, al menos, Namjoon ganaría tiempo. Podría seguir investigando mientras su hermana se recuperaba de la parálisis, la afasia y los consiguientes problemas.

Namjoon se despidió del equipo de sanitarios con una profunda reverencia y unos cuantos folletos informativos bajo el brazo. Salió de la sala y dejó que se le escapara un largo suspiro. Decidió pasar por la habitación de Hyejoo antes de marcharse del hospital. Ya que estaba allí, no iba a dejar perder la oportunidad de visitar a su hermana.

Sin embargo, algo -o alguien, más bien-, le interceptó por el camino. Namjoon sintió cómo algo se asía sobre su cuello, quizá una cuerda fina. Se giró de manera brusca, de golpe, y se encontró con Agust. El vampiro le había puesto lo que parecía ser una tarjeta identificatoria que colgaba de un cordón azul.

—¿¡Pero qué coñ-

El rubio se llevó el índice a los labios. —Shhhh, no grites. Estamos en un hospital. 

Namjoon resopló y se acercó a Agust, que parecía haber disfrutado del susto del pobre alquimista. —¿Qué coño haces? —susurró. Echó un vistazo a su tarjeta plastificada. Ponía su nombre y, en mayúscula, ''voluntario''. —¿Y qué coño es esto?

—Coño esto, coño aquello... Eres un malhablado, imbécil. —contraatacó Agust, sobreactuando, como si él fuera la persona que decía menos palabras malsonantes del mundo entero. Él también llevaba colgada la misma tarjeta. —Te he apuntado al  voluntariado. Tan listo y tan aplicado y resulta que no sabes que es un requisito indispensable para graduarse...

—¿Por qué hablas así? ¿Me estás imitando?

Agust hizo como si empujaba la montura de unas gafas -imaginarias- y se cruzó de brazos de la misma forma que solía hacer Namjoon. —Para nada. —soltó. — La cosa es que estamos cerca de la morgue. Si necesitamos cuerpos por una emergencia...

El alquimista tuvo que pasar un brazo por los hombros de Agust para hacerle callar. La diferencia de altura entra ambos nunca había sido tan evidente. —No hables de esto aquí. 

Namjoon supuso que visitaría a su hermana más tarde. Él y el vampiro caminaron juntos hasta el ascensor, donde Agust se deshizo del agarre del de gafas. Se separaron en cuanto pudieron, ocupando las esquinas más distantes del ascensor, guardando las distancias con aire avergonzado. El rubio soltó una risilla. 

—Qué buen tiempo hace, ¿no? —comentó, irónico. Fuera estaba lloviendo a cántaros.

—¿Dónde vamos? —preguntó Namjoon, esquivando la mirada oscura de su compañero. 

—A paliativos y geriatría. —respondió, sonriente. Que alguien dijera aquella palabra, ''paliativos'', con semejante sonrisa era, al menos, preocupante. 

Namjoon suspiró. —Has ido a lo fácil...

—¿Qué quieres? ¿Que vaya a por los bebés de neonatos...? Qué retorcido. 

—Cállate. — Namjoon esperó a que las puertas del ascensor se abrieran, pero no lo hicieron. Agust también parecía algo desconcertado; había fruncido el ceño. — ¿Esto es cosa tuya?

—¿Crees que los vampiros controlamos ascensores? —bufó. — Seguro que nos hemos quedado atascados...

—Las luces siguen funcionando... qué raro. —el de gafas echó un vistazo al techo del ascensor. Sacó su teléfono móvil y, con la vista pegada en la pequeña chapa con la información técnica del elevador, marcó el número de emergencias. Después, devolvió la mirada hacia los botones del ascensor. Chasqueó la lengua y puso los ojos en blanco. —Agust. 

—¿Nos vamos a morir? 

—Eventualmente, yo sí. Tú no... —masculló. Señaló los botones con el índice. —¿Qué planta es la de paliativos...?

—¡Oh...! ¿No había pulsado...?

—No.

Agust soltó una risilla. —Perdón. Es la décima. Es que me pones nervioso, ¿sabes...? —bromeó, apoyándose en la barandilla decorativa de la pared lateral del ascensor. 

Si Agust supiera a qué velocidad latía el corazón de Namjoon, no habría dicho aquello. El alquimista sentía cómo sus manos estaban empapadas de sudor. Con tan solo pensar que podía haber estado encerrado con un vampiro en un espacio tan estrecho, se mareó. Con un largo suspiro, Namjoon cerró los ojos y fingió que no había tenido el mayor susto de su vida. Agust se carcajeó al verle. 

—No te preocupes, gafas. —le dijo, con una sonrisa que, por primera vez, a Namjoon le resultó divertida en lugar de ladina. — Si tuviera sed, no te comería. Al menos, no eres mi primera opción. Me caes bien: te mataré el último. 

Namjoon, sorprendentemente relajado -porque sintió que Agust estaba bromeando de verdad y porque vio una pizca de sinceridad en sus ojos oscuros-, sonrió. —No puedo decir lo mismo. De tener que matarte, lo haría sin dudar. 

—No hace falta que lo jures.

—Por cierto, siento lo del... disparo. 

—Bah, no te preocupes. Es lo que tiene Estados Unidos, la tierra de la libertad y de las armas. Cualquiera puede pegarte un tiro entre ceja y ceja. —dijo, con algo de rencor. Aún así, Namjoon sintió que sus disculpas habían sido aceptadas. 

Las puertas del ascensor se abrieron con un suave 'ding'. Un pasillo largo y tenuemente iluminado recibió a ambos, que caminaron a la par hasta una pequeña sala donde Namjoon pudo reconocer a una figura familiar. Charlotte, con los labios pintados de un intenso color carmesí, se giró y sonrió a sus dos amigos. Jugaba a las cartas con dos señoras mayores, encorvadas, ajadas por el paso de los años y por la enfermedad. Una de ellas alzó la cabeza.

—¡Este es Namjoon! — exclamó Charlotte, que parecía haber hecho buenas migas con las mujeres. Estiró el brazo e invitó al alquimista a sentarse en una silla libre que tenía a la derecha. —Es uno de mis amigos. 

Charlie parecía haberse tomado muy en serio la orden de Agust de 'parecer normales'; encajaba a la perfección en el papel de dulce voluntaria adolescente. Algo dudoso, Namjoon ocupó el asiento que la joven rubia le ofrecía y tomó las cartas que una de las dos mujeres le tendió. 

Mientras la anciana explicaba a Namjoon cómo jugar a Boston, Agust se esfumó pasillo abajo, sumergiéndose en la oscuridad de las habitaciones más silenciosas, aquellas donde la muerte pululaba cerca de las camas. Sin siquiera llamar a la puerta, entró en una, la 893. La habitación, espaciosa y limpia, estaba iluminada por una cálida lámpara de mesa que parecía tener casi los mismo años que Agust, que, con un gruñido, se dejó caer en un sillón reclinable de polipiel cercano a la única y enorme cama de la habitación. 

—¿Ya has vuelto? —una voz femenina, débil como una joven rama de cerezo en un vendaval, resonó entre las cuatro paredes.

—Sí, ya he encontrado al idiota de mi amigo. Siempre se pierde. —dijo el vampiro. Se inclinó ligeramente hacia delante, apoyando los codos sobre sus rodillas. Señaló unas bombas que estaban conectadas a una cánula. — ¿Qué pasa si toco esto?

La suave voz rio. —Seguramente, nada. 

Agust observó a la chica que tenía enfrente. Reclinada en la cama de hospital, de complexión delgada, pestañas finas y cabello corto y despeinado, la joven aún conservaba una ligera sonrisa. Se llamaba Lucy, y llevaba años luchando contra la enfermedad maldita, contra un cáncer... pero su sistema parecía haber sucumbido al poder de los oncogenes.  Si sus padres fueran empresarios, pensó Agust, seguramente no estaría allí, en paliativos, con dos jeringuillas de morfina a su lado; estaría en un hospital mejor, recibiendo el tratamiento necesario. El cuerpo de la pobre Lucy estaba ya en las últimas, al igual que la cuenta bancaria de sus padres. Agust apenas la conocía -había estado hablando con ella durante una única semana-, pero tuvo la sensación de que debía quedarse a su lado. Estaba sola, ni siquiera rodeada de médicos como lo estaba la hermana de Namjoon. Todos se habían rendido. 

—¿Sabes? Soy muy nuevo en esto del voluntariado. —Agust alargó el brazo y cogió un periódico que estaba en la mesilla de noche. — ¿Te apetece hacer unos crucigramas? A ver, —pasó las páginas y encontró los pasatiempos. — en horizontal, país de Europa que-

—¿Europa no es un país? —preguntó Lucy, asombrada.

Agust solo pudo fruncir el ceño. —Quizá aún no sea tarde para enseñarte geografía...

Lucy soltó una carcajada ronca. La sonda que viajaba desde su nariz hasta su estómago apenas le dejaba hablar, pero lo intentaba. Agradecía que Agust estuviera allí. —¿Vendrás mañana?

—Sí, claro. —el rubio asintió. —Prefiero estar contigo a tener que hacer de sujetavelas... 

—¿Tus amigos son pareja?

—No, no de momento. Son tan raritos que seguro que terminan juntos. —bufó. — Estoy a gusto aquí. 

La joven de cabello castaño sonrió. —Gracias. 

—¿Por ser sincero? Pues de nada. — Agust se encogió de hombros. — Pero mañana traeré un mapa mundi.

—Bueno, si sigo aquí... —Lucy habló con un tono melancólico. Agust lo conocía bien: tras su voz temblorosa, se escondía el deseo de poder morir en paz. Lucy debía estar harta de luchar y de ver a sus padres endeudarse solo por ella. Debía estar harta de no poder elegir cómo marcharse del mundo. —¿Quieres que te cuente un secreto...?

Agust asintió. —Sí, venga. 

—Estoy esperando a tener una infección respiratoria por una de esas bacterias ultra resistentes. —confesó, con una sonrisa más bien triste, pero con una chispa de rabia en sus ojos. 

—¿Quieres que te cuente yo mi gran secreto? 

Lucy, como pudo, también movió la cabeza. —Claro. 

—Soy vampiro. 

—¡No te creo!

Sin reparo, Agust le mostró sus colmillos. Los señaló con el índice. —Nací en 1959. 

La chica soltó una risilla, pero pidió con un gesto a Agust que se acercara. Él obedeció, tranquilo, y dejó que Lucy inspeccionara sus colmillos más de cerca. Los ojos de ella, del color de la miel, se abrieron un poco más, mostrando sorpresa. Ahogó un grito, pero su sonrisa se ensanchó. 

—Qué pasada. 

Agust se separó de la cama y se llevó el índice a los labios antes de dejar paso a una enfermera que llevaba consigo lo que parecía ser una papilla. —No se lo digas a nadie, Lucy. 

Ella asintió con algo más de energía. —Lo prometo. Hasta mañana, Agust. 

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https://youtu.be/b_53u5WirTs

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