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Charlotte no sentía  ninguna clase de estímulo físico. Era incapaz de sentir dolor, por ejemplo, y por eso no abrió los ojos cuando el misterioso chico rubio de su clase de matemáticas sujetó sus hombros para pegar su cuerpo al colchón, haciendo demasiada fuerza. Se despertó porque notó una presencia extraña sobre ella, una especie de soplo de aire frío que le hizo sentirse alerta. Al abrir los ojos se asustó al ver a Agust, casi a un centímetro sobre ella. Se agitó para intentar empujarle hacia atrás, pero no puedo superar la fuerza que él ejercía sobre ella. Nerviosa, Charlie alargó el brazo como pudo para intentar encontrar el interruptor de la luz de su mesilla de noche. Agust no tardó en atrapar su mano y apretar su muñeca con fuerza. Sonó un terrible ''clac'', como el de dos huesos rompiéndose. Sí, la muñeca de Charlie estaba rota. Una persona normal habría chillado del dolor, pero ella no lo hizo. No sintió absolutamente nada. Y una persona normal, obviamente, no podía romper tan fácilmente los huesos de otro individuo.

— ¿¡Qué estás haciendo!? — exclamó ella, agitada, intentando protegerse y empujar a su compañero hacia atrás. — ¡Ayud-

Agust se vio obligado a tapar su boca con la mano contraria, con la que no sujetaba la muñeca hecha trizas de la chica. Acercó su rostro al de la chica, aterrorizada, con los ojos vidriosos y casi temblando. Se acercó hasta que su nariz rozó con la de Charlie. — Shhh, — le susurró  — No quieres que te mate, ¿verdad?

De todas formas, el plan de Agust era matarla. Vivía sola, no tenía amigos y probablemente todos sus familiares vivían lejos, a un océano de distancia, en Reino Unido. Además, Charlie era la chica invisible del instituto. Había veces que ni siquiera reparaban en ella. Podría gritar y gritar, pero nadie la salvaría. ¿Quién iba a notar su ausencia si se quedaba con su cuerpo? Probablemente nadie.

Mordió la muñeca de Charlie aprovechando que estaba rota y que su mano estaba laxa. Mordió la zona sabiendo que varias venas superficiales confluían en esa zona, pero no encontró sangre. Mordió más profundamente, casi hasta tocar el hueso, hundiendo sus colmillos en la carne demasiado blanda y pálida de Charlie. Ahora era él quien no entendía nada. No tenía sangre. Él estaba frío, ella estaba fría. Pero, en el hipotético caso de que fueran iguales, Agust lo hubiera sabido con una simple mirada. Entonces, ¿qué era ella?Titubeó un solo segundo, un segundo que Charlie aprovechó para impulsar a Agust hacia atrás con sus piernas.

Charlie saltó de la cama lo más rápido posible. Encendió la luz de la habitación, buscó su teléfono móvil abandonado en una de las mesillas que se situaban a los lados de su cama y se apresuró a cogerlo. Antes de que pudiera marcar el 911, Agust se abalanzó sobre ella con rapidez, como si fuera un león saltando sobre su presa.

La fuerza del empujón hizo que Charlie cayera al suelo estrepitosamente, aunque una vez más no notó el golpe. Agust sujetó el cabello rubio de la chica con una mano, tiró de él para que no pudiera mover más la cabeza y para que su cuello quedara descubierto una vez más. Al ver que la chica no paraba quieta, tuvo que propinarle un puñetazo en la cara.

— ¡Suéltame!

Era agresivo. Su comportamiento era muy contrario al que se había imaginado Charlie. A la luz de la suave lámpara del techo, vio cómo dos finos colmillos perlados brillaban antes de que Agust atacara su cuello cual animal hambriento. Hundió sus colmillos en el cuello de Charlie, pero una vez más no encontró nada. Observó su rostro, su muñeca, el resto de su cuerpo semidesnudo. No tenía marcas de los golpes, sólo los pequeños orificios simétricos de los colmillos. Agust esquivó los manotazos que ella le intentaba dar sin dejar de observarla cuidadosamente.

Harto de que la chica se agitara bajo su cuerpo, cerró su mano sobre el cuello de Charlie, apretándolo, la elevó sin mucha complicación y pegó su cuerpo a la pared. — ¿Qué coño eres?

Charlie hizo gestos rápidos para indicar que se estaba ahogando. La soltó, dejando que su cuello se resbalara de sus manos. Charlie cayó al suelo. Alzó la vista para mirar al chico, aterrada. Su mirada era oscura, sus pupilas estaban dilatadas al máximo, sus puños aún estaban cerrados, como si estuviera preparado para golpearla en cualquier momento.

Sin decir nada, Charlie se arrastró hacia la puerta. Se cerró con un portazo, como si una corriente de aire hubiera golpeado la puerta. Charlie comprendió, casi al instante de ver a Agust de nuevo a sus pies, que estaba delante de las narices de un vampiro.

— ¡Eres un vampiro! ¡Un vampiro! — gritó.

Agust se acuclilló para quedar a su altura, para observarla de nuevo. Colocó su mano sobre su cabeza, dispuesto a volver a tirar de su pelo, pero se detuvo. Llevó su índice y su dedo corazón hacia el cuello de Charlie, una vez más, y apretó la zona de su yugular, cerca de la mordida. Los dedos de Agust se hundieron con facilidad en la carne de la chica, deformándola. Sin duda, su piel no tenía la misma elasticidad que la de una persona normal. Estaba fría, pálida, con los labios demasiado blancos. ¿Por eso siempre los llevaba pintados? ¿Para ocultar su palidez enfermiza?

Entonces, después de un par de segundos intentando encontrar el pulso de la chica, se dio cuenta de que no tenía. Sin pensárselo dos veces, ignorando que Charlie vestía sólo con su ropa interior -sin conjuntar-, plantó su mano en el lado izquierdo del pecho de la chica. Ella se escandalizó, pero no se sonrojó. Simplemente lanzó un manotazo al aire. Agust lo esquivó sin esfuerzo.

— ¿Qué...? — dijo él, incrédulo a la par que furioso. No tenía pulso, no tenía sangre.

Muerta. Estaba muerta.

Esa fue la conclusión a la que llegó el vampiro después de que ella saliera corriendo escaleras abajo. Logró alcanzarla, obviamente; él era más rápido y mucho más ágil que ella. Se puso delante de Charlie, que intentaba huir hacia la pequeña sala de estar de la planta baja. Sin embargo, se topó de nuevo con el chico rubio a los pies de las escaleras, donde notó un fuerte olor a carne. Carne cruda.

Una de sus características -o poderes, aunque él prefería no llamarlo así- era su capacidad para notar ciertos olores. Su olfato se podía comprar con el del un can, agudo y muy desarrollado. Por eso pudo notar el olor de la carne oculta en un frigorífico a varios metros de distancia. Y lo mejor de todo, el fuerte olor de bolsas de sangre guardadas en una pequeña nevera. Primero tendría que hacerse cargo de la chica, después de enterarse de qué era lo que ocultaba. Pero su naturaleza le pudo, y sin reparar en Charlie, que había corrido escaleras arriba con tal de huir, se dirigió hacia la cocina, hasta donde el olor le condujo.

El deseo y la necesidad le hicieron arrodillarse frente a la puerta del congelador de la cocina, y fueron esas dos cosas lo que evitaron que Agust escuchara los pasos rápidos de Charlie, armada con su infalible bate de béisbol.

*****

Al menos Charlie aprendió que podía dejar por unos cinco minutos inconsciente a un vampiro si le golpeaba con un bate en la cabeza. Se quedó observándole desde lejos. Su piel brillaba a la suave luz de la luna; eso era lo único que era extraño en él. El resto de su apariencia era completamente normal -exceptuando, claro, los dos colmillos que había visto con anterioridad-. Parecía un adolescente cualquiera. Charlie se vistió con una simple camiseta y unos pantalones anchos. Antes de que el chico volviera en sí, empuñó uno de los cuchillos más grandes de la cocina, y por si acaso, cogió una de las cabezas de ajo que guardaba desde hace meses en un cajón.

Vio cómo el cuello del rubio se retorcía, como si quisiera estirarlo de una manera muy brusca y repentina. Charlie retrocedió un par de pasos. Saltó cuando los ojos rasgados y totalmente negros del vampiro se clavaron en ella.

Como si se tratara de una pelota y Agust de un perro, Charlie le lanzó el ajo directo a su cara. Aún aturdido, Agust recibió el suave golpe del ajo en la cara.

Ella ahogó un grito. — ¿¡El ajo no te hace nada!? — chilló.

Agust se levantó despacio, apoyándose en la encimera de mármol de la diminuta cocina, similar a la de un apartamento. Agitó la cabeza. Aún estaba algo mareado por el golpe... y por el fuerte olor a sangre procedente de aquel congelador. Llevaba semanas intentando encontrar a la víctima perfecta: joven, saludable y con sangre del grupo A positivo. Charlie parecía ser la correcta; pero se equivocó.

Se frotó la cara con algo de desgana. — No soy Drácula, joder.

— ¿E-entonces no eres un vampiro...?

No respondió a la pregunta. Le dedicó una mirada envenenada mientras la rodeaba, ignorando que la punta afilada del cuchillo se clavaba contra su torso. No iba a hacerle nada; incluso si le propinaba más se diez puñaladas, se recuperaría. Ventajas de ser un ser -casi- inmortal.

— ¿Y tú? — murmuró con su voz grave y áspera.

— ¿Y-yo? — Charlie tartamudeó. — ¿A qué te refieres?

— Estás muerta. — escupió.

No había rastros de vida cardiovascular en ella. Su corazón no latía, quizá porque no tenía sangre que bombear, y lo único que tenía de viva era su forma de actuar. Respiraba, hablaba, tenía la apariencia de una adolescente normal y corriente. Pero había algo más. Que fuera la ''chica invisible'' tenía algo de sentido teniendo en cuenta que para mucha gente no existía, teniendo en cuenta que sólo unos pocos humanos eran capaz de ver lo sobrenatural. Pero, entonces, ¿por qué la gente sabía que Charlie estaba ahí cuando hablaba o cuando hacía algo que llamaba la atención? No era un espíritu ni mucho menos; Agust la había palpado y había sentido su piel.

— Charlie, Charlie, Charlie... — ronroneó, acortando la distancia entre ambos, acercando sus torsos y notando como el filo del cuchillo se clavaba ligeramente en su mediastino. — ¿Por qué eres tan mentirosa?

Los ojos azules de la chica eran incapaces de los de Agust, tornándose ligeramente escarlata. Era, sin duda, una mirada hipnótica. ''Si las miradas mataran...'' cobraba sentido cada vez que lo miraba a los ojos. Charlie pestañeó con fuerza, agitó la cabeza y terminó clavando el cuchillo en el pecho de Agust, que gruñó demasiado alto. Charlie tuvo que ejercer mucha fuerza, tanta, que terminó cayendo al suelo junto a él.

— ¿Vas a matarme? — le preguntó con la voz algo temblorosa. Siiba a hacerlo, tendría que matar a Agust primero.

— ¿Acaso puedo...? — rio él, sarcástico, recuperándose poco a poco de la profunda puñalada. No había dañado órganos vitales. Al parecer.

Charlie se pegó a la pared del hall de entrada, lo más lejos posible para observar cómo el chico se dirigía a rastras hacia el congelador, guiado por ese delicioso olor a sangre. Agust tendría razón: no podría matarla.

Porque Charlotte Lowell estaba muerta desde enero de 2010.


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bueno la gente ama este fic así que voy a resubirlo en cuanto pueda ejejej

gracias por leer ♥♥

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