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d i e c i n u e v e (ii)

Caía la noche, pero las luces del humilde hogar de los Davis estaban aún encendidas. Desarmados pero totalmente alerta, Charlotte y Agust esperaban al otro lado de la calle a que el padre de la familia saliera de la casa. El vampiro había investigado lo suficiente, prácticamente durante una semana entera, valiéndose de su sigilo, para darse cuenta de que el padre de John solía salir de casa pasada la medianoche, y volvía a la madrugada, sembrando el pánico. La familia de los Davis no parecía tener problemas, pero sólo con cinco días al pie de su puerta, Agust se dio cuenta de lo retorcida que podía ser la realidad. Él mismo estuvo a punto de entrar a la casa y llevar a cabo algo de justicia cuando vio cómo el señor Davis abofeteaba a su hija de menos de nueve años. Y eso no era lo peor. 

—Llevamos aquí horas. — se quejó Charlie, que hizo ademán de sentarse en el césped fresco. — No parece haber mucho movimiento... Además, ¿por qué tengo que llevar los pies atados, dices?

Si su hipótesis era cierta, Charlotte, nada más ver al hombre, saltaría a por él. Por eso, Agust se encargó de urdir un plan de contención. Y ese plan consistió en atar los pies de Charlotte. Así sería más fácil llevarla de vuelta a la camioneta de Namjoon, que esperaba, a oscuras y al volante, detrás del vampiro y la joven. El alquimista también estaba alerta: por si tenía que arrancar y seguir al señor Davis, y por si Charlotte perdía el control. Además de llevar una pistola encima, llevaba recambios y un cuchillo de combate en la guantera... por si acaso. 

—Tranquila, rubia. Saldrá dentro de nada. — musitó el vampiro. — Todas las noches sale a dar un paseo. Está loco. 

—¿Por qué crees que John le odia tanto? — preguntó Charlotte, desde la inocencia. Agust, que llevaba horas con la vista fija en las ventanas de la casa, se giró y le dedicó una mirada tan significativa que sobraron las palabras. Se volvió agitando la cabeza. — ¿Qué?

—Eres muy buena actriz, ¿sabes? Nunca pensé que alguien podía ser tan idiota. 

Charlotte bufó. —Lo digo en serio. 

—Ah, decir o no decir la verdad a la cándida Charlotte, esa es la cuestión... — canturreó Agust. — John no odia a su padre. Es miedo. Igual que su madre y que su hermana. Están aterrorizados porque ese tipo es un monstruo tirano. — miró de reojo a Charlie. — ¿Sabes lo que hace?

El tono extremadamente frío y áspero de Agust hizo a Charlotte negar con la cabeza. Prefería no saberlo. Había ciertos límites que no prefería pasar. Ella y el vampiro volvieron a fijarse en la casa, algo pequeña y de madera, similar al resto de casas unifamiliares de la zona. Casi al instante, vieron una sombra recorrer la sala de estar. Cayó al suelo y se protegió alzando los brazos. Otra figura bastante más fornida le propició unos cuantos golpes y logró levantarla del suelo agarrándola del pelo. Charlotte se irguió. Agust entornó los ojos. 

—¿Es él? — susurró la de melena rubia. 

—Nuestro villano entra en escena, por fin. — Agust se agazapó, como si fuera a echar a correr. En realidad, se agachó para tener una mejor visión de la escena. 

El señor Davis abusaba verbal, psicológica, física y sexualmente de su mujer desde hace años, y pronto haría lo mismo con su hija, que ni siquiera había abandonado la primaria.  A Agust no le resultaba extraño que el caso de aquella familia no hubiera salido nunca a la luz: era como una interminable película de terror de la que ni madre, hija e hijo podían escapar. Su casa era un infierno, una dictadura en la que el padre dictaba sentencia sin escrúpulos ni remordimientos, pero, de puertas hacia fuera, todo era idílico. Había sembrado tan bien su miedo que el señor Davis podía vivir tranquilamente entre los vecinos, llevando en coche a los hijos del vecino a la escuela y comprando tranquilamente flores que se marchitarían en la cocina, porque, si alguien decía una palabra de la situación, las consecuencias serían de lo peor. Y John, que acababa de aterrizar en el instituto, tenía el mismo temor que un chihuahua ante un enorme y ágil dóberman. No podía hacer nada contra su padre, no podía proteger a su hermana y a su madre porque, si lo hacía, el señor Davis se encargaría de dejarle fuera de juego. 

Agust miró el reloj plateado de su muñeca: las doce y veinte minutos. Hizo una señal rápida a Namjoon, que también miró su reloj y comenzó a contar los segundos, hasta llegar a los dos minutos, tiempo que tardaba el señor Davis en recorrer parte del camino que le llevaba hacia el centro de la ciudad. 

—Mira bien a ese hijo de puta, Charlie. — le pidió el vampiro a su compañera.

Así lo hizo. Le siguió con la mirada. Era un hombre que casi rozaba el metro noventa, robusto, con el cabello bien peinado hacia atrás. Charlotte le miró, y le miró, y le miró, casi hasta perderle de vista. Y, entonces, empezó.

Sintió un incómodo cosquilleo en las yemas de los dedos que rápidamente se extendió por el resto de sus manos. Quemaba, tenía tanto calor que sentía que iba a estallar. El cosquilleo viajó desde sus manos por sus brazos, cuello y pecho. Gruñó. Sintió la mano fría de Agust sujetar su muñeca. No fue suficiente para evitar que la presión en su pecho y cabeza le hiciera perder la consciencia. Todo se volvió rojo: el cielo, las luces, Agust. Volvió a gruñir, de una manera gutural, desapacible.  

El vampiro tiró con fuerza de Charlotte y, desesperado, pidió ayuda a Namjoon. El alquimista se bajó de un salto de su camioneta, se aseguró de que su pistola continuaba en la cintura de su pantalón y, tal y como había planeado con Agust, tapó la boca de Charlie con un trapo y agarró a la joven por las rodillas. Sin mucho esfuerzo, la arrastró hasta la parte trasera de la camioneta. 

— Joder, ¡qué mal rollo! — exclamó Agust, correteando para tomar asiento en el lado del copiloto y viendo como Charlotte se removía en los brazos de Namjoon, gruñendo, quejándose. — He visto posesiones más tranquilas...

Namjoon consiguió dejar a Charlotte tumbada en la parte trasera de la camioneta. —Espero que se calme. No sé si tu plan funcionará. — añadió, sentándose frente al volante después de poner los cinturones de seguridad a la chica. Más que por la seguridad de ella, era por la del alquimista. ¿Y si Charlotte enloquecía y lograba morder a Namjoon?

—Arranca, arranca. Deberíamos interceptar al cabrón antes de que llegara al centro, en la carretera estatal. — Agust señaló con impaciencia el freno de estacionamiento. Namjoon, sin más remedió, lo quitó y pisó el embrague. — Y deja de decir que mi plan es una mierda, joder. ¿Qué puede fallar? ¿Que Charlotte nos mate? 

El alquimista suspiró mientras pisaba a fondo el acelerador. Ni siquiera el ruido del motor ocultó los gruñidos de Charlotte. —Prepárate y cierra el pico. 

—Qué sensible te pones cada vez que conduces, Einstein. — protestó el vampiro, cruzándose de brazos y sintiendo cómo la adrenalina llegaba a cada célula de su cuerpo. 

Sin darse cuenta, sonrió. Era una sonrisa pura, quizá con una pizca de orgullo. Se estaba divirtiendo. Era algo sádico, sí, pero había algo en aquella situación que le resultaba de lo más entretenido. ¿El plan? ¿El poder disfrutar de sangre fresca de alguien que realmente merecía morir? ¿Que Charlotte fuera una rara criatura capaz de saber si una persona era un criminal? ¿El estar haciendo algo con amigos después de tantos años? ¿O a lo mejor era el hecho de poder tomarse la justicia como le venía en gana?

Las calles estaban desiertas, como era lógico, y la carretera algo húmeda. Charlotte pareció calmarse, poco a poco, conforme el depósito de la  camioneta se iba vaciando. Namjoon, a lo lejos, vio al señor Davis. Levantó el pie del acelerador, se quitó el cinturón de seguridad y se preparó para llevar a cabo el pasamontañas el papel de secuestrador que Agust le había otorgado en el plan. Detuvo el coche unos cuantos metros por detrás del señor Davis, que se giró, alertado por el sonido del motor. 

Namjoon sacó ventaja de su nerviosismo y alzó las manos. —¡Por favor! — lloriqueó. 

—¿Qué sucede?

Según Agust, el señor Davis reaccionaría enseguida al ver a un joven lloroso pidiendo ayuda porque, para limpiar su conciencia y su imagen, siempre prestaba ayuda a cualquiera. En la parroquia de la ciudad incluso le habían mencionado un par de veces como ciudadano ejemplar por ayudar a niños y jóvenes. Así que, el vampiro le dijo a Namjoon que sacara provecho de aquel maravillosísimo samaritano. Y eso hizo.

Señaló con el pulgar a su camioneta. —Tengo que llevar a mi hermana al hospital estatal, pero no sé qué narices le pasa al coche. Se han encendido las luces de emergencia. Es el único hombre que he visto por aquí y...

No faltaron más palabras para hacer que el señor Davis caminara hacia la camioneta, decidido, con la cabeza bien alta. Namjoon se colocó detrás de él, siguiéndole de cerca. 

—¿Llevas mucho tiempo conduciendo, joven?

—Ah, sí, pero no sé mucho de mecánica... ¿Puede ayudarnos? 

—Claro que sí, chaval. ¿Está tu hermana muy grave?

—Bueno, no, ahora sólo está un poco mareada...

—Mmmh... ¿Cuántos años tiene? ¿Ese también es tu hermano? — el hombre señaló a Agust, que fingía estar de los nervios. Le dio realismo a su actuación mordiéndose las uñas de la manera más ansiosa posible. — Pobre chaval. 

Namjoon buscó el mango de su pistola mientras el señor abría el capó de la camioneta roja. Agust se preparó para saltar al asfalto. El alquimista, asintiendo y pretendiendo ayudar al hombre a echar un vistazo al motor, dio un paso atrás y, rápidamente, golpeó con la culata de la pistola la nuca del señor Davis, con fuerza, justo en la base del cráneo. Había pasado horas y horas estudiando anatomía, calculando el lugar y la fuerza con la que debía golpear al hombre para dejarle inconsciente. Algo falló y el señor Davis se giró con los puños cerrados, pero algo bueno tenía que tener no ser tan corpulento: Namjoon consiguió propinarle un puñetazo tan fuerte en la cara que entonces sí lo dejo en el suelo. 

—¡Joder con la ratita de biblioteca! — exclamó Agust, bajándose de la camioneta con unas bridas de plástico. Ató una de ellas alrededor de los tobillos del hombre. — Vamos, deja de quejarte y ayúdame. — pidió el vampiro con un tono bastante irritante, impaciente. Agarró los pies del señor Davis.

A Namjoon le dolían tanto los nudillos que hasta se mareó. A duras penas, consiguió agarrar al hombre por los hombros y llevarlo al maletero. Agust se encargó de atar las muñecas del señor Davis. Cerraron el maletero con la gran tapa de plástico que lo cubría. 

Con aire satisfecho y una sonrisa que mostraba sus colmillos blancos, Agust enseñó la palma de su mano a Namjoon. El de gafas -que llevaba lentillas aquella noche- se quedó mirando al vampiro con ceño fruncido y sujetándose la mano dolorida. Ladeó la cabeza y comprendió, después de unos segundos, lo que pretendía decir Agust. Un poco resignado, Namjoon chocó su mano con la del vampiro. Ya podían tachar una parte del plan; quedaba lo más difícil, y ya no había vuelta atrás. 









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