Capítulo 8
Georgina
No puedo dejar de pensar en lo sexy que se ve montando la cama. Es lo único que queda. El día ha cundido, son las ocho de la noche. Hemos hablando bastante, pero es alguien reservado, y no me ha contado mucho sobre su vida. Me ha contado que es de Salamanca, que toda su familia está allí. Me ha hablado de su trabajo, se nota que le gusta, aunque quiere ascender. Es alguien ambicioso y eso me gusta. Pero lo que más me gusta es verle hacer cosas... me pone hasta las perlitas de sudor que se resbalan por su frente.
—Ya está lista —dice.
Yo le observo.
—¿Lista para qué? —pregunto mordisqueándome la piel que rodea mi uña.
Martín se ríe mostrando sus blancos y alineados dientes. Tiene una sonrisa muy bonita.
—Para dormir —responde divertido—. ¿Quieres probarla?
Asiento con picardía, y me tiro sobre ella. Ha sido tan apañado que hasta me ha colocado el colchón. Me meneo un poco, no suena nada, ¡maravilla! Me pongo de rodillas sobre el colchón y comienzo a contornearme.
—Parece que es silenciosa... —musito.
Martín se acalora, se lo noto. Intenta controlarse, pero igualmente puedo ver su erección creciente. Le gusto, igual que él me gusta a mí. Somos adultos, libres, ¿qué tiene de malo tener sexo? ¿Para qué conocerse más? No es que vaya a ser el padre de mis hijos. Además, liarme con un policía es una fantasía que siempre he tenido... y si el policía es como Martín, quiero cumplirla ya.
Me tumbo en la cama, y me río.
—Ven, pruébala. Se está a gusto —añado.
—¿Puedo?
No le salen las palabras del cuerpo, eso me gusta. Asiento y con cuidado se empieza a tumbar...
—No es que se vaya a caer, confía más en tu trabajo —digo, tiro de él de modo que se queda sobre mí.
Puedo notar su erección... de hecho puedo notarlo mucho. Solo debajo de sus pantalones, puedo notar que es grande, gorda y está muy dura. Me palpita todo el cuerpo mientras nuestras miradas están conectadas, él traga saliva... se intenta controlar. ¡No te controles! ¡Los dos llevamos queriendo esto desde que nos vimos! Bueno, desde un poco después (por las multas y eso). Esbozo una media sonrisa pícara, y entonces es cuando Martín me besa. Su lengua húmeda y vigorosa recorre toda mi boca, y sus manos comienzan a tocar mis brazos, mi pelo, a agarrar mi cabeza. Me lame los labios, yo muerdo los suyos. De repente tengo mucho calor, él también, y jadeamos. Me gusta que no controle sus gemidos. Besa mi barbilla, mi cuello, mis clavículas, y yo comienzo a toquetear su torso y a intentar quitarle la camiseta. Sin embargo, me detiene. Se levanta y, mirándome, podría jurar que sus ojos están más oscuros que de costumbre, aunque brillan.
—¿Quieres probar cosas nuevas? —me pregunta.
Yo sin pensar digo que sí.
Martín empieza a quitarse la camiseta poco a poco, de forma sensual. La tela roza su piel limpia y cremosa, rozando todos sus músculos hasta que se queda totalmente descubierta. Está muy definido, tiene un cuerpo de escándalo. Después continúa con su cinturón, sonríe, sabe lo sexy que es. Yo mientras observo aquel espectáculo privado, hago que mis manos viajen hasta mis pechos, y después las hago bajar hasta mi vagina... como llevo mallas, al rozar mis dedos puedo notar el pequeño placer.
Enrolla el cinturón en sus manos, y gatea por la cama hasta ponerse a mi altura, sobre mí.
—Quiero, Georgina, que tengas claro que aquí mando yo —me susurra en el oído, me eriza toda la piel—. ¿Lo has entendido? Aquí estás a mi merced.
—Sí.
Estoy tan cachonda que yo le digo que sí a todo lo que me diga. Soy una mujer fuerte e independiente, pero en la cama no me importa relegar un poquito el poder. En mis otras relaciones siempre he llevado yo la voz cantante, y cuando digo que quiero probar cosas nuevas, lo digo de verdad.
—Dilo, quiero escucharlo de tus labios —dice rozándolos con la suave yema de sus dedos.
—Estoy a tu merced —musito.
Me come los labios, los devora con pasión y frenesí. Me quita la camiseta con celeridad. Estoy buena, aunque esté delgada, tengo un buen pecho y puedo notar como su pene palpita sobre mi estómago. Me agarra los brazos, y no sé cómo consigue que su cinturón parezcan unas esposas, y me inmoviliza las manos. Yo forcejeo un poco, pero él me susurra:
—Tranquila, Georgina...
Hasta mi nombre en sus labios suena sexy.
Besa mi clavícula, mis hombros, y comienza a bajar... deja un reguero de besos en mi escote, hasta que me sube el sujetador y deja al descubierto mis pechos. Humedece mis pezones con su lengua juguetona, mientras que me los pellizca y me manosea las tetas. Yo, como tengo las manos sujetas, lo único que puedo hacer para desahogar el placer que siento es erguir todo mi cuerpo bajo el suyo. Besa mi estómago mientras comienza a acariciar con delicadeza mi vagina bajo las bragas. Baja su boca hasta la tirilla de mis bragas, y ahí es cuando las quita. Besa el interior de mis piernas y posteriormente se pasea por los labios.
Después de pasar por todos alrededores, roza el clítoris intermitentemente con los labios vaginales.
Utiliza movimientos de succión ligera, los cuales acompaño con movimientos pélvicos, a los cuales él se sabe acoplar perfectamente para darme el mayor placer.
Mientras mantiene su boca ocupada en el punto de mi placer, toca el interior de mis muslos, mi trasero, mis pechos y pezones... Luego introduce sus dedos con maestría mientras sigue comiéndome, y su mano sobrante aprieta la zona baja de mi vientre, no sé cómo lo hace, pero consigue que el placer sea aún mayor. Y me corro en su boca, gimiendo como una loca.
Y él se vuelve loco también al escucharme. Se levanta, me saborea en sus labios, y me cede sus dedos para que yo también lo haga. Se los chupo con delirio, y después se quita los pantalones y veo su miembro. Es aún más grande, gordo y duro de lo que antes he notado. ¡Ay! Saca de su cartera un condón (hombre precavido vale por dos), y se lo coloca en cuestión de unos segundos. Después se toca a sí mismo... y se suspende encima de mí.
—¿Quieres más? —me pregunta.
—Sí —digo, casi suplicando.
Martín me penetra con fuerza y ligereza. Yo grito de placer, creo que lo hago tan fuerte que incluso me hago daño en la garganta. Se menea como una ola en marea alta, siento que su pene me llega hasta la barriga. Gimo llena de lujuria, y él también gime por el gusto. Sus embestidas son incesantes y punzantes, no para ni un segundo hasta que le aviso susurrando:
—Martín, me voy a... me voy a... otra vez...
Él acelera, con fuerza, hasta el fondo, hasta que comienzo a gemir de nuevo por el orgasmo, y siento cómo el condón en mi vagina también se llena, y se para, tumbándose sobre mí sin hacer presión.
Y una de las patas de la cama se dobla.
Me río, él también se ríe. Se levanta con cuidado, se deshace del condón y lo envuelve con el envoltorio. Se acerca a mí aún desnudo, me quita el cinturón de las muñecas.
—¿Estás bien? —pregunta.
—Sí... sí estoy bien.
Estoy como en una nube. Hacía mucho que no me corría así... acompañada. La verdad que los últimos encuentros sexuales que tuve con Víctor, ni si quiera llegué al orgasmo.
Me ayuda a levantarme con vigor, y se comienza a vestir. A mí me tiemblan las piernecitas.
—Dame un segundo que me visto, y arreglo esa pata —dice.
—Sí, sí.
Yo todavía estoy sofocada, a cien por ahora. Me envuelvo en una de las sábanas que tenía doblada sobre la cómoda y observo como se tumba en el suelo para arreglarla.
Madre mía..., vaya estreno le he dado a la cama. ¡Vivan los policías! Y quien diga lo contrario, ¡no ha tenido la oportunidad de tirarse a un ponemultas!
Se levanta con energía.
—Ya está, no creo que se vuelva a caer —dice.
—¿Quieres quedarte a cenar? —le propongo. Es bastante tarde, y mi estómago ruge—. Podríamos pedir algo, o salir a algún sitio...
—Tengo que irme —responde, y aunque no veo nada extraño en que tenga que irse, me hubiera gustado que se quedara—. ¿Podría usar un momento el baño?
—Claro.
Martín va al baño, y tarda unos minutos hasta que vuelve a salir. Después le acompaño hasta la puerta, y nos despedimos. Me toca el pelo antes de irse, y me encantaría insistirle en que se quedara, pero obviamente no lo hago.
***
Martín
En mi vida he estado con muchas mujeres, pero nunca había sentido lo que acabo de sentir estando con Georgina. Suelo aguantar bastante, soy todo lo opuesto a un eyaculador precoz. Pero con Georgina ha sido meterla y sentir que me iba. He tenido que esforzarme para no hacerlo.
Me voy deprisa de su casa porque siento que lo que estoy haciendo está mal. La verdad es que podría haberlo sentido antes... de hecho lo sé desde el principio, pero ni eso me ha detenido. Georgina es una mujer que me encanta, y nunca había sentido tanta atracción por alguien.
En el camino de vuelta a casa no puedo dejar de sentirme angustiado, pero por otro lado me siento bien. Hace tiempo que no me siento así, y sentirlo también me hace angustiarme.
Decido que ya he hecho bastante. Tenía mucha curiosidad por follármela...y ya lo he hecho. Así que fin. Ya no más Georgina. Ha sido un desliz que me he permitido por pura necesidad, simplemente un desliz.
Llego a casa y Kimbo me saluda ladrando. Es un histérico. No lo paseo porque llueve, y, además, ya ha dejado el tronco en el salón. Lo recojo, y voy directo a la ducha. Necesito despejarme... y quitarme su olor. Rozo mi cuerpo con el gel, sin poder olvidar el roce de su piel con la mía. No puedo dejar de pensar en su cuerpo, en sus labios, incluso en su hermoso rostro...
Me pongo cómodo, intento cenar algo pero no me la quito de la cabeza. Me meto en su cuenta de Instagram, no puedo dejar de ver sus fotos... y de nuevo vuelve a mi mente debajo de mí, gimiendo y disfrutando como una loca. Me encantaría hacerle más cosas, enseñarle más de lo que sé... mostrarle mi mundo, donde no existen los prejuicios, solo el placer.
Pero debo de deshacerme de esa idea. Eso sería permitir que la situación me desbordara por completo.
Y no puedo.
Pese a todo, sigo siendo un hombre casado...
¡Holaa!
Aquí otro capítulo... un poco agridulce jajajaj
Por fin este ponemultas y georgina se han dejado llevar por la pasión 7.7
pero ya sabemos una de las cosas que martín esconde...
muajajajaja
un besososo
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