Capítulo 7
Martín
Me arreglo como llevo muchísimo sin hacerlo. No es que últimamente vaya desaliñado, yo siempre cuido mi imagen, pase lo que pase, pero no he salido mucho en este tiempo. Cuando me reúno con ellos, que estaban cenando en la casa de Pedro y Elba, me doy cuenta de que era una pequeña encerrona... En la cena están los anfitriones, Adrián junto a su mujer Bianca, y una chica que no conozco. Me la presentan, y ella se muestra muy receptiva.
—Hola, me llamo Catalina, pero me gusta más Lina —se presenta, y me da dos besos.
En otro momento, me hubiera encantado. Es mi tipo totalmente. Menudita, delgada, con el pelo liso suelto y castaño, los ojos verdes aceituna y sin apenas maquillar. Pero ahora es distinto... no puedo dejar de pensar en la vez que Georgina se presentó, me dijo lo mismo pero me dijo que como no le caía bien, no la podía llamar Gina.
Ella es muy distinta a lo que siempre me ha gustado, por eso me sorprende, y me obsesiona tanto.
Le echo una mirada a Elba... y me río sarcásticamente, ella me entiende y se ríe. Por un lado me sienta mal; sé que quieren que juguemos los seis. Esto ha debido ser cosa de Elba, me da la sensación de que se ha acostumbrado tanto a lo que hacíamos, que ya tener sexo con su marido convencionalmente no le gusta.
Sin embargo intento pasarlo por alto, porque el objetivo de haber accedido a aquella cena no es otra que ver a Georgina.
Cenamos espaguetis negros con langostinos y sofrito de verduras. Me encanta cómo cocina Elba. Lina, que se me pone al lado, me intenta hablar todo el rato... pero no saco ganas.
Cuando ya estamos con la copa del final, Adrián dice:
—Brindemos por nuestra amistad, que dure muchos más años.
Que sí, que sí, muy bonito, pero yo tengo prisa. Hablan sobre donde podemos ir a tomar algo, se proponen varias cosas, pero yo digo mi sitio y me pongo cabezón. Como quieren tenerme contento, todos aceptan, a pesar de que es un pub al que nunca hemos ido. Nosotros solíamos frecuentar otro tipo de sitios.
Llegamos al sitio en cuestión. La busco con la mirada, pero no la encuentro al principio. Nos juntamos en una mesa y tomamos la primera copa.
—Conocí a Pedro y Elba en Dreadmist —cuenta Catalina—. Yo estaba... investigando. Siempre me ha llamado la curiosidad ciertas cosas, pero en Órgiva no hay nada de eso, y además, somos cuatro gatos y nos conocemos todos.
—Imagínate ir a un sitio de esos y follarte a tu tío —se carcajea Adrián.
—Total, que como encontré trabajo de administrativo aquí en Madrid, me he dado el lujo de no reprimirme más —continúa.
—Aquí lo que importa es que Elba y Pedro han visitado Dreadmist sin decirnos nada —habla Bianca.
Me incomodo bastante... siempre tiene que salir el mismo tema. Siempre he sido el nexo de unión entre todos, y ahora que yo me he alejado de ese mundo por un tiempo, están como pollos sin cabeza. Necesito un poco de tiempo.
A lo lejos la veo, ahí está Georgina, bailando con su amiga y coqueteando con varios chicos. Es una chica bastante mala... me encantaría regañarla a cuatro patas. Sin embargo, me pone cómo se mueve y baila apegada a uno de los chicos. No puedo dejar de observarla, incluso cuando me hablan, paso de ellos. Bebo y disfruto, hasta que un rato después, un chico llega, agarra a Georgina del brazo y la aleja. La saca del pub, y yo voy detrás.
—¿Dónde vas? —me pregunta Elba.
—Al baño.
Me dirijo a la puerta y salgo. No me cuesta nada encontrarlos en una esquina hablando, saco mi antigua parte de detective y presto atención a lo que dicen.
—Que no me ralles la cabeza, Víctor... —masculla Georgina. Otra vez va perjudicada.
—Ya empezamos con rallarte la cabeza. ¡Solo llevamos un mes y pico separados, y no pierdes el tiempo! ¿Por eso me dejaste? ¡Poniendo la absurda excusa de los calzoncillos!
—No solo eran los calzoncillos... eran los calcetines... las toallas, las camisetas... —Se ríe—. Mira, déjame, pesado.
Intenta irse, pero él la retiene, así que me acerco.
—Tío, te ha dicho que la dejes —le digo—. Hazlo, déjala.
—Mira, no te metas. Esto son cosas entre mi novia y yo.
—¡Ponemultas! —exclama ella y se ríe—. ¡Me has encontrado!
—¿También te lo has tirado? —le pregunta con rabia.
—¡Ojalá! ¡Pero todavía no! —exclama ella riéndose, y me hace gracia.
El tío se pone rojo de la ira, empieza a maldecir, a gritar, y golpea la pared. Ataque de ira, le llaman. Lo conozco muy bien.
—Deja de hacer el gilipollas, te dejas en evidencia —dice ella.
—¡Cállate! ¡Eres un zorrón!
Eso no lo voy a permitir, así que lo cojo de la camiseta, hago un rollo en mi puño y apego mi rostro al suyo.
—Desaparece. Desaparece o te doy una paliza que te mato.
Me empuja, se coloca la camiseta y se va. Tanto músculo para luego ser un cagado. Me giro a verla a ella, y se ríe. A Georgina le da igual todo.
—No es mi novio, es mi ex —me cuenta—. Es muy pesado, lo he tenido que bloquear de todas partes y aun así, a veces le da por buscarme.
—Ya no te va a molestar más, si lo hace, yo mismo te ayudaré a ponerle una denuncia.
—¿Tú también me has buscado? —pregunta, está bastante borracha y se le traban las palabras—. Has pillado la indirecta de Instagram, eh, astrapolicia. Te lo he puesto fácil.
Me río. No me esperaba que lo hubiera hecho a propósito, creo que a veces va un paso por delante de mí, y me doy cuenta tarde.
—Me pusiste el reto de encontrarte y es lo que he hecho.
—¿Nos tomamos una copa? —me propone.
—No deberías beber más, como lleves el coche puede pasarte algo, o pueden multarte. —Me sale la vena de policía, no es que sea preocupación.
—No he traído el coche, así que, ¡a beber!
Me coge de la mano, y tira de mí hacia el interior del pub. Se pide un Cosmopolitan.
—¿Tú que quieres? Te invito yo —dice.
—No, te invito yo —digo.
—Quiero invitarte yo —se pone cabezona.
—Ya lo hiciste ayer. Me toca a mí. No quiero ser caballero, es lo que toca. La próxima vez pagas tú —le digo sonriendo.
—¿Próxima vez? No te vengas arriba.
Nos reímos, y finalmente pago. Me convence para que me tome un Cosmopolitan, nunca lo he probado y bueno, no es mi pasión pero no está malo. Me cuenta con quien ha venido, hablamos, y nos reímos. Después me saca a bailar. Hacía mucho que no lo hacía. Me coquetea como ha hecho antes, se restriega cerca de mí y me pone a cien. Pienso en que lo ha hecho antes con los otros, y no me hace tanta gracia, extrañamente.
Pasamos así un buen rato, hasta que su ex novio me empuja, y no deja de incordiar. Intento tener paciencia con el niñato, pero llega un momento en el que exploto y me voy a abalanzar sobre él. Le insulto, y cuando voy a darle un puñetazo, Georgina me para y me lleva fuera.
—Lo siento, es subnormal —dice—. Le voy a decir a Odalis que nos vayamos ya.
—No tienes que disculparte, imagino que debe joder que una mujer como tú te deje... —se me escapa decir—. Puedo llevarte yo a casa.
—Venga..., vale. Le voy a mandar un mensaje a mi amiga.
Yo debería hacer lo mismo, pero paso, como he hecho con las cuatro llamadas de Elba. No le tengo que dar explicaciones a nadie. Nos dirigimos a mi coche, está algo lejos, aparcar en Madrid es una odisea. Georgina pasa frío, y le dejo mi chaqueta. Llegamos a mi coche y le pongo la calefacción.
Llegamos a su piso. Es el que se acaba de comprar, deduzco, porque no es el mismo sitio del que la vi salir.
—¿Quieres pasar? —me pregunta.
Le digo que sí, pero solo por acompañarla y que llegue segura. No voy a hacer nada con ella en su situación. Entramos a su casa, la quiero ayudar a llevar a la cama pero se ríe.
—Aún no tengo cama.
—¿Cuándo piensas armarla?
Se encoje de hombros y tira los tacones. Se tumba en el sofá, y me invita a que yo también lo haga. Quiere sexo... se lo noto en los ojos felinos que pone. Pero no soy así. Me siento a su lado.
—Es cómodo, ¿eh? —dice orgullosa.
—Sí, sí que lo es —contesto.
Y no sé cómo termina tumbada, y apoya la cabeza en mi regazo. Está como una cuba.
—¿Estoy faltándole el respeto a la autoridad? ¿Me vas a multar? —cuestiona riéndose.
Y antes de contestarle, se pone a roncar.
***
Georgina
Me despierto con un dolor de cabeza que me muero... soy imbécil, no sé para qué bebo si luego la resaca me es insoportable. Me muevo un poco, y descubro que lo que debería ser mi cama, no lo es, y lo que debería ser mi almohada, son las piernas de ¡el ponemultas!
Él duerme, el pobre se va a despertar con un dolor de cuello... no me cuesta acordarme de lo que ha pasado, la verdad que puedo beber mucho, pero siempre me acuerdo de todo.
Me levanto, y Martín se acomoda. Me da tanta ternura que no le digo nada. Se ve guapísimo, así parece bueno y todo, que no ha puesto una multa en su vida.
Me agrada que me haya respetado. Yo me puse a tiro, cuando estoy borracha me desinhibo más de la cuenta, y no redimí mis ganas de hacerlo con él. Sin embargo, me trajo a casa sin otras intenciones. Ahora me muero de las ganas, aún más, de tirármelo.
Me ducho, y sigue frito. Vaya noche le he tenido que dar. Hago tostadas con nutella, es lo único que tengo, no sé si le gustará. Recuerdo que esta tarde tengo comida familiar... puf, cero ganas. Cuando le voy a despertar, llama mi madre, parece que la he invocado.
—¿¡Dónde estás!?
—Estoy en mi piso, mamá —contesto—. Oye, he pensado que mejor me quedo en casa, que me da mucha pereza ir a comer con la familia.
—No, no, no. Pereza no te da, lo que te da es que tienes una resaquita del quince. Así que igual que eres mayorcita para salir y llegar a las tantas, si llegas, pedo perdida, también lo eres para levantarte e irte de comida con tu familia.
Aunque no me ve, solo sonrío con cara de mierda. Es cuando Martín se levanta, y yo me despido de mi madre.
—Vaya noche te he tenido que dar —le digo, él se levanta y se coloca bien la ropa—. Tómate un relajante muscular.
Está bastante serio.
—Vale, vale. Bueno, me tengo que ir.
—He preparado el desayuno, ¿no te quedas? Quiero agradecerte lo de ayer, lo de Víctor, traerme... y eso.
—Se me ha hecho tardísimo —responde—. No me tienes que agradecer nada. Lo volvería a hacer; hay muchos gilipollas en el mundo.
—Sí, y yo tengo un imán para ellos. Yo es que veo un gilipollas y digo, ¡para mí!
Se ríe. Se coloca su chaqueta y se dirige a la puerta.
—No deberías beber tanto.
Pongo los ojos en blanco.
—Gracias, lo apuntaré en mi lista de consejos que me dan y acepto con una sonrisa, pero que luego no hago ni caso.
—Está bien, está bien. —Sonríe... y yo creo que me muero. El puñetero policía está tremendísimo—. Adiós, guapa.
—Adiós, Martín.
Y se va. Yo cierro la puerta y suspiro. Me gusta mucho. Yo me lo tengo que tirar.
Me visto y voy a mi casa. Decido ir andando y sudar un poco el alcohol de mi cuerpo. Cuando llego a mi casa mi padre se ríe por mis pintas nefastas, y eso que me he duchado. Subo a mi habitación, cuido mi piel y decido no maquillarme para hacerla descansar. A las dos ya estamos en el casoplón de mi tía. Al menos un domingo al mes nos juntamos toda la familia por parte de madre para comer, es como una tradición. Cuando mi abuela estaba viva lo hacíamos todos los domingos, pero aunque ya no se puede, para guardar su recuerdo lo hacemos así.
Comemos paella. A mí me encanta la paella con marisco, ¡tonta no soy! Y todo va bien hasta que mi abuelo nos cuenta:
—Los policías son la peor escoria de España. No va uno, y el sábado me multa por no poner el intermitente. ¡Quieren sacar dinero de donde sea! ¡Qué vergüenza! "Se le impondrá una sanción económica de 200 euros por realizar una maniobra sin emplear ningún tipo de señal óptica", me dice.
—¿200 euros? —exclama el marido de mi tía. ¡Ogg, qué mal me cae!—. Es que hay que ser listo. Yo me pongo a 190 que ni te enteras, y en la vida me han multado. ¡Hay que saber!
—A la nena la multaron los otros días por la despedida de soltera de su amiga —cuenta mi madre.
¡Y por parar en doble fila! Pero eso mejor, me lo callo.
—Ya sabéis, nietas mías. Ni un policía quiero en la familia —dice mi abuelo.
—Ni policía ni rojo —contesta mi tío.
Vaya tela..., vaya tela. Mi padre se muerde la lengua para no crear una discusión, la cual suele suceder bastante a menudo.
La cosa se alarga y terminamos yéndonos tarde. Al día siguiente me voy a mi casa nueva a continuar ordenando. Necesito ayuda urgente... y como soy así, me grabo un boomerang en Instagram en el espejo, dejando ver sutilmente que voy en braguitas, y me pongo "¿Alguien me ayuda a montar muebles? L Y de paso a traerme una hamburguesa..., ¿me pueden multar por pedir tanto?".
No me voy a engañar, espero que me conteste el ponemultas. Pero me contestan ocho tíos, de los cuales muchos no he hablado en mi vida, diciéndome que les diga la dirección y vienen a ayudarme.
Cerca de las dos de la tarde, cojo las llaves y me dirijo a mi casa a comer. Con la sorpresa de que, al abrir, veo que Martín está a punto de llamar al timbre.
—He venido a ayudarte —dice.
Sonrío pícaramente.
—¿Y la hamburguesa? —pregunto.
Saca su brazo de detrás de la espalda y me muestra la bolsa del Burger King. ¡Ay dios mío! Así que me aparto y le dejo pasar.
—La verdad es que me he llevado una desilusión —dice—. Pensaba que ibas a recibirme en braguitas.
—Vas a tener que currártelo un poco más si quieres ver ese espectáculo en vivo.
Martín se ríe.
—Eres una creída.
Agarro las bolsas, y voy a la cocina. Él me persigue.
—¿Comemos y me ayudas con los muebles? —le pregunto.
—Sí pero... creo que primero deberíamos montar la mesa del comedor.
—Tienes razón.
Y eso hacemos, la verdad es que es un virtuoso con el martillo. Me arma la mesa en menos de media hora. Así que, tras eso, nos disponemos a comernos... las hamburguesas, claro.
¡Holaa!
Os doy un spoiler...?
En el próximo capítulo ya hay tema ;) jajajaja
unbesoosos
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