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Capítulo 3

Georgina

Hoy es mi último día antes de mis vacaciones. Mi abuelo ha sido generoso, me ha dado dos semanas de descanso para que pueda acomodarme en mi nueva casa. Mi tía y mi primo tienen que estar que trinan, pues están continuamente lanzando pullitas de que mi abuelo tiene favoritismo conmigo.

Pues claro que lo tiene.

Me saqué el doble grado en Farmacia más Nutrición Humana y Dietética en la Universidad Complutense de Madrid, y después hice el máster en Dermofarmacia y Formulación Cosmética, todo con matrícula de honor.

Fue terminar mis estudios, y mi abuelo casi me rogó que trabajara en su farmacia. Obviamente, acepté. Me ofrecía un sueldo muy por encima de los demás, y también la oportunidad de que gestionara una parte de la farmacia y la dedicara a la cosmética. ¿Quién se hubiera negado? Además, desde pequeña había querido estudiar farmacia por él, pasaba muchas horas allí con mi abuelo y me gustaba. Estaba cumpliendo un sueño.

La farmacia ha sido mi vida, y ahora más. Después de romper con Víctor, me he volcado más en mi trabajo y es algo que me llena. Tampoco es que lo esté pasando mal... hace apenas un mes que lo hemos dejado y estoy bastante bien, no sufro bajones ni cuando estoy aburrida.

Llevábamos tres años, y hace un año habíamos dado el paso de irnos a vivir juntos. Ahí todo se fue a la mierda. Soy una mujer muy activa, me gusta estar en casa de tranqui, pero lo que más me gusta es hacer planes sin parar, viajes, quedar con mis amigos... y Víctor se relajó. Por la mañana trabajaba, por la tarde estaba en el gimnasio y por la noche estaba cansado.

Y yo sí que me cansé de eso.

No me di cuenta cuánto, hasta que me vi delante de él dejándolo porque se había dejado los calzoncillos en un rincón del dormitorio. ¡Vaya tontería! ¿No? Pues una cosa llevó a la otra y me puse a recoger mis cosas y me volví a casa de mis padres.

Ahora acabo de encontrar un pisito cerca de la farmacia, muy mono y como lo buscaba precisamente yo, pequeño y vacío para decorarlo. Me encanta decorar. En un principio lo iba a alquilar, pero hablando con mi madre, llegué a la conclusión de que me podía permitir comprarlo, y no tirar el dinero pagando mes tras mes una casa que terminaré dejando. Como he dicho mi abuelo me paga muy bien, y además tengo el 50% de las ganancias de la cosmética, cosa que me va muy, muy bien.

Total, que el lunes voy a recoger las llaves a la inmobiliaria, y, ¡manos a la obra! Ya estoy pensando en la fiesta que voy a dar para inaugurarla con mis amigas.

—Gina, se ha caído un jarabe en el almacén, ve a limpiarlo —me dice mi tía.

—¿A quién se le ha caído? A ti, ¿no? Pues anda a limpiarlo —contesto riéndome.

Odio que me den órdenes, bueno, a mi abuelo se lo permito, pero mi tía se cree que puede mandarme simplemente porque lleva más tiempo que yo. Pues no, porque soy bastante rebelde y no me gusta callarme nada. No le hizo gracia ni que entrara a trabajar, ni que mi abuelo me dejara abrir la parte de la cosmética... pero a mí me da igual.

Recibo un mensaje, y como no hay nadie, saco el iPhone de la bata.

Margarita

Hoy a las ocho a terminar de preparar la fiesta! Sé PUNTUAL!!!

No lo suelo ser mucho, así que no me ofendo. Le digo que sí, que es una pesada y que no se preocupe, y atiendo a una señora que entra a sacar unos medicamentos. Como soy muy parlanchina, la llevo a mi terreno y consigo que compre una crema anti edad y una prebase que me acaba de entrar nueva.

A las dos de la tarde se termina mi turno, y me voy a comer con Odalis, otra de mis amigas. Somos en total, contándome a mí, siete. Nos conocimos en el instituto y desde entonces somos un gran grupo de amigas. Tres de ellas ya están casadas: Margarita, Paloma y Nerea. Incluso Paloma ya tiene una nena de dos años, Lucía. Soraya y Julia tienen pareja, aunque Julia es la afortunada que dentro de poco va a pasar del grupo de las con novio al grupo de las con esposo. Odalis es la soltera de oro, y ahora yo me he unido a su grupo. ¡Somos la resistencia!

Después de comer la dejo en su casa, me voy a la casa de mis padres y me echo una siesta para aguantar por la noche. Cuando me despierto ya voy tarde... no me va a dar tiempo a nada. ¡Me van a matar! Y sobre todo Margarita, que está obsesionada con la puntualidad. Tiene que tener a los niños del colegio de donde es profesora, ¡hartos!.

Me ducho corriendo, me hago mis dos clásicos moños y como me he dado prisa de más, me maquillo como a mí me gusta: ¡por todo lo alto! Me encanta maquillarme, sobre todo los ojos y los labios. No suelo usar mucha base de maquillaje, porque no me gusta taparme las pecas, además son tantas que es imposible, así que prefiero estarme quieta.

Cuando creo que voy bien de tiempo... olvido que la ropa de salir están en las cajas de la mudanza, y a toda prisa busco qué ponerme. Cuando lo encuentro, rápidamente me visto y voy al coche. Le digo un fugaz adiós a mis padres y me dirijo al local que hemos alquilado.

—¡Llegué! —exclamo al entrar.

Están todas, menos Julia y Odalis, ésta última es la encargada de traerla a las diez.

Margarita se señala el reloj, riñéndome mentalmente. Yo le saco la lengua y me pongo a ayudarlas.

Como no puede faltar en una despedida de soltera, hay muchos penes por todos los lados. Incluso la tarta tiene forma de pene. Ya me estoy imaginando lo roja que se va a poner Julia, y me parto de la risa.

A las diez en punto llegan Odalis y Julia, y las recibimos por todo lo alto. Como era de esperar Julia se pone como un tomate, pero también se emociona y nos abraza una a una. Le colocamos la beca de Ésta inconsciente se casa, nos ponemos cada una nuestros penes correspondientes, y empezamos a beber. Poco después llegan las pizzas, una de ellas vegana, claro está, para Nerea. Parece que se lo va a comer una vaca, todo verde.

—¿Y tú, Zuzu, cómo vas? —me pregunta Paloma, tiene que alzar bastante la voz para que la escuche.

Desde pequeña, mis amigas me llaman Zuzu cariñosamente, por mi apellido. Aunque por su culpa mucha gente que he ido conociendo después también me ha llamado así.

—¿Yo? ¡Bien! —grito, y bebo más—. ¡Nunca he estado mejor!

—Ya, ya te veo —dice y se ríe.

Es la verdad, no finjo ni exagerado, estoy bien. Si llego a saber que la ruptura, más que dolor, me iba a dar liberación, lo hubiera hecho antes. Víctor no es malo, pero se volvió de una forma que no me gustó. De un hombre quiero atención, que me mime y mimarlo, hacer cosas juntos, salir, pero también saber estar en casa. Aunque ahora mismo no quiero tener novio.

Quiero explorar.

El sexo con Víctor era lo peor, sin duda. Parecía que solo buscaba correrse él, y era muy aburrido. Con mis otras parejas sexuales igual. Solo Víctor ha sido mi novio, pero he tenido relaciones con más hombres y tampoco han sido gran cosa.

Así que tengo ganas de conocer cosas nuevas. He empezado por comprarme algunos juguetitos, aunque aún no los he probado.

Bebemos demasiado, y nos desmadramos un poco. La única que está sobria es Nerea, que además de vegana, es absenta. Está cada dos por tres bajando el volumen, y cuando se distrae, alguna la volvemos a subir. Bailamos, reímos, cantamos, y todo se hace más locura cuando Odalis avisa de que los stripper están al llegar. Nos volvemos locas.

La fiesta decae un poco, pero yo, que estoy a tope, la vuelvo a animar. Subo el volumen a tope, todas volvemos a bailar, y hacemos tiempo a que lleguen los stripper. ¡Qué ganas! Nunca he visto a uno, pero supongo que están buenos y tiene que ser un espectáculo verlos.

Un rato después llaman al portón.

—¡Yo voy! —grito.

¡Son los stripper! ¡Qué ganas! Para lo que han costado, ¡espero que hagan un buen espectáculo!

Me dirijo al portón, y abro. Estoy sofocada... pero aún más cuando los veo. Madre mía... madre mía. Cuando quería que estuvieran buenos, no me refería a tan buenos. En especial uno de ellos. Van vestidos de policía, les queda el disfraz como un guante. El que más me llama la atención tiene los ojos verdes, una barba recortada de unos tres días, y la mandíbula muy perfilada.

—¡Nenas! —chillo emocionada—. ¡Los stripper! ¡Madre mía! ¡Qué buenos están!

Odalis también sale, y se queda igual.

—¡Dios! ¡Policías! —exclama.

Me acerco al stripper que me ha llamado la atención... y me fijo en su porra. Y en la que lleva a la vista, también.

—¡Dame con la porra! —digo, riéndome, empezando a toquetearle.

—¡Para, para! —exclama él—. ¡No toques, para! ¡Somos la policía nacional!

Por unos segundos sigo intentándole tocar, igual que Odalis, hasta que proceso la información... y me doy cuenta de que la hemos cagado.

—¿Seguro? —pregunto, deseando que me digan que es una broma, o parte del juego.

—Están sobrepasando los límites permitidos de ruido. Son las tres menos veinte de la madrugada, tienen a todo el vecindario despierto —dice.

Me río nerviosa.

—Anda, anda..., si la tenemos bajita, apenas se escucha —balbuceo.

—Adrián, el sonómetro —ordena.

El otro policía enciende el cacharro, y ambos miran el resultado.

—Lo están superando en 35 decibelios. Voy a tener que multarles —dice.

—¡No, hombre, no! —habla Nerea, acercándose—. Nosotras bajamos la música y listo. Es que estamos de despedida de soltera, sabe. Se nos ha ido un poco de las manos, lo siento.

—¡Demonios! —exclama una vieja que no sé de dónde ha salido—. Mujeres de satán. ¡Quitaros ese miembro viril de la cabeza!

Y mi lado rebelde sale. Le da igual que estén los policías delante, imagino que es a causa del alcohol. Me quito la diadema, y lamo el pene partiéndome de la risa. La vieja, obviamente, se escandaliza.

El otro policía saca ya el maldito papelito para proceder a la multa, y todas empezamos a hablar a la vez, intentando librarnos de aquello. Nos ponemos tan pesadas y agobiantes que entonces uno de ellos dice:

—Acompáñenme a comisaría.

—¿¡Todas!? —exclama Nerea.

—¡Yo no voy a ningún lado! —digo yo. ¡No estoy dispuesta a que nos jodan la noche!

—Pues tú vienes, tú y... tú —habla el policía de ojos verdes, señalándonos a mí, a Nerea y a Odalis.

Ellas lo aceptan con resignación, la hemos cagado y no hay vuelta atrás... pero yo no. Me niego, uno de los policías me pide que salga del local amablemente, pero opongo resistencia. ¡Que no me voy a ningún sitio! Entonces el otro se acerca, me pone de espaldas y me esposa. ¡Mierda! Me he metido en otro lío... y no sé por qué, me hace gracia, y me río. ¡Me está clavando la porra en el culo!

Nos dirigimos al coche policial, ante la mirada de nuestras amigas que se han salvado y de los vecinos.

Nos montamos y nos dirigimos a la comisaría.

—¿Se puede saber por qué se nos arresta? —pregunta Nerea.

—Por superar el límite permitido legal de ruido y por desacato a la autoridad —responde uno de ellos.

—Pues vaya —musito—. Nos va a salir cara la despedida.

En silencio llegamos a comisaría, y nos dejan hacer una llamada.

—Voy a llamar a Alberto —dice Nerea.

Alberto, el marido de Paloma, es abogado, y a la vez, primo de Nerea.

Nos quedamos las tres esperando como tres pavas, hasta que él aparece. Lo vemos de lejos, pero antes de acercarse a nosotras, habla con los policías. Agarra una hoja y ya viene hacia nosotras.

—En qué líos os metéis... —masculla. De normal tiene mala leche, pues imagina que lo hemos despertado a las cuatro de la mañana—. Os han impuesto una multa de 700 euros.

—Ale, cien por persona —rumia Odalis.

Entonces el policía de ojos verdes se acerca, parece más relajado, no tiene la cara de mala leche de antes, está bebiendo un café... me muero por un café.

—Y porque hemos entendido la situación, y no vamos a multar por faltar el respeto a la autoridad —habla.

—Bueno, ¿ya podemos irnos? —le pregunta Alberto.

—Cuando queráis —responde.

Nos levantamos del banquillo, dispuestas a irnos, pero antes de salir, me giro.

—La próxima vez enseñe una chapita, o algo. Que lleva a la confusión —gruño.

El policía sonríe... y vaya sonrisa tiene. Es hipnotizadora... pero conmigo no funciona. ¡Le odio! ¡Nos ha cascado una multa de 700 euros!

¡hOLAA!

Pues aquí tenemos la parte de la protagonista 7.7

os gustaa?

un besoso

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