Capítulo 16
Georgina
Martín, tal y como le pedí, me ha dejado en paz. No ha vuelto a intentarse poner en contacto conmigo. Agradezco su madurez y su sentido común, pero he de admitir que le echo de menos.
Pero he hecho lo mejor.
Odalis está frente a mí en el salón de mi piso, probándose los modelitos que nos acaban de llegar de una web de ropa china.
—¡Me encanta! —exclama—. ¿Qué te parece este outfit para salir esta noche?
—Vas muy guapa.
—¿Tú qué te vas a poner? Este vestido seguro te queda genial.
—Yo esta noche no voy a salir. No insistas, sabes que no vas a conseguir que cambie de opinión...
Pero igualmente lo intenta, aunque como la he avisado, no consigue nada. Un rato después saca un tema de conversación que, extrañamente, despierta más interés en mí de lo normal.
—¿Te acuerdas de mi primo Carlos, el que se casó con una rusa?
—Sí. ¿Ekaterina...?
—¡Exacto! Pues vas a flipar. —Se sienta a mi lado—. Mi familia está que trina. Han montado un club en el antiguo teatro...
—¿Un club? ¿Qué tiene eso de malo? —pregunto con confusión.
—Que no es un club de lectura..., ni de baile ni nada de eso normal. Es un club de swingers.
Me quedo callada, pensativa.
—De intercambio de parejas, por si no sabes lo que es —añade.
Cuando cae la tarde Odalis se va, y yo me quedo tirada en el sofá dándole vueltas a todo. Todavía sigo pensando en lo que ocurrió aquel día en la farmacia con el fentanilo. He revisado los albaranes y las recetas médicas y todas coinciden. Solo me queda pensar que ese hombre estaba mal de la cabeza, más de lo evidente.
Después de cenar, no me quito de la cabeza el club de swingers del que me ha hablado Odalis. Investigo en la cuenta de instagram de Ekaterina, y veo que el club en cuestión se llama Imperiya.
No sé en qué momento se me ocurre que es buena idea ir.
Me arreglo, cojo mi coche y me dirijo al lugar. Estoy nerviosa, y no estoy nada segura de lo que estoy haciendo. ¡Maldito Martín! Es el culpable de despertar mi morbosa curiosidad.
El ambiente, al igual que en Sevilla, es bastante grato. Me acerco a la barra y pido un refresco. Nada de beber, me repito. Que he traído el coche, y ya no está Martín como mi ángel guardián.
—¿Gina?
La primera, en la frente. Carlos, el primo de Odalis, está frente a mí. Sonrío un poco incómoda, pero él, totalmente simpático, me da dos besos.
—¡Qué alegría verte aquí! —añade.
—Me he enterado que habíais abierto un club y quería conocerlo —respondo—. Es genial. Aunque me gustaría que...
—Tranquila, Gina, aquí todo es las 2D: diversión y discreción.
—Gracias.
—¡Ekaterina! Mira, ha venido Gina.
Ekaterina se acerca. Es una rusa de rubio platino de metro ochenta. Yo soy alta, pero ella lo es más.
—¡Oh! Una alegría tenerte aquí, espero que todo esté a tu gusto y pases una agradable experiencia. Siéntete libre de visitar todas las habitaciones que quieras.
—Muchas gracias —digo.
Ellos se despiden y yo observo el lugar. Hay una tarima, y hay dos mujeres y dos hombres bailando casi desnudos. Se ven sexys, y me gusta mirarlos. Entonces el camarero me interrumpe y me da otro refresco. Ante mi cara dudosa, porque aún no le he pedido otra ronde, dice:
—La invita la pareja de allá.
Ellos me están mirando, y yo les sonrío en agradecimiento, y aunque esperan a que me acerque, no lo hago. No me van los mujeres, y estoy segura de que buscan hacer un trío.
Un rato después me levanto para investigar. Hay varias habitaciones. Agradezco que en la puerta haya placas explicativas. Una capta mi total atención: disfruta de una obra teatral de verdad. Así que entro a ella. Está a oscuras, pero un halo de luz enfoca al antiguo escenario del teatro. Contengo la respiración cuando me percato de que hay una pareja teniendo sexo, y casi todas las sillas están ocupadas mirándoles.
Me siento en un hueco libre. He de admitir que me produce morbo y bastante placer visual, como cuando ves una película porno, pero esto está en vivo y en directo.
Me quedo disfrutando del acto más rato del que tenía planeado. Me levanto y salgo, son la una de la madrugada. Se me ha pasado el tiempo volando. Además, he de admitir que estoy bastante cachonda... así que descubro una habitación donde están las personas sin acompañante, y entro. Hay otra barra, más pequeña, así que me acerco y me pido otro refresco. Tengo la tentación de pedirme un Cosmopolitan, pero me conozco y como empiece..., no acabo.
—Hola, linda.
—Hola. —Le saludo de vuelta.
Es un hombre atractivo, así que le doy la oportunidad.
—Qué lugar más cheto, ¿no? —habla con simpatía, y me doy cuenta de que es argentino.
No sé a qué se refiere, entonces simplemente le sonrío de forma coqueta.
—Sos muy linda, de verdad —me dice, acercándose a mí—. No he podido dejar de mirarte desde que has entrado. ¿Cómo es que vienes sola? No me lo explico.
Le sonrío de vuelta.
—Me llamo Georgina, ¿y tú?
—Soy Matías. Aún no respondiste mi pregunta, estoy esperando... —Sonríe y levanta una ceja.
—No me hace falta un hombre para frecuentar sitios así, ¿o crees que sí? Yo no te he preguntado por qué vienes solo, supongo que es para lo mismo que yo.
—Estoy totalmente de acuerdo.
Hablamos un poco, continuamente se quiere hacer el interesante, y la verdad es que me aburre un poco. Se me quitan las ganas de todo. Me dejo de mostrar receptiva, y entonces Matías se acerca a mí y me intenta besar. Le esquivo.
—¿Qué? —pregunta.
—Mejor me voy.
—¿Por qué?
—Porque me apetece irme.
—No, no, he estado todo este rato chamuyando contigo para que ahora me digas que te vas.
—Lo siento, pero es así. —Me sale el lado vacilón y eso a él le sienta mal.
—Que no, que la podemos pasar bien.
Se pone cabezón, y no me deja en paz. Se acerca mucho a mí y le pido amablemente que me deje, pero sigue, sigue... me intenta besar y le rechazo, se pone más tenso y me agarra con más fuerza. Como se está sobrepasando de la raya a límites insospechados, agarro la botella del refresco y se la rompo en la cabeza.
—¡Zarpada! —grita tocándose la cabeza, de la cual está empezando a brotar sangre espesa.
Uy, creo que me he pasado. ¡Bueno, qué leches, no! Se lo he intentado decir por las buenas.
El local enloquece con lo acontecido, sobre todo cuando Matías me grita, me maldice y me insulta. No me ofende porque no entiendo la mitad de cosas que me dice. Incluso lo tienen que agarrar porque se abalanza a mí de forma agresiva. Un hombre me defiende y se empiezan a pelear, los amigos de Matías se involucran y se arma la de Dios.
—¿Estás bien? —Me pregunta Ekaterina—. Es un tío muy pesado, ya lo conocía de otros clubs, no teníamos que haberle dejado entrar. No te preocupes, que ya he llamado a la policía.
Me voy con Ekaterina, que me trata muy dulcemente creyendo que estoy más afectada de lo que realmente estoy. Me siento en un sillón de un reservado, y un rato después Ekaterina vuelve con un policía.
—Esta es la chica a la que ha acosado. Yo misma he visto cómo se abalanzaba a ella y quería golpearla.
El policía se acerca a mí, levanto la vista y confirmo con la mirada lo que mi olfato ya me había avisado... ese policía no es cualquier policía, es mi ponemultas.
—Quiero hablar con la señorita a solas, ¿me lo permite? —le pregunta a Ekaterina, que asiente y nos deja solos.
—No me regañes —digo—. No te tengo que dar explicaciones sobre qué hago aquí.
Martín, tomándome por sorpresa, sonríe.
—¿Investigando sin mí?
—¿Qué tiene de malo?
—Que lo has hecho sin mí. —Nos quedamos mirándonos, pero tengo que esquivar la vista rápidamente porque ya estoy sintiendo esas cosquillitas en el estómago—. Dime, ¿qué te ha pasado? ¿Te ha hecho algo ese gilipollas?
—No, solo quiero irme.
—Vale, te llevo a casa —dice.
Me levanto del sillón.
—No hace falta, por mucho que te sorprenda, no he bebido ni una gota de alcohol esta noche.
Achina los ojos, no me cree, y a mí me hace gracia. Salgo de la habitación y él va detrás, salgo a la calle y me dirijo a mi coche.
—¿Puedes esperarme un segundo? —me pregunta.
—¿Para qué?
—Por favor, no tardo.
—Venga.
Se va al coche patrulla, y yo me espero apoyada en mi coche. Efectivamente, no tarda, pero trae en las manos algo. Ya cerca de mí me doy cuenta de que es un alcoholímetro.
—¿En serio? —pregunto. ¡Estoy flipando!
—Si no has bebido no debería pasar nada. Venga, déjame tranquilo y te dejaré ir.
Pongo los ojos en blanco... resoplo... y acepto. Agradezco que se preocupe por mí, echaba de menos eso. Soplo en el alcoholímetro tal como me indica, hasta que me dice que puedo parar. Esperamos unos segundos y sonríe.
—Buena chica. Así me gusta.
—Te había avisado.
—Ya puedes irte —habla. La verdad es que no tengo ganas de hacerlo... pero es lo que tengo que hacer.
—Adiós, Martín...
Sonríe, y yo me quiero morir. Es tan guapo... y me tiene loca. Vale, me tiene loca. Es algo que solo admitiré en mis pensamientos.
Me monto en mi coche y me voy.
***
Es sábado, y me toca a mí hacerme cargo de la farmacia por la mañana. Abro a las ocho y atiendo durante toda la mañana con absoluta normalidad. El lunes empiezo mis citas de las dietas. ¡Estoy nerviosa, y emocionada! He tratado ya con la empresa de productos naturales con la que voy a colaborar.
Sobre las doce y media, por la puerta de la farmacia aparece Martín. Yo me quedo sin aliento, eso a él le agrada. Siempre le ha gustado dejarme pasmada, sin palabras. Se acerca hasta el mostrador y me sonríe.
—Buenos días —dice.
—Ya son buenas tardes —le corrijo.
Martín se ríe, mira su reloj de muñeca.
—Buenas tardes.
—¿Qué quieres? —pregunto.
¿Acaso se cree que porque ayer nos viéramos, y fuera agradable con él, ya todo se ha olvidado? ¡Pues s... no!
—Estoy muy enfermo —me cuenta.
Alzo una de mis cejas. La verdad es que no tiene aspecto de estar tan enfermo como afirma.
—¿Ah, sí? —pregunto—. Cuéntame a ver qué te pasa.
Martín finge que tose, y me pide que espere para que me conteste. Yo no puedo ocultar la sonrisa bobalicona que me brota sola de los labios.
—Estoy fatal... he ido al médico y me ha recetado unos antibióticos... —dice con voz ronca—. Y cenar contigo.
Suelto una carcajada sarcástica.
—A ver, enséñame esa receta.
—No la tengo. Pero créeme, es lo que me ha dicho.
—Sin receta no te puedo dar nada. —Me giro, agarro una de las recetas vacías que hay, escribo sobre ella y se la enseño—. Esto es una receta.
Martín la coge, la lee y se ríe. He escrito "no voy a cenar contigo" en ella.
—Venga, dame una oportunidad —dice, y sonríe. Se cree que con eso ya se lo gana todo. ¡Conmigo no!
—¿Una oportunidad de qué?
—Esta vez va a ser distinto, te lo prometo. Lo siento por haber sido un capullo, pero cuando me suceden cosas que se escapan de mis planes, enfurezco.
—¿Qué ha sucedido que se escapa de tus planes?
Se queda callado..., pensativo. A mí me duele el estómago.
—Que no quiero alejarme de ti. Sé que tú de mí tampoco. Quiero otra oportunidad, quiero hacer las cosas bien contigo.
—¿Admites que antes no lo estabas haciendo bien? —Estoy preguntona.
—No como tú buscabas.
—¿Y desde cuando es importante lo que yo busco?
—Desde que me he dado cuenta de que... no puedo estar sin ti.
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