Capítulo 10
Georgina
Antes de dormir, me cae una tremenda. Mi hermana Aroma me llama y me empieza a chillar reclamándome que le he pintado las uñas a su hijo. Por detrás, escucho que mi madre consuela a Jacobo que está llorando.
—Al niño le gusta pintarse las uñas —le digo—. Y si me lo pide otra vez, otra vez que lo voy a hacer. No tiene nada de malo.
Me grita unos minutos más, y me cuelga. ¡Vaya mentalidad de mierda que tiene! Si al niño le ha llamado la atención, ¿qué tiene de malo? ¿A quién hace daño? Lo que más me fastidia es el mal rato que ha tenido que pasar el pobre Jacobo.
Al día siguiente, antes de ir a la farmacia, me pongo guapa. Me maquillo bastante mis ojos y los labios los pongo de un rojo pasión que se ve desde kilómetros. Mi jornada pasa ligera, me gusta mucho trabajar allí. Además, aprovechando que está mi abuelo, le propongo abrir una pequeña consulta económica de nutrición, de la cual me encargaré yo. No me dice que sí en el momento, si no que se lo va a pensar, pero se interesa mucho y me pregunta bastante sobre lo que tengo pensado.
A las tres salgo, y voy directa a mi coche para conducir hasta el bar. ¡Me muero de hambre! Y, además, me muero de ganas de ver a Martín. He de admitir que me pongo un poco nerviosilla. Estaciono, me retoco el pintalabios y entro al bar. Ahí está, en el mismo sitio que la otra vez. Lleva un jersey gris que ajusta sus músculos, se ve tremendo. Me acerco y me siento frente a él.
—Hola —susurro.
Martín ya está sonriendo.
—Hola, Georgina.
Pedimos dos cervezas y una ración. Le cuento un poco sobre mi día en la farmacia, se muestra interesado y me escucha. Hablamos de cosas triviales, me cuenta algunas curiosidades que le han pasado últimamente en el trabajo, pero nunca me habla de su vida más privada. No sé cómo lo consigue; yo, con una poquita de confianza, te cuento hasta la última vez que vomité.
Cuando nos sirven la comida y empezamos a comer, me doy cuenta que él no come demasiado.
—¿No comes? ¿No te gusta? —le pregunto.
—Quiero dejar hueco para comerte a ti.
A mí me entran los calores, y eso que está lloviendo fuera y hace frío.
—Yo no te sacio el hambre... —digo, coqueta.
—Sí que lo haces. No he dejado de pensar ni un segundo en lo que ocurrió entre nosotros. Dime, ¿te gustó?
—Sí... sí me gustó.
—¿Te gustaría repetirlo?
Habla bajito, con una voz rasposa tremendamente sexy. Me gusta, cuando se pone en ese plan sus ojos se tornan más oscuros y brillan más.
—Sí —respondo.
—Me gustaría proponerte algo —dice—. ¿Quieres?
—Dime.
—Me dijiste que querías descubrir cosas nuevas y quiero ser yo quien te las enseñe. Pero tengo unas normas; también puedes poner tú las tuyas.
—¿Normas?
Me sorprende que use esa palabra. Tengo curiosidad en lo que me va a decir, por eso cuando asiente, me quedo callada para que me cuente.
—Me encantas, Georgina. Y sé que te gusto también. Nos lo pasamos bien juntos. Podemos repetir lo del otro día las veces que queramos, pero con unos límites. Si estás de acuerdo, será genial y disfrutaremos los dos. Si no, no pasa nada. Sería una pena, pero yo aceptaría tu decisión.
—Cuéntame, cuando te dije que estoy abierta a cosas nuevas es la verdad.
—No eres mía ni yo soy tuyo; en la cama seremos totalmente nuestros. No habrá exclusividad, ni celos ni explicaciones. No vamos a involucrar sentimientos porque si no, todo saldrá mal. Nos veremos cuando nos plazca a los dos, y cuando estemos juntos quiero llevar yo las riendas de la situación. Nada de cenas ni comidas románticas, ni regalos.
—Lo que viene a ser un follaamigo, vaya. Haber empezado por ahí —digo riéndome.
—Pero cuando estemos juntos voy a enseñarte cosas que no te va a enseñar ningún follaamigo. ¿Qué fin de semana tienes libre? Quiero llevarte a un sitio de Sevilla.
—¿Sevilla? ¿Qué vamos a hacer en Sevilla?
—Ya lo verás.
De repente me apetece muchísimo. Lo que me propone Martín me gusta; prácticamente acabo de salir de una relación y no me quiero meter en otra. Quiero disfrutar, no dar explicaciones a nadie, y si encima tengo a un bombón como él para tirármelo y pasármelo bien cuando quiera, mejor que mejor. ¡Encima tengo la posibilidad de conocer a más tíos! Aunque nunca he estado con más de uno a la vez, no sé si aprovecharé eso.
Terminamos de comer, nos vamos a mi piso y tomamos un café. Hablamos un poco más hasta que Martín me besa en el sofá, y comienza a tocarme los muslos. Yo me coloco encima de él y continuamos el beso húmedo y ardiente. Me muevo sobre su erección, la verdad es que se pone duro con solo tocarle. Le beso el cuello mientras él aprieta mi cintura, le está gustando..., le quito el jersey, se muestra reacio a que lleve yo un poco la iniciativa pero cede. Beso sus músculos, la otra vez me quedé con muchas ganas. Está muy duro, fibrado y esculpido. Huele delicioso.
Le beso hasta la tirilla de sus pantalones, se los desabrocho y se los bajo hasta los tobillos. Con el bóxer hago igual. Me acerco con la lengua a mi objetivo, pero me desvío de él. Juego así con él hasta que el jueguecito se vuelve insostenible para él. Empiezo a lamérsela poco a poco de forma lenta y pausada. Recorro con mi boca su pene de arriba hacia abajo durante unos minutos, él me agarra del pelo y lo aprieta del placer. Me gusta escuchar los gemidos roncos que emanan de su garganta. Concentro mi acción en el glande, y luego le hao caricias con la lengua alrededor de su prepucio.
Succiono apretando la boca un poco a su pene, haciendo movimientos de arriba abajo mientras él me guía con frenesí. Mientras acaricio con la yema de mis dedos sus testículos y su perineo.
Ensalivo mi mano, eso a él le pone mucho. Le miro y está rojo del placer. Empleo las manos y la boca a la vez para procurarle mayor sensación. Sigo así hasta que él no puede aguantar más, noto liquido pre seminal en mi boca. Me coge de forma salvaje y me lleva a la cama. Me tira a ella, ¡menos mal que está reforzada!
Me quita la ropa de forma rápida, apenas ha disfrutado el conjuntito sexy que llevaba. Está loco por follarme. Se pone el condón, y se coloca encima de mí. Enreda sus dedos en mi cabello y me besa, me moja toda la boca con su saliva. Besa mi cuello, mis pechos, mordisquea con cuidado mis pezones y me escupe en la vagina. La masajea con la palma de su mano, provocándome calambres por todo el cuerpo, y me la mete de forme firme y salvaje. La tiene muy gorda y dura. Se menea como un dios sobre mí, la mete y la saca sin parar. Cuando le voy a tocar el culo me agarra las muñecas por encima de mi cabeza con su mano.
—Dímelo.
—¿El qué?
—Tú lo sabes. Dímelo y seguiré, si no, pararé.
Entonces sé a lo que se refiere. La otra vez me lo pidió. Vaya que le gusta llevar la voz cantante al ponemultas.
—Estoy a tu merced —le susurro en la boca.
Salvajemente y loco, me da la vuelta y me da a cuatro patas. Coloca sus manos en mi cadera y me da con fuerza. Adelante y atrás, adelante y atrás, así hasta que le aviso que me voy a correr y, para mi sorpresa, saca su pene y pone su boca. Me corro mientras su lengua me come y escucho sus gemidos bajo los míos.
—Estás deliciosa, Georgina.
Me da un palmetazo en el culo y me vuelve a tumbar. Tira de mi pierna hasta ponerme en la orilla de la cama, él se arrodilla y me la vuelve a meter. Me coge de la cintura con fuerza, moviéndose él y moviéndome a mí. Quiero tocarle el pelo, algo. Pero no me deja. Sé que lo hace porque le gusta mandar, y tenerme sometida. Se siente satisfecho si tengo las manos agarradas.
Mis gemidos se vuelven más sonoros a medida que me folla más y más. Voy a correrme otra vez... y él lo nota. Tanto, que ocurre algo que no me ha ocurrido en la vida: nos corremos a la vez. Nuestros gemidos se entremezclan tanto que temo que se escuche en todo el bloque, pero me da igual.
Martín
Me ducho en su casa. Me encantaría hacerlo con ella, pero no lo veo consecuente con lo que tengo planeado.
He decidido mantener ese tipo de relación con Georgina, es el punto intermedio que veo. Sofía no va a despertar, y no voy a vivir amargado esperando un imposible. Quiero disfrutar con Georgina, y esta es la mejor forma.
Nada de exclusividad.
Nada de sentimientos.
Nada de muestras de afecto.
Solo sexo y placer. Sé que a ella también le va a gustar.
He descubierto un club en Sevilla que está bastante bien. Nunca he ido, por eso quiero empezar a enseñarle mi mundo en un lugar donde no haya recuerdos que me puedan perturbar el placer. No tengo planeado que en este viaje hagamos un intercambio, solo quiero despertar su interés mediante el voyeurismo.
Pasan unas semanas hasta que Georgina y yo coincidimos en fin de semana libre. Ella trabaja poco los fines de semana, solo cuando le toca a ella la guardia. El problema ha sido mi horario, pero a finales de Marzo lo conseguimos.
En este tiempo nos hemos continuado viendo, y teniendo un sexo delicioso. Estoy tan satisfecho con ella, que no he querido estar con nadie más. Tampoco creo que pudiera, pero el caso es que ni lo he intentado. En todo este tiempo, Georgina ha sido la única que ha conseguido despertar en mí la bestia interna. Me encanta comerla, besarla, follarla.
El viernes por la noche cogemos un vuelo a Sevilla. Aunque ha insistido en saber lo que vamos a hacer, aun no lo sabe. Quiero sorprenderla. Me muero por ver su cara al ver lo que le espera. Confío en que no salga corriendo.
Llegamos al hotel, tenemos habitaciones separadas. No quiero que durmamos juntos, eso es demasiado personal.
—Ponte guapa —le digo en la puerta de su habitación—. No te pintes los labios ni te eches tanto maquillaje en los ojos. ¿Me harías ese favor?
—Me lo pensaré.
Entro a mi habitación y me ducho. Es hidromasaje. El hotel es un espectáculo, lo he elegido todo yo aunque Georgina ha querido ir a medias. Quería invitarla yo a todo, pero ha empezado a decir que tiene dinero, insinuando que puede que tenga incluso más que yo, así que para no entrar en una absurda discusión de quién mea más lejos, accedí.
Me pongo unos pantalones ajustados con una camisa. Estoy seguro que más de una pareja se nos acercará al vernos... pero quiero ir despacio, no quiero que se incomode, sé que le va a gustar pero conozco la forma en la que se lo tengo que presentar.
Quedamos en el recibidor a las nueve y media. Cuando yo bajo, ella ya está ahí, hablando con uno del servicio del hotel. Está coqueteando. Siento que me hierve un poco la sangre, y sin darme cuenta estoy apretando el puño. Sin embargo hago por relajarme, coloco mi mejor sonrisa en la cara y me acerco.
Carraspeo y digo:
—Hola.
—Hola —dice Georgina—. Bueno, Esteban, encantada de conocerte.
El muchacho se muestra más cortado que antes debido a mi llegada. No dice nada, le sonríe y se va. Entonces la miro. Vaya caso que me hace... va muy maquillada. La verdad no es que parezca una payasa, se maquilla genial y le queda muy bien, pero a mí me gusta más rollo cara lavada. Supongo que, con el caso que me hace, me voy a tener que acostumbrar a su estilo.
Bajo su abrigo lleva un vestido muy corto, ceñido y negro y con un escote de escándalo. He de admitir que se me cae la baba. Y sé que no seré al único esta noche.
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