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Uno

Al llegar a casa, hubiese esperado cualquier cosa excepto lo que encontró.

Quizá una fiesta sorpresa sin venir a cuento, a lo mejor un familiar de visita o un regalo por sus buenas notas. Podía haber esperado también el anuncio de una de sus tan típicas salidas familiares o que le pidiesen que cuidase del hijo de algún vecino. Se le podría haber pasado por la cabeza cualquier cosa, cualquiera, ¡incluso un unicornio volador dando vueltas en el recibidor! Lo que fuese, menos lo que encontró.

Sus padres sentados en el salón, uno en el sofá y el otro en el sillón. Silenciosos, con la mirada vacía, cara de pocos amigos y sumidos en un ambiente que era de todo menos cálido. Fue chocante, pues siempre los encontraba charlando, sentados juntos, riendo o haciéndose cosquillas inclusive. Siempre había un buen ambiente, calidez y cariño evidente. En cambio, en aquellos momentos no había nada de eso.

Los observó extrañada, sin mediar palabra y el semblante turbado. Pasados unos segundos, en los que ella aprovechó para abandonar su mochila en una esquina y quitarse la chaquetilla bajo la atenta mirada de los dos adultos, se atrevió a cuestionar: <<¿Sucede algo?>>.

La mujer se encogió, arremolinándose en el sitio; el hombre frotó sus manos con nerviosismo mientras fruncía el ceño y tragaba con dificultad. Ella, a una corta distancia, en un punto intermedio entre ambos, deslizaba su mirada de uno al otro, esperando una respuesta.

— ¿Y bien? —Insistió, alzando las manos y moviéndolas, como metiéndoles prisa.

— Nos separamos —Anunció su madre.

Así, sin darle más vueltas ni preparar el terreno; sin anestesia. Eso pensaba ella ahora pues, en aquel momento, no fue capaz ni de hilar un pensamiento.

Los segundos transcurrían, pero nadie emitía un sonido.

— ¿Qué? —Alcanzó a cuestionar, sin capacidad de decir más que eso.

Estaba de piedra, cosa evidente para los tres humanos que había en aquella sala e, incluso, para el hámster que había dejado de correr en la rueda. Parecía tan sorprendido como ella ante aquellas palabras, pues no se escuchó ni un sonido más procedente de su jaula.

Se le acumuló la saliva en la boca, pues era incapaz de tragar. Sintió un sudor frío comenzando a hacerse presente en su espalda y, de pronto, el aire a su alrededor parecía insuficiente para seguir respirando. Debía haber escuchado mal, se dijo, tratando de convencerse a sí misma de ello. Miró a la mujer, que no se había movido un ápice desde que pronunció aquella terrible sentencia.

El varón, con la mirada bajada sin dejar de detallar el suelo, se mantuvo callado ante el eventual silencio de su hija. Sonia no acostumbraba a quedarse callada cuando algo no le gustaba, al contrario, era propensa a armar un escándalo solamente con la intención de defender su postura. Por eso, en aquellos momentos, le resultaba chocante que ella no estuviese montando en cólera ante la noticia, sino que restase enmudecida con cara de asombro.

Finalmente, aquel silencio fue roto por la trémula voz de la adolescente.

— ¿Por... por qué? —La respuesta no llegó, por lo que insistió—. ¿Por qué?

— Se acabó y no hay más que explicar —dijo él, mientras su aún esposa gruñía.

— Se acabó, ¿y ya? ¿Y me soltáis así, de golpe, sin intentar suavizarlo, que os separáis? Y yo, ¿qué? No importa lo que yo piense, ¿cierto?

Los adultos se miraron entre ellos con cierto disgusto, cosa que para la adolescente no pasó desapercibida. Su enfado se acrecentaba con cada nuevo segundo que marcaba la manecilla segundera del reloj colgado de la pared. Realmente, discurrió, ella les daba igual.

— Yo no quiero que os separéis —musitó.

— Pero esto no depende de ti —indicó el adulto—. Es algo entre nosotros, hija.

— Pero yo... ¡yo también estoy aquí! ¡También soy de esta familia!

— Pero no eres de esta pareja. Seguirás siendo nuestra hija aunque no estemos juntos. Eso tienes que entenderlo, porque no hay nada negociable en esto.

La voz firme de la fémina, sus palabras, su tono y la indiferencia implícita en todo aquello lograron perforar los oídos de la muchacha y abrirse camino hasta su corazón, cavando un túnel de dolor en el proceso.

Todo su semblante se contrajo a causa de la rabia que comenzaba a burbujear en su interior. No comprendía cómo podían ser de aquel modo y, mucho menos, cómo se había llegado a aquel punto. ¿Desde cuándo ellos eran infelices como para optar por una separación? ¿Cómo no se había dado cuenta antes si era así?

El silencio era el rey de la escena mientras ella, con la mirada perdida, divagaba entre aquel mar de dudas que la arrastraba a no sabía dónde. Se sentía asfixiada.

Vio a los adultos hablándole, pero no los escuchaba. Ambos la miraban con fijeza mientras parecían explicarle algo, pero no prestaba atención a nada. No podía respirar correctamente.

Su padre se levantó del sillón y se giró hacia su mujer, haciendo aspavientos con las manos, como si estuviese regañándola por algo, pero ella no estaba segura de nada pues solamente podía oír un murmullo que le resultaba molesto. Comenzaba a estar mareada.

Dio un paso atrás, chocando con un mueble. En otro momento se hubiese quejado por el dolor, pero en aquellos momentos casi ni lo sintió pues el mayor dolor estaba en su mente, que parecía querer atormentarla. Necesitaba salir de allí.

Su mirada vagó hasta la puerta del salón, su cerebro dio la orden y su cuerpo obedeció sin más. Cuando quiso darse cuenta, se hallaba corriendo hacia aquel punto sin ser quien tomaba control de sus propios actos. Fueron sus impulsos, sus instintos, quienes tomaron las riendas de la situación y la llevaron hasta el exterior. 

Ni siquiera cerró la puerta de la vivienda tras ella, simplemente se aventuró a la calle sin preocuparse por nimiedades como aquella dichosa puerta. Después, cuando recobró el sentido y la capacidad de decisión, se encontró a sí misma lejos de su casa, sin una prenda que la abrigase del fresco que empezaba a sentirse a aquella hora ni las llaves de su hogar con ella. Resopló cuando aquella palabra, hogar, pasó por su mente. Ya no iba a serlo más, caviló.

Apoyó la espalda contra la pared, se permitió coger aire y sintió que el mareo aumentaba, por lo que se dejó caer deslizándose contra el muro hasta que quedó sentada en el suelo de adoquines gastados. Trató de respirar más despacio, mientras hilvanaba su propia mente y sus tristes pensamientos, mientras se recomponía a sí misma.

— Realmente me siento deshecha —murmuró para sí misma. Después, maldijo en un tono levemente más alto—. Y ahora, ¿qué?

Aquella era la gran pregunta. ¿Qué haría a continuación? 


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Aquí tenemos el comienzo de esta historia que, como bien indiqué en el apartado Info, es una de las historias derivadas de "La consulta de Ona".

¿Qué os ha parecido este primer pedazo? Me encantaría que compartáis conmigo vuestras impresiones, así que no dudéis dejarme un comentario que yo, como siempre, responderé encantada.

¡Nos vemos en el próximo capítulo!

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