Tres
Aquella tarde, nada más llegar a casa, tuvo que aguantar a sus padres otra vez con la misma cantinela, como ella solía decir cuando alguien le repetía demasiado las cosas.
No había tomado una decisión y, ciertamente, no sabía cuándo lo haría pues no era algo que le ilusionase o en lo que quisiese centrarse. Cuando al fin estuvo en su dormitorio, se permitió tirarse en el suelo sin hacer nada más que observar una pelusa bajo la cama que parecía moverse cuando su respiración llegaba hasta ella.
— Ay, Pelusi —habló con la pelusa que se movía mientras y a la cual acababa de poner nombre—, ¿qué voy a hacer?
Como si aquella cosa sin vida le hubiese otorgado la respuesta perfecta, Sonia se apoyó sobre sus manos y exclamó: <<¡Tienes razón! Tengo una consulta que redactar>>.
Dicho esto, se incorporó para alcanzar la silla giratoria de su habitación y se sentó en ella mientras abría el cajón del escritorio dispuesta a conseguir un pedacito de papel.
—Va... uno pequeñito pero no tanto —murmuraba mientras rebuscaba—. Tiene que haber uno, así mediano, no tan grande y no tan pequeño, ¿no?
Finalmente, lo encontró y soltó una exclamación de orgullo por el trabajo bien hecho al tiempo que lo colocaba sobre la mesa y empezaba a pasar la palma de la mano por encima para alisarlo, pues estaba algo arrugado. Tomó un bolígrafo del lapicero y comenzó a escribir, sin pensar mucho lo que quería decir pues ella era de las que pensaban que no condicionar lo que vas a decir o escribir hace que quede mejor y sea, extrañamente, más comprensible para los demás. No demoró en tener lista la nota, que no era —como decía ella— ni tan larga ni tan corta. La leyó tras terminar.
<<Primero que nada, te agradezco por leer esto y por hacer que tengamos todos un lugar al que recurrir cuando estamos confusos y no tenemos con quien hablar, como yo ahora.
Mis padres han decidido separarse y está siendo muy duro para mí. Todavía están ambos en casa, no saben ni cuál de ellos se irá y cuál se quedará en nuestro hogar, o si nos iremos todos. No saben nada, y están esperando que yo lo decida todo. Han dejado sobre mí la responsabilidad de decidir con quién me quedaré yo, como si tuviera que escoger a quién quiero más o algo así. Y a partir de esa elección se decidirán el resto de temas. Y no es justo. No es justo que ellos me hagan escoger, yo los quiero a los dos y no sé ni cómo se ha llegado a esto. ¡Siempre han sido felices! No comprendo nada.
Estoy confusa, decepcionada, desilusionada y muchas cosas más. Preocupada por las consecuencias de mi decisión y me siento enferma. Estoy tan mal con esto que he llegado al punto de apenas pasar por casa. Evito verlos, porque no sé cómo afrontar esto o enfrentarles a ellos. No sé qué hacer, qué decir ni cómo llegar a tomar la decisión que ellos quieren porque, haga lo que haga, heriré a uno de ellos.
No le he contado esto a nadie, porque no sé cómo vayan a reaccionar. No quiero que la gente que me rodea cambie conmigo por pena o lo que sea.
Además de todo eso, estoy preocupada por las consecuencias. ¿Veré al que se vaya solo? ¿Tendré que mudarme? ¿Tendré que dejar atrás mi vida, mis amigos, mi pareja? ¿Tendré que cambiar de instituto? ¿Tendré que empezar de cero? Me niego, ya lo saben, pero al fin y al cabo son los únicos que pueden decidir esas cosas porque son los adultos, a pesar de que me estén cargando a mí con la responsabilidad y la obligación de decidir esto porque a ellos no les sale de las narices. Tengo una semana para dar respuesta, y no tengo nada claro qué les voy a decir.
¿Qué puedo hacer? Estoy tan perdida...>>
Realmente había quedado más extenso de lo esperado, por lo que añadió al final, en un minúsculo hueco que se había salvado del asalto del bolígrafo, una última frase: <<Disculpa por un texto tan largo>>.
Volvió a leerlo, quedando conforme con su escrito. El lunes nada más llegar iría a dejarlo con la esperanza de que le respondiese en el siguiente número, básicamente porque el tiempo no le sobraba y sus padres la presionaban en busca de una respuesta. La guardó en la mochila para no olvidarla, y aprovechó para hacer los pocos deberes que tenía. <<Total, ya que estoy puesta...>>, se dijo con cierta rendición evidente.
Más tarde se dio una ducha y se recostó a leer. Todavía se encontraba mal, siendo su resfriado evidente, lo cual le sirvió de excusa para escaquearse de ver a sus padres si no era necesario. Pasó el fin de semana en la habitación, mayormente en la cama leyendo el libro de Stephen King que le regalaron por su último cumpleaños y que le había resultado adictivo. No volvió a hablar con aquella pelusa bajo la cama, pareciendo haberla olvidado; señal de que su mente ya no andaba a lomos de un semi delirio debido a la fiebre.
El lunes, salió extremadamente animada de casa, con energías renovadas. El constipado era cosa del pasado, por lo que cuando se encontró con Mario le dio un cariñoso beso en los labios que él aceptó gustoso y le devolvió con el mismo ímpetu. Se despidió y corrió a encontrar el buzón donde debía dejar el papelito de la consulta, esperando que nadie la viese pues quería aprovechar el asunto del anonimato y si la veía alguien allí eso, quizá, se le podría ir al garete. Se cruzó con una chica que llevaba un vestido rosa y una trenza muy bien hecha en el cabello castaño que lucía brillante. Le sonaba haberla visto alguna vez el curso pasado, pero no la conocía en realidad, así que no se preocupó por su casi inexistente encuentro al girar el recodo del pasillo.
Tras aquello se sintió algo más relajada en compañía de sus amigos y el chico al que quería, pero cuando llegó a casa toda esa relajación y comodidad se evaporó. Nada más entrar, escuchó a sus padres discutiendo como nunca los había escuchado antes y decidió irse directamente a su habitación a hacer deberes; le apetecía más estar pendiente de sus estudios que pasar tiempo con aquellos dos adultos que, al parecer, no la habían escuchado llegar siquiera.
Los días transcurrieron despacio, de un modo agónico que parecía torturarla. Su carácter comenzó a agriarse, estaba irascible y poco colaborativa, incluso en clases. Se sentía agotada en todos los aspectos, además de que tenía la sensación de que la soledad estaba engulléndola sin que se diese cuenta de ello hasta ser demasiado tarde. Mario había tratado de hablar con ella en varias ocasiones aquellos días, pues estaba preocupado por ella, pero la muchacha no puso de su parte y acabó espantando a todo el mundo. El jueves llegó a casa con la notificación de una sanción que sus padres debían firmar, lo cual empeoró más la situación.
Harta de todo, salió de casa dejándolos con la palabra en la boca y anduvo sin rumbo alguno mientras lloraba y dejaba que la rabia la ahogase. Parecía estar en una montaña rusa de emociones que la desquiciaba y de la que no podría salir hasta que tomase una decisión. Pensó en sus opciones:
Podía quedarse con su padre.
Podía hacerlo con su madre.
En cualquiera de esos dos supuestos era todo igual de incierto, no sabía si vería al otro, no sabía si habría cambios sustanciales, si se quedaría sola consigo misma —por ese camino iba, y lo sabía—.
Como última opción, le quedaba la tercera vía: escaparse de casa y no quedarse con ninguno, en cuyo caso todo serían cambios sustanciales, no vería a ninguno y sí, la soledad sería su única compañía. A menos, claro, que se buscase un compañero de escapadas con el que cometer fechorías mientras eran prófugos.
Y ahí estaban, nuevamente, sus delirios. Resopló, indignada con el mundo mismo, y retomó el camino a casa diciéndose que era una cobarde.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro