
Capítulo 24.
Maratón 3/4.
El accidente: el intento de asesinato de Annabeth Potter.
Cuando Annabeth Potter llegó al lago, empezó a caminar por la orilla, con calma y tranquilidad. Estaban en invierno, y era extraño que el lago no estuviera congelado, pero era seguro que estaría helada. La muchacha lo vio venir. Un hechizó impacto en su espalda haciéndola perder el equilibrio y cayendo al agua helada. Ella intentó nadar, pero casi al instante el agua congelada la hizo perder el conocimiento, siendo su último pensamiento que iba a morir.
—Fred —llamó a su hermano gemelo—. ¿Por qué no aprovechas ahora y vas a hablar con ella?
—Vale —dijo, poniéndose de pie y siguiendo los pasos de la chica.
La vio paseando por la orilla del lago, sin llegar a tocar el agua con sus pies. La vio subirse al embarcadero y observar el agua desde allí. La vio caer al agua empujada por un hechizo. Por un momento se quedó quieto, confundido. Después observó como algo desaparecía entre unos matorrales y un mechón de pelo. De todas formas, no se entretuvo mucho en eso. Se aplicó un hechizo anti-sensacional, que te protegía del agua helada y se lanzó al lago, con el claro propósito de salvarla. Rápidamente la alcanzó, salió del lago negro y echó a correr hacia el castillo.
—Aguanta, Annie —pedía Fred mientras corría—. Aguanta Ann, no me dejes, no puedes dejarme.
La chica estaba inconsciente, su piel estaba más pálida de lo normal haciendo que las pecas resaltasen en su piel. Sus labios estaban de un suave color morado, su cuerpo temblaba y su pecho se movía irregularmente al ritmo de sus respiraciones. Su pulso no era el habitual y algo en su interior, le decía que iba a dejarlo. Que se iría.
Pero no lo permitiría.
—Por favor, Ann, no me dejes. Aguanta por favor.
Ya casi llegaba al Gran Comedor, las puertas estaban entornadas, cuando la melodiosa voz de aquella chica del que estaba enamorada hasta las brancas, se escuchó débilmente.
—Fred —susurró Ann.
—No te mueras, Annie, por favor. No puedes morirte —decía con lágrimas en los ojos Fred, y lo repetía como si fuera un mantra.
Empujó las puertas del Gran Comedor, haciendo mucho ruido y haciendo que todo el mundo le mirara.
—Ayuda, por favor —suplicó.
— ¡Ann! —exclamaron Ron, Hermione, Lils, Ginny, Astoria, Luna y George.
— ¡Mi niña! —exclamó Lily Evans, llorando.
Un gritó colectivo se oyó en la mesa de la tercera generación. Varios de ellos se levantaron, y algunos tuvieron que sujetar a otros. Solo una encapuchada logró soltarse y echó a correr, siendo sujetada por un encapuchado cuando le quedaban un par de metros para llegar junto a la pelirroja.
Los Merodeadores y las demás personas cercanas a la chica no podían reaccionar. Harry se había levantado y miraba con los ojos desorbitados a su hermana.
Dumbledore, McGonagall y la enfermera, madame Pomfrey, se levantaron corriendo de su mesa, la última hizo aparecer una camilla en la que Fred depositó con sumo cuidado a Annabeth.
— ¿Qué le ha pasado? —preguntó James, que abrazaba a una llorosa Lily aunque él también estaba llorando.
—La empujaron al lago —contestó Fred, con un tono de voz enfadado—. George —llamó a su hermano. Sacó un caramelo de su bolsillo y se lo lanzó, luego le susurró unas palabras en el oído haciendo que su hermano gruñera—. Pregúntale si sabe algo.
George Weasley entendió a lo que se refería y también se enfureció, por lo que casi se lanza a por el culpable si no fuera porque Angelina le paró.
— ¿Qué es eso? —preguntó Hermione, que se encontraba entre los brazos de Ron porque la imagen de su amiga desmayada y prácticamente congelada la había asustado demasiado.
—Caramelos Veritaserum —contestó George, con una sonrisa malévola, para nada habitual en él—. A la venta en Sortilegios Weasley.
Y se dio la vuelta, dispuesto a interrogar a su sospechoso.
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