maratón 1/4.
La primera cita: Theodore Nott y Daphne Greengrass.
—Será mejor que despertemos a Ann —comentó Hermione, pero no estaba muy convencida.
—Entonces despiértala tú, Herms —protestó Ginny.
—Mejor la dejamos aquí —se corrigió la castaña.
—¿Cómo vamos a dejarla aquí? —preguntó Lily Evans, inocentemente,
—Annabeth es conocida por su sueño pesado y por su mal carácter si la despiertan. Siempre es la última que se levanta, y casi nunca llega al desayuno, tiene que pasar por las cocinas a por algo de comer. Por suerte nunca ha llegado tarde a clase —le explicó Lils a su madre—. En cambio yo, soy buena niña y buena alumna —continuó con una sonrisa, pero todos sabían que no era verdad—. Para qué mentirte mami, gracias a Draco o a Daphne siempre llego al desayuno, sino nunca llegaría.
—Salió a James —suspiró Lily, acariciándole la cabeza a su hija—. Y tú también —añadió rápidamente—. Veo que te relajaste. . . tienes que contárselo. Si realmente te ama, aceptará al bebé.
—Maïa siempre me transmite paz, es única —musitó la pelirroja, esbozando una ladina sonrisa.
—¿Cómo sabes tú que James se despierta tarde? —preguntó Marlene. Luego sacudió la cabeza, no quiso interrumpir ese bello momento—. Déjalo, no quiero saberlo.
Salieron por la puerta, dejando a la pelirroja descansando en su cama, soñando, probablemente, con cierto pelirrojo.
Cuando las chicas llegaron al comedor, los chicos ya estaban allí, hablando animadamente, probablemente sobre Quidditch, puesto que movían los brazos para darle, más animo a sus palabras.
—Hola, amor —dijo James saludando a su novia con un beso cuando se sentó a su lado—. Esta mañana me desperté pensando que todo había sido mentira, producto de mi imaginación y que tú nunca me habías dado una oportunidad.
—Bambi, te han domesticado —se rio Sirius, ganándose una colleja de parte de Marlene, que se había sentado a su lado—. ¿De qué hablaron ayer? —preguntó, sobándose la cabeza que le dolía por el golpe proporcionado por McKinnon.
—Ya sabes, lo típico, de ropa —respondió Marlene—. ¿Y vosotros?
—Lo típico, Quidditch —contestó, esta vez, Sirius.
—Herms —la llamó Ron y la chica le miró—. Oye, cuando volvamos al futuro. . . ¿me harás la redacción de Historia de la Magia?
—¡Otra vez, no! —exclamaron Harry, Ginny y Neville al unísono.
—Te he dicho que no, Ronald —dijo Hermione. Y al ver que el chico estaba a punto de replicar, añadió—. Y no hay más que hablar.
—Suspenderé esa asignatura si no apruebo esa maldita redacción —refunfuñó Ronald, mirando con el ceño fruncido a sus cereales como si estos tuvieran la culpa.
Hermione suspiró.
—Quizás. . . Puedo ayudarte a escribirla. Y ayudarte a estudiar.
—¡Herms, eres la mejor! —exclamó el pelirrojo abrazando a su amiga.
La castaña se sonrojó, pero le devolvió el abrazo hasta que oyeron a alguien carraspear. Se separaron sonrojados y miraron a Harry, que les observaba divertido. Por suerte, antes de que pudiera hacer un comentario vergonzoso, una pelirroja se sentó frente a sus amigas y entre su padre y Fred.
—¡Ya estoy aquí! —dijo sonriendo—. Buenos días, papá —abrazó y le dio un beso en la mejilla a su padre.
—Buenos días, princesa —rio su padre.
Annabeth removió sus cereales tranquilamente hasta que por el rabillo del ojo vio algo que le llamó la atención.
—¡Fred! —exclamó, al ver su ojo morado. Le cogió la cara con las manos para observarlo mejor—. Por las barbas de Merlín, Fred. ¿Qué te ha pasado?
Fred estaba sonrojado al tener tan cerca a Ann, y más aún al notar sus suaves manos a ambos lados de su cara. No podía dejar de mirar el rostro de la chica, que lucía preocupado. Admiró sus ojos avellana que le observaban, sus mejillas encendidas por haber corrido desde la Sala de los Menesteres hasta el comedor, su pelo pelirrojo recogido en una coleta rápida, dejando que algunos mechones cayeran por ambos lados de su cara enmarcando su rostro. Sus labios rosados que tanto quería besar.
—¿Te duele? —preguntó la chica, pasando sus delicados dedos por el moratón.
—Un poco, pero no te preocupes —contestó el chico, sonriéndole de medio lado, haciendo que Ann se derritiera por dentro.
—Ten.
La chica hizo aparecer un trozo de hielo y se lo colocó con cuidado en el ojo. Fred hizo una mueca cuando el frío entró en contacto con su piel.
—Lo siento —susurró la chica apenada.
—No importa. Trae —le pidió cogiendo él mismo el hielo. Sus dedos se rozaron y Ann los mantuvo algunos segundos de más.
Fred sonrió mirando a Ann, hasta que miró detrás de ella, donde los tres Merodeadores le miraban con mala cara. El chico se separó un trecho asustado y azorado, y miró su bol de cereales asustado. Se sujetaba el hielo con la mano haciendo que fuera imposible que Ann le viera la cara.
Ella se sintió estúpida y avergonzada. Para ella estaba claro que Fred se había asustado por su cercanía y se había alejado porque no la quería, porque no estaba enamorado de ella.
—Déjalo Ann, después hablo con él —murmuró su hermana y ella asintió, con los ojos húmedos.
—Atención alumnos —les llamó la atención Dumbledore, cuando terminaron el desayuno.
—Espero que no venga nadie más —susurró Sirius—. Porque habría que ampliar el colegio.
—No, señor Black, ya estamos todos —dijo Dumbledore. Sirius se puso rojo al instante—. Lo que quería decirles es que daremos un par de días antes de que se presente la tercera generación. A mí me parece que algunas personas están todavía demasiado sorprendidos por haber visto a sus hijos para ver a sus nietos —terminó mirando a James, que se sonrojó también al igual que su mejor amigo—. Así que el día de hoy, lo tienen libre.
Muchos alumnos celebraron, aunque otros (sobre todo la segunda generación) querían conocer a los encapuchados que comían en una mesa aparte.
Después de salir del comedor, las hermanas Greengrass se acercaron a Hermione, Ann y Ginny, y se dirigieron hacia los jardines, llenos de nieve.
—Theo. ¡Theo! —llamó Draco a su amigo.
—¿Sí? ¿Decías? Ah sí, la clase de pociones.
—Acabé de hablar de pociones hace cinco minutos. ¿Dónde estaba tu mente, Nott?
Theo no contestó, se limitó a mirar al grupo de chicas como había estado haciendo mientras su amigo hablaba. Draco siguió la mirada del moreno y suspiró resignado.
—Ve —ordenó y Lily asintió, su novio tenía razón, había que juntarles sea como sea.
—¿Qué? —preguntó Theo sin comprender—. ¿Qué vaya a dónde?
El rubio volvió a suspirar resignado.
—Si te vas a quedar aquí babeando por una chica, más te vale ir a hablar con ella —le respondió como si le dijera que dos más dos son cuatro.
—Yo no. . .no iré. . . ¡yo no estoy babeando!
—Ya —dijo Draco aguantando la risa—. Anda ve con ella.
—No.
—Theo, se nota a quilómetros que te gusta —murmuró la pelirroja mirando a Daphne, que conocía a su mejor amiga como la palma de su mano—. Sé lo que digo, a ella también le gustas.
—¡Demonios, Nott, ve a hablar con Daphne! —exclamó perdiendo la paciencia el rubio de los tres—. Vas allí y le dices que si quiere dar un paseo contigo.
—¿Queréis que vaya allí? ¡Míralas! —exclamó señalando a las chicas, que se reían mientras Ann hacia unos gestos raros, como si fueran monstruos—. No puedo. Prefiero luchar contra el Señor Tenebroso a hablar con Daphne delante de ellas.
—Theo, ve.
—Draco, no creo. . .
—No acepto un no por respuesta —dijo, finalmente, Draco. Luego le dio unas palmaditas a su amigo en la espalda y se dio la vuelta rumbo al castillo—. Estaré en la biblioteca.
—Tengo que contarte una cosa, Draco —Lilianne habló seria pero con la mirada llena de terror—. Es sumamente importante.
Aun sin estar del todo seguro, el moreno se dirigió hacia las chicas.
La primera en verle fue Ann, que paró de mover las manos y le miró sin comprender, hasta que segundos más tarde sonrió como si lo comprendiera todo. Las demás se mostraron sorprendidas al ver parar a la pelirroja, pero al verlas mirar detrás de ellas se dieron la vuelta encontrándose con el moreno.
—¡Theo! —exclamó Daphne al ver al chico allí. Ni ella pudo ocultar una sonrisa ni sus amigas su risa—. ¿Qué haces aquí? ¿Querías algo?
"¿Cómo me he metido en este lio?" se preguntaba mentalmente el chico, una y otra vez, mientras se rascaba la nuca con nerviosismo.
—Bueno yo... quería saber... había pensado...— "mierda Theo, concéntrate" se ordenó a sí mismo—. Bueno, quería saber si te apetecería dar un paseo conmigo.
—¿Ahora? —preguntó la chica. Estaba sonriendo, pero como el chico tenía la cabeza baja no se dio cuenta.
—Esa era la idea, pero si estás con tus amigas lo entiendo, no pasa nada, lo dejamos para otro día, iré a buscar a Draco... —murmuró mientras retrocedía marcha atrás. Al no ir mirando, tropezó con una rama y casi cae hacia atrás.
—¡No! ¡Espera, Theo! —gritó Daphne y corrió hasta donde me encontraba—. Claro que quiero ir de paseo contigo.
—¿De verdad? —preguntó sorprendido, luego sonrió con ternura.
—Sí, claro. Vamos —se giró hacia sus amigas—. Adiós, chicas —dijo con una gran sonrisa y guiñándoles un ojo.
—Adiós —dijeron las chicas riendo.
Empezaron a caminar en silencio, no tenso, sino uno cómodo, aunque ambos sabían que estarían mejor hablando. El varón pensaba en un tema de conversación, y ella no podía parar de sonreír y preguntarse porque quería pasear con ella en vez de hablar con Draco sobre. . . las cosas con las que hablaba con Draco. No tenía ni idea de que eran esas cosas, pero conociendo a sus amigos, no quería saberlo.
—No sabía que te llevabas bien con ellas —susurré.
Daphne le miró. Tenía la mirada perdida en el horizonte.
— ¿Te molesta?
—¿Qué? No, Daph, para nada es que. . .
—¿Daph? —preguntó sorprendida.
—Yo. . . Solo se me ocurrió. . . no lo pensé. . . lo siento, no volveré. . . —se disculpó, rascándose la nuca, nervioso.
—No importa —dijo ella—. Me gusta Daph. Puedes llamarme así.
Asentí sonrojado y sonriendo.
—De acuerdo, Daph —rió, contagiando con mi risa a la chica.
—No son malas, como muchos Slytherin creen —dijo la chica después de un rato, volviendo a la conversación que había sido interrumpida—. No va por ti, claro —se corrigió al ver mi cara—. Son simpáticas. Astoria ya se llevaba bien con ellas, pero yo nunca había siquiera hablado con ellas. Me han aceptado bien y no me han rechazado por ser una serpiente. Créeme, son mejores que esa Parkinson.
—Un hipopótamo es mejor que Parkinson —respondió, haciendo que la chica riera. Dios, amaba esa risa—. ¿Mejor que Lils?
—No, eso no. Lils es mi mejor amiga desde hace seis años, pero mejor que Pansy si —dice riendo antes de cambiar de tema—. Theo, qué crees que pasaría si. . . —empezó la chica, pero negó con la cabeza.
—¿Qué? ¿Qué pasaría si. . .?
—No, da igual, pensarías que soy una loca —dijo la chica riendo.
—En ese caso serías la loca más guapa —comentó, y en seguida se sonrojó al darse cuenta de que lo había dicho en voz alta.
—Gracias...
Paró de caminar y Theodore la imitó, cogiéndola por la muñeca. Se puso de puntillas y depositó un suave beso en la mejilla. Él se quedó estático y notó como el calor subía a mis mejillas, tiñéndolas de color carmesí. Daphne volvió a dejar sus pies en el suelo pero no le soltó la muñeca.
Empezaron de nuevo a andar, y Daphne hizo un gesto para separar la mano. Pero él la tomó, con delicadeza. Lo había hecho mirando hacia el otro lado para que Daphne no le viera. Menos mal, porque si no Daphne habría visto la cara de idiota enamorado que se le puso cuando ella entrelazó sus dedos.
—Lo que quería decirte es que. . . —empezó la chica—. ¿Qué pasaría si no hubiera casas en Hogwarts?
—¿Qué? —preguntó sorprendido y confundido, y un poco distraído también.
—Nada, sabía que ibas a pensar que estoy loca —dijo la rubia apartando la mirada.
—No, es eso. Explícamelo, por favor.
—Te aburriría.
—No creo.
—Siempre te aburres cuando te explican algo.
—Creo que tú serías una buena profesora.
Daphne me miró sonriendo.
—Me refiero a. . . Si no hubiera casas. ¿Qué pasaría? No habría tantas peleas entre alumnos. Ni se referirían a los Gryffindor como temerarios, a los Hufflepuff como inútiles, a los Ravenclaw como empollones y a los Slytherin como controladores. ¿Sabes cuantas familias se han peleado porque su hijo o hija ha acabado en una casa que ellos no querían? Todas esas peleas se ahorrarían. De todas formas, ¡todos somos personas! Nadie es diferente a nadie, solo por ser sangre pura, mestizo, hijo de Muggles, squib o Muggles.
—Tampoco habría Quidditch.
—Los chicos y el Quidditch —resopló la chica, divertida. A ella también le gustaba ese deporte y de hecho, junto a Lils era cazadora en el equipo de su casa.
—No te enfades. Sí, es cierto, no habría peleas, pero tampoco habría campeonatos entre casas, como el Quidditch o la copa de las casas. Yo creo que la cosa no está en las casas, sino en las personas. Por mucho que quites las casas, los alumnos pueden seguir peleándose y las familias discutiendo por con quien se junta su hijo. Lo que habría que suprimir serían los pensamientos intolerantes.
—Tienes razón —susurró la chica.
Después de eso, los dos chicos siguieron hablando el resto de la tarde, con sonrojos y halagos por parte de ambos. Sin olvidar de que cada vez que se miraban las manos entrelazadas, ninguno podía evitar una sonrisa.
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