Capítulo 30. El inico de todo
Llevaba apenas unas semanas en el credo, pero ya sentía que mi cuerpo se rompía con cada entrenamiento; mis músculos ardían, y mis huesos crujían como si fueran a ceder en cualquier momento. Cada día terminaba desplomado en mi habitación, tan exhausto que apenas me quedaban fuerzas para pensar. Los entrenamientos eran brutales, calculados para llevarnos al límite, y a veces me preguntaba si lograría soportarlo. Pero Rogers se había convertido en un mentor para mí desde la vez que me acorraló en aquel callejón
Todas las mañanas, la rutina era la misma: nos formábamos en el amplio salón, y desde el otro extremo de este, detrás de un telón, una figura nos dirigía la palabra a través de un megáfono. La voz era áspera y retumbaba, pero nunca mostraba su rostro, lo que sembró mi curiosidad.
—¿Quién está a cargo? —le susurré a Rogers.
—Nadie lo sabe. El jefe no se deja ver.
—¿Y por qué confían en él?
Rogers soltó una leve risa.
—No lo hacemos, en realidad. Pero todos aquí necesitamos algo en qué creer. Muchos han perdido a alguien a manos de la hermandad: padres, hermanos, amigos. Algunos buscan venganza, y eso basta para que se queden. Además, pagan bien —añadió con una sonrisa torcida que parecía más una mueca.
—¿Es como ser un héroe? ¿O algo así?
Rogers frunció el ceño y se giró para encararme. Su mirada se hizo profunda, casi desafiante. —No somos héroes, Angel. Quiero que entiendas algo muy claro —dijo, enfatizando cada palabra—. Aquí, muchos te verán como el villano, incluso personas a las que aprecias. Por eso, jamás debes revelar nada. De ahora en adelante, tu identidad es un secreto.
Sabía que estaba dejando una parte de mí atrás para convertirme en alguien más, alguien capaz de lo que fuera necesario. Sin embargo, nada de eso importaba cuando pensaba en mi madre y en Jaden. Todo lo que quería era darles una vida mejor y que Jaden creciera junto a una madre.
♤♤♤
Después de un tiempo en el Credo, se llevó a cabo un atentado contra la hermandad que se convirtió en una masacre. La hermandad estaba oculta tras muros altos y oscuros, como una prisión que sólo dejaba entrar, no salir. Era una fortaleza, quizás incluso peor que cualquier cárcel.
Llegamos en búnkeres, el sonido de los motores retumbaba en mis oídos. Rogers estaba a mi lado, con la mirada fija en el horizonte, mientras Fénix, otro de nuestros compañeros, soltó una sonrisa irónica.
—Mira nada más —dijo con desprecio, señalando con la barbilla—, sentado en su asquerosa mansión, viendo cómo nos matamos. Apuesto a que no moverá un dedo para salvar a su gente.
Sabía que se refería al padre de Arek.
A lo lejos, distinguí la gran torre de los Basset; no se parecía en nada a lo que era su mansión, el lugar que alguna vez había sido mi hogar.
—No son su gente —dije, con las manos cruzadas y los codos apoyados en las rodillas—. Se matarían entre ellos si hiciera falta —repetí lo que Rogers me había dicho antes para convencerme de que era así.
—Ja, ¿y se dicen llamar hermandad? ¿A quién se le ocurrió semejante estupidez? —Fénix escupió al suelo con desprecio.
—Todos a sus posiciones. Nos acercamos al objetivo —anunció Jord, el líder del pelotón.
Nos estacionamos a una distancia prudente del muro, y al bajar de los autos, nos alejamos con rapidez. Tapé mis oídos justo antes de que una explosión brutal brotara del búnker, enviando una llamarada que desgarró la estructura y abrió un hueco en el muro.
—¡Escuadrón Cuervo, primera posición!
Un grupo de hombres armados corrió hacia la brecha en el muro, con armas en alto y determinación en el rostro.
—Es nuestro turno —Rogers me dio un codazo.
Otra explosión retumbó, envolviendo la atmósfera en una neblina de polvo y fuego. Aprovechamos el momento para lanzarnos al agujero en el muro. Las llamas empezaban a consumir el lugar, y los miembros de la hermandad, emergían de sus escondites con las armas listas. Las balas comenzaron a zumbar, y los cuerpos caían en cuestión de segundos
Agarré con fuerza el arma en mi mano, una lancer de calibre 0.5, apenas suficiente para la defensa personal. Con mi grupo, nos adentramos entre las sombras, evitando el centro del conflicto; nuestra misión era distinta. Hace años, el jefe de la hermandad había tomado a otro niño como su protegido, y nuestro deber era deshacernos de todos y cada uno de ellos.
—Ya conocen la formación —susurró Rogers con voz áspera—. Sepárense y busquen al chico. Si es tan bueno peleando como dicen, Lestrange no se contendrá en mostrarlo. —Nos lanzó una mirada de complicidad, con determinación en su expresión. Sabía lo que significaba esa mirada: quería que tuviéramos cuidado y regresáramos con vida.
Correr entre los escombros y el humo me resultaba cada vez más difícil. Esquivaba cuerpos y balas, el calor abrasador del fuego me hacía sudar, y el aire estaba tan cargado de polvo que apenas podía ver. De repente, una explosión resonó justo frente a mí. Me llevé el brazo a la frente, y la ceniza me nubló la vista, haciéndome arder los ojos mientras intentaba recobrar el equilibrio.
Entonces, entre la niebla de escombros, vi una figura alta. Su traje estaba rasgado en varias partes y su rostro cubierto de polvo, pero su postura altiva permanecía intacta, imponente y desafiante.
—Arek... —salió de mis labios en un susurro.
Me quedé inmóvil, sintiendo cómo el calor que me rodeaba era sustituido por una oleada de frío que se extendía por mi piel, una que arrasaba con todo a su paso, porque eso era él. En sus ojos azul invierno, podía ver el infierno siendo apagado.
Un grupo de hombres se lanzó sobre él, pero Arek se movía con una agilidad inhumana, derribándolos con brutalidad. No solo había crecido en fuerza y altura; se había transformado en la visión que su padre siempre quiso, en algo letal y despiadado. Ese niño que alguna vez conocí ya no estaba.
—¡Jasser! ¿Qué crees que estás haciendo? ¡Muévete! —la voz de Rogers retumbó en mis oídos, quebrando el trance. Giré la cabeza, y lo vi justo a mi lado, sujetando mis brazos con fuerza.
—Te asesinará.
—No, él no lo hará.
—No podemos arriesgarnos. Tienes una misión, y no podemos perderte ahora.
Era mi oportunidad de verlo, de recuperar al amigo que había perdido. Pero, ¿qué estaba diciendo? Evidentemente, ya no éramos amigos; ese niño que apreciaba había desaparecido. Ahora era solo mi enemigo... y un asesino.
Pero yo también lo era.
Lo era.
Parpadeé para despejar mi mente. Al fin reaccioné y me apresuré a seguir a Rogers.
—No he visto rastro de él, los chicos tampoco —Rogers se asomó desde la roca en la que nos escondimos, esperando el siguiente movimiento.
—Tal vez no salga. Quizás Lestrange lo está reservando para algo más grande—dije.
—Maldito sujeto, es astuto.
—O quizás me equivoco. Deberíamos aprovechar la distracción de los demás y asegurarnos de que sus muertes no sean en vano.
Me miró un instante con los labios apretados y la frente ligeramente arrugada.
—Dios, cuánto has crecido, niño —me dio una palmada firme en el hombro—. Muy bien, vamos. Yo iré por aquí, tú ve por allá.
Nos separamos, y apenas avancé unos pasos, unas balas zumbaban en mi dirección. Me lancé hacia las rocas más cercanas y me cubrí rápidamente, escuchando los gritos de los hombres al otro lado del muro.
—¡Oigan, por aquí hay uno! —vociferó alguien detrás de mí, y de inmediato encogí la cabeza, intentando hacerme invisible.
—Maldición... —mi corazón empezó a latir con fuerza, y aferré la pistola contra mi pecho, respirando rápidamente. Los pasos se acercaban, cada vez más cerca.
—No te escondas, conejito... —una mano surgió de la nada, y en un movimiento instintivo, le di un golpe directo en la cara con el arma. Otro enemigo intentó atraparme desde atrás, pero logré girarme a tiempo y le di un puñetazo en el estómago, lo suficiente para sacarle el aire.
No tenía que ser muy listo como para saber que evidentemente no podría contra los tres, así que eché a correr, corrí tan rápido como pude hasta estar lo suficientemente lejos.
Jadeando, traté de recobrar el aliento y, al levantar la vista, vi una cara familiar. Era un niño, parecía perdido; sostenía un arma, pero no parecía tener intención de usarla. Su cabello castaño y sus ojos de color chocolate coincidían con la imagen que había visto en la fotografía.
Era él.
Me acerqué con pasos lentos, pero a medida que avanzaba, mis pasos se volvieron más decididos. Él, en cambio, comenzó a moverse con rapidez, no hacia mí, sino como si quisiera huir. Mi instinto me guió, y sin pensarlo dos veces, lo golpeé en la garganta; cayó de bruces contra el suelo. Me acerqué rápidamente y, al ver que apenas podía moverse, lo sujeté con firmeza del cuello de su camisa.
—Veo que no eres muy diferente a los otros. ¿Qué vio él en ti? —lo escudriñé con la mirada. A decir verdad, lucía bastante normal para ser el favorito de Lestrange.
—Púdrete —soltó un escupitajo en mi casco.
—Oye, eso no es muy educado de tu parte, además da asco.
Una sonrisa torcida se expandió en sus labios. No comprendí de qué se reía. Lo solté, haciendo que soltara un quejido al caer.
—¿Qué haré contigo? —murmuré, pasando los dedos por el arma en mi mano—. No puedo matarte, pero tampoco puedo dejar que salgas de aquí sin un rasguño.
Para mi sorpresa, el chico se levantó a duras penas, poniéndose en una posición defensiva a pesar de su evidente debilidad. Sus piernas temblaban, pero en sus ojos había un desafío inesperado.
—¿E-entonces qué estás esperando? —sonrió.
Fruncí el ceño y, adoptando una posición similar, le respondí:
—Veo que no te rendirás tan fácil, ¿eh? Dime, ¿por qué le eres tan fiel a esta organización de asesinos, niño?
—Basta de hablar.
Ladeé la cabeza, sonriendo.
—Entiendo, no eres buen conversador.
Lancé el primer golpe, mi puño fue directo a su rostro, pero lo esquivó con sorprendente agilidad, como si hubiera anticipado el movimiento. Me frustré y arremetí de nuevo, esta vez acertando en su mejilla. Aproveché el momento para girarme y darle un codazo que lo hizo tambalearse, así que lo tomé de los hombros y le di un rodillazo en el estómago, haciéndole escupir.
—No eres muy rudo ahora —mascullé.
Continué así, golpe tras golpe, hasta dejarlo casi sin fuerzas. Sin embargo, cuando creí que estaba a punto de acabar con su resistencia, él se agachó de repente y me asestó un puñetazo en la mandíbula, tan fuerte que me hizo mirar hacia el cielo.Me tambaleé hacia atrás, y antes de que pudiera reaccionar, me pateó con fuerza. La fuerza del impacto me desestabilizó, y al retroceder, el chico aprovechó para recoger el arma del suelo y golpearme en la cara. Por un instante, todo se volvió oscuro y sentí mi casco astillarse en uno de mis ojos.
Traté de defenderme, pero él era demasiado rápido y brutal. Una última patada me derribó, y caí pesadamente, sintiendo cómo el dolor se extendía por mis costillas mientras mi boca se llenaba de sangre.
Con un esfuerzo, apenas logré incorporarme un poco, pero al abrir los ojos, lo vi apuntándome con el arma. Ambos respirábamos con dificultad, aunque él intentaba disimularlo.
Mi mente giraba en espiral. Sabía que, si moría aquí, el credo aún enviaría dinero a mi familia, pero no quería morir. Aún quería reencontrarme con Arek, a pesar de todo; muy en el fondo, aunque debía odiarlo, no podía. Quería ver a mi madre recuperarse, quería ver a Jaden unirse al equipo de fútbol que tanto anhelaba.
Pero darle lástima a alguien no era lo mío, así que acepté lo inevitable. Sabía que podía terminar así en cualquier momento.
—Adelante, mátame —dije, levantando la barbilla con un intento de desafío en la voz—. Pero no diré nada.
Preparó el gatillo de la pistola, y en ese momento me preparé para lo peor, sintiendo cada latido como un trueno en mi pecho. Pero el disparo nunca llegó.
Pestañeé, aturdido y confundido. Él simplemente echó la cabeza hacia atrás y soltó un suspiro, como si hablara consigo mismo.
—No me interesa quién eres, ni quién te envió, así que puedes estar tranquilo —Con un movimiento suave, llevó el arma hacia su espalda, encajándola en la funda sin mostrar la menor intención de usarla.
—No entiendo. ¿No vas a matarme?
Él negó lentamente, sin apartar la mirada de mí. —No es lo que quiero. Pero, en cambio, quiero que me prometas algo. Aunque sé que es probable que no lo cumplas... me gustaría intentarlo.
—¿El qué? —fruncí el ceño.
Entonces, dio un paso hacia adelante, doblando una rodilla para ponerse a mi nivel. Sus ojos se clavaron en los míos con intensidad.
—Jamás le dirás a nadie que me viste, ni siquiera que me encontraste. Si me delatas, vendré yo mismo por ti y, esta vez, no dudaré en terminar el trabajo.
Por un instante, me quedé helado. Algo en su tono y en la frialdad de sus palabras me hizo comprender que hablaba en serio. Entonces comprendí, que quizás me había equivocado: Él no era como ellos, ¿qué hacía aquí?
—Eres uno de ellos, ¿por qué quieres escapar? —dejé escapar un susurro más para mí mismo.
—No todo lo que brilla es oro, ¿lo has oído? —se puso de pie y me dejó ahí.
Mientras lo veía marcharse, la realidad golpeó mis pensamientos. ¿Qué estaba haciendo yo aquí? De repente, todo lo que había pensado sobre el credo y la hermandad se tambaleaba en mi mente. ¿Y si estaba equivocado? ¿Y si, después de todo, ellos y nosotros éramos iguales?
"Ellos son como nosotros".
Quizás Arek tenía razón.
Mi pecho se llenó de preguntas que nunca me había permitido hacerme. ¿Qué rayos estaba haciendo con mi vida? ¿Para qué arriesgarla si apenas tenía oportunidad de vivirla? ¿Por quién, o por qué, estaba sacrificando cada día de mi existencia?
Esa noche estuve a punto de morir. Había sentido el miedo en cada fibra de mi ser, y aunque esta vez me había salvado, sabía que esa suerte no duraría. En algún momento, la hermandad vendría a cobrar su deuda, y si quería vivir, necesitaba actuar de inmediato. Sabía que la única opción era comenzar a huir.
♤♤♤
Con el paso del tiempo, mamá se recuperó, y gracias a que yo había conseguido un empleo, pudimos pagar la rehabilitación.
—Creí que morirías —Jaden corrió a abrazar a mamá, quien reposaba en la camilla con una expresión cansada, pero que se repuso apenas vernos.
—Estoy bien, cariño —ella le acarició la mejilla. Él actuó como un niño pequeño siendo mimado.
—Me dijeron que mañana te dan el alta —mencioné, entrando a la habitación.
—Menos mal —respondió—. Estar en el hospital me trae malos recuerdos.
Mi padre falleció cuando ambos éramos muy pequeños, así que apenas lo recuerdo, pero mamá...ella lo conoció mejor que nadie, y cuánto lo amó. Lo visitaba todas las noches en el hospital, mientras le contaba cómo sus pequeños crecían. Fue lamentable que no haya estado ahí para verlo, y nosotros para vivir aquello con sus padres.
—Pero recuerda ese fantástico momento en el que venciste el cáncer y los mandaste a todos al carajo —exclamó Jaden.
Ambos abrimos los ojos por el repentino comentario.
—Oye. ¿Quién te enseñó a hablar así? —mamá lo sujetó del hombro con desaprobación.
Él se encogió de hombros.
—Lo siento —sonrió, apretando los dientes.
—Tu amigo con el que te juntas no tendrá algo que ver, ¿o sí? —enarqué una ceja.
—¿Pero de qué hablas? Es un ángel —pestañeó exageradamente. Por lo que me contaba, no parecía serlo, pero no intervendría en su relación si a él le hacía feliz.
—Entonces lo primero que haga saliendo de este hospital, será conocerlo —mamá intentó levantarse, pero la detuvimos.
—Mamá, eso puede esperar. Tienes que recuperarte primero —dijo Jaden.
—¿Por qué no quieres que lo conozca? ¿Acaso no me veo linda? —se pasó la mano por la cabeza escasa de cabello.
—No es eso, tú siempre te ves hermosa —expresó Jaden compasivamente—. Lo que pasa es que es alguien complicado.
—Vaya, entonces nos entenderemos bien.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro a medida que los veía conversar.
♤♤♤
—¿Cuántas se supone que son?
Al cruzar la puerta de la casa, noté a Jaden forcejeando con el frasco de medicina de mamá. Sus cejas estaban fruncidas y sus labios apretados.
—Solo dale una —dije, mientras dejaba las bolsas de mandado sobre la barra de la cocina—. ¿Ya se durmió?
—Como un tronco —respondió sin apartar la mirada del frasco. Luego, se dejó caer pesadamente contra el respaldo del sofá—. Oye, por cierto, ¿trajiste frituras?
—No, tú ya comes demasiadas —repliqué, sacando algunas verduras de las bolsas.
—Solo por esta vez —insistió, estirándose perezosamente—. Es que va a venir mi amigo y no tengo nada para ofrecerle.
Lo miré de reojo, divertido por su expresión de falsa preocupación. —Podrías intentar preparar algo. —Tomé las calabazas y las coloqué en la tarja.
Soltó un suspiro, tan cargado de aburrimiento que casi me hizo reír.
—¿Y cómo se llama ese amigo? —pregunté.
—Damian.
—Ey, como el hijo de Batman.
—Eso dice siempre. —Se puso de pie con un salto—. Ahora vuelvo, voy a la tienda. —Caminó apresuradamente hacia la entrada, girándose antes de salir—. Oye, si alguien toca, ¿puedes abrir por favor?
Sonreí al verlo irse, esa energía inagotable que parecía tener siempre me alegraba, aunque también me dejaba algo agotado. Desde que estaba en el credo, mi salud mental se había visto implicada, pero por momentos como ese, valía la pena.
Suspiré profundamente y me volví hacia la cocina. Pobre del chico que fuera amigo de mi hermano, seguro solo lo iba a engordar o hacer que se enferme.
Mientras lavaba las verduras, una figura captó mi atención. Miré por la ventana y vi a alguien estirándose sobre la punta de sus pies, intentando alcanzar una nuez de nuestro árbol. Era un chico joven, delgado, que parecía absorto en su misión. No es que me molestara que tomara las nueces, pero ¿ni siquiera iba a pedir permiso?
Me sequé las manos y salí de la casa. Al verlo parado de puntillas, esforzándose por alcanzar la nuez, no pude evitar reírme. Nosotros ni siquiera las comíamos. Esas nueces eran más un vestigio de cuando mamá se dedicaba a la jardinería, antes de enfermarse.
—Eso no parece muy seguro, niño —comenté, con tono casual, esperando que me escuchara.
—No me distraigas —gruñó sin voltear. Su tono era seco, pero su falta de éxito lo hacía más gracioso que intimidante.
Me acerqué más, cruzando los brazos con una sonrisa algo burlona.
—Jaden me dijo que me encargara de su amigo mientras llegaba, imagino que eres tú.
—¿Y tú eres? —respondió, todavía sin mirarme. Algo en su actitud indiferente me resultó divertido.
—Soy su hermano. Angel ——respondí, justo antes de que perdiera el equilibrio. Su pie resbaló del tronco y, por puro reflejo, lo sujeté antes de que cayera.
Él cerró los ojos con fuerza y, al abrirlos, me miró sorprendido. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. Sus ojos aguamarina eran tan brillantes que parecían capturar el cielo mismo, y sus cejas oscuras le daban un aire intenso, casi desafiante. Sentí un latido extraño en el pecho.
—Ya entiendo por qué me dijo que te cuide — levanté una ceja, sintiendo un extraño tirón en el pecho—. Te encanta meterte en problemas —. Las palabras salieron solas, sin que pudiera evitarlo.
Él se apartó rápidamente, como si mi contacto le molestara, y me lanzó una mirada cargada de desdén. ¿Por qué esos ojos tan hermosos reflejaban tanto odio?
Intentando suavizar el momento, me estiré hacia el árbol y arranqué una nuez. Se la extendí con una sonrisa.
—Para ti.
Él la miró con cautela, como si dudara de mis intenciones, pero al final la tomó.
—Gracias —murmuró.
—Oigan, ¿ya se conocieron? —La voz de Jaden resonó detrás de mí, rompiendo el momento. Me giré para verlo, con su habitual expresión relajada—. ¿Qué hacen ahí parados? Vamos, entren.
—Fue un gusto conocerte, Damian —le dije, sonriendo al pronunciar su nombre.
¿Quién diría que aquel niño se convertiría en alguien tan especial para mí? Lástima que yo no pareciera serlo para él.
♤♤♤
Salí corriendo de la casa apenas colgué la llamada de Jaden. Su voz seguía resonando en mi mente: No encontramos a Damian. Sentí un nudo en el pecho. Jaden me había hablado antes sobre los problemas de Damian con las drogas y la mala influencia de sus compañeros, y la posibilidad de que algo malo le hubiera pasado me helaba la sangre.
Ni siquiera me detuve al notar que estaba lloviendo. Las gotas golpeaban mi rostro y se mezclaban con el sudor que ya corría por mi frente. Mis pies salpicaban los charcos, mis pulmones ardían, y mi corazón latía con fuerza desbocada. La lluvia oscurecía todo a mi alrededor, pero no podía permitirme perder el enfoque.
—¡Damian! —grité con toda la fuerza que me permitía mi voz entrecortada. No sabía si estaba lo suficientemente cerca como para que pudiera escucharme, pero la angustia me obligaba a intentarlo.
El eco de mi grito se perdió en el sonido de la lluvia. Mi pecho subía y bajaba con irregularidad. Entonces lo vi.
Entre las sombras de un callejón, apenas iluminado por un farol parpadeante, distinguí una figura encorvada contra una pared. Damian estaba sentado, con los brazos abrazando sus piernas, como si intentara protegerse del mundo. Su delgada figura parecía aún más frágil bajo la tormenta. Me acerqué con cautela, pero no podía contener las ganas de hablarle.
—Damian... —mi voz fue más suave esta vez.
—Aléjate de mí, no quiero verte —su voz se rompió.
Me arrodillé frente a él, ignorando cómo el agua empapaba mi ropa y calaba mis huesos.
—No diré nada si no quieres que lo haga, pero déjame quedarme contigo.
Damian levantó la cabeza lentamente. Sus ojos aguamarina estaban llenos de lágrimas, y aun así conservaban esa intensidad que siempre me dejaba sin palabras. Por un instante, pensé que iba a apartarse, pero su mirada me atravesó con algo que no esperaba: vulnerabilidad.
—¿Jaden? —preguntó.
Un peso invisible cayó sobre mis hombros. No era a mí a quien quería. No era Angel quien podía calmar su dolor, sino Jaden. Mi garganta se cerró, pero forcé una sonrisa. —Sí, soy Jaden.
Damian parpadeó, su expresión cambió a una mezcla de alivio y desesperación. Antes de que pudiera reaccionar, se lanzó hacia mí y rodeó mi cuello con sus brazos. Su cuerpo temblaba con violencia, y su llanto se desbordó con una intensidad que me rompió el alma.
—No sé quién sería sin ti —murmuró entre sollozos.
Tomé su rostro entre mis manos, obligándolo a mirarme.
—Estoy seguro de que serías igual de increíble. —Mi pulgar rozó suavemente su piel húmeda, queriendo borrar cualquier rastro de dolor.
Damian dejó escapar una risa corta, ahogada entre lágrimas, y su expresión se suavizó. Sin pensarlo dos veces, lo atraje hacia mí, envolviéndolo en un abrazo tan fuerte como pude. Sentía su corazón latiendo contra mi pecho, y en ese instante supe que haría cualquier cosa para protegerlo. Quería que ese momento durara para siempre, que nada ni nadie pudiera lastimarlo jamás.
—Soy yo quien no sabe qué sería sin ti... —. Lo abracé aún más fuerte, como si con ese gesto pudiera construir un refugio donde ni la tormenta ni sus demonios pudieran alcanzarlo.
♤♤♤
Abrí la puerta y me quedé inmóvil por un instante, parpadeando al reconocer a Damian parado frente a mí. La lluvia había cesado, pero sus rizos aún parecían húmedos y desordenados, cayendo despreocupadamente sobre su frente. Habían pasado un par de días desde aquella noche en que lo encontré en el callejón. Él no había vuelto a mencionar lo ocurrido ni la razón por la que huía, así que yo tampoco confesé la verdad.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
Damian encogió los hombros, metiendo las manos en los bolsillos de su sudadera.
—Lo siento, mis padres están discutiendo otra vez, y como todos se largaron para no escucharlos, hice lo mismo. —Avanzó sin esperar una invitación, echando un vistazo al interior—. ¿Está tu mamá o Angel?
Él pensaba que era él. Debe ser porque me bañé; la única forma en la que puede diferenciarnos es por el cabello.
Me rasqué la nuca, incómodo.
—Ah... no, en realidad fueron al supermercado.
«Ni siquiera sé por qué dije eso. Era un buen momento para que empezara a actuar como yo mismo»
Damian frunció los labios, claramente decepcionado.
—Mmm, qué mal. Supongo que debería regresar después... aunque tampoco es como si tuviera otro lugar a donde ir.
Era evidente que lo que estaba haciendo no estaba bien. Jugar con sus sentimientos... No era justo ni para él ni para mí, pero ¿cómo podía negarme? No soportaría decirle que se fuera.
Suspiré y me resigné.
—Está bien. Puedes quedarte.
Una sonrisa coqueta se dibujó en su rostro antes de pasar junto a mí, subiendo las escaleras con la seguridad de quien ya conoce el camino. Sin duda, iba al cuarto de Jaden. Afortunadamente, mi hermano no estaba en el supermercado como le dije; había salido con unos amigos y no volvería hasta la mañana siguiente.
Se dejó caer al pie de la cama con tanta confianza que pensé en lo familiarizado que estaba con este cuarto.
—Deberías volver a casa; podrían preocuparse —mencioné, ganándome una mala cara por su parte.
—¿Desde cuándo te volviste tan aburrido? ¿Eres mi amigo o mi mamá?
—Lo siento, es que... —intenté justificarme, pero él me interrumpió.
—Shh, ¿oyes eso? Es el sonido de dos amigos divirtiéndose. —Cerró los ojos como si realmente escuchara algo. Su absurda respuesta me sacó una sonrisa involuntaria. Era el efecto que tenía en mí; sin importar qué actitud tuviera, el solo hecho de verlo me hacía sonreír.
—Está bien, pero no tanta diversión —respondí, cediendo.
Me miró con diversión en sus ojos y sacó una botella de vodka, ocasionando que saltara en mi lugar.
—¡Por un demonio! ¿Trajiste alcohol a mi casa? —Mi voz subió de tono al instante.
—Tranquilo, no lo beberemos frente al Jesús de la sala. Me siento juzgado. —Hizo un puchero que lo hacía parecer extrañamente inocente, desarmando cualquier resistencia en mí—. Solo espero que tú tampoco me juzgues.
—No, yo... —empecé, pero no me dejó terminar.
—¡Muy bien! —exclamó, poniéndose de pie con entusiasmo.
Después de abrir la botella, nos sentamos en el suelo y pusimos una película. La trama pasó desapercibida mientras él hacía comentarios sarcásticos y yo no podía dejar de observarlo. En algún punto, Damian se quedó dormido, recostando la cabeza en mi hombro. Sentí su respiración tranquila contra mi cuello, y el simple hecho de tenerlo tan cerca me llenó de una calidez que no podía explicar.
Su cabello rizado caía desordenado sobre su frente, y sus largas pestañas descansaban contra sus mejillas. Sus labios, ligeramente entreabiertos, parecían tan suaves que mis dedos casi se movieron por sí solos para acariciar su rostro. Pero cuando mi mano rozó su mejilla, Damian abrió los ojos lentamente, haciéndome retroceder de inmediato.
—¿Terminó la película? —murmuró, frotándose los ojos.
—Sí... no fue tan buena —respondí, forzando una sonrisa para ocultar mi nerviosismo.
Damian se llevó una mano a la cabeza, frunciendo el ceño. —Agh, me duele la cabeza.
—Tal vez deberías volver a casa.
—¿No puedo dormir aquí? —preguntó con una inocencia desconcertante, que no parecía intencional pero que me desarmó por completo.
Aparté la mirada bruscamente, maldiciendo internamente. —¿Aún estás ebrio? —pregunté.
—Sí, algo, ¿pero por qué...
—Entonces espero que no recuerdes esto.
Antes de que pudiera arrepentirme, tomé su rostro entre mis manos y presioné mis labios contra los suyos. El beso fue breve, apenas un instante que se sintió eterno para mí. Damian se sobresaltó al principio, pero no se apartó. De hecho, pareció acercarse, pero lo detuve antes de que pudiera avanzar.
—Gracias por darme un muy buen día, nuecesita —sonreí, y él frunció el ceño.
Abrió la boca para decir algo más, pero su cuerpo, agotado, cedió al sueño antes de que pudiera pronunciar palabra. Algo en mí deseaba que un día se despertara queriéndome a mí y no a Jaden, pero eso nunca sucedería.
Lo llevé hasta el auto y lo recosté con cuidado en el asiento, ajustando su cabeza para que estuviera cómodo. La idea de llevarlo a casa a esas horas me pareció incorrecta e irresponsable, así que decidí esperar hasta la mañana. Me levanté temprano, antes de que mamá despertara y Jaden regresara, para evitar preguntas.
El teléfono de Damian no había parado de sonar, así que en una de esas ocasiones, tomé el dispositivo. La pantalla iluminada mostraba el nombre de un contacto: Damon. Fruncí el ceño. ¿Quién era ese?
Decidí contestar.
—¿Hola? —dije, con un tono cauteloso.
—¿Es el teléfono de Damian? —La voz al otro lado del teléfono sonaba un poco apresurada, pero bajó el tono como si comenzara a hablar consigo mismo—. Sí, debe ser él. Juraría que su número termina con treinta y cuatro. —Carraspeó antes de continuar con más firmeza—. ¿Por qué tienes el teléfono de mi hermano?
Su pregunta me tomó por sorpresa. —Él está durmiendo, así que...
—¿Interrumpí algo? —me interrumpió de golpe. Luego, en un susurro apenas audible, agregó—. Dios, ¿por qué estas cosas siempre me pasan a mí?
El absurdo de la situación me golpeó de repente, y una risa escapó de mis labios antes de que pudiera contenerla.
—¿Lo siento? ¿Dije algo gracioso? —cuestionó. Así debía escucharme yo cuando se trataba de Jaden.
—Perdón —respondí con una sonrisa que, aunque no podía ver, estoy seguro de que se percibió en mi voz—. Damian está bien, y te aseguro que no hicimos nada. Solo quiero que vuelva a casa.
—Está bien, pero tendrás que ser discreto. Mamá lo matará si sabe que no regresó.
—No te preocupes, seré cuidadoso.
—Bien, nos vemos en veinte minutos frente a la entrada.
Colgué y miré la dirección en Google Maps. La casa de Damian no estaba muy lejos. Aun así, sentí una presión creciente en mi pecho al saber que tendría que enfrentarme a su hermano. No es que Damian y yo tengamos algo, pero...
«Angel, estás hablando demasiado.»
Apreté el volante, que mis nudillos se pusieron blancos. Giré para verlo en el asiento del copiloto con una ligera sonrisa.
Puse en marcha el auto y miré de reojo a Damian en el asiento del copiloto. Dormía plácidamente, con una ligera sonrisa dibujada en los labios. Todo en él me hacía querer más de lo que sabía que nunca podría tener.
—¿Qué sería yo sin ti? —murmuré en un susurro.
Conocía la respuesta. Siempre la había conocido. Pero preferí no pensar en ello.
♤♤♤
Levanté una mano en un gesto de saludo cuando vi a un chico parado en la puerta, con una expresión de alarma grabada en su rostro. Mientras Damian se sostenía torpemente de mis hombros, el chico reaccionó al instante. Sus ojos azules se abrieron de par en par, y sin dudarlo, corrió hacia nosotros. Lo sujetó entre sus brazos con firmeza, como si temiera que pudiera derrumbarse en cualquier momento.
—¿Qué pasó? —No parecía ser una persona naturalmente intimidante, pero había algo en su postura y en la intensidad de su mirada que lograba imponerse.
—Fue a mi casa y... bebió un poco.
—¿Qué? ¿Eres uno de esos idiotas con los que se junta? —espetó, señalándome con un dedo acusador que casi me tocó el pecho—. Creí que había quedado claro la última vez: aléjense de él.
Parpadeé, confundido al principio, pero su tono autoritario comenzó a irritarme.
—Creo que estás equivocado. No soy uno de esos tipos; él y mi hermano son amigos.
—Entonces díselo a tu hermano —respondió de inmediato, sin bajar la guardia.
Fruncí los labios, comenzando a perder la paciencia. —Oye, mi hermano no es para nada algo como eso.
—¿Ah, no? —respondió con un tono cortante—. ¿Y dónde estaba él cuando Damian se embriagó? Es más, ¿qué hacías tú con él?
Preguntaba tantas cosas a las que no sabía cómo responder.
¿Tengo un hermano mellizo y él cree que soy él? ¿Me hago pasar por mi hermano porque estoy enamorado del tuyo? Nada sonaba bastante cuerdo. Si lo confesaba, probablemente le daría más razones para pensar que Damian se rodeaba de gente problemática.
Opté por defenderme, aunque mi voz tembló ligeramente. —¿Y tú por qué quieres saber todo esto? —repliqué—. En lugar de interrogarme, deberías fijarte más en lo que haces tú. Él siempre habla de lo incomprensivos que son con él.
La reacción fue inmediata. Sus labios se separaron en un gesto de sorpresa, pero rápidamente se recompuso, frunciendo de nuevo el ceño.
—Seguro
Sin decir más, se dio la vuelta con Damian aún en sus brazos, pero justo antes de cruzar por completo el umbral de la puerta, se detuvo. Giró la cabeza ligeramente, sin mirarme directamente.
—Y... gracias por cuidar de él.
Su agradecimiento me tomó por sorpresa. No lo esperaba, especialmente después del enfrentamiento, y por un momento no supe cómo responder. Lo único que hice fue asentir levemente, aunque él ya no estaba mirando.
Al principio, pensaba que lo hacía por Jaden, por cumplir con lo que se suponía que debía hacer. Pero la verdad era mucho más simple y complicada a la vez. Lo hacía porque no podía evitarlo. Porque cuando Damian estaba cerca, mi corazón encontraba un propósito que no sabía que necesitaba. Como si todo en mi vida, de alguna manera, dependiera de estar ahí para él.
♤♤♤
Hubo un tiempo en el que tenía una novia, Marissa. Su cabello rojizo oscuro era tan llamativo como su carácter. La pasábamos bien, aunque nuestras diferencias solían provocar discusiones, especialmente por mi falta de tiempo. Esa noche, estábamos en la sala viendo una película. Su cabeza descansaba en mi hombro cuando Damian pasó por ahí. Involuntariamente, mi mirada lo siguió, como si fuera un reflejo automático.
Marissa notó el gesto y se alejó ligeramente para mirarme
—¿Por qué el amigo de tu hermano siempre está aquí? —preguntó.
La pregunta me descolocó. —¿Importa?
—Sí, Dios, Angel, claro que sí. Es como una garrapata que no te puedes quitar de encima.
Me alejé un poco, sintiéndome molesto y confundido a la vez.
—¿Y por qué eso te molesta? —repliqué, tratando de mantener la calma.
—Porque apenas si te veo, y parece que él puede entrar aquí cada que quiere.
Intenté explicarlo de la forma más sencilla posible.
—Pero viene a ver a Jaden, no a mí.
Ella rodó los ojos. —Como sea, siempre está con ustedes. Incluso parece que tiene más relación con tu madre que yo, y yo soy tu novia.
Su tono sarcástico cruzó una línea, y mi paciencia comenzó a agotarse. —Entiendo que estés molesta, pero no deberías hablar así.
—Vamos, ¿a quién le importa? Solo es el amigo de tu hermano. No lo ofendí a él ni a tu madre.
—No, pero me ofendes a mí. Damian es tan importante para mí como mi hermano.
Ella soltó una risa incrédula, como si lo que acababa de decirle fuera un chiste absurdo.
—Un momento. ¿No me digas que...? Por favor —puso los ojos en blanco, burlona—. No me sorprende que seas gay, pero ¿él? Eres demasiado para alguien como él. Parece que lo recogieron de algún lado, y además, no olvidemos el aroma a droga que siempre trae.
No era expresamente gay, simplemente debía tener una conexión especial para relacionarme romántica o sexualmente con alguien.
Me incliné hacia atrás en el sillón, tratando de no alzar la voz. —Pensé que no juzgabas. ¿O se te olvida que yo también me veo mal a tu lado? No tengo tanto dinero como tú.
Ella sonrió con condescendencia y ajustó el cuello de mi camisa. —Ya sé, pero no lo pareces. Además, a papá le agradas.
Me aparté de su toque.
—A mí también me agrada. Es una pena que tenga una hija con la que no puedo estar.
La sonrisa desapareció de su rostro.
—¿De qué hablas? Espera, ¿estás terminando conmigo?
—No, tú lo hiciste desde que te atreviste a hablar así de Damian.
—Increíble. ¿Vamos a terminar por el tonto amigo de tu hermano?
—No. Lo haremos porque disfrutas hablar mal de la gente, y no quiero estar con alguien así. Ahora sal de mi casa.
Marissa levantó las cejas, incrédula.
—¿En serio lo estás haciendo? —dijo mientras tomaba su bolso y se dirigía a la entrada—. Será mejor que no te presentes mañana en la fábrica.
—No pensaba hacerlo —contesté, cerrando la puerta tras ella.
Me quedé un momento en silencio, dejando que las palabras se disiparan en el aire. Maldición. ¿Por qué tenía que involucrarme con la hija del dueño?
—¿Ahora qué tienes? —preguntó Damian, apareciendo desde el marco de la puerta.
—Creo que acabo de perder mi empleo.
—¿No te angustia más haber perdido a tu novia?
Lo miré fijamente, frunciendo el ceño.
—¿Estabas escuchando?
—Solo el final —se encogió de hombros, con una expresión de indiferencia—. Se lo merecía.
No pude evitar reírme mientras le revolvía el cabello. —Eres malo.
—Oye, si... —se tocó el hombro, algo incómodo—, si necesitas el dinero, puedo prestarte. Tengo mucho y no lo uso. Mis padres siempre nos han dado más de lo que necesitamos.
Negué de inmediato.
—Gracias, pero no. Eres un niño. No deberías preocuparte por esas cosas.
Él me miró con escepticismo. —Tú también lo eres. ¿Alguna vez escuchas lo que dices?
Su respuesta me dejó sin palabras por un instante. Me di cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, me sentía genuinamente feliz, como cuando era niño y jugaba con Arek. Cuando mamá nos llevaba a pasear, e iba a la escuela y me costaba trabajo aprender. Eso me lleva ahora; al momento en el que nos besamos, cuando nos abrazamos bajo la lluvia. Me habría gustado que al menos una de esas veces Damian hubiera sabido que era yo, pero sé que, de ser así, no me habría dejado acercarme, y no quería decepcionarlo. Si Jaden era la única persona que lograba hacerlo sentir bien, entonces estaba dispuesto a ocupar su lugar cada vez que él no pudiera.
♤♤♤
Repasé las páginas del libro, con la tenue luz de la lámpara alumbrando con escasez la sala. Era uno de los libros que solía gustarle a Arek. Me preguntaba qué tanto habían cambiado sus gustos, o si extrañaba los libros que me había regalado; seguramente no, él podía comprar más.
—¿Sigues despierto? —escuché la voz de mamá a mi espalda—. Creí que habíamos dejado atrás las lecturas nocturnas.
Giré el cuello para mirarla y le sonreí. Ella se encaminó a la cocina.
—Así era, pero a veces yo...extraño la escuela —sonreí, perdiendo mis ojos entre las letras— y me gusta leer para recordarlo. No quiero olvidar lo que aprendí.
Aunque no podía verla, sabía que debía tener esa mezcla de compasión y tristeza en su rostro. Esa expresión se había vuelto habitual cuando me miraba, como si cargara con la culpa de todo lo que habíamos pasado. Pero para mí estaba bien. Nunca quise que mi vida fuera motivo de lástima, y mucho menos la suya. Sabía que, aunque mi situación no era perfecta, había personas con vidas realmente terribles. Y aunque ella creyera lo contrario, yo tenía mucho por lo que estar agradecido: a ella, a Jaden... a mi pequeña familia.
—¿No has pensado en volver a la escuela? Quizás si vuelvo a trabajar...
Levanté la vista y mi voz salió más impaciente de lo que pretendía.
—Mamá, acabas de salir de rehabilitación. No puedo permitirlo.
Ella suspiró, cansada, dejando entrever su frustración.
—No quiero que dejes de vivir tu vida por salvar la mía.
Me arrepentí de mi tono de inmediato.
—Ustedes son mi vida, mamá —susurré—. Nada de lo que hago tendría sentido sin ti y sin Jaden.
Mis manos apretaron la cubierta del libro, buscando consuelo en el tacto áspero del papel. Sentí sus pasos acercarse y la vi rodear el sillón, tomando asiento a mi lado.
—¿Y? ¿Qué lees? —preguntó con curiosidad.
—Ah, bueno...no sé si lo entenderías —respondí, sonriendo apenas.
—Oye, no porque tú fuiste a la escuela y yo no significa que seas más listo.
Solté una risa, dejando que la calidez de nuestra pequeña broma llenara el espacio. Su comentario había logrado que mi sonrisa se ensanchara, revelando el hoyuelo que siempre hacía que mamá me acariciara la mejilla cuando era niño.
♤♤♤
Estaba en la cocina, cortando verduras con un ritmo pausado, cuando escuché la voz inconfundible de Damian desde la entrada.
—¿Está Jaden en casa?
Me asomé por el marco de la puerta y levanté una ceja.
—Hola a ti también —mencioné.
—Oh, Damian, ¿viniste a comer con nosotros? —mamá dejó su sopa de letras sobre la mesa y corrió a abrazarlo. Como siempre, el gesto lo tomó por sorpresa, a pesar de que ella lo hacía cada vez que lo veía.
—Mmm, hoy no. Estaba buscando a Jaden, tenía algo que decirle...
Noté cómo sus dedos se apretaban ligeramente.
—Ohh, ¿es muy importante? —mamá pestañeó—. Creo que está en entrenamiento. ¿No lo llamaste?
—Lo intenté, pero no respondió.
Mamá frunció el ceño con preocupación.
—Ay, cariño, perdón. No sabemos a qué hora volverá.
Apreté los labios.
Él lucía...decepcionado.
—Si quieres puedo llevarte a verlo —mencioné, capturando la atención de ambos.
Los ojos de Damian se encontraron con los míos, reflejando sorpresa.
—¿Qué? No es necesario. Además, no quiero deberte un favor.
Sonreí con calma.
—No me debes nada, Damian.
Haría lo que fuera por ti.
Damian vaciló unos instantes antes de asentir.
—Está bien. Le diré a papá. —Se dirigió hacia la puerta, pero no sin antes agregar—: Gracias.
Cuando se marchó, volví a la barra para continuar guardando las verduras. Pero mamá no tardó en acercarse.
—Angelito... —su voz sonó suave—. ¿Por qué haces esto? A ti te gusta Damian.
Me detuve en seco. Giré lentamente para mirarla.
—¿Qué? ¿De dónde sacas eso?
Ella negó con la cabeza, esbozando una pequeña sonrisa que no alcanzó sus ojos.
—No me preguntes cómo lo sé. Soy tu madre. Siempre sé estas cosas. Sé que quieres lo mejor para los demás, pero... ¿qué hay de ti
Sonreí, inclinando la cabeza.
—No es por eso. Aunque lo intentara... Damian está enamorado de Jaden, no de mí.
—Pero si le confiesa lo que siente y a Jaden también le gusta...
—Estaré feliz por él —intervine—. No te preocupes, mamá. Mi felicidad no depende del amor de alguien —le acaricié los hombros con suavidad.
Pero su sonrisa apenas duró un instante antes de desvanecerse. La vi tambalearse, y la sostuve antes de que sus piernas cedieran por completo.
—¿Mamá? —mi agarre en sus brazos intensificó su fuerza.
Se llevó la mano a la cabeza, apretando los ojos.
—¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Te tomaste tu medicamento? Iré por él —dije rápidamente, soltándola para buscarlo. Pero su mano me retuvo con sorprendente firmeza.
—Perdóname, Angelito. El medicamento...ya no funciona.
Mi corazón dio un vuelco brusco que ocasionó que me doliera el pecho.
—Estoy enferma de nuevo, y creo que esta vez no me recuperaré —sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no las dejó caer.
—¿Qué...? —vacilé—. ¿Por qué...?¿Por qué no me lo dijiste?
—No quería preocuparte.
—Pude haber hecho algo.
—No todo...se puede arreglar, Angelito.
Sus ojos se desviaron hacia un punto detrás de mí. Me giré y vi a Damian, de pie en el umbral, observándonos en silencio.
♤♤♤
Más tarde, después de haber llevado a mamá a la cama, me recargué en la pared del pasillo junto a Damian. El silencio entre nosotros se extendió un par de segundos hasta que me dispuse a hablar.
—No le digas nada a Jaden, por favor —pedí, manteniendo la calma. Damian giró la cabeza para mirarme.
—¿Por qué no debería? Sé que te preocupa, pero lo proteges demasiado. A veces...debemos ver la realidad como es.
Di media vuelta, recargando mi peso en un brazo.
—Es lo que hacemos los hermanos mayores. Protegemos los sueños de nuestros hermanitos. Sé que lo entiendes...o sino, pregúntale a Damon.
—Si Jaden estuviera aquí, te diría que solo eres mayor por unos minutos.
Dejé escapar una risita.
—Pero lo soy.
Él suspiró.
—Está bien, no le diré. Pero ¿qué gano a cambio? Si lo descubre, se molestará conmigo por ocultárselo.
Me crucé de brazos, escudriñándolo con la mirada.
—Tienes un alma oscura, Damian Lerman —negué con la cabeza.
—Y tú eres demasiado bueno, Angel Jasser. ¿Quieres que me quede?
Negué.
—Está bien, ve con Jaden. Lamento no poder acompañarte.
—De hecho, yo...ya no lo haré. No es el momento.
Tal vez tenía una oportunidad.
♤♤♤
—Ey, Damian, pásame el puré —pidió Jaden desde su lugar en la mesa, haciendo un ademán para captar su atención. Pero Damian, absorto en su plato, lo ignoró por completo. Jaden se estiró, intentando alcanzar el recipiente por su cuenta, hasta que se rindió, frunciendo el ceño. Mamá soltó una risita suave ante la escena y giró a verme con una mirada cómplice.
Justo en ese momento, mi celular vibró en el bolsillo. El sonido interrumpió la calma de la cena, y me disculpé con un gesto mientras me levantaba. Al llegar a la cocina, revisé la pantalla. Un número desconocido.
—Bueno —respondí, llevándome el teléfono al oído.
El silencio al otro lado de la línea duró apenas un instante antes de que una voz apagada, fría como el invierno, respondiera:
—Parecen una linda familia.
Mi cuerpo se tensó al instante. Levanté la vista hacia la ventana. En la distancia, a través de la penumbra de la noche, distinguí una silueta inmóvil bajo un farol. Esa voz... la reconocería en cualquier lugar.
—¿Por qué me llamas? —solté con agudeza.
—Te lo diré. Ven afuera.
—¿Por qué lo haría? —mi voz se endureció—. ¿Vas a amenazarme?
—Sabes que no lo haría —respondió Arek con su tranquilidad habitual—. Por favor, por la amistad que alguna vez tuvimos.
Exhalé lentamente, apretando los dientes antes de hablar.
—Mamá, voy a salir un rato a tomar aire —anuncié, mientras tomaba mi chaqueta del perchero.
Ella alzó la cabeza, con el ceño fruncido. —¿A esta hora? ¿No es algo tarde ya?
—No te preocupes, estaré bien.
Cuando me dirigí a la puerta, sentí la mirada de Damian clavada en mí. Su expresión era de extrañeza, pero no hizo preguntas. Cerré la puerta tras de mí y me enfrenté al aire gélido de la noche.
El frío golpeó mi rostro de inmediato, y mi respiración formó pequeñas nubes de vapor en el aire. Caminé hacia la figura que aguardaba bajo el farol. Su gabardina se ondulaba con el viento, y sus manos estaban ocultas en los bolsillos. Cuando escuchó mis pasos, se giró hacia mí, mostrándome aquellos ojos que jamás creí volver a ver.
—Vaya, es la primera vez en mucho tiempo, ¿no? Desde que te alejaste...
—Tú me alejaste desde que decidiste convertirte en mi enemigo —repliqué.
—No quería que las cosas fueran así, y lo sabes.
—Yo no sé qué creer —desvié la mirada, apretando los puños—. ¿Para qué querías verme? —pregunté directamente—. Creí que tú y yo éramos rivales. No debería reunirme con el enemigo.
—Y, aun así, aquí estás —dijo con una calma que resaltaba su dominio sobre la situación. Era el poder que él tenía sobre mí, y lo sabía perfectamente.
—¿Qué es lo que quieres? —pregunté, manteniendo la guardia alta.
—Sé que tu madre está enferma de nuevo y necesitas dinero.
Empecé a sonreír.
—Imaginé algo como esto e igual me siento decepcionado. Ya no le sirvo al Credo. ¿Qué te hace creer que ahora le serviré a la Hermandad?
—No es lo que quiero. Solo necesito un favor. No te pido que vuelvas.
Sonreí de lado.
—¿Cuánto va a costarme ese favor?
—¿Recuerdas al favorito de mi padre?
—Sí, ¿qué tiene?
—Quiero que lo mates.
Me quedé inmóvil, el aire frío parecía congelar mis pensamientos. Aquello iba mucho más allá de lo que había esperado.
—¿Por qué querrías eso? Es uno de los tuyos.
—No completamente. Hace algunos años, alguien lo dejó ir, y ahora vive libremente. Es un traidor.
—Es un sobreviviente —defendí.
Unió los labios en una apenas visible sonrisa.
—Nunca entenderé de qué lado estás. Te uniste al Credo, asesinaste personas, pero cuando yo te ofrezco lo mismo, no lo aceptas.
—Es porque ellos lo hacen por un bien mayor. Tú no.
Él inclinó la cabeza, como si considerara mis palabras, pero sus ojos brillaban con la misma intensidad calculadora.
—De cualquier forma, el sujeto 408 también es buscado por el credo. Así que, si lo eliminas, nos haces un favor a ambos.
No podría volver al Credo, ellos no habían tomado represalias contra mí por irme, pero tampoco me permitirían unirme nuevamente. Sé que en cualquier otra ocasión me habría cortado un brazo antes de aliarme con alguien de la Hermandad, pero estaba desesperado.
—Bien. Dime cuál es su nombre.
—Ethan. Ethan Ackerman.
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Uolaaaa, qué tal? Les gustó el capítulo? Ay, Dios, es que estuvo larguísimo. La verdad disfruto mucho escribir a Angel, porque sus pensamientos son tan cute :3
El siguiente cap se viene con todo con otra parte de su historia. Sé que algunas escenas ya las habíamos visto con Damian, pero como no se sabía que era Angel, pos no era igual
Eso es todo, adiós 😘
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