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9. Al igual que tu.


Ambos lo miraban en silencio.

Armando sabía perfectamente en qué estado se encontraba, había tenido uno de esos desagradables ataques de ansiedad horas atrás, por lo que su imagen debía ser terrible: sus cabellos siempre bien lavados y peinados hacia atrás, ahora semejaban un matorral descuidado en su enmarañada cabeza castaña. Su terso rostro por el que siempre recibía múltiples halagos de las chicas, lucia pálido y demacrado, cuarteado y seco. Su mirada no mostraba más que cansancio. En ese momento, todo lo que su cuerpo quería era comer y descansar, mientras su mente, le pedía hacer algo con los destrozos en su sala. Pero para poder hacer algo, primero necesitaba que esos dos desaparecían cuanto antes de su vida.

Habían pasado 4 horas, según calculó, desde que comenzó todo ese alboroto. Centró su vista hacia el ventanal destrozado. La nieve continuaba cayendo con fuerza y de no ser por el camión de helados que obstruía una buena parte de su nueva entrada, toda su casa se habría vuelto un congelador. La poca luz grisácea que había, comenzaba a desaparecer gradualmente: Sin luz en casas y calles, la ciudad pronto quedaría sumida en la oscuridad total. Otra cosa por la cual preocuparse.

Mirlet dejó escapar una risita ahogada.

− ¡Claro que nos iremos! –Exclamó divertido. – Comprendo cómo te sientes. Quieres estar solo. Comer. Descansar. Y Mañana por la mañana arreglar este desastre. ¿No es así?− pregunto a medida que se acercaba a Armando, quien no pudo evitar sentirse como un animal al que intentan apaciguar con comida y tonos de voz agudos; en su caso, la comida semejaba esa sonrisa que alimentaba su seguridad, y los tonos de voz, aquellas palabras que simulaban perfecta comprensión − Yo también, si estuviera en tu lugar, haría lo mismo. Continuar, olvidar, y hacer como si nada de esto hubiese pasado. Respecto a abandonar tu casa...− Mirlet rodeó el cuello del confundido joven con el brazo − La verdad, planeábamos hacerlo desde el momento en que nos estampamos contigo. Es decir, matar a una persona no estaba en mis planes, pero el sentido del deber de acá mis ojos − apuntó a Gary – nos impidió hacerlo.

− ¿Mi sentido del deber? ¿No te estas confundiendo? Nos quedamos porque planeabas saquear la casa y llevar algo de comida para el camino, aprovechando que el dueño ''ya no la necesitaría''

−Eso también. Pero...la cuestión aquí es...que tenemos hambre, al igual que tú. Estamos aún más cansados que tú, eso te lo puedo asegurar y estamos perdidos, al igual, que, tu.

El corazón de Armando se aceleró por un momento. Esas últimas palabras que habían salido de los labios de aquel chico, estaban llenas de tanta inocencia, que hacían de ellas una verdad absoluta; Una verdad que siempre se negaba a aceptar.

−Siendo breves− continúo Mirlet sin prestarle atención a los fuertes sonidos que venían desde dentro del pecho de Armando. − ¿Tienes comida?

***

Abrió la alacena. Ambos miraban detrás suyo, estupefactos. –Woow. ¡Jamás había visto tanta comida reunida en una casa! − dijo Mirlet emocionado. Armando tomo una bolsa de harina, miel de maple y huevos. Camino hasta el refrigerador para sacar leche y mantequilla, con ambos invitados detrás de él.

 − ¿Les molesta si les preparo hot cakes? Es lo único que puedo ofrecerles por el momento. – dijo ignorando a ese par que se asomaba por donde podían solo para ver el interior del aparato que ellos llamaban ''el monstruo tecnológico'' 

−Bien, ¿podrían ayudarme con algo?− pidió Armando, depositando la harina en un recipiente. – Ya que estrellaron el auto en gran parte de mi comedor y la mitad de mi sala, comeremos aquí, en la cocina. Traigan tres sillas para acá ¿pueden ayudarme con eso? –Ambos asintieron sin decir palabra y se dirigieron a la zona de desastre. Armando suspiró.


<<Estos tipos no tienen ni un poco de vergüenza. Encima de que destruyen mi casa, me piden que los alimente. Se aprovechan de la urgencia que tengo por sacarlos de aquí. Además...>>


− ¿Dónde las dejamos? – habló Gary a sus espaldas. Cuando Armando se giró para mirarlo, el cargaba con las tres sillas de madera de pino. Eran largas, espaciosas y pesadas. Le sorprendió que ese chico pudiese cargar con tres de ellas cuando el apenas podía transportar de una en una a pasos largos y torpes. Le señaló el lugar y Gary las dejó allí. Dos en una mano, y una en la otra. Mirlet llegó refunfuñando a sus espaldas. –Eres un aprovechado. − decía.

−No es mi culpa que no puedas cargar una sola de estas sillas. Solo quería hacer de todo esto algo más práctico.

− ¿Y qué hay de mi orgullo como hombre?

−Eres un niño todavía. No te llenes la cabeza con cosas innecesarias. Cosas que aún no te incumben. Aprovecha que nadie te toma en serio y disfruta de esa ventaja que la inexperiencia te ofrece. No me mires así. Si tanto quieres ser de utilidad, mejor ve, sube al auto y saca las cosas. Que después de comer, le haremos un favor al anfitrión de esta fiesta y nos largaremos. La tormenta todavía no amaina. Fácilmente, le faltan dos horas más. Se hace tarde y no podemos perder más tiempo. Ve.

−Reitero lo dicho ¡Eres un aprovechado! – Mirlet salió de la cocina dando fuertes golpes al suelo con sus pies.

−Por favor, Discúlpalo. – pidió Gary, viendo cómo se marchaba su compañero – Después de todo, sigue siendo un niño. – Armando negó con la cabeza.−Descuida, no pasa nada. – se giró y continuó haciendo lo suyo. – Pero... ¿Por qué dices que sigue siendo un niño? Yo lo veo bastante grandecito.

−Tiene catorce años.− Incrédulo, Armando miró a Gary, que había tomado asiento cerca de la puerta.

− ¿Catorce?

−Aparenta ser mayor de los diecisiete, ¿no? Al verlo, muchos piensan que lo es. Sin embargo, caen en la cuenta de que es un mocoso poco después de que abre la boca. Pensé que tú te habías dado cuenta de eso. Después de todo, en este mundo, solo los niños son capaces de sonreír de esa manera.

Gary apoyó su mejilla sobre el dorso de sus manos enguantadas. En sus ojos la frialdad se sustituyó por el opaco brillo de la nostalgia. Estaba recordando algo. Algo que antes le era gloria y ahora solo le sabía a lejanía y añoranza. <<Así que él puede poner una cara así>>  Armando esbozó una leve sonrisa.

Quería sacarlo de su trance, pero prefirió dejarlo pasar. Él lo sabía mejor que nadie; En momentos como ese, lo mejor era el silencio. Solo así se podía disfrutar de esa íntima convivencia con el pasado.


Diez minutos después, salieron tres platos, cada uno de ellos servidos con cuatro humeantes piezas de delicioso y delgado pan bañado en miel de maple. No hubo necesidad de llamar a aquel chico que se había sumergido en sus pensamientos, ni a aquel otro que se hallaba preparando las cosas para su partida. Uno salió de su trance en cuanto Armando se giró con dos de los platos en sus manos. Y el otro apareció en la cocina en cuanto el dulce aroma le llenó la panza. En cuestión de minutos, los tres se hallaban comiendo alrededor de la fría mesa hecha con azulejo gris que se encontraba a medias de la cocina. Mirlet sonreía con cada bocado que daba, dándole una extraña sensación de felicidad a Armando, quien disfrutaba viendo a aquel niño atrapado en el cuerpo de un adulto disfrutar de su comida. Mientras tanto, aunque no lo decía, Gary profería en ocasiones, sin darse cuenta, ese sonido que indicaba ''esto esta delicioso''

Hablaron durante la comida-cena. Eran cosas triviales, pero divertidas de escuchar. Cosas como que ''Gary hizo esto'' o ''Pero Mirlet hizo esto'' de alguna manera, esos dos pasaron de ser ''los intrusos que destruyeron la casa'' a ''los intrusos que destruyeron la casa pero que, en su defecto, crearon algo más''

−A todo esto− dijo Mirlet, como acordándose de algo – He caído en la cuenta de que no sabemos tú nombre.

−Es cierto. – lo alentó Gary. − ¿Cómo dices que te llamas?

− ¿Mi nombre?− preguntó confundido, como si no hubiese entendido la pregunta que esos dos le habían hecho. ¿Hacia cuanto tiempo que no le preguntaban su nombre?

El recuerdo de la grieta en el cristal apareció de repente en su mente. Aquel extraño chico. Su dedo dibujando sobre esa superficie fría, empañada por el vaho que su aliento creó, letras que tenían en su tiempo un gran significado para él. Significado que se fue perdiendo con el paso de los años.

Se sintió extraño por tener que decirlo en voz alta después de tanto tiempo. –Me llamo Armando, es un placer.




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