4. El niño a través del cristal.
«A pesar de que se lo pregunté en reiteradas ocasiones, él siempre se negó a decirme cuál era su mayor deseo en esta vida»
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Allí, parado entre la grieta del domo, una personita de su misma estatura lo observaba bajo una bolsa de papel marrón, vieja y agujereada que cubría su rostro. Al inicio, Armando dió un salto hacia atrás, el cual lo hizo caer sobre sus sentaderas. Era extraño. ¡Sumamente extraño! ¡Había una persona fuera del domo! Allá, en el espacio intergaláctico donde la historia siempre terminaba más nunca iniciaba de nuevo
—Nadie puede vivir allá afuera—Le había dicho Margarita un día—Esto que nos rodea, es nuestra propia capa de ozono. Inquebrantable y única. No podemos vivir sin ella, y ella no puede existir sin nosotros.
Y a sus ojos y oídos, lo que Margarita decía no era más que la verdad. Jamás le habría mentido...ella seria incapaz de eso...pero entonces... ¿Cómo era posible? ¡Esa personita al otro lado del cristal vivía! ¡Respiraba! ¡Existía! ¡Y lo hacía mucho más allá de su escasa comprensión!
Armando lo miró atónito desde el suelo donde se hallaba tumbado, mientras esa personita permanecía sin moverse allí, frente a él.
—¿Q-Qué cosa eres tú?—preguntó aterrado, retrocediendo un poco. El extraño ladeó ligeramente su cabeza; parecía no comprender lo que se le preguntaba. —Te hice una pregunta: ¿Qué cosa eres tú?
Pero ese niño, nuevamente movió la cabeza, esta vez en un gesto de negación. Alzó sus manos hacia la parte inferior de la bolsa de papel en la que solo se hallaban cortados los orificios donde iban los ojos y la levantó un poco, dejando ver unos temblorosos y purpúreos labios. Estos se abrieron un poco, vertiendo vaho en el cristal hasta que éste se vio empañado en la parte deseada. Al final, con su dedito tembloroso, comenzó a escribir en una lengua desconocida para Armando.
«Ego Te audire no possum. »
A
rmando entrecerró los ojos para leer mejor. Pero aún si lo hacía, no podía entender nada y esto, se lo hizo saber con un gesto que claramente indicaba su incapacidad para comprender lo que quería decirle. El pequeño extraño apuntó hacia su oreja con el dedo índice mientras meneaba la cabeza.
«No puede escucharme»
Armando tragó saliva y se armó de valor. Se levantó y acercó al domo, mirando detenidamente a la persona que estaba al otro lado. Iba descalza y por ende, sus pies estaban manchados con un terrible lodo negro que aparentemente, no saldría tan fácil por mucho que los tallara. Llevaba puesta una desgastada camiseta de manga larga que le quedaba grande y sobre esta, una chamarra en no mejores condiciones. Shorts largos que le llegaban a la rodilla y por debajo de la bolsa, parecía portar un cabello largo y oscuro. Entonces, enfocando la bolsa manchada y rayoneada que tenía en la cabeza, solo pudo observar un par de ojos grises que lo miraban con la serenidad de un sabio.
—¿Quién eres?—preguntó en voz alta. Sabiendo que no lo escucharía y aun si lo hiciera, quizás no lograría entenderlo. Así que le preguntó haciendo señas exageradas y apuntándolo con un gesto en su rostro que denotaba duda.
El niño al otro lado levantó la bolsa a la altura de los labios y nuevamente vertió vaho al cristal. Esta vez escribió:
'' Et est nomen meum Geranium''
''Et tu es?''
—¿No me expliqué bien con las señas? ¡No entiendo lo que escribes!...—ante la cara de frustración de armando, el niño borró todas las palabras menos: GERANIUM. Apuntó hacia las letras y seguido de eso, se señaló con ambas manos el pecho. Armando tardó poco en captar.
—¡Ah, ya! ¡Entiendo!... ¡Te llamas Geranium! ¿Geranium? Qué raro nombre.—Armando caminó unos centímetros a su lado derecho, encontrando un espacio libre para usar de pizarra, siendo perseguido por ese pequeño extraño y repitiendo lo mismo que el niño; escribió su nombre y se señaló así mismo.
''Armando''
Geranium asintió con la cabeza, como asegurando que lo había comprendido y al mismo tiempo, como si estuviese diciendo: "Un gusto conocerte Armando"
Éste sonrió levemente. «Al final de cuentas...Margarita estaba equivocada. Este extraño está al otro lado, y de alguna manera, podemos entendernos» pensó mientras miraba aquel par de luceros que se ocultaban entre la oscuridad provocada por una vieja bolsa de papel café.
De repente, la mano del niño se posó contra el vidrio con suavidad consiguiendo sin problema que Armando la enfocase. Delgada y pálida, parecía esperar por él.
«—El contrato definitivo» Recordó de repente «—Cuando conoces a alguien, siempre debes estrechar su mano con agrado, de esa manera, sus destinos quedaran sellados aun si nunca se vuelven a ver»
A su edad, no entendía mucho de destinos, y mucho menos de que serviría estrechar la mano de alguien para obtener ese fin. Sin embargo, Armando le entregó una cálida sonrisa y llevando su mano hacía la de Geranium, se dispuso a realizar el inocente "contrato".
— ¡Armando! ¿Dónde estás?— gritaron a sus espaldas.
—Es Margarita— dijo sorprendido mirando en la dirección de donde provenía la voz.
Fue solo un instante. Un instante del que se arrepentiría más tarde. Cuando volvió la cabeza para ver su mano junto a la de Geranium, ya había desaparecido. «¿Dónde está?» se preguntó mientras miraba por el cristal. Pero por más que buscaba, solo una densa capa de neblina era todo lo que podía ver; seguida muy finamente, del calor de Geranium impregnado aun en el cristal como única muestra de su existencia.
****
— ¿Geranium?—preguntó Margarita confundida mientras untaba mantequilla en una pieza de pan. — Jamás había escuchado semejante nombre. ¿Dónde dices que lo escuchaste?
—Por ahí. Un hombre que iba pasando lo dijo.— Mintió — además de que hablaba en una lengua extraña. No se le entendía nada.
—¿Entonces cómo sabes que ese, es un nombre? Bien podría ser alguna palabra mala.
—Eso es porque alguien llegó y lo llamaba así...—improvisó.
Margarita lo miró detenidamente con los ojos entrecerrados. Por un momento todo quedó en silencio y solo se escuchaba el sonido de los cubiertos chocando con el fondo del plato. Él sabía que su mentira dejó de sonar coherente de repente, puesto que el idioma que todos hablaban allí, sin excepción, era el español y solo unos pocos tenían indicios de inglés y otros, que eran más pocos aun, un idioma que ni ella sabía de donde venía.
Llevó un bocado de carne a la boca y después de tragarlo, Margarita habló por fin:
—No puedo ayudarte en eso. Pero...hay un hombre, ya has oído hablar de él, que tiene más de 120 años, por lo tanto, el vivió antes de la creación del domo, o por lo menos, durante su construcción. Seguramente él sabrá algo de ese nombre y quizás del idioma. Ya no ve bien, para que te miento, y quien sabe si aun escuche algo, pero en algo podrá ayudarte.
Los ojos de Armando se iluminaron de repente. ¡Claro que conocía a ese hombre! No había nadie que no supiera quien era. Había vivido tantos años, que su sola existencia representaba el mayor de los logros para la ciudad.
—Sin embargo...— interrumpió el júbilo del pequeño que comenzaba a hacerse cada vez más notable — Será difícil hacerlo hablar.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿No puede hablar ya?—preguntó Armando alterado, temeroso a perder esa oportunidad. Ella negó con la cabeza mientras daba un sorbo a su café.
—No es que no pueda hacerlo. Es solo que no quiere. Para lo único que abre la boca es para comer y roncar. Hasta hoy, nadie ha logrado hacerlo hablar. En el asilo, más que reconocerlo por su imagen de antigüedad, lo reconocen por ese aire de soledad y hermetismo que gira entorno a su alrededor. Tendrás mucha suerte si logras que hable.— Margarita esperó, atenta a la expresión de Armando. — aunque ...bueno, no puedo llevarte ahí próximamente. Trabajaré durante el turno de la tarde durante estás dos semanas, no creo que quieras esperar— observó. —Y no planeo dejarte ir solo, mucho menos.
—¿Por qué no? ¡Puedo hacerlo solo!
—Es un problema el hecho de que un infante vaya a esos sitios solo, sin compañía alguna Armando.
—¿Qué podría pasar?
—Nada. — confesó Margarita— pero está mal visto. Los niños deben estar en compañía de un adulto, Armando. Un niño andando solo, es un niño descuidado.
El niño suspiró, resignado a tener que esperar días para ir a conocer al señor que tenía respuesta sobre el origen de ese nombre. Algo molesto, estuvo jugando con su comida cuando, de pronto, el silencio que habían estado soportando fue roto por la voz suave de Margarita.
—Si tanto te interesa y avergüenza ir conmigo, el hijo de la vecina, Ruth, se llama, irá con algunos niños de su escuela al ásilo como un ejercicio escolar. Puedo pedirles que te lleven. Así, mínimo, no vas solo.
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