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34. Realidad o Sueño (2/2)


De repente, apareció sentado al borde de un precipicio y ante él, la espera de una enorme caída. Sus pies desnudos colgaban y se balanceaban sobre ese gran lago, cuyas aguas semejaban un enorme charco de tinta negra. Aquel niño no había parado de hablar desde entonces y él no había abierto la boca siquiera. Mientras tanto, extendiendo sus delgados brazos de cuando en cuando para enfatizar lo que le exponía al confundido Armando, que apenas y entendía lo que le decía, Genaro le sonreía abiertamente. El tiempo había pasado. Fácilmente habían estado sentados en ese mismo sitio tres cuartos de hora. Genaro parecía feliz. Vigoroso. Un niño lleno de energía y anécdotas sin sentido que quería expresar cuanto antes entre exageraciones infantiles.

Por otra parte, Armando, se rehusaba a hacer más que asentir con una dudosa mueca que intentaba parecer lo más real posible. Se sentía cansado y en el pecho había algo que le oprimía el corazón. — ¿Me estas escuchando?— le preguntó entonces su parlanchín compañero, cuando las sospechas de haber sido totalmente ignorado llegaron a él. —No. ¡No me escuchaste ni un poco!— Genaro le refutó con fingida indignación.

—Claro que te escuché. — se defendió al instante.

— Si es eso cierto, ¿De qué te estaba hablando?

—Hablabas sobre galletas. —Dijo, intentando parecer muy seguro sobre su respuesta.

— ¡Claro que no! Estaba hablando sobre el agua. — Genaro suspiró, resignado. — Y yo aquí, hablando solo, como un completo loco.

—Eso explicaría el porqué, hace poco, me obligaste a pedirle perdón a una linterna.

— ¡Eso tiene justificación! — refutó, mirando y señalando a Armando con el dedo índice. — pero no lo entendería alguien como tú. —Genaro volvió la vista hacia el lago, donde la luna, sin vida, se reflejaba siempre llena, siempre contenta.

Durante el siguiente silencio, Armando miraba el perfil de aquel niño que de repente, contemplaba estupefacto la pantalla que delimitaba el tamaño de esa enorme jaula de cristal. —Es una linda vista— observó Armando con timidez.

— ¿Cómo pudieron crear semejante lugar?— preguntó Genaro, meneando su cabeza, confundido. Levantó su mano y con el dedo índice señaló hacia el frente. — ¡Mira nada más! ¡Parece que un bello mundo se extiende más allá de esa barrera! ¡Mira! Incluso el agua parece moverse a lo lejos...

Armando despegó su vista del niño y miró hacia donde apuntaba. Con un trozo de alma arrancado a la fuerza, suspiró tristemente, agachando la cabeza y mirando la caída que lo esperaba bajo sus pies descalzos. —Es normal. Es una pantalla, después de todo. Puede crear y reproducir imágenes semejantes sin ningún problema...creo que...es una gran obra. Digna de admirar. — Habló Armando, después de haber gritado esas palabras en su mente, buscando creérselas para así adoptarlas y abandonar la desilusión de una vez por todas. En su interior, parecía ya no haber espacio para admirarse con las maravillas de ese mundo. Había estado viviendo en una cálida mentira que día con día lo acogía amorosamente entre sus brazos como si fuese la verdad misma. Él sonreía y se aferraba a su pecho, confiado. Pero, cuando menos se lo esperaba, fue soltado. Arrojado bruscamente a un abismo de donde nunca podría volver. Cayó hasta llegar a los pies de la mentira antes amada, antes admirada; donde la verdad yacía magullada y silenciada por la crueldad de aquel bello engaño.

«Mi sol. Mi luna. El calor del verano. El frio viento de invierno...son cosas tan verdaderas como falsas. Verdaderas porque existen. Falsas porque son creación de otra creación. ¿Qué tanto de lo que me rodea, es verdadero? Y... ¿Qué tanto es falso? Yo... ¿yo soy real? ¿No seré acaso, uno de esos prototipos robóticos creados a la semejanza de su creador?...o ¿Un prototipo humano programado para servir y existir en una mentira colectiva? ¿Seré...quien creo que soy realmente...?»

Y víctima de un fuerte arrebato, levantó la vista hacia Genaro. Con el alma pendiendo de un hilo. Un hilo de esperanza que estaba a punto de romperse por completo. La enorme y repentina necesidad de corroborar la existencia de ese ser que lo acompañaba en esa noche de dolor sin nombre. « ¿Será un holograma, justo como me dijo ese señor?» se cuestionaba con insistencia. « ¿El también será una ilusión creada por el hombre? ¿Una bella ilusión tal cual lo es esta hermosa luna plateada que es obligada a sonreírnos eternamente?»

— ¿En verdad piensas eso?— preguntó Genaro, con tono serio, sacándolo de sus cavilaciones

— ¿Perdón? — dijo distraído.

— A mí, sinceramente, me parece una abominación. Un mal chiste que intenta convencernos a todos de que es divertido. ¿Un ser humano intentando recrear la naturaleza que él mismo destruyó? ¡Qué estupidez! — escupió con desdén. — aniquilan todo lo que pueden y después, cuando pierden de vista lo que en verdad era valioso, intentan revivirlo. Así, como si todo fuese tan simple: recrear un pequeño mundo donde todos son felices. Donde la vida es sencilla. Agradable. Pacifica...un pequeño mundo donde la desgracia, el hambre y la miseria no existen. Donde todos viven sin prejuicios y donde todos merecen vivir bien...— Genaro mordió con fuerza su labio inferior al mismo tiempo que sus dedos se encajaban con furia sobre la tierra húmeda. Su mirada entonces, se volvió colérica. Y consciente de ello, agachó la mirada y tomó aire con fuerza, intentando tranquilizarse. — Intentan recrear el mundo que aniquilaron mientras, a la vez, intentan crear uno nuevo basado en absurdos sistemas que no buscan más que la salvación de unos pocos a cambio del sacrificio de muchos. Este sitio es una abominación. Aun cuando no lo parece a simple vista. Y lo peor de todo esto es...que ya no sé quién es el bueno y quien es el malo. — un deje de tristeza apareció entre esas líneas.

—No entiendo, de qué me hablas — Armando mintió. Una parte de él, entendía a la perfección el sentir de Genaro y aquello que quería exponer.

—No espero que lo entiendas. — Girando un poco su cabeza hacia él, Genaro le sonrió con tristeza y un deje de cariño.

« ¿Un holograma sería capaz de poner esa expresión?» se cuestionó Armando, sintiendo por primera vez en su vida, un extraño escalofrió recorrerle la espalda. ¿Emoción? ¿Miedo? ¿Qué era eso?

—Es mejor así. — continuó Genaro, deslizando con cuidado su mano izquierda hacia la de Armando. Pronto, sus manos se encontraron. El tacto frio de Genaro sobresalto a Armando, quien no supo que hacer en ese momento. ¿Retirar la mano? ¿Dejarla allí, bajo la palma helada de ese sujeto de sonrisa y mirada condescendiente? — Me gustaría decir que, jamás lo entenderás. Pero sé que es imposible. Llegará el día en el que terminaras de ver la otra cara de esta vida a la que fuiste sometido, y entonces, tendrás que elegir.

Armando tragó saliva. —Elegir qué...

—Quien es bueno y quien es malo. Cuál es la realidad y cuál es la mentira... ¿eres en verdad tú, o solo eres un ente que se dejó programar para el bien de esta máquina monstruosa que destruye las almas?

—Dices cosas raras...— declaró Armando incómodo. — Y eso me asusta.

— ¿No te gusta lo raro?

—No.

Genaro se levantó de un jalón. Levantó ambos brazos hacia el cielo y comenzó a estirarse. —Es una lástima. —Dijo mientras tanto. Se hecho el negro cabello hacia atrás, y entonces, aquellos grises ojos que lo habían recibido junto al paisaje nocturno, extrañamente se tornaron negros; invitando en su profundo abismo a la diversión de un niño que apenas comenzaba a gozar de la libertad.

— Porque, sabes...aquellos que no gustan de la rareza...— Genaro caminó en dirección al bosque, dando saltitos con cada paso; como si siguiera el ritmo de alguna melodía fofa y cansada. Armando lo siguió con la mirada, hasta que el cuello no le permitió seguirlo más. Sus pasos lentos y juguetones se alejaron lo suficiente, hasta que de repente callaron. Medio minuto que le supo a eternidad, puso a Armando nervioso. La sola idea de que Genaro se hubiese marchado lo aterró. Quedarse solo, entre la oscuridad; En un sitio que desconocía por completo y con un dolor, un miedo y un ansia de saber atorados en el pecho, lo atormentaba en gran medida.

Después de tres minutos de silencio absoluto, el pequeño Armando no soportó más y se puso de pie, dispuesto a ir en busca de Genaro.

A paso temeroso y con el nombre de aquel niño en la punta de su temblorosa y dudosa lengua, dio unos cuantos pasos hacia el bosque. — ¿Genaro?— no obtuvo respuesta. — ¿E-estas ahí? —Dos pasos más y cada vez más cerca de la oscuridad total. Tragó saliva y respiró hondo, listo para entrar y enfrentarse a lo que viniera. Sin embargo, con el siguiente paso que dio, Genaro salió disparado en una carrera infernal donde, con destreza, el brazo de Armando fue sujetado y halado con fuerza. Confundido y asustado, Armando fue arrastrado hacia una gran caída donde una oscuridad mayor que la del bosque lo esperaba ansiosa. Su grito de terror se entremezcló con las palabras que aquel niño loco gritó a los cuatro vientos entre risas y diversión — ¡Son los que al final, terminan prendados de ella!

Con el estómago encogido y el corazón en la garganta, ambos niños cayeron en la silenciosa densidad del lago, dejando atrás de sí millones de gotas surcando por unos segundos el espacio.


***


El agua estaba templada cuando sus cuerpos se zambulleron en sus profundidades de azul infinito. Sus manos, que en algún momento de la caída se sujetaron con fuerza, ya fuese por el miedo o por la simple necesidad de permanecer sujetos a algo sólido, no se habían soltado ni un solo segundo desde entonces.

Sintiendo la suave presión del líquido rodeando sus cuerpos y ondeando sus cabellos en lento movimiento, los parpados de Armando se rehusaban a desplegarse mientras sus piernas buscaban un suelo donde apoyarse y sus ropajes comenzaban a pesarle. Poco a poco, con la desesperación del tiempo amenazando al aire de sus pulmones, Armando comenzó a manotear con su mano libre para intentar salir milagrosamente hacia la superficie.

En el proceso, más de una vez intentó soltar la mano de Genaro, a quien consideraba una carga entonces, ya que no le permitía emerger a la superficie. Pero él niño loco no lo soltaba. Después de pensarlo bien, al ser su único apoyo sólido, creyó inconveniente seguir intentando; el miedo de soltarse y ser lanzado por la impertinencia de sus movimientos torpes hacia un abismo aterrador donde toda la salvación se perdiera para siempre, lo aterrorizó entonces.

«—Abre los ojos. No tengas miedo.» escuchó entonces entre el silencio opresor del agua que lo rodeaba. Sintió un pequeño apretón en su mano que lo alentaba a hacer caso y abrir los ojos. Sin entenderlo muy bien, el negó con la cabeza rehusándose a despegar pestaña. «—No temas. Debes superar el miedo para así poder ver el lado hermoso de la vida que te corresponde.»

Y con esas palabras que entraron peligrosamente a su cabeza, un brazo rodeó su espalda y en cuestión de segundos, sintió su cuerpo elevarse, rompiendo aquella fina capa de líquido para así abandonar las profundidades en las que se encontraba para, con una gran bocanada de aire, recibir la superficie.

Tosiendo con fuerza, Armando comenzó a abrir los ojos con dificultad para así, encontrarse con el divertido rostro del lunático que lo arrastró a esa situación. — ¡¿De qué te ríes animal?!— le gritó colérico al ver a Genaro tan feliz.

— ¡De tu cara!— lo señaló. — No abriste los ojos ni siquiera un milímetro. ¿Qué tan cobarde debes ser para no querer ver el sitio en el que te encuentras?

— ¡No soy un cobarde!— dijo molesto.

— ¿No? ¿Entonces que eres? —Armando guardó silencio, pataleando para no hundirse.

— ¿Y qué me dices de ti?— dijo después de pensarlo un poco— ¿Por qué no saltaste sin mí? ¡Si fueras tan valiente lo habrías hecho solo! En todo caso, si me arrastraste contigo solo para molestarme, entonces ¿Porque no has soltado mi mano en ningún momento? mira, incluso ahora, que mi palma está abierta, no la sueltas para nada. Me sonríes. Te burlas. Me llamas cobarde. Pero estas temblando. — le echó en cara Armando, como si con eso fuese a ganar aquella batalla infantil donde su orgullo de hombre estaba siendo burlado.

Genaro miró entonces el lazo que los mantenía unidos. Era cierto, estaba temblando. E igualmente, era cierto que se rehusó a soltar a Armando aun cuando este luchaba por deshacerse de su agarre. —Tienes razón. — habló Genaro, esbozando una tenue sonrisa de satisfacción. —Me moría de miedo aún antes de saltar.

— ¿Y yo soy el cobarde? — Armando bufó despectivamente.

—Si— asintió con solemnidad.

— ¿Cómo puedes decir eso? si tú mismo acabas de-

—Yo abrí los ojos. — interrumpió Genaro. —Yo abrí los ojos y presencie un nuevo panorama que, siéndote sincero, me aterraba imaginar. Si ahora tiemblo, puedes estar seguro de que ya no es por miedo. Es por emoción. Si no solté tu mano aun después de ver el interior de este lago, aun después de que el miedo en mí se convirtió en fuerza, fue porque tú aun no mirabas lo que yo contemplaba.

— Entonces, según dices, ¿Soy un cobarde aun cuando salté?

—Si.

— ¿Solo porque no abrí los ojos?

—Exacto.

Armando miró con desdén a su alrededor. Después posó su vista en los ojos de Genaro, quien pareció entender a la perfección aquel gesto de molestia en su acompañante. Armando miró bajo de él, hacia la oscuridad que los envolvía en el fondo y con determinada expresión, tomó aire, cerró los ojos y se abrió paso a través del agua dispuesto a ver el interior del lago.



****


Con la cabeza sumida en el agua nuevamente, Armando se decidió por fin, más por orgullo que por curiosidad, y abrió los ojos muy a pesar del miedo que sentía.

Asombrado, dejando tras de sí la sospecha y el pavor, miró aquello que se escondía ante la mirada temerosa y distraída. Pequeñas y lejanas luces de azul celeste, esparcidas por todos lados, brillaban a su alrededor, silenciosas y frágiles. Nada de lo que podría haber imaginado. Su asombro fue tal, que abrió la boca como reflejo de su admiración, dejando escapar así unas cuantas burbujas que se arremolinaron frente a él. Era increíble para él ver como la oscuridad y la luz, dos componentes diferentes, se unían en un solo acto para representar la belleza de sus naturalezas opuestas.

La oscuridad, daba brillo a la luz.Y la luz resaltaba la oscuridad.En esa pequeña galaxia terrenal, donde su cuerpo flotaba contra la gravedad y el oxígeno, sin saberlo, Armando capturó una idea que no le seria revelada en palabras hasta tiempo después.

Pronto, ante aquel bello panorama acuático, donde rocas, algas, estelas de luz y rayas de oscuridad, la imagen del componente, quizás, más bello de todos, se le sumó, completando aquel hermoso cuadro de rareza e incomprensión desmedida. Era Genaro, quien no había soltado su mano, la última pieza que faltaba y que entró en su compañía, con esa sonrisa que adornaba su pálido rostro y con esa extraña presencia que Armando no se había tomado la molestia en sentir hasta entonces. Arrolladora y cautivadora. Apacible e inolvidable. El tipo de presencia que se echaría de menos durante un atardecer otoñal, mientras el viento templado acariciaba el rostro y las hojas de los árboles se abandonaban a la nada y correteaban con cada soplo de aire por los caminos teñidos por el color de un cariñoso crepúsculo.

«Esto...es todo en lo que puedo confiar.» Pensó Armando, convencido, apartando con dificultad su mirada del perfil de Genaro para así admirar el panorama que ambos compartían en total armonía.

«En este sitio. En esta mano. En este sentimiento de paz. Y sobre todo...»

''En el dolor''


Era aquella voz distante que reconocía de alguna parte. Sentenciosa y burlona, había aparecido entre la nada para inquietar su calma y lanzarla lejos de su alcance. Genaro apretó su mano con cuidado, haciéndolo fijar su vista nuevamente en él; con una seña que apuntaba hacia arriba de su cabeza, ambos niños volvieron a la superficie. — ¡Hermosa vista! ¿No es así?— exclamó Genaro poco después de tomar aire. Parecía orgulloso al decirlo, y guiado por la emoción que le contagiaba aquel niño, Armando asintió emocionado.

—Es...es... ¡asombroso! — exclamó, dedicándole la primer sonrisa verdadera tenia para él.

— ¡Lo sé! ¿Quién lo diría? ¡Vamos una vez más! Toma suficiente aire, que esta vez, iremos a explorar. — con la propuesta izada y los ánimos en popa, ambos se sumergieron y emergieron un sin número de veces, en aquel bello lago de apariencia engañosa que enamoró sus corazones. Con la extraña voz que atormentó por un momento su mente, totalmente ahogada por la diversión y la ansía de explorar senderos que no cualquiera podía ver, Armando disfrutó no solo de la vista, si no qué, sintiendo un extraño confort, disfrutó de la compañía de ese niño que con su ímpetu, lo obligó a saltar de buenas a primeras sin pedir consentimiento alguno.

«Aquellos que no gustan de la rareza, son los que al final terminan prendados de ella» esas habían sido las palabras de Genaro antes de perderse entre la espesura del bosque y saltar a la humedad del lago el cual, justamente por su rareza oculta, había fascinado el alma de ese par de infantes que ahora, difícilmente, concebían apartarse de ese sitio de luminosa y extraña belleza que, por desgracia para ellos, carecía de todo artificio humano, haciendo de su rareza un hechizo cautivador.

«Tenías razón» pensó entonces Armando mientras ascendían nuevamente para tomar aire. Las gotas de agua que salpicaron al emerger, la luz de esa artimaña lunar, las perlas que resbalaban sutilmente por los cabellos del niño ante él...la risa que escapó de sus labios y el brillo de sus negros ojos antes efímeramente plateados durante un trance fugaz...todo ello, le pareció entonces, la condición más absurda. Sin embargo, era una condición que atesoraría con recelo.






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