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30. Salida de Emergencia.


El edificio comenzaba a desmoronarse por una sucesión de explosivos cuya presencia era desconocida hasta que fueron detonados, causando estragos de tal magnitud que ni tiempo a reaccionar dieron a los incautos internos que corrían despavoridos hacia las salidas de emergencia, luchando fieramente por permanecer de pie entre los pisos movedizos, esquivando las enormes y hambrientas grietas que sin duda los llevaría a su perdición, e igualmente, evadiendo los pedazos de techo que conformaban el suelo de la planta superior. La alarma contra incendios se había activado en varios sectores del edificio. El fuego comenzaba a extenderse en algunas oficinas, proveniente de los tanques de gas que ocultaban en la bodega del tercer piso; por más que el tiempo corriera con tal benevolencia, las explosiones no cesaban y el pánico se sentía eterno mientras que las puertas, anchas y majestuosas, esperaban pacientemente al otro lado de cada habitación como símbolo de libertad y un día más de vida si lograban cruzarlas y escapar a lo inevitable.

— ¡Sr Segovia!— lo llamaron entre el nerviosismo que reinaba en los conmutadores, minutos antes del desastre. Encerrados en un cubículo de paredes de cristal momentáneamente opacadas por largas y anchas persianas de color mate, el señor Segovia, junto con otros tres hombres de edad adulta y un joven pasante que acababa de llegar, miraban la cinta en silencio mientras la imagen se detenía en el rostro de uno de los infiltrados.

Sus manos temblaban y sus ojos se abrían como platos; el señor Segovia tragó saliva, no notando el alboroto que aumentaba en su alrededor. Su mirada, al igual que su pensamiento, vagaba confundida, inmersa en aquel frívolo rostro que lo observaba desde la imagen congelada que la cinta le mostraba; ese rostro, tan desafiante y crudamente burlón.

«Eres tú...» pensaba atónito. El sudor corrió por su amplia frente y un torrente de confusas emociones que en ese momento no tenían nombre para él, lo arrolló despiadadamente.

—Disculpe Sr. Segovia, lo solicitan en la oficina del director, ahora. — volvieron a hablarle, pero esta vez, fue tomado por el brazo con sumo cuidado mientras se dejaba guiar por los estrechos pasillos divididos por un sinfín de cubículos. Un par de personas chocaron contra su hombro, e incluso creyó haber escuchado sus disculpas mientras se alejaban a toda prisa. —Lamento haberlo sacado de improvisto, pero fue una orden inmediata. — habló su joven guía, sin notar el desasosiego del hombre al que llevaba a su lado.

—Sí, una orden inmediata— susurró Segovia. — ¿Dónde dices que ésta el director?— preguntó mecánicamente, con la mirada perdida al final del pasillo, donde los focos blancos que iluminaban la oficina parpadeaban levemente y el sonido de la electricidad corriendo en ellos resaltaba con un ligero zumbido. Allí, el ascensor los esperaba con sus puertas abiertas de par en par. El joven que lo acompañaba era nada más y nada menos que el pasante que hasta hace unas semanas había llegado al edificio. Un joven adulto de aspecto pulcro y ojos pequeños.

—En la planta alta. — contestó, acelerando el paso. — Parecía agitado. Algo debió suceder, ya que hasta hace unos minutos estaba bastante tranquilo.

Entraron al ascensor, las puertas cromadas se cerraron y el joven pasante presionó un botón. La plataforma se elevó con ellos dentro, iluminándolos a ambos con esas luces blancas e inertes que resplandecían más que las de la oficina.

Mientras subían siete pisos más - pasando el límite establecido para el personal no autorizado por cuatro secciones, cuyo contenido se estimaba secreto para la mayoría exceptuando solo unos pocos- el silencio entre ellos parecía comenzar a prolongarse.

— Es bueno conocer el rostro de uno de los culpables ¿verdad? — habló el pasante, no soportando el incómodo silencio. El Sr Segovia, que fue sacado bruscamente de sus pensamientos con esas palabras, asintió pensativo. — Es un alivio. Ahora solo es cuestión de buscar en los documentos que guarda la computadora y rastrear su número de ciudadano.

— Un trabajo sumamente fácil... « Si tan solo fuesen ciudadanos... »

Y entonces, llegando a su destino, las puertas del elevador se abrieron, dando paso para la vista hacia un largo pasillo de pisos negros, perfectamente pulidos y resplandecientes en donde, al pie del ascensor, una larga y hermosa alfombra de tonos purpúreos, azules y dorados se extendía hacia una enorme pared de cristal, por la cual, la luz mortecina de esa tarde teñía todo con su triste color. Las palmas que estaban al margen de la pared, colocadas en elegantes y enormes masetas, parecían ser afectadas por el melancólico y desolado ambiente, perdiendo sus brillantes colores mientras sus reflejos perecían poco a poco entre el frio suelo y la escases de luz.

La luz del ascensor quiso iluminar un poco esa enorme habitación de tinieblas. Segovia salió del ascensor esperando que su acompañante lo siguiera y girándose a él, extrañado, le preguntó: — ¿No vienes?

—No creo que sea apropiado. Mi presencia sobra en esta corte. — dijo con cortesía el muchacho.

—Nada de eso. No quiero estar solo con ese fanfarrón. Tú pareces ser muy diplomático. Me serás de mucha ayuda a mí, que dejo que la sangre me hierva al instante. Vente muchacho — extendió su mano y haló el brazo del pasante. —Además, yo soy casi tan importante como él. Y mis decisiones se respetan mientras no atenten con las leyes de los mayores.

El Pasante cruzó el umbral indeciso y, estando de pie junto al Sr. Segovia, las puertas del ascensor se cerraron a sus espaldas. Ambos caminaron hasta el enorme muro de cristal y divisaron el paisaje. La mitad de la ciudad podía verse desde ahí. La zona B y parte, a lo lejos, de la C.

—Vaya vistas tienen estos pelmazos— bufó Segovia. — Aunque debo admitir que me gusta más como se ve así que en días luminosos. No sé. ¿Será por una predisposición a la oscuridad? Como sea...Vamos. Sígueme. Que nos falta camino.

— ¿Ya ha estado aquí antes?— preguntó el Pasante, siguiéndole el paso.

—Si. Por desgracia... Hace tiempo que fui enviado desde la zona A. No quiero presumir, pero cuando cumplí los dieciséis ¡Yo ya pertenecía a la élite! Pero bueno, eso no importa. El chiste es que, tenían ciertos problemas aquí, así que pidieron refuerzos, por así decirlo. Yo conformaba parte de esos refuerzos junto con otros cuatro. Y aunque se suponía que debíamos haber vuelto desde hace años, la carta que avalaba nuestro regreso jamás llegó.

—Dijo problemas... ¿De qué tipo?— preguntó curioso.

Segovia saboreo las palabras y después, con gran énfasis, las dejó salir. —Se trataba de la posible caída de la presa. La estructura comenzó a debilitarse y pues, necesitaban algo de ayuda acá. Nunca se filtró información alguna, así que no te enteraste, como todos los demás ciudadanos. Tienes suerte. Ahora estas aquí y no allá, con las masas ignorantes que gritan despavoridas por el terror... ¡Dios! Todo esto apesta.

Habían tomado el corredor de la derecha, donde la alfombra se extendía de igual manera junto con la pared de vidrio.

Cuando doblaron la esquina de lo que parecía ser a simple vista un callejón sin salida, en el centro de lo que se suponía debía ser la habitación contigua, un enorme hueco que se extendía hacia el infierno del edificio y el cielo de éste, captó la total atención del muchacho, que miraba boquiabierto mientras una gran rampa de anchas laderas subía como un espiral hacia ese cielo embovedado en cristal.

« Un maldito camión podría pasar por aquí y girarse sin tanto problema» había pensado Segovia la primera vez que entró en las oficinas más importantes de un edificio principal.

— ¿Ves eso de ahí? — señaló la parte más alta del espiral. — Es la mentada cúpula. El trono forjado de diamantes y oro del rey de la falsedad. De ahí, justo donde está el enorme pedazo de vidrio, salió todo este desastre. Allá arriba están los mandos más importantes de todo el edificio. Siéntete orgulloso. Solo un número limitado del personal ha sido capaz de subir aquí y presenciar esta porquería. — Segovia dio un par de palmadas en la espalda del joven pasante que sonrió gustoso, ignorando ligeramente el ligero desprecio que había en la voz del señor hacía ese edificio.

Se dispusieron a ascender hasta la planta superior, donde el director los esperaba.

Mientras caminaban, notaron que todo estaba curiosamente vacío. Las puertas de las oficinas, que se encontraban sumamente apartadas unas de otras, tenían las luces apagadas y ni un alma se mostraba por esos rumbos. No oficiales, no trabajadores, no directores ni mensajeros. Solo ellos dos.

« ¿Dónde están estos achichincles estúpidos? » pensaba Segovia, buscándolos con la mirada.

Cuando solo les faltaba media luna por subir, el rostro de uno de los secretarios de rango menor, se asomó por el barandal que los salvaba de caer al mismísimo infierno que ellos ocultaban.

— ¡Señor! ¡Ya está aquí!— exclamó feliz el hombre que caminó a toda prisa hacia la entrada al salón de mandos. — ¡Segovia! Dese prisa. — se apresuró a decir el secretario. —No hay tiempo. Apresúrese.

— Ya, ya...soy hombre de ciencia, no hago actividad física.

Ambos cruzaron el umbral y de repente, fue como si el pueblo fantasma de hace rato tomará vida de la nada. Hombres de traje y mujeres de apariencia ejecutiva yendo de un lado a otro, unos cuantos sin su saco y con sus frentes perladas en sudor, otros que solo iban dictando órdenes, y unos cuantos oficiales armados que esperaban ansiosos al pie de la puerta de escape.

— ¡Pero que lento es usted!— apareció el director vociferando sus inconformidades a los cuatro vientos. —Por poco y nos falta. — Y con esas palabras, el enorme hombre envuelto en traje negro, lanzó un maletín al señor Segovia, que con dificultad logró atrapar. — Salga por la puerta de emergencia y siga las instrucciones del oficial. — Y con eso, sin esperar a nada, se alejó, siendo perseguido por una pequeña secretaria de apariencia nerviosa, cabello corto hasta los hombros y suéter turquesa tejido a mano, quien siempre lo seguía con rostro serio mientras apuntaba algo sobre un cuaderno que nunca soltaba.

— ¿Qué está pasando aquí? — preguntó confundido, mirando al joven pasante que no tenía semblante más astuto que el de él. —Porque habría yo de...—recibió un empujón por la espalda que lo hizo dar dos pasos al frente.

—Por favor, acaté la orden, señor. — pidió un oficial de aspecto tosco que había aparecido de la nada tras de él.

Intimidado por el enorme hombre uniformado, Segovia tragó saliva y asintió. —Ya entendí. Ya. No es necesaria tanta violencia. Bien, muchacho, ven conmigo. — le hizo una señal al joven pasante para que lo siguiera. Pero éste negó con la cabeza, intimidado de igual forma por el enorme guardia que sería de escolta.

—No es conveniente. Mejor será que me pase a retirar.

— ¿Estás seguro?— preguntó Segovia volviéndose a él. —No es inconveniente. Solo saldremos a manufacturar algunos elementos de la maquina climatológica. No hay porque temer.

—Estoy totalmente seguro, señor.

—Con ese ánimo, no llegaras lejos muchacho. Debes inmiscuirte en estos asuntos cuando tienes la oportunidad, si es que quieres llegar a destacar en esta empresa. O en cualquier otra.

—Lo siento. Pero no lo creo pertinente. Tengo trabajo en la oficina. Así que, con su permiso-

El reloj marcó las dos con veinticinco y el edificio se sacudió, interrumpiendo sus palabras y empalideciendo su tez mientras todos luchaban por sostenerse de algo por el estrépito. Segovia miró a su alrededor. Las personas se movían, temblorosas y nerviosas hacia la salida de emergencia que antes les habían señalado.

— ¡Ya no hay tiempo! ¡Salga! ¡Salga!— exclamó el oficial, guiándolos a ambos hacia la salida con rudeza. Esta vez el pasante no lo pensó dos veces y siguió a Segovia hacia la salida de emergencia.






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Notita Personal: ¡Hola, ha pasado un tiempo! :) Escribo esta notita para notificar que el motivo por el cual no he actualizado es por la falta de tiempo y por alguno que otro inconveniente que se me ha presentado. Pero ahora que todo se ha arreglado me pondré a escribir e intentare actualizarlo mas seguido ;)

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