29. El llanto del Caos.
―N° 1286232
― ¡Aquí!
―N° 1287233
― ¡Aquí!
La ronca voz de un oficial dictaba los números de los prisioneros mientras que otro de menor rango, una vez el prisionero mostraba su posición, verificaba el número que se encontraba tatuado en su brazo izquierdo. ― ¡Muy bien señoritas, vuelvan a sus celdas! ― gritaba entonces el portador de la lista y mandaba a llamar al próximo grupo. Reunidos en el patio subterráneo del edificio, la luz del nefasto día penas y llegaba a ellos por medio del enorme tragaluz que formaba la cúpula con forma de panal del edificio. Pequeños focos alrededor de los pasillos en forma de espiral, ayudaban con la iluminación.
―Siguiente grupo. ― ordenó entonces. Era un hombre alto, de tez pálida y mirada pétrea. De pie sobre una tarima a medio construir, esperaba al siguiente grupo de reos mientras hojeaba un bonche considerable de hojas repletas con números, nombres, círculos y cruces hechos con marcador rojo.
Con pasos cortos y cuidadosos, una larga fila de reos caminaba con la cabeza gacha y miradas resignadas. Entre todos ellos, solo dos personas tenían cierta peculiaridad y eran especialmente escoltados. Esa peculiaridad se centraba en sus cabezas, ocultas bajo la máscara de metal. Sin perder tiempo, el hombre comenzó con el conteo una vez las puertas se cerraron.
―N°2158435. —vociferó entonces, con gruesa voz.
― ¡Aquí! ― contestó uno de los hombres con un grito.
―N°2158436...
— ¡Aquí!
—N°2158438
Mientras se dictaban los números, uno de los presos de la fila se giró para ver a ese chico con la máscara. Resopló y con su ronca voz susurro...
—Hey, carnalito, debes estarte cociendo allí dentro ¿no?— el chico ubicó al dueño de aquellas palabras y asintió levemente. — Estos desgraciados...como ellos no han tenido que cargar con esa cosa por más de una hora, creen que es poco castigo llevarla siquiera un día.
Era un hombre alto de complexión robusta y cabeza rapada, que era por mucho mayor que él chico, quien solo fue capaz de ubicarlo por su voz. Era ese hombre que siempre se la pasaba gritando injurias a través de los gruesos barrotes de la celda de espera. Gracias a él, nunca había silencio durante el día.
—N°2158448
— ¡Aquí mi querido señor comandante! — gritó entonces el enorme hombre, fingiendo su voz y agudizándola para que pareciera la de una mujer. El oficial a cargo de corroborar el tatuaje sostuvo con fuerza su brazo, dedicándole una mirada de desprecio. —No me diga que se pondrá celoso mi lindo terroncito de azúcar. Para los dos tengo. — bromeó mientras su brazo era ligeramente torcido por la mano del oficial. Hizo una mueca de dolor sin deshacerse de su burlona sonrisa.
—N°2158450...— Continuó vociferando el de la lista. Esperó la respuesta, pero nunca llegó.
— N°2158450...— repitió.
El oficial a cargo del chequeo, se acercó al chico que era el siguiente en la fila, ya que al momento de formarse, debían hacerlo por orden numérico. Sus pasos hicieron crujir la grava. — Espero que seas sordo o mudo, de otra manera no hay justificación alguna para que guardes silencio. Así que, muchacho, ¿¡Porque no le contestas a tu superior!?— preguntó, mirándolo de arriba abajo. Esperó un corto periodo de tiempo una respuesta. — ¡contesta pequeña alimaña! — Gritó molesto, sujetándolo del casco, mientras con su mano libre buscaba instintivamente el mago de la macana, ansioso.
—Tendré que meterme donde no me llaman— habló nuevamente aquel imponente hombre, suavizando su voz a la vez que extendía ambos brazos, esposados, hacia el frente, para calmar al guardia — pero el chico acaba de ser cambiado de sector, por lo que su número debe serle desconocido por completo. Es decir, cargando semejante pedazo de hierro en la cabeza no puede pedirle que-
—Nadie pidió tú opinión. — Se adelantó el oficial. Hurgó el brazo del chico, buscando la muestra irrefutable de un posible cambio de número. Precisamente, allí donde el número estaba, una ligera marca de piel quemada y removida se encontraba aun lastimada bajo la nueva cifra numérica. — ¿Cuánto llevas con la máscara?
—Dos semanas, con la interrupción de medio día. — contestó entonces, en un susurro. Su voz, ronca y débil, daba la impresión de lastimar su garganta con cada palabra que profería.
— Ya veo...así que tú fuiste la rata que se escapó hace tres días...— el oficial dio dos fuertes golpes con la palma de su mano en el casco del chico, haciéndolo resonar en sus oídos. El oficial lo miró por última vez e hizo una señal con la mano a medida que se dirigía al siguiente reo.
—N° 2158453— continuó el chequeo.
Cuando el oficial se alejó lo suficiente, el hombre que lo defendió habló en voz baja.
—Ahora lo entiendo. Ya se me hacía raro que trajeras esa horrenda mascara, pequeño pilluelo ¡lograste escapar de este sitio! Debes decirme como lo lograste. En todos los años que llevó encerrado aquí, jamás he encontrado alguna forma lógica de poder abandonar este lugar. Aunque, con lo miserable y jodida que es esta ciudad, no sirve de mucho escapar; te encuentran al instante apenas quieras comprar una pieza de pan para sobrevivir unos días.
— ¡N°2158448! ¡Guarda silencio!— le ordenaron callar. El asintió con una sonrisa burlona mientras hacía un ademan de rendición.
—Llámame Tulio. Compañero. Y acuérdate de mí cuando intentes escapar de nuevo. — susurró por ultimo.
La alarma sonó justo después de que el conteo terminara. La fila comenzó a avanzar con paso lento y las compuertas metálicas se abrieron al frente y atrás; un nuevo grupo salía al patio, mientras ellos entraban de nuevo.
**
Contando en silencio los pasos que daba, grababa en su memoria cada sonido, cada palabra y murmullo lejano que pudiese venir a él.
Ya que con la máscara le era imposible ver algo, un oficial lo sostenía del brazo, indicándole cuando girar con un buen jalón que, de no ser cuidadoso la mayoría de las veces, lo arrastraría si perdía el equilibrio mientras intentaba virar para cambiar el rumbo. Eso sucedía a menudo, con cada guardia que lo escoltaba; sin embargo, esa vez, la suerte parecía estar de su lado. —Por aquí. — dijo suavemente aquel joven e inexperto oficial que lo había escoltado en un principio, mientras presionaba un poco su brazo para indicarle que doblarían a la derecha en la siguiente esquina.
Si, tenía suerte. El más amable de todos los oficiales, por no decir, él más maleable, se encargaría de el en lo que quedaba del día. Después de todo, con la máscara puesta, los reos se volvían totalmente inútiles y vigilarlos era la tarea más aburrida que podía asignársele a un guardia. ''Soy un oficial, no una niñera'' decía despectivamente todo aquel al que se le asignaba un cabeza de hojalata.
Mientras el pelotón de reos era escoltado de nuevo a sus celdas, las injurias que propinaban los demás presos, entonces, llenaban sus oídos una vez que la puerta de metal que separaba las secciones se abría, emitiendo un molesto sonido. El denso aire rodeó su cuerpo y muy a su pesar, los aromas de cientos de cuerpos sudorosos alcanzaron a marearlo lo suficiente, haciéndolo tambalear un poco.
Recorrieron los largos pasillos entre injurias dedicadas a los oficiales que caminaban con aire impávido entre ellos. En dos ocasiones, solo uno de ellos golpeó con su macana los barrotes de las celdas mientras los mandaba a callar. —Escorias. — espetaba poco después de hacer sonar los barrotes con su fuerte golpe.
—Uff, el calorcito está a todo lo que da ¿no es así Señor Joven Oficial? — dijo Tulio sin girarse mientras resoplaba.
—Es normal. La energía ha vuelto y las válvulas están a tope. — comentó el joven oficial, cortésmente y sin siquiera pensarlo. Después de todo, en su cabeza, los modales estaban profundamente arraizados y responder a una pregunta era parte de esos modales que le impusieron desde niño.
— ¡Vicente! ¿Qué crees que haces?— lo regañaron al instante. Eran seis oficiales en total. Cuatro a los lados de la fila. Uno adelante y uno atrás. En este caso, la voz provenía de sus espaldas. —Ya te lo dije. ¡No hables con estas alimañas! ¿Dónde quedo tu orgullo? ¡Muchacho Inepto!
—L-lo siento. — Vicente agachó la cabeza. Totalmente avergonzado.
— ¡Hombre! ¡Él sabrá con quien habla! — musitó Tulio irritado.
Después de un par de minutos que se sintieron eternos por los gritos y el pegajoso calor que hacía en esa zona, otra puerta metálica, al final del pasillo, se abrió después de que el oficial al frente tecleará los comandos que aparecían en una pantallita de resplandor azul.
—Muy bien, vayan por orden. Ya lo saben.
Los presos caminaban desganados, entrando cada uno en su respectiva celda. En esa sección, cinco recámaras especiales estaban disponibles. En éstas, los presos que no seguían las reglas eran encerrados en la absoluta oscuridad, de la cual, se encargaba la máscara de metal que se adhería al rostro de la víctima.
Cuando todas las celdas se encontraron llenas, los especiales, fueron escoltados a sus habitaciones.
—Vicente, a las tres treinta se les sirve la comida, y a las siete con cuarenta, la cena. No escatimes en las porciones. De nada nos sirven desnutridos. — Vicente asintió con solemnidad ante su mayor y escoltó al chico del que se encargaría el resto del día.
—Así que...te llamas Vicente. — comentó el joven de la máscara una vez sintió como la mano de Vicente lo soltó para dejarlo en la celda.
El oficial asintió por inercia. — Así es... Pero ni se te ocurra dirigirte a mí por ese nombre, q-que soy tu superior. ¿Entiendes? — Las palabras luchaban por parecer hirientes, así como su voz intentaba adoptar un tono de autoridad, pero el muchacho era tan amable y respetuoso, que solo provocó una ligera sonrisa en el rostro del joven preso.
—Como usted diga, joven oficial. — el chico se sentó en una esquina y esperó.
La puerta se cerró bruscamente dejando un enorme silencio, allí, entre esas cuatro paredes creadas con el propósito de enloquecer a los incautos de mente débil.
En soledad, mientras contaba los minutos que pasaban, trajo a su mente la imagen de un hombre que, a pesar de su tez reacia y mirada frívola, escondía una inmensa gentileza que era incitada por el amor. «—No puedes ir por la vida arrebatando y sustituyendo» — le dijo una vez. Poco antes de perderle el rastro para siempre. «—No está bien. Aun si lo haces con la mejor de las intenciones. Sin él tormento en él alma, la felicidad no es más que un absurdo tópico sin sentido. No hay amor en un acto semejante, aun si ese sentimiento es el que te impulsa a actuar así. »
Un suspiro le fue arrebatado de sus labios. La sonrisa triste de un niño aún más solitario que él sustituyó el recuerdo de aquel hombre.
—No hay amor en un acto semejante. — repitió en un susurro. Abrazando la imagen del niño que removió la indiferencia de su ser. «Me lo prometiste...pero, como es de esperar, ni siquiera me recuerdas. No por lo menos, como algo real. Me pregunto, ¿Qué pasara cuando nos volvamos a reunir? Dime, Armando... ¿estuvo bien lo que hice aquel día?»
Una lágrima rodó por su mejilla, pasando más allá del casco y brotando de él para después, caer y fundirse en el frio suelo. «Ya falta muy poco...muy, pero muy poco. Solo espérame. Así como yo te he esperado a ti. »
***
En las oficinas de la torre central, grupos de policías revisaban cinta tras cinta, en busca de los culpables que dieron pie a que las condiciones climáticas cambiaran tan drásticamente. Tenían horas y horas de cinta que ver, y sin embargo, poco tiempo para hacerlo. Desde que la línea telefónica volvió a funcionar, las llamadas no paraban de llegar. Al inicio todo lo que recibían eran preguntas sobre lo sucedido; era normal, las personas estaban molestas, confundidas e incluso asustadas. Y ellos, como trabajadores de la ciudad, debían responder lo mejor posible a sus preguntas sin soltar demasiada información. Sin embargo, cuando por fin habían formado un protocolo a seguir en sus cabezas con las palabras que emplearían y las excusas que darían, el asunto a tratar cambió drásticamente:
— ¡Señora! ¡Cálmese por favor! — dijo entonces uno de los operadores.
— ¡Mande a alguien, por favor!... ¡Dios! ¡Está golpeando la puerta! ¡No para de gritar!
—Por favor, cálmese. ¿Quién está golpeando la puerta?
—No, no lo sé...— dijo con dificultad la mujer. Fuertes golpes sonaban a lo lejos mientras un grito rompía las reglas de la lejanía.
—Muy bien, deme la dirección. Veré si hay alguna patrulla cerca de ahí. — dijo el joven, intentando permanecer tranquilo. El sonido de una ventana estallando por un fuerte impacto, seguido de un chillido, llenó por completo la bocina.
— ¡Rompió la ventana! ¡Dios mío! ¡Niños, Suban, suban!...
— ¿Señora? ¡Señora! ¡¿Está bien?!— el chico estaba alterado. La mujer ya no respondía y los gritos de terror se habían alejado junto con los pasos que desesperadamente intentaban huir. Un fuerte y sólido ruido llegó entonces. Parecía un metal pesado chocando, rechinante, contra el suelo.
— ¿Señora...es usted? ¿Se encuentra bien?— preguntó con cautela el Joven. Sus compañeros lo miraban expectantes.
—Señora, señora ¡¿Está bien?! — Hablaron al otro lado. Era un hombre. Su voz, chillona y gritona aturdieron el oído del joven al teléfono mientras una risa desquiciada parecía salir desde su garganta rasgándola por completo — ¡¿Está bien?! ¡Está bien! — Repitió el hombre...— ¡Claro que está bien! ¿TÚ LO ESTÁS? Porque... ¡YO LO ESTOY! — y sentenciando su locura con un último grito de euforia, corrió, alejándose del teléfono.
— ¡Rastreen la llamada!— gritó el joven mientras su oído se llenaba con aquello que serían los últimos gritos de la mujer que llamó en busca de ayuda.
Llamada tras llamada, cada una peor que la otra, comenzó a llegar al edificio.
— ¡Ayúdenme! ¡Mi hijo no deja de golpearse la cabeza contra la pared! ¡Está sangrando!— chilló otra mujer.
— ¡Necesitamos una ambulancia urgente! mi padre atacó a mi esposo con un hacha...la calle es...
— ¡Una patrulla! Dos hombres están peleando. Ambos están sangrando y no parecen querer parar...zona F en la calle...
— ¡MI HIJO SE DISPARÓ! ¡ESTA SANGRANDO! ¡SANGRA! ¡DIOS MIO! ¡NO!
Con manos temblorosas levantaban el auricular. Con rostros compungidos escuchaban mientras presionaban ''Rastrear llamada'' y separaban de sus oídos aquellos llantos que resonarían en sus cabezas hasta el ultimo momento de sus vidas.
De pronto su simple trabajo de contestar llamadas y enviar ayuda se convirtió en la peor labor que jamás habían hecho. Eran los testigos de la desgracia ajena que, poco a poco se convertía en propia y en gangrenaba sus corazones aun más con la incertidumbre y el terror. Levantarse y abandonar su lugar; llamar y conversar con sus familiares y amigos...quitarse de la cabeza el miedo de la perdida en sus vidas. Pero no podían. Había algo malvado en hacer eso. Egoísta y cruel...
—Debemos avisar a los ciudadanos— decía un hombre menudo y de apariencia nerviosa que caminaba a toda prisa, siguiéndole el paso; En sus gruesos lentes de aumento excesivo, la imagen del director del edificio central de la zona ''B'' se reflejaba, reacia y tranquila. Hacía más de media hora que las llamadas habían dejado de ser asuntos sin importancia. Ahora era un asunto de importancia sumamente colosal.
De alguna manera los ciudadanos, de la nada, corrían peligro. Habían comenzado a herirse los unos a los otros en lo que ellos creían era un ataque colectivo de histeria.
—No avisaremos nada a nadie. Dejemos que las cosas sigan su curso. — sentencio sin detener el paso. Llevaba prisa y no escatimaba en hacérselo ver a todo mundo.
—Pero señor...— insistió el nervioso hombre.
—Pero nada. Tengo las manos atadas. Sin órdenes de los de arriba, es imposible siquiera pensar en hacer algo. — se excusó el alto hombre de tez morena que vestía en fino traje negro.
—Pero no hemos sabido nada de los directivos desde hace meses. No han llamado. No han escrito. Ni siquiera se dignaron a responder un simple fax cuando pedimos su autorización y apoyo para restaurar la presa. Tuvimos que tomar las riendas en el asunto... — repuso el hombre de lentes.
—Eso fue diferente. Teníamos un tratado a favor de ese percance.
— ¡Pues debería tener un tratado a favor de esta maldita catástrofe, señor! — comenzaba a perder la calma conforme las voces de los operadores y demás empleados subían de tono y la tranquila necedad del director solo aumentaban el hervor de su sangre. — ¡¿Quiere solo...detenerse y escucharme?! Esto es serio. He estado revisando las posibles causas de esto que llamamos histeria...hice un estudio del aire poco después de que esos cohetes fueron disparados hace tres horas. No cabe duda. El aire está contaminado...debemos evacuar a los ciudadanos y hacer un-
—Mire, señor Segovia; — el director detuvo su paso de repente. Se giró para verlo con una expresión indescifrable—Sé que sus intenciones son buenas. Yo también quiero advertir a los ciudadanos sobre este contratiempo...pero, sin las órdenes del de arriba, me temo que no puedo hacer nada. Y si es cierto lo que dice, tarde o temprano ellos solos lo notaran y mandaran a evacuar la ciudad. Así que, solo nos queda esperar. ¿Entendió?
—Pero-
— ¿Perdón? — Acunó su oreja con la palma de su mano. — No lo escuché... ¿entendió lo que le dije?
—Sí, señor Vásquez. — contestó a regañadientes.
Vásquez dio una fuerte palmada en el hombro del menudo hombre, y con una sonrisa retorcida, se alejó, esquivando a las personas que corrían de un lado a otro, alterados por la gran cantidad de trabajo y emociones revueltas que tenían.
— ¡Señor Segovia!— Lo llamaron entonces, mientras veía desaparecer la enorme figura de ese hombre. — Señor Segovia. Lamento molestarlo, pero tiene que venir a ver esto. Encontramos algo en una de las cintas...creo que tenemos a los responsables.
****
Mientras el caos reinaba en lo alto del edificio, en sus profundidades, Vicente acababa de echar un vistazo a los reos de la sección que le habían asignado, cuando recibió una llamada a las dos con diez.
Corrió por los pasillos subterráneos y subió con agilidad y destreza las escaleras estáticas mientras una sonrisa se formaba en su juvenil rostro de veinticinco años. Recorriendo los anchos y lujosos pasillos del edificio central, llegó a la recepción, donde la secretaria que recibió la llamada le sonrió, susurrándole: '' Es ella''
Vicente alisó sus negros cabellos, peinándolos hacia atrás, en lo que era una absurda costumbre. Tomó el teléfono y aspiró fuertemente. Había estado esperando esa llamada toda la semana.
La voz de una mujer lo saludó, cariñosa, al otro lado del teléfono. Después de todo, el joven Vicente había logrado su sueño; Ser aceptado como guardia de policía en aquella ciudad que tanto amaba. Sin deshacerse de su sonrisa, hablaba y hablaba con su madre, que, emocionada, estaba al otro lado de la línea:
—Por fin pude contactar contigo. — Dijo aliviada. — tardaron mucho en devolver la señal a las vías telefónicas.
—Sí, lo sé. No deja de haber movimiento en ninguna de las torres principales. Es un completo caos aquí. ¿Cómo está todo por allá? ¿Mi hermano está bien?
—No puedo salir. La puerta está atascada por la nieve. Y tampoco puedo ver la repetición de mi novela. Thomas está saltando como loco por toda la casa y bueno...la cabeza me duele un poco.
—Descuida mamá, dentro de poco mandaran ayuda y destrabaran la puerta. Por lo de tu novela...bueno, aun trabajan en eso...así que, paciencia. ¿Si? Y por favor dile a Thomas que no toqué mis cosas. Y por favor, toma una aspirina. Están en el botiquín, en el baño... — su madre rio.
—Ya que más me queda. ¿Vendrás hoy?
Vicente negó lentamente con la cabeza. — Lo dudo. Me toca cuidar a un muchachito en cautiverio.
— ¿Un muchacho? ¡Dios! Los vándalos de hoy son cada vez más jóvenes.
—Y que lo digas. Por suerte es bastante tranquilo. Apenas y habla. Pero bueno, mamá, debo colgar. Estoy a punto de exceder el tiempo límite. ¿Te habló luego?
—Si cielo...Te amo.
—Y yo a ti, Mamá. — Con eso, la llamada se cortó y el joven, despidiéndose con un ademan de la secretaria, se dispuso a alejarse justo cuando, en los altavoces, la voz de una mujer sonó dando un anuncio importante.
''A todos los jefes de escuadrón, favor de presentarse en el área de control.''
El mensaje se repitió dos veces más y varios hombres comenzaron a dirigirse a los ascensores y escaleras de emergencia.
A las dos con veinticinco, una serie de fuertes explosiones envolvieron el lugar haciendo temblar estrepitosamente los suelos que se agrietaron en parte, tumbando a quienes iban caminando en ese momento. Las ventanas explotaron en un sinfín de fragmentos cortantes que surcaron los aires y se incrustaron en las pobres victimas que se cruzaron en su camino. Las inmensas columnas de adorno que parecían sostener los altos techos de ese edificio comenzaron a venirse abajo; algunas en pedazos, otras, con su estructura casi completa.
Mientras tanto, los guardias dictaban órdenes a todo pulmón, correteando por los pasillos subterráneos a toda prisa. Desesperados y aturdidos, esquivaban los enormes bloques de cemento y azulejo que caían sobre ellos
La alarma contra incendios ahogó los gritos y el pánico terminó por apoderarse de todos. La luz roja, parpadeante sobre las cabezas de los reos, indicaba la llegada de la innombrable; la muerte estaba allí, al final del pasillo, de brazos cruzados. La huesuda escrutaba en silencio a las pobres almas encarceladas que pedían auxilio a los cielos mientras más de uno maldecía a los guardias que pasaban de largo sin siquiera mirarlos de reojo.
— ¡Ya nos cargó el payaso!— gritaba Tulio, pegando su cabeza a los barrotes de hierro que lo retenían. Reía con fuerza mientras gotas de sudor caían por su frente hasta el suelo.
— ¡Cállate idiota! — le contestaron al otro lado de su celda.
— ¿Por qué negar lo inevitable?— preguntó divertido— Si nos toca pues ya ni modo... ¡Hey! ¡Carnalito! ¿Sigues vivo? — Gritó esperando que el joven del casco lo escuchará. — En estos momentos te envidio. Un tabique te cae a la cabeza y tú ni lo sientes desgraciado. — su risa estruendosa, provocada por los nervios y el miedo, era demasiado fuerte, y llegó con claridad a oídos del joven, que, sin embargo, permanecía inmóvil en su esquina; Contando el tiempo y esperando con paciencia.
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