
23. Encerrado.
Encerrado dentro de un enorme cuarto de metal, esperaba sentado en una esquina con los ojos cerrados y la respiración queda. Con sus manos incómodamente esposadas dentro de una caja metálica que las mantenía agarrotadas en una misma posición y con sus piernas entumecidas, esperaba pacientemente, entonando una melodía –la única que conocía- que alguien le cantaba cuando era pequeño. Su techo de metal crujía insistentemente. Los hombres, esos que lo mantenían encerrado, corrían de un sitio a otro mientras vociferaban de corredor en corredor. El golpe de un mazo recorriendo los barrotes de las celdas superiores resonó con estrépito en sus oídos, haciéndolo estremecer un poco.
No podía saberlo con certeza, pero creía que la luz los había abandonado horas atrás y por ello el departamento de control estaba tan alterado. Con la mitad de su rostro cubierto por una pesada mascara de metal, ni un solo rastro de luz podría haber llegado a sus ojos acostumbrados a una oscuridad total. ¿Cuánto tiempo llevaba con esa mascara puesta? ¿Dos semanas? Pensaba mientras movía ligeramente sus pies, las únicas extremidades libres que su cuerpo aun poseía.
Entre el alboroto que no cesaba, el sonido más humano fue el de su estómago rogando por algo de comer, lo hizo detener su canción. <<Es una lástima. No puedo darte de comer ni mucho menos brindarte consuelo, ya que mis manos se encuentran terriblemente encerradas dentro de estas absurdas esposas. >> Pensó para sí mismo y para su pobre estómago, que emitió un último gruñido de resignación <<Dos semanas con este casco, y una semana sin comida. Se están volviendo cada vez más severos conmigo. >> Dejó escapar una risilla ahogada, recordando el motivo por el cual llegó a tan penosa situación.
Suspiró. ―Menos mal que ya estás a un paso más lejos de ellos.― dijo aliviado.
El sonido del generador ahogó sus palabras mientras un ligero zumbido de energía avivaba el lugar. ― ¡La luz de emergencia se ha establecido! ― alguien gritó a lo lejos.
― ¡Bien! ¡No pierdan tiempo! ¡Tomen todos los vídeos de seguridad y revísenlos minuciosamente! No dejen que se les escape ni un solo detalle.
― ¡Como ordene señor!
<<Eso fue rápido. >> pensó. <<Eso quiere decir que mi tiempo aquí terminará pronto. Menos mal...>>
Y con ese pensamiento un fuerte dolor arremetió entonces en su pecho. Era agudo y persistente. Insoportable y ajeno. El sudor comenzó a resbalar por su piel y un ligero grito intentó salir de sus labios. Ya lo había sentido antes, tiempo atrás; era el dolor de un ser humano que se encontraba encapsulado en un recuerdo sin forma y un anhelo atrapado y perdido en la oscuridad. Sin embargo, este dolor no se comparaba a los que antes padeció. Este era letal. Enfermizo y desquiciado.
―Se está quebrando...―susurró en un jadeo mientras se encorvaba. Su cuerpo comenzaba a temblar y su cabeza, de por si pesada, comenzaba a doler. ―Debes aguantar, idiota. Aguanta...un poco...solo eso.― y entonces, un acceso de adrenalina comenzó a invadirle el cuerpo. La necesidad de moverse, de correr, saltar y golpearse la cabeza contra el muro con tal de descargarla, era fuerte y casi incontenible.
― ¡Hagan un recuento! ― escuchó por encima de sus lamentos. Uno de los oficiales dio la orden y los cerrojos que mantenían a los prisioneros comenzaron a abrirse.
―Muy bien, alimañas, salgan. Es hora de un recuento sorpresa.― La voz de uno de los oficiales sonó impávida.
<<Eso es...falta poco>>después de unos minutos, su celda comenzó a abrirse. En su mente, tuvo la ligera visión de cómo la habitación se llenaba con la nítida luz roja del pasillo cuando la puerta estuvo completamente abierta.
―Hey, de pie. Toca chequeó. ― ordenaron al pie de la puerta. Sintió como una mano lo sujetaba del brazo firmemente y lo ayudaba a ponerse de pie. Era la voz del más joven e inexperto de los oficiales. Ya lo había escuchado antes. Siempre se disculpaba un sinfín de veces mientras sus superiores lo reprendían por su amabilidad hacia los prisioneros. ―Vamos... ¿puedes estar en pie por ti solo? ― preguntó y el asintió con la cabeza y comenzaron a caminar hacia la puerta.
<<Tengo mucha suerte...esto será rápido...descuida....>>
Sus piernas temblaban ligeramente pero con la ayuda del joven, pudo mantener el equilibrio a medida que salían de la habitación.
<<Pronto estaré contigo, Armando...falta poco. >>
**
El crujir de la espesa nieve acompañaba el sonido que los latidos de su corazón proferían. Miraba el reloj en su muñeca una y otra vez y con cada movimiento que la manecilla de éste daba, aceleraba sus pasos convertidos en grandes y poderosas zancadas minutos atrás, cuando decidió dejar a Mirlet atrás con el chico que él consideraba una carga inútil.
A unas cuantas calles del extremo de la zona A, Garrett corría a toda velocidad, recorriendo aquellas calles devastadas que se hallaban en ruinas. Los enormes edificios lucían tristes. La sensación de ser observado a través de sus ventanas rotas lo invadía cruelmente. Sin embargo, su cabeza estaba hecha un lio.
<< ¡Maldición! >> pensaba Gary sin disminuir el paso y, en cambio, moderando su respiración de la mejor manera posible. <<Me descuido un poco y ¿qué es lo que pasa? Todo se atrasa e incluso queda descartado. Debería estar corriendo en la dirección opuesta. Pero heme aquí. Con las manos vacías y el corazón acelerado. Todo por su culpa. Nunca debí aceptarlo. Es inaudito...>>
― ¿Pero qué haces? ― había exclamado en aquel entonces Mirlet, claramente molesto, mientras apartaba las manos de Gary, quien revisaba con sumo cuidado la cabeza de su compañero.
―Reviso que no te golpearas la cabeza en mi momentánea ausencia. ― le contestó echando un último vistazo a aquella cabeza teñida en amarillo con entradas negras. ―Por lo visto no tienes ningún golpe...entonces me pregunto ¿Por qué dijiste semejante tontería?
― ¿Intento ayudar y tú me tratas como si estuviera chiflado?
―Nunca se sabe. Ademas, ese tipo de ayuda no aporta nada bueno a nuestra causa.
―No es ninguna tontería...estoy hablando en serio. Gary... Seria bueno llevarlo con nosotros. Después de todo, nos hace falta personal. Las tropas se están viniendo abajo y después de esto las bajas podrían ser monumentales. Ademas, si quieres volver allá, llevarlo con nosotros seria de mucha ayuda. El es un ciudadano. Podría ser el cebo perfecto para poder entrar. Cuando lo miras de esa manera...no parece tan descabellado... ― En aquel momento, cuando aún no habían abandonado la casa de Armando, ambos se preparaban para marcharse mientras el dueño permanecía en la cocina juntando los platos.
―No puedo aceptarlo. Es cierto que nos falta gente. Pero no ahora. Y en todo caso, ¿porque llevar a alguien que ya piensa por si solo? Los niños son mas maleables, podemos moldear sus mentes fácilmente y prepararlos. El ya esta muy crecido. No nos sirve. ¿Como pudiste pedirme algo estúpido como eso? Carece de propósito, sentido y gusto.
―¡Ya lo se! ― Mirlet lo apartó bruscamente y le arrancó de las manos su gorrito tejido a mano. Su rostro estaba rojo y sus ojos se apartaban cada tanto del rostro de Gary. Se sentía humillado y confundido― Lo sé. Es solo que...Es solo que...no creo que sea justo.― confesó de repente.
Garrett lo miró confundido, abriendo la boca totalmente asombrado de que la palabra ''justo'' saliera de labios de aquel chico que acababa de plantar la muerte en más de un sitio con una sonrisa en su rostro aun sabiendo que con sus actos, cientos morirían.
― No me mires así. ― pidió el menor apenado. Sus labios comenzaban a formar un puchero involuntario que avisaba la aparición de un torrente de lagrimas contenidas.
Gary sonrió divertido y palmeó la espalda del menor, que lo miró esperanzado.
―Hipócrita. ― Pronuncio Garrett y su fría voz rasgó el aire. ― Ya entiendo. Quieres redimirte salvándole la vida al ser más patético que pudiste encontrar. ¿Es eso? ¿Buscas la salvación por tu pecado intentando salvar a quien se encuentra frente a la boquilla del arma que dispararás y, con la cual, matarás a otros tantos? Eres despreciable. Solo un mocoso tonto, iluso... ¡Y pensar que me hiciste esa petición con semejante rostro! Eres enfermizo...
Entonces Mirlet guardó silencio, cabizbajo durante unos segundos.
<<¿Le habrá dolido?>> Pensó Gary cuando lo vio darse la vuelta y caminar hacia la cocina. <<Aun así...diga lo que le diga...el no cambiara de opinión>> Y entonces ocurrió lo que esperaba. Mirlet se giró hacia el y le dirigió aquella mirada insolente que siempre le dedicaba cuando se decidía a hacer algo aun si iba en contra de la autoridad. Con esa mirada decía a gritos todo lo que sus labios jamás decían. Así era Mirlet. Siempre siguiendo sus propias reglas, sin nunca pensar bien en las consecuencias.
Y entonces, en el recuerdo de su insolencia, el rostro marchito del joven a su cuidado volvió a aparecer y embriagó su corazón en aquel entonces e incluso ahora, en su presente:
―Solo busco nuestra salvación...― susurró Mirlet, antes de entrar a la cocina junto a Armando, dejando el eco de sus palabras atrapado en la cabeza de Garrett.
<<Al parecer nuestro egoísmo nos hace buscar nuestra salvación en la perdición de los demás...>> Pensó mientras una casa a lo lejos, triste y destartalada, ubicada en una calle privada, destacó ante su visión.
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