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22. Descontrol.




Charlando como si nada en medio de una carrera exhaustiva para Armando, Mirlet sonreía y contaba un par de anécdotas que él creía sumamente divertidas y extrañas cuando lo único que parecía extraño, era su perfecta condición y el hecho de que el aire no le faltase aun cuando llevaba más de veinte minutos corriendo a una velocidad constante. Gary se había adelantado hace rato. Alegando que no tenía tiempo que perder, aceleró la carrera diciendo a Mirlet que lo esperaba allá, con Ernesto.

― ¿Quieres que te cante? ― le preguntó Mirlet ralentizando sus enormes y ligeras zancadas y esperando a Armando, que dejó de correr desde los primeros cinco minutos y ahora trotaba completamente exhausto. ―Escuché por ahí que cuando una persona hace actividad física, obtiene un mayor rendimiento al escuchar su música favorita durante la práctica. Dime una canción, la que sea. Ya te diré yo si la conozco o no. Vamos. Suéltala... ¿Eh? ¿Armando?

De cuclillas en el suelo, Armando lo ignoraba por completo. Sus músculos estaban tensos y sentía como un flujo de sangre hirviendo le quemaban las pantorrillas temblorosas sobre las que intentaba mantenerse en cuclillas. Sentía como éstas aumentaban y disminuían su tamaño siguiendo el compás de su agitada y entrecortada respiración. <<Se saldrán... mis músculos. Siento que rasgaran mi piel. Y mi pecho, me duele...>>

―No puedo...ya no. Me duele. ― se quejó con lágrimas que involuntariamente salieron escociéndole los ojos por la letal combinación de sudor y sal. Podría ser el mejor en clases y mantener una puntuación perfecta sin problema alguno, pero cualquier actividad física estaba muy por encima de sus capacidades. Incluso el buen hombre que todas las mañanas iba a trotar al parque, muy a pesar de su edad, tenía mejor condición que él.

―Claro que puedes...― lo alentó despreocupado el chico que comenzaba a caminar hacia él. ― Solo levántate e ignora el dolor.

―Eso lo dices porque a ti no te duele. Tu condición es... la de un monstruo.

Mirlet lo miró con un aire de tristeza camuflada con una ligera sonrisa. Cruzó sus piernas y se sentó frente a Armando, quien apoyó sus rodillas y las palmas de sus manos en el piso para intentar abandonar el dolor que aún no se iba.

―Un monstruo ¿eh? Puede que tengas razón. ― Dejaron pasar un minuto en silencio. Minuto en el que Mirlet solamente miraba el cielo y Armando permaneció cabizbajo.

<< ¿Cuántas veces he escuchado eso? ''eres un monstruo''>> se preguntó Mirlet, buscando respuesta certera en el cielo artificial. Y entonces, continúo hablando, no sin antes dejar escapar un suspiro:

― ¿Sabes lo que es verdaderamente monstruoso? Más que mi condición e incluso más que yo. El haberte traído hasta acá. ―Armando levanto la vista confundido. ―Lamento haberte metido en esto. Debí dejar que las cosas tomaran su curso naturalmente. Incluso Garrett me lo prohibió.

― ¿Prohibirte qué? ― jadeó Armando mientras intentaba calmar su respiración. La cabeza comenzaba a dolerle y la imagen del chico de ojos brillantes comenzaba a bifurcarse de cuando en cuando. Era como si su cabeza palpitara acrecentando y disminuyendo al igual que su corazón.

―Lo que decía esa nota― continuó Mirlet, eligiendo las palabras correctas―...la nota que te dejé y la que te guió hasta mí. No era mentira lo que escribí en ella. Ni una sola palabra.

― ¿Qué quieres decir?

―Quiero decir que...de no haber venido con nosotros, ahora, estarías muerto.

<< ¿Qué dijo?>> se cuestionó armando apretando los ojos y sacudiendo la cabeza. << ¿Estaría muerto? Quien ¿yo?>>

Y entonces, entre la imagen borrosa de aquel chico al que miraba, la información llegó a él como un fuerte golpe que lo saco de sus malestares.

Armando lo miró incrédulo.

Las ojeras en su rostro demacrado, sumado a la confusión y el terror que sentía con la palabra muerte le dieron una imagen lastimosa. Sus agrietados labios, machados por el color carmín que emanaban de un par de ligeras grietas, temblaron, intentando articular alguna palabra.

―Tus posibilidades de vida, siendo sincero, eran menores al diez por ciento. La mochila que olvidamos...en realidad no la olvidamos. La dejamos allí a propósito. No para hacerte venir; en primer lugar, nuestro encuentro no debió suceder nunca. Fue un error.

<< ¿A propósito? ¿Un error? Menor al diez por ciento...>> Armando procesaba la información mientras que inconscientemente su rostro demacrado suplicaba por saber la verdad que hasta hace minutos aun desconocía que existiera.

― ¿Sabes lo que es una Ojiva? ―entonces le preguntó Mirlet viéndolo a los ojos.


**


El mundo pareció detenerse por completo. La voz de Talía, que reía sonoramente a su lado mientras señalaba el motivo de su risa, le pareció distante y amorfa. Macabramente distorsionada. ― ¡Que gracioso! ― parecía decir. Pero Miriam no le encontraba la gracia.

En la anchurosa calle que daba a la avenida que llevaba a la zona céntrica y comercial, varios coches aplastados bajo un gran poste de luz se veían tristemente resignados bajo su peso inmovible, ahí, enterrados entre la nieve que no tenía el menor reparo en entrar por el hueco que las puertas, caídas a los lados y deshechas, dejaban desprotegidos. Ese sitio era extrañamente más oscuro y siniestro que aquel de dónde venían. Más silencioso y desierto. El cielo nebuloso que aun así iluminaba sus pasos calles atrás, se veía de un tono más sobrio. Casi semejándose al negro de no ser por las ligeras pinceladas grises que simulaban las nubes.

Allí, a mitad de la calle, un hombre daba saltos de un lado a otro. Con las manos extendidas sobre su cabeza haciendo una especie de danza siniestra. Sus ropas estaban hechas jirones. Vestía lo que antes podría haber sido un fino traje de oficina gris oscuro que ahora se presentaba en el peor estado jamás logrado. Con sus largos cabellos empapados de sudor echados hacia adelante, con la espalda encorvada y uno de sus pies desnudo y colorado por el constante roce del frio suelo; Soltaba alaridos que transmitían odio y desesperación en aquello que parecía ser un espectáculo cuya trama u objetivo no existía.

Al menos eso le pareció a Miriam los primeros segundos en los que sus ojos no se apartaron de esa imagen demencial.

―Cielo... ― susurró con cuidado, extendiendo su mano hacia su hija sin despegarle la vista de encima a ese extraño sujeto. ―Ven, dame la mano.

No quería hacer mucho ruido muy a pesar de que la niña reía sin el menor reparo. Sus movimientos eran lentos, cautelosos, nada comparados con los de su hija. ―Guarda silencio y dame la mano... cariño.― su temblorosa voz demostraba un miedo abrumador. Pero ni ella misma estaba segura de a que temerle. Ese hombre, después de todo, las ignoraba por completo. Pero ella no podía ignorarlo. Las ganas de sostener a su hija en brazos y salir disparadas de allí vibraban en cada parte de su ser casi como una corriente de electricidad que le indicaba que un peligro inminente se encontraba cerca. Sin embargo, eso no pasaba con Talía, que pensaba que ese baile solo era una especie de juego por parte del señor. Ya los había visto antes; montando escenas en la zona céntrica, divirtiendo a los niños mientras ellos hacían el ridículo.

Miriam sostuvo la mano que su niña le tendió distraídamente y un escalofrío le recorrió la espalda. El recuerdo de su tacto al ayudarla a bajar de la barda apareció en su mente como una mala premonición. << ¡Debemos irnos antes de que pase algo!>> y entonces, para su suerte o para su desgracia, el hombre amainó su danza sin sentido y se quedó quieto, mirando algo con mucha atención. El silencio que reinó le heló la sangre a la pobre madre que temía realizar un movimiento en falso y captar su atención.

Con su vista periférica, Miriam intentó ver el sitio al que miraba.

Era un tambo de basura, por lo que alcanzó a ver, ya que un auto le impedía ver exactamente que había allí. El hombre caminó encorvado, levantando sus codos como lo haría un vaquero del viejo oeste que, con pistola en funda, se preparaba para el tiroteo. Parecía estar jugando con alguien que no alcanzaba a vislumbrar.

Talía había callado y ahora miraba atenta al próximo movimiento del hombre, esperando una escena aún más graciosa que la anterior.

<<Algo malo pasara. Muévete, muévete. >> Pensaba Miriam, sin comprender porque sus piernas no respondían a su deseo.

Y entonces ocurrió.

De un movimiento rápido, el hombre se dirigió sobre aquello que esperaba entre en el tambo de basura y el carro destartalado que había chocado contra la pared en su fiero intento de escapar del poste de luz. Y emitiendo un extraño sonido gutural, como si imitase a un perro desesperado hurgando en la basura, comenzó a arrastrar algo que por su sonido parecía ser pesado, pero por la facilidad con que él lo arrastró a mitad de la calle, indicaba todo lo contrario. Para cuando se dio cuenta, el cuerpo de un hombre de gran edad yacía en el piso bañado en sangre; sangre que se fundía poco a poco con el blanco de la nieve. Lo arrastró hasta la mitad de la calle, justo donde había estado bailando hacia poco y entonces, el sujeto del baile chistoso pegó un fuerte salto hacia el estómago de la pobre víctima que solo pudo proferir un fuerte grito de dolor; un grito que al igual que su sangre con la nieve, se fundió con los gritos desenfrenados de placer y diversión que ese hombre daba a los cuatro vientos mientras con cada salto encogía sus piernas hacia su pecho para hacer algo más divertido el asunto.

Esa pequeña niña, que hasta hace segundos reía como si le hubiesen contado un chiste muy gracioso mientras señalaba al causante de su risa, extinguió todo rastro de alegría al instante y cubrió con sus manos sus ojitos mientras se apegaba al estomagó de su aterrada madre que miraba, horrorizada, esa grotesca escena que no tenía comparación a ninguna creada por el violento cine del gore.

El hombre del baile chistoso, al escuchar los gritos de su víctima, dejó de saltar después de haberle dejado lo suficientemente lastimado. Y, poniéndose en cuclillas sobre ese magullado estómago, sonrió.

―A-a-ayu-ayuda...― dijo con dificultad entonces la pobre víctima. El hombre de la danza asintió un sinfín de veces con la cabeza y bajo de su estómago.

Buscando entre la nieve, el hombre de la danza encontró un largo tubo de metal roto. Lo miró unos segundos y luego lo sostuvo entre sus manos y se giró hacia el pobre que pedía ayuda a quien fuese que lo pudiese escuchar.

El tubo de metal se alzó a los cielos y sin aviso previo, en total silencio, le asesto un fuerte golpe en la cabeza. Dos golpes. Tres golpes...la sangre brotaba a borbotones de su cabeza.

Y para cuando el hombre levantó de manera perpendicular él tubo sobre el rostro del hombre, Miriam ya tenía a Talía entre brazos y comenzaba a correr.

La carcajada de un hombre demente junto al desgarrador grito de dolor de un hombre acunado en los brazos de la muerte fue todo lo que escuchó mientras reprimía un grito de terror.


***


―Un arma ― Explicó entonces Mirlet ― Aquello que nos devolviste y el principal motivo por el cual estamos huyendo, es eso. Un arma creada con el único fin de terminar con esta absurda creación que tantos problemas nos ha traído

― ¿Terrorismo? ― pronunció con cuidado.

―Me sorprende que un habitante de la ciudad conozca semejante término. Pero sí. Si así lo quieres llamar. ― En la mirada del chico antes absurdamente amable e infantil, el brillo que adornaba sus castaños ojos se extinguió por completo, pintándolos en un opaco sentimiento de frialdad que por alguna razón hizo estremecer a Armando, quien siempre se había considerado una persona fría y metódica. Alejada de todo lo que no tuviese que ver consigo mismo.

<<Yo también fui  programado...Entonces...>>

― ¿Quieres decir que ustedes dos, son parte de ese movimiento? ― preguntó incrédulo, con una sonrisa de desesperación que se formaba poco a poco en su rostro. Mirlet asintió. ―Exactamente... ¿qué tipo de arma es?

―No ''que arma'' si no ''que armas''. Son varias. Armas Químicas, según recuerdo. ― Mirlet comenzó a explicar y a recordar, como un niño que intenta re memorizar la tabla del nueve y la dice en voz alta para sí mismo.―BZ, Cianuro de Hidrógeno, unos cuantos de gas Sarín y Mostaza...en realidad no tengo idea de cuantos variantes se colocaron en cada zona ni de qué tipo, solo sé que son bastantes combinaciones absurdas. Las ojivas, colocadas en sitios estratégicos, algunas dentro de enormes mochilas, otras escondidas por los conductos de respiración...todas ellas tienen un temporizador, cosa curiosa, ya que no suele usarse en Ojivas comúnmente a no ser que sean para su auto destrucción. Pero es la mejor forma de detonarlas. Cada una posee tiempos diferentes. La tuya, si no mal recuerdo, se detonara dentro de...un minuto y medio. Saldrá disparada a tu cielo y esparcirá los químicos tal como lo harían los fuegos artificiales que de vez en cuando disparan aquí dentro. ¡Bum! ― Mirlet extendió las manos hacia los lados con gesto de sorpresa. Parecía divertirse con la idea. ― Y La magia se hará. La mochila que dejamos en tu casa contenía gas mostaza e iba ser la encargada de destruir o en defecto herir letalmente a toda esa cuadra. A ti y a tus vecinos. Fue un acto heroico, si quieres mi opinión. ¡Y pensar que cargabas a tus espaldas tu propio ataúd! ― Rio divertido. Se levantó del suelo y extendió su mano hacia Armando, que no hacía más que mirar el suelo. ―Te ayudaré a ponerte de pie. Debemos irnos. La ojiva de la mochila que nos enjaretaste de nuevo pronto se detonará y esparcirá gas mostaza. Porque si, querido, de que te ibas a desfigurar, te ibas a desfigurar de lo más lindo.

Mirlet hablaba de todo aquello con tanta naturalidad que parecía ser solo una broma creada por su aun infantil cabeza. La destrucción de la que hablaba parecía serle algo totalmente desconocido. Un niño hablando de la muerte como de sus juguetes favoritos.

<<...¿por qué me siento así?>>

Armando, aun si poseía pocos conocimientos sobre esos utensilios arrebatadores de vida, sabía perfectamente lo que estos podrían ocasionar.

En las escuelas de esa ciudad, no se hablaba demasiado sobre cosas del pasado. Era un tema que nadie quería tocar por la poca relevancia que tenían para su presente. Sin embargo, en una de las pocas clases que recibió en la escuela sobre ese pasado, se mencionaba la primera y segunda guerra mundial como una cruel masacre lejana que jamás se había vuelto a repetir, justamente por su brutalidad aniquiladora.

La mujer que daba la clase no hizo más que dar las fechas del suceso, los motivos que los llevaron a cometer tal acto despreciable, el número de muertes y la causa de ellas. Era claro que quería pasar a un tema más interesante.

<<Todo por el poder...que tontos... >> Armando había pensado en ese entonces, no dándole mucha importancia a las actividades que habían realizado la gente del pasado, así como el resto del grupo.


''El pasado no importa, solo nuestro presente y lo que hacemos de él. El ayer no existe. Desaparece entre las sombras de un mal recuerdo cuya veracidad aun es puesta en duda''


Esas palabras que alguien-a quien no recordaba- le había dicho hace mucho tiempo atrás, yacían grabadas con tinta indeleble dentro de su cabeza. Creía en ellas y vivía por ellas. Simple.

En esa clase se le había explicado sobre los efectos del gas mostaza entre otros gases que ya no recordaba, puesto que no le interesaban en lo más mínimo. Sin embargo, en su desapego, solo escuchó sobre el primer gas que fue mencionado.

―La muerte por gas era especialmente terrible. ―Explicó aquella mujer en este caso, el gas mostaza produce intensa irritación, sequedad y ampollas en cualquier mucosa con la que entra en contacto: si se inhala en forma de aerosol, por ejemplo, las mucosas de la tráquea, los bronquios y los pulmones sufren graves daños. En general, además de sufrir ampollas internas, sangran, inundando los pulmones de sangre y produciendo un edema que puede matar a la víctima. Lesiones en as terminales nerviosas,aunque no tan graves como las causadas por elsarí. La exposición de más de un 50% del cuerpo a este compuesto es normalmente letal. Los Ingleses lo utilizaban, o bien en forma de aerosol o en el interior de bombas de artillería. Cuando era lanzado contra la infantería, causaba estragos: no porque matase a muchos soldados, pues no lo hacía. Incapacitaba a muchos de ellos, produciendo gran sufrimiento y llevando a los servicios médicos del enemigo al borde del colapso. ― la manera en la que exponía los efectos de ese gas en específico era frívola; al igual que cuando habló de todas las muertes que la guerra se llevó consigo.

Un robot programado para brindar información. Ella era eso. No era humana. Ya no. Y su único cometido en la vida, era programar de igual manera las mentes de los niños que escuchaban sus palabras y no les daban la menor importancia. Incluso Armando, que miraba la ventana con la cabeza apoyada en la palma de su mano derecha, ignoraba la crueldad y la injusticia que esas personas del pasado vivieron. No es asunto mío, pensaba en ese entonces, más preocupado por que la clase terminara pronto y no violara su horario premeditado y perfectamente estructurado.

Así era la vida allí dentro, en esa ciudad donde todos sonreían amablemente mientras te saludaban al pasar. Una mentira. Personas habían dejado de lado la empatía, aun si parecía ser todo lo contrario, cuando fingían preocuparse por el bienestar del vecino que había caído.

Incluso el, quien era embargado por una repentina ráfaga de verdades ignoradas, fingía; cuando saludaba al hombre que corría en el parque por las mañanas. Cuando le sonreía a la madre soltera e ignoraba a su pequeña que con tanto entusiasmo le contaba sobre su mundo infantil. La imagen pulcra, recreada día tras día, de un joven apuesto y amigable, inteligente y seguro de sí mismo...todo era una mentira. Él era igual a ellos. Incluso peor. Programado para fingir ser un humano y para seguir el mismo patrón de conducta día tras día sin cambiar una sola cosa en su rutina.

Todo eso que lo hacía igual a todos, pudo vislumbrarlo allí, solo en ese momento, cuando se vio a si mismo reflejado en aquel efímero brillo que era consumido por el opaco color del vacío.

Mirlet dejo de ser el adolescente infantil y juguetón que no comprendía el peso de sus acciones y paso a ser el verdugo sobre el cual recaía el líquido carmesí de una vida perdida.

''El comprende perfectamente la situación. ''

Esa voz surgió de entre la oscuridad. Susurrante. Senténciate. De repente, atormentándolo en sus pensamientos y forjándolos con el material de un odio arraigado.

''Sabía que en sus manos se encontraba la vida misma y que de sus decisiones dependería si esa frágil existencia seguía adelante o no. ''

''Cerrar la mano y estrujarlos con fuerza, o mantenerla abierta y permitir que sus víctimas vuelen hacia un horizonte lejano. ''

―Armando, no quiero alterarte, pero debemos irnos. ― Mirlet habló. Mirando a ambos lados. Pero Armando no lo escuchó. La voz en su interior no se lo permitía.

''...Él lo sabe, y aun así, decidió cerrarla y sentenciarnos a todos...''

''Porque sí. Hasta hace unas horas, tú también estabas ahí. ''

Armando se sostuvo la cabeza con ambas manos. Su cuerpo se contraía lentamente, formando una concha humana mientras apoyaba su frente en la fría nieve que crujió levemente.―Hey, Armando, el cristal que nos separa de la zona B no nos protegerá por mucho. Además, Gary debe estar esperándonos―Insistió Mirlet, levantándolo por la espalda, acto al que Armando no opuso resistencia. ―Eso. Que bien. Ahora, caminemos. ― El sonido de la ojiva retumbo en el aire, era apenas perceptible y solo Mirlet pudo darse cuenta de ello.

―Bien, Armando, es hora. Debemos irnos antes de que-

Un fuerte golpe se asestó en el rostro de Mirlet antes de que pudiese terminar de hablar. El segundo del día, solo que este era infundado por el rencor de un ser humano que había estado a un paso de cruzar la línea que separaba la vida de la muerte.

La sangre le hervía y el deseo incontenible de golpearlo parecía manejarlo como a un títere. ''Buenos días joven'' recordó la sonrisa de ese buen hombre. ''Las puertas de nuestro humilde hogar estarán abiertas para ti. '' El buen corazón de una madre. ''Armandito ¡Aquí! ¡Aquí!'' la voz de esa pequeña niña que tanto lo quería, resonó por ultimo entre cada golpe que Mirlet esquivaba confundido. Bellas personas que hacían de sus días cotidianos algo más viables. Bellas personas que vio llorando y sufriendo por el egoísmo humano mientras sus pieles eran marcadas por el gas propagado. Con cada golpe que propinaba, un grito de furia desgarraba su garganta mientras en su mente palabras que lo alentaban a continuar, avivaban más la llama de su destructivo deseo.

''Eso es. Vamos, vamos. Rómpelo. ¡Rómpelo! ''

Una lejana y enfermiza risa resonaba en algún recoveco de su nublada mente. Alguien que detestaba, oculto entre las sombras, se divertía con su querido títere mientras movía sus brazos y piernas por los hilos del rencor. ― ¡Armando! ― gritaba Mirlet, pidiendo que detuviese sus ataques torpes pero potentes. El chico esquivaba magistralmente los golpes que el inexperto tiraba al aire. ― ¡Armando! ¡No tenemos tiempo para esto!

''ROMPELO CON MAS FUERZA''

Y con esas palabras llenas de codicia y locura, la imagen de una casa en llamas apareció en su mente. Sus manos se detuvieron. La ira fue asfixiada por un torrente de lágrimas que brotaron por sus ojos. La silueta de un gran hombre saliendo entre las llamas. Un niño llorando y un auto volcándose por un barranco, imágenes que quedaron evaporadas por una canción de jazz que le era familiar.

―La vie en rose...― murmuró entonces, cayendo de rodillas al suelo con la vista perdida en algún punto lejano. ― Y sus hermosos ojos grises.

― ¿Ojos qué? ― pregunto Mirlet, acercándose con cuidado a él. Armando balbuceaba algo ininteligible para él. ―Hey, muchacho raro. ¡Ya para! Debemos irnos, Ahora. ― dijo mientras sostenía el rostro de Armando entre sus manos y lo miraba a los ojos. Pero era como si el chico no estuviese ahí. Vagaba en senderos desconocidos que lo atormentaban y lo encapsulaban en sí mismo. Mirlet se puso a sus espaldas paso sus brazos bajo sus axilas, poniéndolo en pie. Al igual que antes, Armando le facilitaba el trabajo, poniéndose de pie al sentir el jalón del otro mientras balbuceaba cabizbajo.

― Ahora, no me vayas a soltar otro golpe, porque esta vez te lo devolveré. Eso es, buen chico. Vámonos. El gas entrara dentro de poco y para cuando eso pase, debemos estar muy lejos de este sitio. ― Y con Armando apoyándose de el a encuestas, ambos se internaron entre la niebla de ese silencioso sitio devastado y fantasmal.

―Pronto estaré contigo, Armando...falta poco.

La suave voz de alguien lo calmó en sus adentros. El asintió levemente, dejando que sus músculos se relajaran y soltando un suspiro de alivio al escuchar esa voz tan clara como el agua.





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