20. Claro de Luna Artificial.
Encerrado entre esas cuatro paredes, Armando permanecía de pie a la mitad de su habitación, con la luz apagada y con solo una franja de luz proveniente del pasillo que iluminaba una distante esquina. Todo estaba teñido en blanco y negro a excepción de esa suave luz amarillenta. Sus ojos estaban perdidos en esa puerta de madera, vieja y desgastada. Ningún pensamiento rondaba su mente. Su mundo estaba congelado pero, extrañamente, el sonido del reloj seguía marcando el paso y con ello, el tiempo.
― ¡Armando! ― gritaron de repente ― La cena ya está lista. Baja de una vez. ―La dulce voz de Margarita lo llamó desde la cocina, resonante.
Entonces, un clic sonó dentro de él y atendiendo al llamado con una sonrisa repentinamente mecánica, salió de su habitación y se dirigió hacia la cocina; única habitación vivida y colorida por una presencia casi fantasmal.
― Que rápido eres. Ojala así de rápido fueras al pedirte ayuda en los deberes de la casa. Lávate las manos antes de sentarte cielo.
Colocó sus manitas bajo la llave del fregadero, sin siquiera notar cuando se transportó hasta ella. Mucho menos cuando la abrió o cuando el agua brotó. Sentado ante la mesa, miraba los movimientos de Margarita en silencio. Ajeno a ella, ajeno a él. Ajeno a todo. ―Siéntate derecho, Armando. ―pidió ella una vez se sentó a su lado. En esa silla que siempre daba la espalda a la ventana y en la cual, ella siempre se sentaba.
Analizando cada bocado que ella se llevaba a la boca, el pequeño poco a poco comenzó a tomar conciencia de lo que ocurría. El recuerdo fatal de la muerte entonces, no le pareció más que un sueño. Un sueño venenoso que infectó su alma mientras vivía en la ilusión. Ahora todo volvía a la normalidad. No, mejor dicho, seguía rondando en la normalidad de su vida cotidiana.
Sus movimientos y su percepción se restauraron. Dejo de parecer un pequeño robot y se sirvió de los modestos manjares que adornaban esa pequeña mesa redonda que siempre compartían juntos. El clic volvió a sonar cuando la boca se llevó un bocado de pan untado de mermelada y lo masticó con lentitud, sintiendo esa textura grumosa reinar en sus papilas gustativas.
― ¿Rico? ― Margarita se aventuró, mirándolo ansiosa. El asintió levemente, formando una sonrisa llena de migajas de pan y manchas de mermelada acumulada en las comisuras de sus rosados labios.
―Lo sabía. Es pan recién horneado. Leí la receta y seguí cada paso al pie de la letra. Es un alivio que te haya gustado. ―Margarita extendió su mano y sujeto la de él, apretándola con ternura. Sus ojos marrones, rodeados por un par de arrugas apenas visibles por la edad que la acechaba entre las sombras, le transmitieron la calma que necesitaba para entender que todo había sido una pesadilla y que su realidad era nada más y nada menos que esa que vivía junto a ella.
Ambos charlaron por poco más de media hora. En la plática, un tema inesperado salió a la luz. Ella había terminado de comer y de un ligero movimiento de manos, alejó el plato vacío que antes estaba lleno de vegetales marinados en soya, carne y espagueti. El conjunto de alimentos que ambos amaban. Tomo aire y lo miro con severidad. Entrelazo sus dedos adornados por ese par de sortijas azules que jamás se quitaba.
―Ayer, cuando salí a barrer el patio. ― empezó― note una enorme grieta entre los arbustos, allí, en el cristal. Y según recuerdo, hace dos días, tú estabas jugando allí. Ya que te vi salir de entre los arbustos. Quisiera saber... ¿Por qué no me avisaste de ese desperfecto? ¿Tienes idea de lo peligroso qué es? ―Armando asintió levemente, mientras sus labios temblaban en un ligero puchero involuntario. ―No. No me pongas esa cara. Lo pasare por alto ya que aún eres un niño y este tipo de cosas, naturalmente, las desconoces por completo. Pero que no vuelva a pasar. Ya le hable al servicio de mantenimiento. Vendrán mañana por la mañana para arreglar ese desperfecto.
―Pero mañana es domingo. Se supone que no trabajan...
―Se supone, pero cuando se trata del Domo, las cosas no se pueden dejar para después. Además, hay otra cosa. ―añadió a su sermón. ― Te he dicho mil veces que las mentiras son malas ¿verdad?
Armando asintió con la cabeza―Sí. Mil cuatrocientos veintiocho, si no me equivoco.
Ella sonrió y meneó la cabeza―Exactamente. Entonces, si te lo he dicho tantas veces, ¿Por qué me mentiste? ― Los ojos del niño revelaron la impresión que sintió en ese momento. Ella lo imitó en gesto burlón y continuo. ―Si. Lo hiciste. Tú me dijiste que habías escuchado el nombre de Geranium por ahí. Y justo hoy por la mañana me encuentro con que ese tal ''Geranium'' es un amigo tuyo.
― ¿Cómo? ―dijo en un tartamudeo mientras se levantaba de un salto.
―Si. Hoy por la mañana, cuando iba de camino al mandado, me arribó por la entrada preguntando por ti. ―El corazón de armando latió con fuerza desde el instante en que aquella personita fue nombrada. ―es un muchachito muy extraño. Se giró sin decir palabra una vez le dije que no estabas. Tuvo que contestarme entre gritos cuando le pregunte de donde te conocía. ''será mi amigo'' dijo pegando saltitos y solo se echó a correr.
― Y ¿Qué fue lo que le dijiste?
―Que saliste a dar una vuelta.
― ¿Solo eso?
― ¿Qué más podría haberle dicho?― cuestionó ella.
― ¿No dijo si volvería? O ¿Cuándo? ―Los ojos de Armando brillaron levemente. Diferentes emociones contradictoras lo invadieron mientras decidía la palabra que articularia después.
<<Entonces ¿si eres real? Pero qué pasa con lo que ese hombre dijo>>
''El domo está cubierto por una densa capa electrónica diseñada con el único fin de simular el día y la noche. Un enorme computador programado anteriormente por la mano del hombre. No me extrañaría que aquello que viste solo fuese un holograma oculto tras una imagen aún mayor. Una interferencia. '' estaba dispuesto a creerle a esas palabras. Incluso, durante el camino a casa, las había evocado como un mantra con el único fin de saborearlas y hacerlas suyas por completo.
―Como sea. Ha sido muy grosero de tu parte no habérmelo dicho. ― espetó Margarita sacándolo de su ensimismamiento. ― Dices que no tienes amigos y me ocultas al único que tienes. Eso es cruel.
Pero Armando, impulsado por las ansias de verlo, solo la ignoró y caminó hasta la puerta principal, dispuesto a salir para buscarlo ya fuese al frente, por las calles de alrededor. O en el patio, a través del cristal agrietado.
<<Quiero verlo. Quiero verlo con mis propios ojos. Si estás aquí o estás allá. Quiero saber que existes, Genaro. >>
Estaba tan emocionado, que no notó la enorme silueta que le impedía continuar.
― ¿A dónde crees que vas? ― El tono de Margarita se apagó lentamente, al ver a ese extraño de pie frente a la puerta. ― ¡Armando! ―Soltó un chillido aturdidor que basto para que el miedo recorriera el cuerpo del pequeño, que en un impulso cerró la puerta aterrado a medida que Margarita lo acercaba a ella y ponía el cerrojo. Ambos subieron a la planta alta sin perder tiempo. Las luces se apagaron de repente y lo último que escuchó fue el eco de sus pasos, sus respiraciones agitadas y los corazones a punto de explotar.
<<Si mi corazón no estuviese custodiado dentro de mi pecho, sus latidos inundarían cada habitación de este lugar>>
Gritos, llanto. Maldiciones y risas. Todas ellas pasaron en un flashback adornado por las cruentas imágenes de Margarita siendo golpeada y arrastrada por la casa. El fuerte golpe incrustado en su estómago. La casa en llamas. La sonrisa de Margarita deformada por el dolor. La desesperación liberada en su interior mientras lloraba, gritaba y pataleaba anhelando libertad para ir a su lado. Las miradas de los vecinos que solo miraban desde la comodidad de sus casas. Las palabras de Nariz Grande. El bosque. La explosión. Los gritos de Nariz Grande. La confusión de mastodonte y dando fin con la camioneta volcándose por una caída empinada mientras esos hermosos ojos grises lo miraban desde lo lejos.
**
''Cuando despiertes, mi niño, todo el dolor se habrá ido.''
'' Tu pupila marrón se llenará con un amanecer más.''
''Y tu sueño será cobijado por el viento...''
''envuelto en anhelos que ya no he de poder cumplir'.'
''Pero no has de temer, mi dulce niño, que detrás de la luna ''
''te cuidaré cuando la noche tiña en tinieblas las dunas del tiempo ''
''que no he pasado a tu lado.''
La cabeza le dolía y su cuerpo se sentía pesado. Abrió lentamente sus ojos, enfocando con dificultad el paisaje. Estaba oscuro y casi silencioso de no ser por el constante sonido de algo que era arrastrado con dificultad. Notó como el techo construido con esmero para hacerle creer que tenía una vida real se movía despacio, en intervalos de tiempos de cinco segundos y sin hacer mucho progreso. Miró sus pies en un ligero movimiento de cabeza y observó cómo su mundo se movía lentamente.
<<Así que era yo quien se movía>> pensó, entrecerrando los ojos nuevamente, guiado por el sueño.
Otro intervalo de cinco segundos y un jalón qué antes no había sentido, lo hicieron volver de un golpe a la situación. <<Espera...estoy siendo...>> y como si ese pensamiento fuese la palabra clave para desbloquear el nivel, sintió entonces como era halado por los suelos desde el cuello de su ahora sucia y rota camiseta.
Alarmado, Armando sujetó aquella mano que se aferraba a su camisa con fuerza y girándose tal cual lo haría un cocodrilo después de atrapar el anzuelo, intentó incorporarse del suelo con un rápido movimiento, soltando un eufórico grito y halando a esa persona hasta a él. Ambos rodaron por el suelo, siendo Armando el que quedo encima y con toda la ventaja posible; propinando fuertes golpes al azar que en su mayoría eran detenidos al instante.
― ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Maldito! ― decía una y otra vez. Cerrando los ojos con fuerza. La persona que yacía aprisionada bajo su cuerpo no emitía ningún sonido. Solo se limitaba a evitar los blandengues golpes que ese niño intentaba conectar.
― ¡Maldito! ¡Maldito! ¡Tu...! ¡Tú me la arrebataste! ― dijo por fin, perdiendo las pocas fuerzas que aun tenia y disminuyendo el ritmo de sus pobres golpes. ―Tu...me quitaste lo único que tenía en este mundo...
― ¿Pero qué dices? ―Hablaron entre la penumbra. Justo debajo de él. ― ¿Qué dices que te arrebate? ― Esa dulce voz infantil se burló, confundida. Armando igualmente confundido, abrió los ojos de repente, impresionado. Sintió como las manos de esa persona lo empujaban con fuerza al suelo y el peso de un cuerpo se instaló encima de su estómago mientras parte de sus caderas eran aprisionadas con fuerza por un par de fuertes piernas.
―Lo siento. Pero pesas demasiado para mí. ―se disculpó el dueño de la voz, colocando sus manos alrededor del cuello de Armando, aprisionándolo con fuerza. ― Y si no hago esto, temo que puedas herirme. Y si mi hieres. Yo te heriré a un más. Y nadie quieres eso, ¿verdad?
Instintivamente, Armando busco las manos de aquella persona con las suyas, intentando apartarlas de su cuello, el cual comenzaba a doler por la fuerza que era ejercida contra el. Forcejeo un poco, intentando contorsionar su cuerpo. Pero era inútil. Las piernas de esa persona parecían pesadas cadenas que lo inmovilizaban aun mas con cada movimiento que hiciera.
― ¿No entiendes la situación en la que estas, o si?
― ¿Quién eres? ―dijo Armando con dificultad. Cada vez se le hacía más difícil respirar.
―No me vayas a decir que ya me olvidaste. ¿Qué hay de toda esa historia trascendental que ambos compartimos? Dos días conociéndonos ya son demasiado. Y olvidarme después de esos dos días, no es lo mas lindo que me ha pasado
Mirando esa silueta negra inclinada hacia él, perdió las fuerzas y la voluntad para zafarse.
―Genaro... ¿eres tú?
― ¡Por supuesto! ― alejó sus manos del pequeño cuello de Armando de repente, quien estuvo eternamente agradecido por volver a respirar. Genaro parecía feliz cuando dijo eso, e incluso, dio la impresión de que había sonreído. ―No te ofendas pero, me he dado cuenta de que eres algo lento.
El peso desapareció de su cuerpo. Los pasos de Genaro caminando hacia un árbol en específico y las risitas burlonas que este profería parecían un sueño tan vivido e irreal que Armando aun no parecía digerir. ―Mira nada más. Mi pobre linterna casi muere por tu culpa. Pídele disculpas.
La luz blanca y parpadeante de la linterna dio contra sus ojos cegándolo por completo. ― ¡No hagas eso! ―exigió molesto mientras se cubría con un brazo.
―No hasta que le pidas disculpas.
―Es una linterna. ¿Por qué habría de pedirle disculpas?
―Porque de no hacerlo no pararé. Vamos, no pierdas el tiempo.
―Está bien. Está bien. ¡Lo siento! ¿Si? No fue mi intención. ― La luz se apartó de él y alumbró un camino. La mano de Genaro lo sujetó por la muñeca, impulsándolo a levantarse.
― ¿Lo ves? No te costaba nada.
― ¿A dónde vamos?
―Por el momento, saldremos del bosque. No me gusta la oscuridad. Ven, sígueme. Rápido.
Caminaron alrededor de media hora entre burlas que Genaro le hacía a su inexperto acompañante que resbalaba por alguna pendiente pequeña y poco empinada. Y Aunque le costara admitirlo, Armando era ineficiente en cualquier actividad física. Por lo tanto su condición no era la mejor de todas además de qué jamás había recorrido semejantes terrenos.
En más de una ocasión, se vio a si mismo admirando la agilidad, la rapidez y la elegancia con la que Genaro se movía. Era ligeramente más alto que él, aunque igual que flacucho. Y aun si la oscuridad no le permitía ver del todo, alcanzó a captar que su cabeza aún seguía oculta bajo esa vieja bolsa de papel.
Era incomodo cada vez que se giraba a mirarlo con esa cosa puesta. Era como hablarle a alguna extraña criatura y en silencio se preguntaba qué era lo que ocultaba debajo de esa fea bolsa.
<<Quizás es demasiado feo para este mundo>> Pensaba mientras lo miraba subir las rocas al igual que lo haría un gato.
<< O, tal vez, se trate de una fea cicatriz. También puede ser un anciano arrugado que de alguna extraña forma consiguió la fórmula de la juventud pero esta solo funciona con la agilidad del cuerpo. Semejándose a la de un joven. ¿Granos? ¿Una inmensa nariz? ¿Verrugas en las verrugas? ¡Que ocultas bajo esa cosa!>>
― ¡Hey niño! ¿¡Piensas subir algún día!? O planeas quedarte allí mirándome embobado.
― ¡N-No te estoy mirando! ―contestó ruborizado y molesto. Y adoptando su naturaleza infantil, con un puchero se dispuso a trepar las rocas, cabizbajo. Genaro soltó una carcajada en la cima. Al final de cuentas, ese niño misterioso fuera del cristal, no era más que un mocoso sarcástico y burlón.
―Vamos, podrás contemplarme una vez lleguemos a descansar.
― ¡Ya cállate!
***
''Cuando por fin pude llegar a la cima de esa montaña artificial, un hermoso paisaje bañado en azul me recibió con alegría. El oscuro color de mi cielo mentiroso, era iluminado por la luz de aquel foco al que descaradamente llamábamos luna. Y debajo de ella, un inmenso lago de agua cristalina se extendía silencioso.
Pero, lo más bello de esa vista, fue la delicada escena de un chico de cabellos negros, tan negros como se suponía debía ser la noche; mirándome bajo un reflector blanquecino que lo rodeaba con cariño.
Sus ojos grises centelleaban entre la espesa oscuridad que se extendía detrás de él mientras que la pálida piel lechosa, que el cuello redondo y rasgado de su camiseta dejaba entrever, brillaba como se supondría debían hacerlo las estrellas.
Era como si el mismísimo firmamento hubiese bajado del cielo personificándose en aquel muchacho en cuyos bellos ojos solo yo me reflejaba. ''
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