Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

2. Una Tarde Caótica



Entró hecho una furia a su habitación, dando un fuerte portazo que resonó en esa casa vacía. Las clases habían terminado satisfactoriamente, como era de esperarse. Entregó todos los trabajos, sacando la más alta calificación digna de su aparente perfección. Recibió los halagos correspondientes del profesor, las miradas celosas de sus compañeros y algunas adulaciones por parte de sus más allegados. Terminó de leer aquel libro durante el receso, tal como se lo había propuesto, y recorrió la misma ruta solitaria de siempre, llegando en el tiempo que había estimado. Todo había cuadrado a la perfección. Entonces. ¿Por qué estaba tan molesto? Durante la primera clase pudo controlar el temblor en sus manos, de manera que nadie notó el espasmo que lo invadía de vez en cuando, así que ese era otro punto a su favor.

«Fueron esos cinco minutos» llegó a esa conclusión inmediatamente. No había error. No había más que una causa...«Fue por esos míseros minutos perdidos...descarrilados; minutos que no estaban planeados para eso. Minutos que no sé dónde fueron despilfarrados»

Apoyando su espalda a la pared, se dejó caer al suelo e intentó tranquilizarse tomando tres rápidas inhalaciones y dejándolas salir despacio en un exhalo. Repitió esto hasta que la calma sobrevino de apoco. El estómago le dolía por la ira; más tarde tendría que tomarse algún medicamento si no quería seguir con molestias estomacales.

«Me pregunto si habrá algún medicamento para la impotencia que siento ahora» pensó, mordiéndose la lengua para no gritar.

Pasaron varios minutos y él no se movía de su lugar. Las piernas se le habían entumecido. La espalda le dolía y el estómago parecía no querer sanar por sí solo.

«—Me temo que eres demasiado serio para vivir.»

Alguna vez le comentaron con voz pausada y triste. Una mujer algo mayor. De mirada afable y dulce que cuidaba de él durante esos días en los que aún era un pequeño niño de ocho años. Su recuerdo impregnó el área, convirtiendo su habitación fría y aburrida, en aquella cálida sala dónde, en aquellos días, solía tumbarse a jugar en la alfombra mientras esa mujer se sentaba frente a una pianola a interpretar dulces melodías de amor.

En aquella lejana tarde de verano, la luz penetraba suavemente por las ventanas, iluminándolo todo de un color nunca antes visto. Cálido y luminoso. En dicha época, él aún desconocía muchas cosas sobre la vida. Y una de ellas, era que ese magnífico y benevolente verano que permanecería grabado hasta el último momento en su memoria, era producto de una enorme máquina manejada por los humanos.

— ¿Muy serio? ¿Eso qué quiere decir? — preguntó aún tumbado en el suelo.

Inocente ante las palabras que habían sido acompañadas del primer rastro de tristeza que presenciaría en su vida. Esperó respuesta pero ella no contestó. Se quedó allí, sentada frente a la pianola, con las manos apoyadas delicadamente sobre las teclas en blanco y negro. Como una pintura antigua, bañada en polvo y olvido. Pareció pensarlo un poco y luego, con lentos movimientos y sonrisa tenue, negó con la cabeza. Desempolvando así, la pintura que su propia existencia había adoptado por un momento.

—Nada. No quiere decir nada. — Y diciendo esto, se giró sobre su asiento hacía el pequeño y extendió sus brazos hacia ambos lados.

Armando comprendía a la perfección este gesto. Así que repleto de energía y alegría, se levantó del suelo a toda prisa y corrió torpemente a sus brazos, los cuales lo levantaron al instante hacia el regazo de la mujer y lo rodearon con gran amor.

—Margarita— susurró lentamente, mientras veía cómo de a poco, su habitación se volvía oscura, solitaria y fría, haciéndolo caer nuevamente en el abismo de su realidad. —¿Por qué?...—formuló esa pregunta en un susurro entre la oscuridad de su propia persona empequeñecida.

Pasó muchos minutos ensimismado, cuando de repente, abandonando el letargo en el que se encontraba inmerso, comenzó a sentir frío. Para cuándo el viento helado comenzó a parecerle insoportable y por fin fue consciente de su alrededor, notó que la ventana se había abierto de par en par por el viento. Por un corto lapso de tiempo, miró las cortinas hipnotizado, mientras estas iban de un lado a otro sin determinar un movimiento en conjunto.

«Que raro...» pensó. «No nos avisaron de este cambio en la semana»

Los noticieros, todos los domingos, daban el listado de climas que se verían durante la semana. Dando horarios de cuando comenzarían y a qué hora terminarían. Cuidando que todo siguiese un ritmo ''natural'' como lo estaría siguiendo ''afuera'', aunque esto solo fuese un vano intento dé, ya que no había nada de natural en conocer los horarios determinados de una tormenta, ola de calor, o una nevada.

Los habitantes no decían nada al respecto. Para ellos, todo era totalmente normal. Lo natural de la vida era algo que traía sin cuidado a la mayoría de los ciudadanos ya que, estando cómodamente resignados, en esa ciudad no existía nada más que un ameno y cariñoso ''nosotros y el domo'' vagando inconscientemente en la cabeza de cada ciudadano.

Armando se levantó del suelo ya entumecido, dando pasos y saltos torpes hasta llegar a la ventana. Miró a través de ésta mientras los vidrios temblaban y las cortinas danzaban. El cielo estaba totalmente gris y en su centro, a varios kilómetros lejos de la "Zona F", un gran remolino de nubes se formaba con rapidez, alternando sus colores entre el negro y un gris oscuro. Ante esa visión, la piel se le erizó.

—¿¡Qué están haciendo esos idiotas!?— dijo molesto, confundido y extrañamente, asustado.

Hasta ese momento, nunca se había sabido que en la oficina de simulaciones climáticas se pudiese hacer tal cosa. O más bien, no estaba permitido manejar el clima artificial a mayores niveles. Día y noche. Sol o lluvia. Cálido, frío y templado. Eso era todo su repertorio y de allí en más, estaba prohibido pasar a escalas mayores. Después de todo ¿Quién querría simular un huracán, un tifón o un tornado?

Los huracanados vientos trajeron consigo el estridente sonido de una sirena que recorría poco a poco las calles de su zona, y que sin duda alguna provenía de una patrulla de seguridad civil.

Armando la vió descender, coloreando de azul y rojo las paredes donde su luz se veía reflejada por la pequeña colina que daba paso hasta su colonia; donde algunos autos, con sus vecinos abordo, abandonaban sus cocheras para dirigirse a algún lugar mejor que ese.

Por otra parte, por si no fuese poco el alboroto que causaba el constante sonido de la sirena, un hombre dentro de la patrulla comenzó a hablar por medio de un megáfono, entre ordenes y gritos. Cómo si se tratase de un militar impartiendo disciplina a los jóvenes e inexpertos cadetes.

—No salgan de sus casas. Cierren y aseguren puertas y ventanas. — comenzó el oficial a decir con un tono mecánico en su voz — Manténganse informados a través de las noticias y preparen suministros por si llegasen a necesitarse. Vestimenta apropiada: Chamarras, botas, gorros y bufandas. Comida enlatada y/o empaquetada lista en una mochila; documentos importantes. Tales como escrituras de propiedad, actas de nacimiento, identificaciones, certificados etc., a la mano. Atención y favor de guardar la calma: Esto no es un simulacro. Repito: ESTO NO ES, UN SIMULACRO.

Repitió el mismo mensaje durante varios minutos mientras la patrulla caminaba a ritmo lento. Varios minutos pasaron y a medida que se alejaba, el viento comenzaba a aumentar su fuerza.

Mientras tanto, Armando se vio obligado a ir y cerrar las ventanas de su habitación, de la sala y del cuarto de baño más de una vez. La luz comenzaba a parpadear con insistencia, dando a viso de que pronto, toda su zona se quedaría sin luz. O mejor dicho, toda la ciudad.

Corrió de habitación en habitación, alternándose entre estas para prepararse con todo lo necesario. El sudor perlaba su frente y el temblor que había logrado calmar durante la mañana, volvió a él. Aterrado, se movía lo más rápido posible, alternando sus pasos entre las angulosas habitaciones para prepararse con todo. Dentro de poco la luz lo abandonó y se vio a si mismo acurrucado en un rincón de su sala, enredado en su chamarra, y envuelto por la nebulosa luz de una tarde caótica.




Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro