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17. El tercer motivo.


Miró por última vez el reloj. Meneó la cabeza lentamente en ademan negativo y suspiró. La hora acordada había llegado. Aunque en esos momentos, donde ese pequeño mundo parecía esperar en pausa, el tiempo corría a una velocidad abrumadora. Quizás era por el millón de cosas que cruzaban por su cabeza; Si lo pensaba con cuidado, se daría cuenta de todas esas horas que perdía vagando por los senderos intangibles de su vivaz imaginación. <<Es una lástima>> pensó desanimado y se levantó del suelo. Extendió sus brazos al cielo, estirándose todo lo que podía, y dejó escapar un gran bostezo que no se molestó en callar. Hechó un vistazo a los lados por última vez y se dispuso a abandonar el lugar; cuando se giro, a lo lejos, escuchó el sonido sordo de la nieve siendo removida torpemente.

― ¡Llegué! ― exclamaron a sus espaldas. Conocía esa voz. Mirlet se giró con una gran sonrisa en sus labios. Armando estaba jadeando, arrodillado en el suelo. Aunque se notaba cansado, parecía sumamente aliviado. ―Mirlet...no te vayas.  ―Pidió con voz entrecortada, tomando grandes bocanadas de aire.

― ¡Rayos! ¡Pensé que no llegarías! ― Mirlet camino a toda prisa hacia el chico que desfallecía sobre la espesa nieve. Dio unas cuantas palmadas en su espalda y lo ayudo a levantarse. ― Mírate, estas peor que cuando te dejamos. Me alegra que leyeras la nota y sobre todo, que decidieras venir.

―Sí, eso creo...aunque, debo decirlo; tu nota fue un asco. 

― ¡Oye! Esa ha sido de mis mejores notas.

― ¿Si? Es una lástima. Fue pésima. Para bromas no sirves de mucho.

― ¿Broma? ―preguntó Mirlet confundido. ¿Quién fue a hablar de bromas?. Armando lo miró atentamente en silencio. En la escasa luz que reinaba el día anterior en su casa, no pudo notarlo del todo; el rostro de Mirlet, viéndolo de cerca, era el de un muchacho de catorce años. De piel ligeramente morena y grandes ojos marrones, el chico era realmente agraciado.

―Ignoraré eso. ― Dijo Armando, presionando el hombro del chico. ―Si vine aquí, fue solo para tres cosas. Primero que nada: ¿Quién va ayudarme a pagar los destrozos que hicieron en mi hogar? ¿Eh? Espero que tengan algo que darme, de lo contrario, tendré que verme obligado a denunciarlos a ti a tu amigo Gary. ― Mirlet abrió los ojos por completo, impresionado. 

―Si...respecto a eso...―titubeó el chico, rascándose la cabeza por encima del gorrito multicolor. ― ¿Sabes qué le estás pidiendo dinero a un pobre muchachito sin sueldo? 

―Debieron pensar en eso antes de estrellarse contra mi casa. ―Armando, extrañamente, había adquirido nuevamente ese tono de superioridad que tanto lo caracterizaba. Cualquiera que viese esa escena pensaría en un padre regañando y exigiéndole responsabilidad a su hijo adolescente.

―Ya. No me regañes. Qué no lo hice yo solo. ―Pidió cabizbajo el chico y cambió de tema― ¿Cuál es el segundo motivo?

―Este...― y diciendo esto, golpeó la cabeza de Mirlet, tal cómo solía hacerlo Gary. Mirlet se quejó mientras, con una mueca de dolor y mirada acusativa, masajeaba la zona afectada.― ¡¿Se puede saber porque fue eso?! 

―No me iba a quedar con las ganas. Y di que solo fue un zape. Qué bien les vendría un puñetazo a ambos. Por hacerme venir hasta acá con absurdas amenazas. Ahora, voy a la tercera razón... ―Armando parecía llevar prisa. Quería marcharse lo antes posible antes de qué decidiera nada. Si el chico frente a él le  ofrecía la mano para guiarlo a dónde fuese, con tal de que lo sacara de esa cansada y absurda vida en la que se hundía sin más; al igual que lo había hecho cuando sujeto la mochila y salió disparado de su casa, lo aceptaría sin siquiera pensarlo. Actuaría presa de las inmensas ganas de escapar de ese mundo que nunca sintió suyo.

―Si es otro golpe, mejor no quiero saberlo. ― Mirlet rodeó su cabeza con ambos brazos y se alejó un poco de Armando.

―El tercer motivo... ― Dijo meneando la cabeza e intentando disimular la ligera sonrisa que quería formarse en su agrietado rostro ― Es para devolverles algo. 

El chico, confundido, miró como Armando caminaba hacia la esquina de donde había llegado y se perdió en la vuelta por unos segundos. 

Mirlet sintió que su corazón se detenía. Se le heló la sangre. Y los pies le temblaban junto con sus manos. Comenzaba a sudar y el pavor se apoderó de él. Armando jaló tras de sí la enorme mochila negra que ellos habían dejado en su casa. Mirlet palideció y sintió que el mundo se le venía abajo de repente.

― ¿Qué hiciste....?―Preguntó el chico asustado. Seguido de eso, sujetó el brazo de Armando con fuerza y la atmósfera cambió por completo. ―¡¿Qué rayos hiciste?! 







Nota: Por ciertos motivos con el tiempo no he podido actualizar tanto como quisiera. (La otra historia que escribo ''Soledad'' apenas ha sido actualizada después de un buen tiempo sin tocarla)  

Este capitulo lo he hecho apenas hace algunos minutos para subirlo hoy mismo - cosa que no debería ser así, puesto que me gusta esperar al dia siguiente para darle un punto mas objetivo a lo que escribí y editarlo   - "Escribe borracho, edita sobrio" -  Ernest Hemingway. 

(Claro que no escribo ebria, pero la perspectiva suele cambiar demasiado de un dia para otro.) 

 También, es algo mas corto que los otros, pero espero poder actualizar lo mas pronto posible y con mas contenido. :) Por mi parte, eso es todo. ¡Saludos! 

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