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0. Claustrofobia.


¿Alguna vez te preguntaste cómo sería vivir dentro de una pecera, una jaula o incluso en el interior compacto y cálido de una caja?

Yo jamás lo hice. No fue necesario. El simple hecho de haber formulado esa pregunta me resulta una blasfemia. Una burla. Un tonto juego sin sentido.

Sin embargo, no encuentro la forma en que pueda explicarte el mal que me aqueja.

Cualquiera que estuviera en mi lamentable situación y escuchase semejante cuestión liberada al viciado aire que se incrusta en los pulmones, se volvería contra ti sin pensarlo, ya que la respuesta resulta ser bastante obvia.

Claustrofobia, impotencia, miedo y desesperación.

Puede que algunos lo entiendan como un mero concepto, una sensación pasajera que se desvanece al abandonar dicho encierro. Pero solo eso. Lo comprenden, pero no llegan a ver la magnitud de esta absurda situación.

La frustración que se respira bajo este enorme vidrio no tiene comparación con la desesperación que un claustrofóbico siente al estar encerrado por más tiempo del que desearía en un elevador.

Habito bajo la frialdad de un domo. Un invernadero. Una pecera de aire que nos mantiene cautivos en una ciudad utópica. La metrópoli de ensueño que cualquier ser humano desearía. Y la cual, según nuestros ancestros, se encuentra lejos de toda civilización conocida.

Pero... ¿Desde cuándo vivimos encerrados? ¿Cuándo fue que nos vendieron la idea de que esta forma de vida era la adecuada? ¿Y cómo fue que lo aceptamos sin más? ¿Sin luchar? ¿Sin ver? ¿Sin escuchar siquiera?

El aire me falta y el miedo me invade.

Lo único que sé, es que cuando llegué al mundo, esa cosa se encontraba encima de nosotros desde hace décadas.

Pero estábamos dormidos.

En este lugar, nadie habla de la enorme pieza de cristal que cubre nuestras cabezas. Y debo admitir que incluso yo, yacía sumergido en el sueño de una vana y mentirosa realidad.

Si no fuese por ese par de ojos que me miraban a través de su cristalina estructura; grandes y hermosos que brillaban entre la penumbra de un vasto paisaje incoloro; yo, posiblemente, estaría en el suelo.

Junto a los cadáveres que ahora mismo pisoteo sin piedad. Ni una pizca de humanidad.

¿Este es el precio que debo pagar por estar despierto?

¿Por haber decidido vivir, en lugar de morir junto a mi gente?



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