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Capítulo dos (editado)


Chloe

Me despierto junto con el sonido ensordecedor del despertador. Y a ese tan terrible sonido, se le suma el calor del ambiente. En las noticias habían anunciado esta ola de calor, será mucho más insoportable que lo normal.

Como todas las mañanas, antes de partir hacia la biblioteca, que es mi lugar de trabajo, me ducho. Por supuesto que mi cuerpo lo agradece al sentir la frescura sobre él. Mientras me ducho, canto, bailo y hago mi propio show. Como todos lo hacemos, supongo.

El sonido de la cortadora de césped llega a mi habitación, suspiro pesadamente al saber de quién se trata. Mi padre jamás cortará el césped al atardecer, cuando el calor ya no se sienta tanto, jamás me hará caso con eso.

Termino de vestirme y me dirijo hacia la cocina en busca de agua fría con hielo. Cuando salgo al terrible calor de Texas, lo único que deseo, es volver al agua fría de la ducha y no salir de allí en todo el día. Aunque bueno, eso no ayudaría al mundo.

Cuando mi padre me ve parada a poca distancia de donde se encuentra, suspira y detiene su trabajo. Sabe perfectamente que no me gusta que no me haga caso en cosas como estas, donde su salud está de por medio, y con este calor cogerá un dolor de cabeza.

—No me regañes —dice antes de que le diga algo, seca el sudor en su frente y se acerca a mí. Le entrego el agua, y la bebe como si acabase de llegar de un desierto—. Gracias, hija.

Le sonrío y observo el patio trasero de la casa. Está hermoso y muy bien cuidado en cada rincón en donde se vea.

Desde que mi madre falleció, mi padre fue el encargado de mantener el cuidado que ella hacía. Mi madre amaba las plantas, la naturaleza, y era feliz cuidando de ello.

Mi única familia es mi padre. Desde que mamá falleció nos volvimos mucho más unidos que antes. Él es todo lo que tengo, solo somos nosotros, y nuestro cariño es irrompible.

—Quiero que entres a casa, papá. Hace demasiado calor para que estés afuera, al menos espera a que llegue el atardecer.

Mi padre suspira y asiente, sabe que no me iré al trabajo hasta que él esté dentro de la casa. Así que, guarda la máquina de cortar césped, y entramos, luego enciendo el aire acondicionado para calmar el calor del ambiente.

—¿Qué quieres cenar? Puedo comprar algo luego del trabajo —pregunto.

—Nada de eso, esta noche cocino yo.

—¿En serio?

—¿Acaso no confías en mí? Yo no tendría que confiar en ti.

—Hey —se ríe—. Yo me sé defender con los postres, no me molestes.

Mi madre inculcó la repostería en mi vida. Me reveló hasta sus secretos más guardados, los cuales intento aplicar de la misma manera que lo hacía ella. Papá dice que soy tan buena como lo era ella, no sé si eso sea cierto o no, pero amo la repostería. Se me da mejor que el resto del mundo gastronómico.

—Yo preparo la cena, y tú el postre —dice—. ¿Tenemos un trato?

Sonrío y le estrecho la mano.

—Tenemos un trato, señor Marshall.

Me despido de papá y salgo nuevamente al calor. Mi salud no me lo agradece.

El calor quema mi piel, y me tengo que obligar a moverme de mi lugar. Si me quedo por un segundo más no iré al trabajo, y eso no va a ser bueno.

Me acerco a mi Ford Mustang clásico de color azul. Herencia de mi abuelo, la burla de mis amigos, y la envidia de coleccionistas. Entre risas me pidieron que cambiara de auto, y si no había risas, estaba el elevado número de paga por el mismo.

En ninguno de los casos accedí, y jamás lo haré. Este auto es el recuerdo de mi infancia junto a mi abuelo y las canciones infantiles que me enseñaba, es lo único que tengo para recordarlo y, por supuesto, que no lo voy a vender.

El pequeño Blue me seguirá acompañando. Sí, muy poco original el nombre, pero tenía seis años cuando lo bauticé.

Conduzco hasta la biblioteca, acompañada de la música que me brinda la radio. Cuando lo estaciono, debajo de la sombra de un árbol, veo a mi mejor amiga, Marie.

Somos compañeras en el trabajo, de hecho, aquí nos conocimos y nos volvimos inseparables.

Su cabello con ondas rubio, es de envidiar. Tiene unos hermosos ojos verdes, y un rostro que exige ser la cara de una marca de ropa. Pero, aunque a Marie le guste la moda, no quiere ser parte de ese mundo.

El lema de ella es «no voy a trabajar para alguien que me exija bajar de peso».

—Aún me sorprende que puedas llegar en eso —se burla de mí cuando bajo de Blue. Su agradable forma de decirme buenos días.

—Y a mí que llegues temprano —se ríe. Cuando de puntualidad se trata, no hay que contar con mi mejor amiga—. A todo esto, buen día, ¿verdad?

—Supongamos que lo es.

—Oh..., conozco esa mirada, tiene cara de Blaine.

—¿Y quién más va a ser? Siempre se trata de Blaine.

—Hey, tranquila, ¿qué sucede?

—Luego te cuento.

Y dicho esto, se dirige hacia la entrada de la biblioteca.

—¡Odio que hagas esto! Sabes que no me gusta que me dejen con la intriga —se ríe, y no me responde. Me ignora y entra a la biblioteca, lo único que me queda es seguirla.

Adoro mi lugar de trabajo. Cualquier biblioteca podría considerarse mi lugar favorito.

Esta en particular se adapta a este nuevo siglo. Hay tres sectores; el sector informativo, donde se pueden encontrar libros para la universidad o el instituto; otro, donde van las novelas o cuentos y; por supuesto, el sector infantil.

En las estanterías del sector de información general, el cual se encuentra detrás de todo, hay cuatro mesas cuadradas. Allí se reúnen siempre los estudiantes que necesitan de su espacio para estudiar, o realizar alguna tarea.

A una distancia prudente, están las estanterías para cuentos y novelas de todo tipo, para todas las edades. Este sector, está decorado con sofás acordes a la ambientación. Junto a este lugar, se encuentra el colorido mundo de los niños.

Son pocas las personas que se sientan a disfrutar de una buena historia, la mayoría viene directamente a comprarlos, o solo se van al tranquilo sector de estudiantes.

Contamos con dos cafeteras express y, por supuesto, dos dispenser de agua fría y caliente. Y hace poco trajeron cuatro ordenadores, se planean traer más, pero para empezar estamos bien.

La iluminación es perfecta, la decoración con colores neutros igual. Salvo por el sector de libros infantiles, allí hay muchos colores vivos acompañados de algún que otro personaje que los niños adoren.

Simplemente, amo mi trabajo, y amo el ambiente. Me siento muy cómoda aquí. Algunas personas creen que venir a la biblioteca ya pasó de moda, pero me gusta creer que hay gente que no piensa de la misma manera. Y esas personas, normalmente, se tratan de mayores de edad. Gracias a ellos, el rincón de lectura, no pierde su sentido.

Agradezco el hecho de que nuestro jefe, y dueño del local, haya accedido a nuestra petición de colocar un aire acondicionado. Hasta nuestros clientes de siempre están agradecidos.

Saludo a John y Ruth, nuestros compañeros que cubren el turno de la mañana. Al terminar de saludarlos, veo cuatro cajas detrás del mostrador.

—¿Y eso? —pregunto.

—Eso, son los ejemplares en braille. Llegaron al fin —me informa Ruth, y me siento feliz. No creí que Robert, nuestro jefe, accedería a nuestra petición. Con los chicos se lo propusimos, ya que no nos sentíamos cómodos al decirles que no contábamos con tales libros a las personas con discapacidad visual.

—¿Y por qué siguen aquí? —pregunta Marie.

—Porque acaban de llegar —John intenta no reírse.

—Mientes —dice mi amiga, y John, finalmente, se ríe.

—En nuestra defensa, nos tomó demasiado tiempo limpiar y arreglar el lugar para colocarlos.

—¡Excusas! —se queja Marie y John se vuelve a reír.

—Suerte con eso, chicas —Ruth está agarrando sus pertenencias para irse.

—Sí, suerte con eso. Y, Chloe, Robert trajo al fin la escalerilla que necesitas —agrega John y los tres se ríen.

Bueno, creo que ya no es necesario aclarar mi baja estatura. A modo de broma le pedí a Robert una pequeña escalera, pero claro, se lo tomó bastante en serio. Aunque, conociéndolo, sé que de seguro lo hizo para burlarse de mí.

—Qué gracioso.

—Al menos vas a llegar a lugares inalcanzables para ti —dice Ruth y vuelvo a escuchar risas.

—Nunca quise que se fueran a casa tanto como lo deseo ahora.

Entre risas se despiden de nosotras, y con Marie, suspiramos ante el trabajo que tenemos por hacer. Así que, primero nos encargamos de sacar los libros de las cajas para ver qué ejemplares habían traído.

Esto es genial, hay novelas, historias cortas, poemas y libros informativos.

—¿Me vas a contar, o me vas a seguir teniendo en la incertidumbre? —le pregunto a Marie.

—Esa idea me resulta atractiva, que aún sigas en la incertidumbre.

—¡Marie! —grito y uno de los clientes frecuentes me calla—. No me digas eso.

Suspira y se encoge de hombros.

—Es que es un jodido cabrón —dice al fin. Es la definición perfecta para Blaine, según Marie.

Para ser más exacta, es ese tipo de chico que llega a tu vida para desordenar todo, ese que te hace sentir que será un problema.

Las chicas saben su nombre, y creo que no hace falta aclarar el porqué. Algunas lo odian, y otras siguen suspirando por él. Quienes lo odian, es prácticamente porque luego de haber pasado una noche con él, no las volvió a llamar como lo había prometido. Típico.

Aunque, desde que empezó a tener esta extraña relación con Marie, dejó de comportarse como el mujeriego que las mujeres reconocemos a simple vista. Y digo extraña relación, porque no son una pareja de novios, pero se comportan como tal. Marie quiere una relación, pero claro, a él le aterra llamar novia a alguien.

Blaine está realmente interesado en Marie, lo noto, a decir verdad, todos lo notamos. Solo que le falta reconocerlo de verdad para animarse a una relación con ella.

—Se niega a tener una relación conmigo —continúa hablando—. Pero quiere que me vaya a vivir con él. ¿En qué cabeza cabe, Chloe?

—En la cabeza de Blaine, y me animo a decir que está locamente enamorado de ti.

—¿Acaso estás ebria?

Me río.

—Oh, vamos, eres a la única que volvió a llamar luego de pasar la noche con él. Y están juntos hace meses. Tal vez no juntos como a ti te gustaría, pero sin título, ustedes están siendo todo.

Suspira.

—¿Sabes qué es lo peor? —niego con la cabeza—. Que estoy demasiado cabreada con él, pero... lo voy a esperar.

Sonrío.

—Porque lo quieres.

—Jodido cabrón —me río—. ¿Y tú? ¿Cómo van las cosas con Iván?

Mi novio de hace un año y medio. Si lo ves, te preguntarás qué hace con una chica como yo. De hecho, muchas personas en verdad se lo preguntan. Incluso muchas veces me lo pregunto.

Es dos años más grande que yo, tiene veintidós y trabaja en la empresa de sus padres, mientras estudia Administración. Sofisticado, inteligente, guapo y elegante, así es Ivan.

Nos conocimos cuando trabajé de secretaria en la empresa, fue mi primer trabajo luego de terminar el bachillerato. Recuerdo que me sorprendí cuando se fijó en mí, no creí jamás ser su tipo. Hoy estamos muy felices, cada uno siguiendo su sueño y apoyándonos en ese trayecto.

—Van muy bien —respondo con sinceridad y sonrío—. No puedo quejarme de él.

—Tienes que encontrarle una imperfección, no puede ser tan correcto —me encojo de hombros. Es que así es él—. ¿Qué te parece si acomodamos los libros en braille?

—Sí, porque con el correr de las horas no lo haremos.

Nos ponemos en marcha, y separamos los ejemplares de los libros: novelas, cuentos y poemas, por un lado, e informativos por otro. Los ordenamos por orden alfabético y los colocamos en el pequeño carrito, para así poder trasladarlos al sector correspondiente que ya habían preparado John y Ruth. Dividimos nuestro trabajo por turno, para así no dejar la recepción a solas.

Primero voy yo, así que me dirijo al nuevo sector, definitivamente, los chicos hicieron un excelente trabajo al prepararlo. El lugar está cerca del rincón de estudiantes.

Ubico los libros en las estanterías, y sonrío una vez que mi parte del trabajo está terminada. Me gusta saber que ahora contamos con este material.

Vuelvo a la recepción para encontrarme con una Marie furiosa con el celular. La manera en que está escribiendo, y su ceño fruncido, te da a entender claramente cómo le está escribiendo a Blaine una serie de insultos.

—Izquierda informativos. Derecha novelas, cuentos y poesías —le digo y me siento en la banqueta que está a su lado. Suspira y bloquea el celular, para luego dejarlo sobre el escritorio.

—¿Sabes qué? —vuelve a coger su celular—. Mejor lo apago, no quiero estar pendiente de su respuesta, ni preparar mis siguientes insultos —me río y la observo apagar su celular. Cuando el mismo se despide con la música de su compañía, Marie se pone de pie, y sin decir nada más, va a realizar su trabajo.

Aprovecho su ausencia, y el silencio de la biblioteca para sacar los apuntes de la universidad. Siempre que encuentro un momento libre, lo uso para repasar y estar al día con las materias, para así no entrar en una crisis a la hora del examen.

Estoy cursando mi segundo año en Ciencias Veterinarias. Creo que desde niña ya supe que esta iba a ser mi carrera, sin antes saber qué era lo que eso significaba. Siempre que jugaba a ser un personaje, o hacía que mis Barbies fueran uno, elegía el ser veterinaria. Siempre, no había otra carrera, otra labor.

A medida que fui creciendo, lo que parecía ser un juego, se fue fortaleciendo. Iba a terminar el bachillerato, y a ingresar a la carrera. Eso quería, y eso pasó. Hoy soy muy feliz, más allá del cansancio, más allá de todo. Todo esfuerzo vale la pena cuando sabes que estás en el camino correcto.

Leo los apuntes que tomé la última clase, y los comparo con el texto que estamos leyendo, para comprender de mejor manera. Todo marcha bien para Chloe.

—Espero que ese sector no haya sido mal invertido, porque Robert nos va a matar sabiendo que existen los audiolibros —dice Marie al volver. Se sienta a mi lado, y bebe de su botella de agua.

—No vamos a morir. Los familiares ya fueron informados, de seguro de a poco vendrán. Además, la voz se corre rápido aquí, y supongo que no todos prefieren los audiolibros.

—Sí, supongo. ¿Quieres? —me ofrece su botella de agua y niego con la cabeza—. Tu cabeza va a explotar.

Dice al observar mis apuntes y enciende el ordenador.

—Los riesgos que debo correr para ser veterinaria.

Me encojo de hombros y continúo leyendo el texto de la clase, mientras que Marie controla el stock de la biblioteca.

Cuando estoy sumamente concentrada en mi lectura, la puerta se abre. Un chico de gafas oscuras y cabello ondulado de color castaño entra al lugar. En una de sus manos, lleva el bastón que le sirve como guía.

—Ha vuelto —dice Marie al verlo y le frunzo el ceño—. Vino hace unas semanas, cuando tú estabas rindiendo un examen. Le dije que los libros en braille llegarían para esta fecha, y volvió.

Sonrío porque me siento feliz por el desconocido que acaba de entrar. De seguro la noticia lo hará sentirse pleno.

—Buenas tardes —lo saludo cuando llega a la recepción. Se quita las gafas, y deja ver más su rostro. Su mirada perdida se muestra triste, y cansada. Es muy joven, quizás dos o tres años más grande que yo.

—Hola —saluda rudo y distante—. ¿Llegaron los libros? Porque espero que no me hayas mentido.

No lo dice en broma, o al menos con una sonrisa en el rostro. Lo dice como si estuviera realmente enojado conmigo.

—Mi amiga no fue la que te atendió cuando te presentaste —habla Marie y él asiente—. Y sí, los libros llegaron.

El joven no sonríe, no muestra felicidad alguna, no como me lo esperaba. Su rostro parece más una piedra.

Uno de los clientes tiene problemas con uno de los ordenadores, así que llama a Marie, ya que entiende más sobre ese tema, y me deja a mí con nuestro primer cliente solicitando un libro en braille.

—Debes estar contento —le digo—. Justo hoy llegaron, y eres nuestro primer cliente.

—¿Y qué? ¿Merezco felicitaciones?

Su manera de responder, me hace sentir ofendida. Realmente me molesta que las personas se muestren así cuando uno solo intenta ser amable. Luego se quejan cuando en algún local el vendedor los atiende de mala manera.

—Solo creí que la noticia te iba a poner contento.

—No creas nada de mí, no me conoces.

Le frunzo el ceño, y él hace lo mismo, al mismo tiempo, como si fuera mi espejo.

—De acuerdo —me pongo de pie—. Te voy a guiar hacia allí, ¿está bien?

—Como sea.

Siento su enojo como algo personal hacia mí. Lo observo a pocos pasos de distancia, lo miro atentamente, como si quisiera descubrir la razón de su maltrato. Pero el observarlo demasiado, solo me hace pensar una cosa: es atractivo. Genial, Chloe.

—¿Seguirás allí todo el día? —pregunta y doy un respingo, ya que me encontraba muy sumida en mis pensamientos—. No puedo ver, pero sospecho que me estás observando. Dijiste que me llevarías hacia el sector, pero sigo parado en el mismo lugar.

No deja de fruncir el ceño mientras me habla, y cuando lo hace, llega Marie. Justo para escuchar su manera poco educada de hablarme. Abre la boca para decirle algo, y de alguna manera defenderme, pero la detengo y niego con la cabeza.

—Nunca está demás ser un poco más amable, más aún cuando la otra persona te brinda amabilidad —le digo.

Y de forma sorpresiva, el joven se ríe. Con Marie lo miramos con sorpresa, y nos miramos entre nosotras porque claramente no entendemos el motivo de su risa.

—Bien, ¿me guías hacia allí, por favor? —sonríe, y noto el hoyuelo que se forma en su rostro. Más allá de esa sonrisa, sé que está siendo irónico. De todas maneras, ignoro ese pensamiento, no voy a dejar que un cliente amargue mi día con su trato. Ya lo he hecho, y no fue para nada bueno.

—Voy a tomar tu mano —le digo y asiente. Cuando mi mano hace contacto con la suya, puedo jurar que sentí una chispa leve. Y creo que no fui la única, ya que él frunce el ceño como yo.

Coloco su mano sobre mi hombro, y lo guío hacia el sector de libros en braille. Al llegar allí, quiero ayudarlo a sentarse, pero me detiene y niega con su cabeza.

—Sé cómo sentarme.

—Solo estoy siendo amable —le recuerdo.

Me ignora y toca la mesa para guiarse hacia la silla, una vez que la encuentra, la aparta para hacer lugar y se sienta sin problema alguno.

—Bien. Llegaron libros informativos, cuentos, novelas y poesías.

—¿Alguna novela inglesa?

—Sí.

—¿Orgullo y prejuicio?

—Es tu día de suerte —no sonríe, nuevamente no muestra emoción alguna. Suspiro y le alcanzo el libro. Cuando lo dejo sobre la mesa, lo acaricia con sus manos, y medio sonríe. De alguna manera, eso me hace sentir bien.

—Si por alguna razón te lo quieres llevar, tienes que hacerte socio.

—De acuerdo.

Abre el libro y desliza sus dedos sobre la escritura. Luego se detiene, sin levantar la cabeza del libro.

—¿Seguirás parada allí? —pregunta, serio.

—Yo...

—Aún siento tu aroma —sonríe— dulce.

¿Qué? Primero se muestra como un patán, ¿y luego actúa así?

—Si necesitas algo, solo llámame —le digo evitando sus palabras.

—¿Tu nombre?

—Chloe.

Al escuchar mi nombre, sonríe. Creí que me iba a decir el suyo, pero a diferencia de eso, vuelve a deslizar sus dedos sobre las páginas.

Lo dejo solo y vuelvo a la recepción. Marie me estudia con la mirada al llegar.

—¿Te trató mal? —me encojo de hombros y me siento—. Pues a mí tampoco me trató muy bien el otro día.

—No debe ser fácil llevar una vida como la de él, eso es todo.

Desde donde estoy, puedo observarlo. Puedo notar cuánto se mete en la increíble historia mientras desliza sus dedos.

—Hay que admitir que es guapo, ¿cierto? —pregunta Marie y asiento. Realmente lo es, no puedo negarlo.

La puerta de la biblioteca se vuelve a abrir, pero esta vez no se trata de ningún cliente. Blaine entra con aires de confianza, como siempre, sonriendo y caminando como si se tratara de un modelo. Escucho cómo Marie exagera en un resoplido al verlo, me río de ello y al mirarla, me fulmina con la mirada.

Blaine llega al mostrador, sin dejar de sonreír, y sin dejar de mirar a Marie. Pasa una de sus manos por su cabello oscuro, logrando así un despeinado perfecto. Quita los ojos de mi mejor amiga, y me mira.

—Chloe —saluda.

—Blaine.

Me sonríe, pero aquella sonrisa se extiende aún más cuando vuelve a posar sus ojos en Marie. Podrá ser un idiota la mayor parte del tiempo, pero lo admito y lo hago porque realmente lo noto: el idiota está enamorado.

—Has apagado tu celular —le dice serio, y Marie asiente sin quitar la vista del ordenador. Y, de hecho, no está haciendo nada, solo observa cómo se mueve la flecha del mouse de un lado al otro.

—Estoy trabajando —le contesta más seria aún.

Blaine me mira y me encojo de hombros, luego suspira y saca de su bolsillo un juego de llaves. Hace un ruido con ellas, y Marie lo observa por el rabillo del ojo, para después negar con la cabeza.

—Te he dicho que no.

—Joder, mujer. Quiero que vengas a casa.

Marie lo mira, es la primera vez que lo hace desde que Blaine entró a la biblioteca. Lo mira con ánimos de querer asesinarlo, de querer representar todas las escenas de horror que se suelen ver en las películas.

—A mí no me hables así.

—De acuerdo, lo siento.

—Y no voy a vivir contigo, Blaine —él vuelve a suspirar, solo que esta vez su suspiro es mucho más exagerado—. Es una locura, piénsalo. No somos nada, y quieres que viva contigo.

—No es una locura. No hace falta tener un título para vivir con alguien.

—Como sea, a ese lugar donde llevas a todas las chicas de la ciudad, no iré.

Blaine rueda los ojos, como si Marie estuviera diciendo una estupidez. Me encuentro mirándolos a ambos como si estuvieran jugando un partido de tenis.

—Sabes perfectamente que hace tiempo eres la única que va.

—¿Quién sabe?

Ambos se desafían con la mirada, hay demasiada tensión en el ambiente. Y hasta me animo a decir que tensión de todo tipo.

—Chloe, dile algo —me dice Blaine, perdiendo en el juego de miradas. Cuando quiero abrir la boca para decir algo, Marie me interrumpe.

—No la metas en esto —lo señala con el dedo índice y me río bajito. Estos dos van a matarme.

—Alguien tiene que hacerte entrar en razón —Blaine también la señala con el dedo índice.

Marie se ríe y Blaine frunce el ceño.

—¿Te estás escuchando? ¡No soy yo quien tiene que entrar en razón!

Una pareja de ancianos, que se encuentran en el sector de literatura universal, ante el tono elevado de Marie, se voltean a ver lo que sucede.

—Sí, será mejor que se calmen —les digo—. Aquí la gente viene a relajarse, no a presenciar una telenovela, ¿por qué no salen y hablan tranquilos? —miro a Marie—. Puedo cubrirte, hoy está tranquilo todo, pero menos ustedes. Así que no los quiero aquí si van a pelear.

Sin detenerse a pensarlo dos veces, Marie se pone de pie y se dirige hacia la salida en una caminata llena de enojo y de insultos, que una vez que estén solos se los dirá. Blaine la sigue, imitando sus pasos y yo me río negando con la cabeza.

Una vez que me encuentro en silencio, pongo mi atención en el chico que se encuentra leyendo en braille. Obtiene mi atención de una manera más especial que el resto de las personas. Siempre las observo cuando leen, me gusta ver la expresión en sus rostros ante lo que sea que están leyendo. Lo que más me gusta, es cuando el libro que tienen frente a ellos, los hace sonreír. Hasta recuerdo haber visto personas llorar ante unas líneas. La magia que surge cuando un libro se abre, es simplemente genial.

A este chico no lo estoy viendo como suelo ver a las personas, tal vez mi atención es más especial por el simple hecho de ser nuestro primer cliente frente a un libro en braille.

El joven cierra el libro, y observo cada uno de sus movimientos. Se levanta sin dificultad alguna, arma su bastón y con pasos lentos, viene hacia aquí.

—¿Chloe? —me llama una que vez que llega.

—Estoy aquí —asiente—. ¿Te lo vas a llevar? —vuelve a asentir—. Bien, déjame preparar todo lo que necesito para tu credencial.

—Es raro que, al estar en estos tiempos, se siga usando de esta manera la biblioteca.

—Sí, todos dicen lo mismo. El avance tecnológico nos hizo olvidar de muchas cosas.

—Aunque sea raro, me gusta que no se haya perdido esto.

—Pensamos igual —sonríe y observo la planilla del ordenador, estoy lista para registrar sus datos—. Bien, ¿tu nombre?

—Hunter Orwell —no estoy escribiendo su nombre, simplemente me quedo observándolo—. Mmm... No te escucho escribir —se ríe. Mierda. Escribo su nombre, y sonríe cuando escucha mis dedos sobre el teclado. Continúo haciéndole las preguntas típicas para la credencial. Vive a las afueras de la ciudad, y tiene veintitrés años. Lo último que anoto de él, es el número de su hogar.

Una vez que los datos fueron guardados, preparo una tarjeta con su nombre y número de socio, también dejo asentado el libro que se lleva. Cuando nuestras manos se rozan, al entregarle la tarjeta, nuevamente siento el cosquilleo que sentí en el primer contacto. Me animo a decir que ambos volvemos a notarlo.

—Lo traeré en una semana —me informa, alejando su mano con rapidez y guardando el libro en su mochila azul.

—Está bien.

—Por cierto..., me disculpo por haber sido un cabrón, ¿tal vez?

Sonríe.

—Tal vez no, lo fuiste —se ríe y sonrío—. Pero descuida.

Asiente y se coloca las gafas oscuras, dejo de tener a la vista sus ojos verdes.

—Hasta la próxima semana, Chloe.

—Adiós, Hunter —vuelve a sonreír.

Con pasos lentos y cuidadosos de dirige a la puerta. Una vez más me encuentro observando cada uno de sus movimientos, como si se tratara de un psicólogo estudiando a su paciente.

En el mismo momento en que sale, Marie entra. Hunter le agradece el hecho de que le sostenga la puerta. Torpe, Chloe. Tendría que haberlo acompañado.

Mi mejor amiga se acerca con una sonrisa en su rostro. Blaine consiguió ablandar su enojo. Suspiro profundamente y vuelvo a leer mis apuntes, Marie se sienta y sé que me está observando. Todos sentimos que alguien nos mira, no sé qué clase de brujería es esa.

Y sí, cuando levanto mi vista del cuaderno, Marie me está mirando.

—¿Qué? —le pregunto, y se cruza de brazos.

—¿Es que no me vas a preguntar lo que sucedió?

—Mmm, no, porque ya lo sé —dejo el cuaderno sobre la mesa—. Discutieron. Le dijiste que lo odias, Blaine se rio de eso, entonces solo te enojaste más. Te dijo que eso no es cierto, que no lo odias. Entonces suspiraste, porque es cierto, no lo odias. Lo quieres más de lo que crees. Te dijo que todo va a estar bien, le dijiste que quieres creerle. Y te abrazó, asegurándote que todo va a estar bien. Que quiere lo mejor para ustedes. Y simplemente todo pasó.

Asiento, segura de mi argumento. Así son Marie y Blaine. Cuando vuelvo a poner atención a su rostro, tiene el ceño levemente fruncido.

—Aun así, podrías haberme preguntado.

Me río.

—De acuerdo, ¿qué sucedió?

—Ahora no tiene sentido, maldita bruja.

Me vuelvo a reír.

—Presencié tantas discusiones de ustedes, y casi todas terminan así.

—¿Y eso no debería de hartarme?

—Esa pregunta te la tienes que responder tú misma.

Asiente.

—Sí... —me mira—. ¿Se llevó algo ese chico? —decide cambiar de tema.

—Hunter, se llama Hunter —asiente—. Se llevó Orgullo y prejuicio.

—Gran elección.

La miro, y le frunzo el ceño, ¿gran elección? Pese a trabajar en una biblioteca, Marie no es lo que se dice una gran fanática de los libros. Solo está aquí porque la paga es bastante buena, y el lugar es tranquilo.

—Vi la película. No me juzgues —se explica y le sonrío.

Otra vez hay un problema con uno de los ordenadores, así que Marie se va a encargar de arreglarlo. Con su ausencia, me dispongo a leer. Pero mi atención no está concentrada como me gustaría que lo estuviera. Tal vez sea mejor leer en casa.

Cierro el cuaderno, y lo guardo en mi bolso. Observo la pantalla del ordenador, aún continúa en la planilla que llené con los datos de Hunter.

—Hunter... —susurro antes de cerrarla.


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